miércoles, 15 de diciembre de 2021

Suicidas

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Entre en la sala de cine sin saber lo que iba a ver. Por exclusión, me metí en la película Querido Evan Hansen (Stephen Chblosky 2021) si saber qué era. Me encontré con un extraño musical sobré jóvenes suicidas, sobre la inseguridad y la presiones por cumplir las expectativas sociales y familiares, sobre las adicciones a los medicamentos para poder sobrevivir a la presión, sobre la indiferencia del mundo.

Vi la película yo solo, en una sala que se me antojó demasiado solitaria para ver aquel drama que no por cantando es irreal. Quizá haya que cantar tanto dolor, tanta presión, tanta soledad, tanto malentendido, tanta indiferencia. Las canciones y las ironías no ocultan la verdad del drama, la verdad de la verdad.

Vivimos en una sociedad más enferma de lo que pensamos. Nuestra enfermedad es nuestra propia forma de vida, la presión que creamos sobre nosotros mismos y sobre los demás. No, Querido Evan Hanson no es un musical escapista, sino una bofetada en plena cara. Son bofetadas de payaso trágico que se golpea él solo sus mejillas una y otra vez.


Escribí mi reseña de la película como suelo hacer en el fin de semana. Pero no he dejado de darle vueltas a la película. Escribí que quizá habría que verla en los institutos y colegios a cierta edad para que sepan los peligros, pero sobre todo para que comprendan cómo se sienten los que desaparecen en un silencio mayor o menor, los que desaparecen quitándose la vida y luego la gente se pregunta por qué. Creo que ese es el mensaje de la obra, que los síntomas están ahí, delante, claros, pero que no sabemos o no queremos verlos. Luego llegan el asombro y la culpa.

Tras la noticia del fallecimiento de la actriz Verónica Forqué hace dos días, leo ayer el siguiente titular en RTVE: "La pandemia triplica los trastornos mentales en niños y el 3% pensó en suicidarse". En niños se incluyen personas hasta los 14 años, según se nos dice, algo que resulta un tanto complejo pues las diferencias de la franja de edad son enormes, aunque el resultado final pueda ser el mismo.


La noticia en RTVE nos explica:

La pandemia ha triplicado el número de trastornos mentales en niños y adolescentes, según el informe Crecer Saludable(mente) de Save the Children. Además, un 3% de los menores en estos grupos de edad ha tenido pensamientos suicidas en 2021, periodo en el que se han reducido los diagnósticos y los servicios de salud mental infantojuveniles están saturados.

"Ha traído nuevas preocupaciones, miedos, infelicidad y ha puesto de manifiesto la magnitud de los problemas de salud mental que sufren los niños", ha expuesto la organización en un comunicado este martes.  Los trastornos mentales han aumentado del 1% al 4% en menores de entre cuatro y 14 años y del 2,5% al 7% en el caso de los trastornos de conducta, de acuerdo con la encuesta realizada por la ONG a 2.000 padres y madres, que compara con los últimos datos oficiales disponibles de la Encuesta Nacional de Salud (ENS) de 2017.

"Se han disparado todas las alarmas a causa de la pandemia, aunque los problemas de salud mental no son nuevos. Hay mucho desconocimiento y un gran estigma. Un 3% de niños, niñas y adolescentes han tenido pensamientos suicidas este año", ha señalado el Director General de la ONG, Andrés Conde. En 2020 murieron por suicidio 61 menores.

Sin embargo, la ansiedad, la depresión, los trastornos alimentarios o las tentativas de suicidio "no las ha traído la COVID-19". "Ya en 2015 la salud mental fue incluida en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), teniendo en cuenta las circunstancias sociales y económicas que la determinan", ha insistido Save the Children.*


La noticia tiene una verdad, pero también un lenguaje, el contrario del que percibí en la película que me mostró desde otro ángulo la brutalidad de la situación. Allí donde el texto artístico ponía el énfasis en la ironía que dejaba al descubierto la gran hipocresía social, nos encontramos con la frialdad de las cifras, de los porcentajes, de los datos, etc. un lenguaje que ya no nos afecta.

Hoy tuve que hablar en mi clase de la "locura" en la obra de Michel Foucault, de cómo la analizó en su obra Historia de la locura en la época clásica. No era el centro de la explicación, pero sí hablamos de los mecanismos de exclusión del otro, del loco, del enfermo, de aquel que no se ajusta a nuestros ideales cada día más falsos de felicidad; de aquel al que se define bajo discursos legales, médicos, artísticos. Nos hace falta estudiar nuestros mecanismos de exclusión de esta enfermedad que ignoramos y que solo vemos cuando llega a los titulares. No hace mucho, la mención de la "salud mental" en el Parlamento español suscitó las bromas y risas de los que se siente a salvo y ven al enfermo como una debilidad.


Datos, encuestas, plazas, recursos... todo esto se funde con la realidad de las muertes y sufrimientos en unas sociedades que presumen de tantas cosas. Aquí, en estos años, hemos hablado de las muertes de ejecutivos en Francia por suicidio (alguien me escribió para darme las gracias). Hemos hablado de los suicidios de los veteranos en los Estados Unidos, con más bajas que las que producen las mismas guerras a las que sobrevivieron; nadie quiere ver los problemas tras esas sombras que viven en las calles.

