domingo, 26 de diciembre de 2021

Las medidas y cómo las vemos

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



El Covid-19 no entiende de navidades. No hay buenos o malos mensajes, solo la vida misma en sus vaivenes. Todos nuestros buenos deseos de felicidad se quedan en nada ante lo que es la naturaleza. Por eso sigue siendo muy chocante que sigamos dando un toque "humano" a lo que nos ocurre. ¿Somos incapaces de verlo en su perspectiva real, biológica?

Ya nos dijo Nietzsche hace mucho tiempo que el ser humano "antropologiza" la naturaleza para entenderla en sus propios términos. El coronavirus no es una excepción. No hemos dejado de entenderlo así desde los inicios, desde lo del "virus chino" a las interpretaciones actuales de las llamadas "olas", que no son otra cosa que el resultado de nuestros propios movimientos, pero que interpretamos como si estuviéramos tumbados en las cálidas arenas de una playa viéndolas llegar.

Nos resistimos a pensar que las personas a las que queremos "nos contagien". Quizá la extrema interpretación "humana" de la enfermedad la contamos aquí cuando un egipcio loco lanzó un mensaje por las redes sociales desde los Estados  Unidos diciendo que el "virus era un regalo", un arma que Dios daba para que se pudiera contagiar a sus enemigos, pidiendo que los enfermos fueran a abrazar y besar a policías, jueces y autoridades de su país. La manía de meter a Dios por medio en esto también ha surgido con el "Jesús es mi vacuna" de los integristas cristianos norteamericanos. No solo allí. En las cifras españolas de las encuestas que revisábamos aquí el otro día, salía un 5'7% de antivacunas que decían no hacerlo por "motivos religiosos o éticos". Verlo como castigo o prueba forma parte de esas mistificaciones humanas de lo que nos rodea.


Pero lo más preocupante, con todo, ha sido los cuestionamientos jurídicos que algunos han esgrimido para no vacunarse, planteando el tema en cuestiones de derechos. Confieso es lo que más me ha chocado porque si hay algo opuesto al Derecho es la Naturaleza, que no entiendo lo más mínimo de estas cosas. Entender una pandemia en términos jurídicos puede ser muy interesante, pero mientras no se pueda juzgar, condenar y encarcelar al virus es poco productivo.


Si lo llevamos a términos como el "derecho a contagiar y ser contagiados", la cosa suena todavía más ridícula. No han ayudado nada las disquisiciones de los jueces, a los que ha habido que recurrir por la incapacidad política de ponerse de acuerdo y establecer una ley de pandemias, visto que el sentido común no daba para más. Que hayan tenido que ser los jueces los que decidieran ha servido de muy poco a efectos de transmisión de la enfermedad ya que sus dictámenes, basados en leyes humanas, son papel mojado para el coronavirus. Sin embargo, son los que han regulado nuestra vida frente a la pandemia.

Hemos establecido toda una serie de preceptos sin saber realmente cómo funcionaba el virus. Hablaba el otro día con una amiga sobre esos 10-15 minutos que hay que estar junto a una persona infectada para que se considere que se debe mantener cuarentena y hacerse un test. En realidad, conque respiremos una bocanada de aire con coronavirus en suspensión ya está dentro de nosotros. No hay nadie a quien reclamar si han sido solo unos segundos.


Hay gente que está sin mascarilla mientras está sola en su oficina y se la pone si se acerca alguien. Al no estar ventilado el aire, que es el principal medio de transporte del coronavirus, ya ha echado a la sala lo que tenía dentro y el que llega, si no va protegido con su propia mascarilla que filtre lo que respira, ya tendrá en su interior el coronavirus indeseado. El virus, claramente, no necesita 15 minutos para entrar en nosotros. Pero hay gente que así lo cree porque ese es el tiempo que hemos establecido para hacerse pruebas y confinarse.

Se podrían poner muchos ejemplos de comportamiento irracional por parte de mucha gente que no se fija en cuál es el sentido de las acciones, sino que las aplica mecánicamente o desde una perspectiva antropomórfica. En ocasiones se llega al absurdo creyéndose protegidos cuando no lo están.

Lo esencial es precisamente lo contrario, tomar decisiones basándose en el sentido común y en el contexto en que uno se encuentre, donde las circunstancias mandan. Por eso, cuanto más claros estén los principios básicos, mejor.  Sin embargo, nos empeñamos en reglamentar hasta el infinito nuestras acciones y racionalizar nuestros deseos, desplegando el autoengaño. En vez de creer que el coronavirus piensa como nosotros, mejor haríamos en pensar cómo actúan los virus realmente y desde ese punto poner soluciones y barreras.

Muchos se sorprenden porque las normas que se imponen —como hemos visto estos días— sirven de poco. O, si se prefieren, sirven para que creamos que hacen algo por nosotros. Lo básico sigue funcionando.  

 

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