viernes, 17 de diciembre de 2021

Espectáculos poco edificantes

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


No, la Navidad no va con ellos. Tampoco hay que ser ingenuos, desde luego. El nivel de mala educación al que está llegando la política es inaudito. Lo hemos dicho en muchas ocasiones: solo se vive del espectáculo. Si atrajeran más gente luchando todos en un cuadrilátero enfangado lo harían, sin duda.

Todos hacen lo mismo con una simetría pasmosa. Son los mismos argumentos pero con distintos hechos. Por ejemplo, se trata de resaltar la "desunión" del otro. Los ataques se explican siempre como una forma de "ocultar los problemas propios" o se resalta como una pérdida de liderazgo interno. Según este procedimiento, el gobierno ataca a la oposición diciendo que está desunida aprovechando cualquier discrepante, y la oposición le reprocha al gobierno que cada socio va por libre. De esta forma la respuesta a cualquier crítica solo es otra crítica, un entrelazado absurdo que no sirve más que para mostrar agresividad, que es la forma en que aquí se oculta la falta real de ideas y de resultados. Esta política espectáculo se ha intensificado con la llegada de la "nueva política" y de los "nuevos políticos" que, por jóvenes, no han visto ni vivido otra cosa. Pero ¡cómo opinan de lo pasado sin haberlo vivido, con que vehemencia interpretan la historia que ellos han venido a enmendar!

Esto tiene su lógica porque los "nuevos políticos" sustituyeron en sus partidos a los "viejos políticos" con una patada en salva sea la parte, como se decía antes de que cualquier barbaridad pudiera ser dicha en cualquier lugar, situación y dentro del horario infantil, por poner una franja horaria.

Cuando no se sabe hacer política constructiva —que es lo que este país necesita— nos dedicamos a esta pelea goyesca a palos, que es lo que se nos ha dado siempre bien. ¿Para qué pensar? Estos nuevos cruzados de todas las tendencias solo saben vivir en y de los conflictos, por eso se resucitan todos que se actualizan como prioridades. Mirar al futuro requiere propuestas; es mejor mirar de continuo al pasado, contarlo una y otra vez, abrir heridas, alentar nuevos enfrentamientos sobre lo ya pasado. Por eso recurren a las grandes palabras, que quedan reducidas por su mezquindad.


Los ataques son de manual de "comunicación política", aunque no sé porqué llaman a esto "comunicación" y, si me apuran, "política". Todo sale de esos sobrevalorados e imprescindibles gabinetes de comunicación, llenos de estrategas y analistas de encuestas y escritores de discursos. Son buscadores de "puntos flojos" y no les importa la resolución de problemas sino los resultados de las encuestas que se hacen de forma permanente. No ven otra cosa.

Cuando el país tiene enormes problemas reales consiguen que acabemos discutiendo sobre si se puede dejar o no al perro en la puerta del supermercado mientras se entra a comprar  y cosas por el estilo. Se eleva la demagogia a niveles insospechados porque esto es una carrera sin fin, competitiva, a muerte por el poder.

Desgraciadamente, algunos entienden que es el comportamiento ejemplar. Es decir, sienten que insultando, que haciendo ejercicios ingeniosos de retórica, que levantando el tono... hacen política. Cualquiera que se quiera sentir "poderoso" copiará en su nivel las mismas malas prácticas que le harán sentirse como en medio del parlamento. 

Desgraciadamente veo cada día reproducirse estos comportamientos en lugares que deberían dar también ejemplo, como en las mismas universidades, que se nos llenan de personas que se consideran "políticos" al copiar las mismas prácticas de intransigencia, autoritarismo y obstruccionismo oponiéndose a cualquier cosa. Soy, desde hace décadas, miembro de diversos órganos universitarios porque he considerado que, si podía ayudar a hacer una universidad mejor, debía hacerlo. Pero el espectáculo al que asisto en los diversos niveles de decisión me hace ser muy pesimista sobre cómo estamos viendo nuestro espacio, cuál es su función y cómo debemos comportarnos en él.

En casi todos los espacios profesionales se está reproduciendo esta tensión que vemos en los políticos. No creo que sean los culpables directos, solo los más visibles. Pienso que estamos creando una sociedad dura, durísima, que admite las injusticias como inevitables, en la que cada vez brilla más la insolidaridad porque nos hemos hecho egoístas no mirando más que por nosotros mismos. Lo que hablamos ahora de la "salud mental" no es fruto de ningún virus, sino de nuestra propia toxicidad que se muestra en esta tensión constante, en esa agresividad y falta de empatía hacia el sufrimiento ajeno. Ante el que sufre, muchos sacan el móvil para inmortalizar el momento. Nadie detiene una pelea, solo se graba a golpe de teléfono.


La comunicación nos modula y nos dice qué debemos sentir en cada momento. No somos capaces de establecer un juicio sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, todo ello es maquillado y enfocado según los intereses de quien lo saque a la luz.

No, no hay lugar para el espíritu navideño. Solo para las luces, los aforos, las compras, las reuniones y demás. Son formas que ocultan la profunda indiferencia que nos produce una enorme parte del mundo, del sufrimiento en la puerta de al lado. Con no mirar es suficiente. Cuando alguien nos fuerza a mirar, surge el desasosiego.

Tuve que abandonar una sesión hace unos días (no fui el único) ante el espectáculo vergonzoso al que estaba asistiendo. Creí que no debía prestar mi mirada a aquel espectáculo de personas que deberían dar ejemplo de concordia y búsqueda de acuerdos. No me había pasado anteriormente. Salí profundamente descorazonado.

Vivimos en un país crispado, tenso, siempre próximo al estallido. Es un síntoma claro de que vimos una vida inapropiada. En estas malas formas se ven nuestras frustraciones. No es esta la sociedad en la que podemos vivir cómodamente en un sentido más anímico que material. No concebimos el espacio más que como un lugar de lucha, de enfrentamientos por el poder o por las migajas. Estallamos en el metro, en los estadios, en los parlamentos, en las Juntas, allí donde hay ocasión de liberar el malestar interior.

Las virtudes que seleccionamos no son las que necesitamos para una mejor vida social o personal. Ascienden no los más conciliadores, sino los más agresivos. Se crea así un fenómeno de selección negativa que padecemos después todos.


Lo de las personas "de buena voluntad" ha quedado en nada, en publicidad engañosa, en deseos teatralizados, en unos cuantos actos que nos hacen sentir mejor con nosotros mismos. Poco más.

No voy a echar la culpa a la política, que es la parte más visible, en la que se focaliza la atención. Pero sí deberíamos ven en ella un comportamiento agresivo que va descendiendo por los diferentes espacios sociales, que se hace ya común.

Hablamos mucho estos días de "salud mental", pero no acabamos de encontrar la definición de esa "normalidad saludable" a la que algunos aspiran. A lo mejor hay que empezar a ser "diferentes" en vez de ser "normales". Habríamos llegado a un punto de desequilibrio que habría invertido los valores que alguna vez hemos tenido.

No se deje arrastrar, manténgase en el lado positivo, no le dé vergüenza ser buena persona. No se sienta débil por ello. Predique con el ejemplo, ya que quienes deberían hacerlo no lo hacen. Sí puede, manifieste su rechazo a todo este ambiente agresivo en el que vivimos; hágalo con formas pacíficas. Se puede hacer demostrando que no se está de acuerdo a través de formas educadas. Las maneras son importantes porque establecen los límites de nuestra convivencia. Sea crítico, pero no se transforme en lo que no es ni quiere ser. No deje que le arrastren.

Paul de Vos "Pelea de gatos en una despensa" (1630-40) . M. del Prado


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