Ahora es la pandemia la que deja al descubiertos nuestras carencias sociales, morales, asistenciales, etc. Somos una sociedad dura, pero de lágrima fácil y efectista. Nos gustan las sensiblerías, pero somos incapaces de afrontar nuestras enfermedades morales, que nos rompen por los escalones más débiles. Hacemos negocios con esas debilidades.

Como profesor, me tengo que enfrentar en muchos momentos a situaciones duras en las que veo a gente en el límite. Las presiones no vienen de los sistemas educativos, sino de las familias, de las exigencias sociales, de las presiones sobre el éxito que les exigen, sobre las responsabilidades brutales que siente sobre ellos. El sistema responde muchas veces con indiferencia porque se ocupa ya de sí mismo, se ha vuelto lo que nunca debe ser un sistema educativo, egoísta. Mucha gente solo se ocupa de su promoción y apenas se fija en aquellos que tiene alrededor. Es lo que el propio sistema te pide. Muchas veces se mira para otro lado no vayan a entorpecer nuestras brillantes carreras.

Como sociedad estamos desarrollando un doble discurso. Por un lado el sensible, el que pide atención; por otro lado —también lo he escrito aquí en varias ocasiones— somos una sociedad que está explotando a sus jóvenes a través de los contratos basura, de los becarios eternos, de la precariedad, de la temporalidad, de los decenas de contratos acumulados (los que tienen suerte) donde lo que comenzó justificándose en un momento de fuerte crisis se hizo recaer sobre los jóvenes. Y sigue. Se me crea un malestar físico cada vez que escucho al presidente de la patronal española decir que "no es el momento" cada vez que se plantea alguna mejora de los sistemas de empleo.


Usamos a los jóvenes para llenar esos bares que tanto queremos en vez de emplearlos, de crear una generación mejor. Hemos asumido que los jóvenes vivirán peor que sus padres y hasta abuelos. Lo decimos con un guiño porque viven peor porque esos mismos bares que nos traen placer están atendidos por otros jóvenes que cobran sueldos miserables, de economía sumergida en muchos casos, con jornadas brutales, sin descansos, por las que deben además dar las gracias. Se queja el sector de la hostelería de que no consigue que vuelvan a atender las barras y mesas. Muchos prefieren ser explotados de otra manera.

La noticia de RTVE no es la única que salta a la actualidad sobre la salud mental infantil. Pero voy más allá. La salud mental ya no admite estas divisiones. Las personas no están divididas para nuestra comodidad. Son personas. No son solo una tarea hasta que llegan a un límite de edad, como denunciaba hace unos días en los medios una persona que se sentía absolutamente derrotada al comprobar que solo podía ocuparse de las personas hasta los 18 años, más allá de los cuales si se matan o no deja de ser su responsabilidad. Estas son nuestras hipocresías, nuestras mentiras sociales en una sociedad que no crea fuerza sino que se deshace de los más débiles de cualquier edad mediante la desatención o la indiferencia. Es lo que se escondía detrás de muchas muertes en las residencias de ancianos, un mero negocio para muchos sectores, incluidos los que se dedican a llevarlos de turismo de un lado a otro y que les da igual su salud.

Me explico la sala vacía ese viernes de estreno. ¿Queremos vernos retratados? ¿Queremos que se nos recuerde la deshumanización en que vivimos? Los titulares duran unas horas; todo desaparece. Las muertes son estadísticas, como esos 61 menores muertos por suicidio en 2020, de los que nos hablan en la noticia. Habrá más, aquellas que se tapan por temor a quedar en evidencia, por miedo al estigma.


Han tenido que salir casos como los de Naomi Osaka o de otras deportistas para que, tras las burlas iniciales, nos diéramos cuenta de que el éxito deportivo tiene un coste, que eso que disfrutamos en estadios y televisores lleva a las personas a niveles excesivos en muchos órdenes. Presión, abusos, manipulaciones desde edades muy tempranas... Estos casos están saliendo a la luz por la celebridad de las personas, ¿pero qué ocurre con las anónimas, qué ocurre en el día a día, delante de nosotros?

Vendemos camisetas, sudaderas, posters, pulseras, todo tipo de artículos con las frases sacadas de Querido Evan Hunter. Hacemos negocio de ello con enorme hipocresía y ambigüedad, ¿pero qué más? ¿Qué hacemos realmente por las personas? ¿Estamos disponibles para ellas o son simplemente estadísticas, motivos de especulación?

Fallamos y simplemente lo ignoramos. Sigan clamando por los bares, por los botellones, por las terrazas, por la marcha... Son el ruido que tapa el grito.

* "La pandemia triplica los trastornos mentales en niños y el 3% pensó en suicidarse" RTVE 14/12/2021 https://www.rtve.es/noticias/20211214/pandemia-triplica-trastornos-mentales/2238793.shtml

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