domingo, 10 de julio de 2011

Reírse con chiste ajeno o los mecanismos sentimentales de la comunicación


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

En su Teoría de los sentimientos morales, el padre de la economía moderna, Adam Smith (1723-1790), afirmaba lo siguiente:

La persona cuya simpatía late junto a mi pena no puede sino admitir la razonabilidad de mi pesar. Quien admira el mismo poema o el mismo cuadro igual que los admiro yo, ciertamente calificará de justa mi admiración. Quien ríe el mismo chiste igual que yo, no podrá negar la corrección de mi risa.* (61)

Admitía Smith ese sentimiento que nos hace calificar como “inteligentes” a las personas que descubrimos que piensan lo mismo que nosotros. Nada motiva más nuestra identificación con los demás que descubrir nuestras semejanzas. Sin embargo, el principio descrito por Smith en el capítulo tercero de su tratado, bajo el título “De la forma en que juzgamos la corrección o incorrección de los sentimientos de los demás según estén de acuerdo o no con los nuestros”, deja de ser aplicable como mecanismo explicativo cuando no tenemos criterio. No tener criterio no significa que no podamos estar de acuerdo con los demás. Esta paradoja no es más que la constatación de un hecho altamente comprobable en nuestra vida cotidiana: existen personas que digamos lo que digamos, siempre bucarán la forma de discrepar, y existen, por otro lado, aquellos que, sin tener idea previa, se manifestarán rápidamente a nuestro lado digamos lo que digamos. Si repasamos nuestra agenda de conocidos y amistades, comprobaremos que existen ambos extremos entre ellos.
Este principio es también uno de los más presentes en las sociedades modernas, el de los hombres sin criterio. Para ser más precisos, no es que no lo tengan, sino que se invierte el procedimiento señalado por Adam Smith. Adapta su criterio en función de las filias y fobias previas. Un ejemplo: diga lo que diga el político al que nunca votaremos, lo consideraremos como una estupidez. Por el contrario, aquel que cuente con nuestra simpatía, siempre dirá cosas inteligentes, diga igualmente lo que diga. Siempre habrá espíritus críticos, pero son los menos. Es más fácil reajustar nuestros criterios que criticar y romper el vínculo emocional. Herbert Marcuse mencionaba los mecanismos de "introyección" al definir a su "hombre unidimensional". Los medios de comunicación han aumentado estos efectos y la fuerza de las redes sociales se basa en la existencia de este tipo de mecanismos psicológicos y sociales, individuales y colectivos.



La conclusión expuesta aquí significa que los mecanismos puestos en marcha por nuestros comunicadores públicos buscan establecer lazos afectivos primero para que después se acepten las propuestas. Casi nadie recurre a la racionalidad cuando se puede acceder por la emotividad. El entrenamiento de la racionalidad desemboca en el espíritu crítico y produce independencia, mientras que el entrenamiento emocional genera lo contrario, dependencia, lazos.
La política se basa cada vez más en factores emocionales y menos en el criterio. La complejidad de los factores que intervienen, el alto grado de conocimientos que se requieren para entender las decisiones económicas, administrativas, geoestratégicas, etc., hacen que se haya desarrollado un mensaje simplificado distribuido a través de una o varias figuras en las que se trata de centrar la empatía. Esas figuras son los líderes y los portavoces, prácticamente las únicas figuras que, en cada nivel, intervienen en las comunicaciones.
Adam Smith hablaba de quien se ríe del mismo chiste que me río yo. El planteamiento ahora es justamente el inverso, que no el contrario: yo me río del chiste de aquel con quien simpatizo. Primero se crea el lazo, después llega el acuerdo.

No podemos decir que la mayoría de la gente no sabe lo que hace y se deja llevar, pero sí que la ausencia de criterios, debates, discusiones y foros de altura provocan una mayor dependencia e incidencia de los factores emocionales en las decisiones. Habrá quien siempre lo niegue de palabra, pero lo cumpla con los hechos. Que en política, por ejemplo, se distinga entre “militantes” y “simpatizantes” de los partidos no es casual. Los primeros están sujetos a disciplina “militar”, mientras que los “simpatizantes” están sujetos a vínculos y dependencias emocionales, a la “simpatía”, los que comparten un mismo sentimiento.
Basta ver las vallas publicitarias en las que no aparecen los expertos, sino los tenistas, corredores de Fórmula 1 o jugadores de fútbol, es decir, las personas con las que nos emocionamos y con las que reímos o lloramos los fines de semana. Ese vínculo no se desaprovecha y se reutiliza para otras funciones, generan confianza y atraen hacia productos o servicios que se puedan compartir con ellos. Resultan ser más convincentes, aunque no razonen, que los razonamientos técnicos. En términos de Smith, es el chiste que nos ofrecen para compartir la risa.
Adam Smith tenía razón, pero hoy los mecanismos comunicacionales trabajan sobre ese mismo principio pero invirtiendo la dirección. Para los que lo utilizan y viven de ello —políticos, deportistas, artistas, etc.— resulta más rentable. "Conocerle es amarle", señala el dicho.

*Adam Smith (2009 1ªr): La teoría de los sentimientos morales. Alianza, Madrid.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.