Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Enciendes
el televisor y lo primero que escuchas es que la "incidencia" está
"disparada" porque "ahora se hacen más test". El argumento
se puso de moda con Trump, para el que no ver la realidad era negar la
realidad. Para Trump la pandemia desaparecía si nadie daba datos. Ojos que no
ven... Escucharlo de nuevo en el Canal estatal es bastante deprimente. En vez
de pensar que antes estábamos ignorando las dimensiones reales del problema,
pensamos que el problema es saber. De
esta forma, el aumento de los casos es solo un "aumento de la
información" y no un aumento en la realidad, que desconoceríamos cuál es.
Pronto
el argumento se desarrolla en el mismo sentido. Cuando se habla de las
Comunidades que tienen las cifras más altas es porque tienen un "sistema
sanitario mejor", que detecta mejor. Eso, evidentemente, deja como
"normalidad" las Comunidades con incidencia elevada y deja fatal a
las que tienen cifras más bajas, consecuencia, claro está, de sus defectos en detección,
definición de casos, etc.
Poco después aparece el Consejero de Sanidad de Madrid, al que se le pregunta por lo mismo. En concreto, son dos temas lo que acaparan su intervención. En primer lugar, la "apuesta" de la Comunidad de Madrid por los "auto test", que según el consejero evita que se colapsen los centros de salud. Pero como la gente detecta sus positivos intentan ser atendidos, creando colapsos en los centros.
Por otro lado, el segundo factor: la reducción de las cuarentenas por Ómicron a la mitad a cinco días. Se sigue el modelo desarrollado en Estados Unidos e Italia. No son países precisamente para imitar, pero da igual, el caso es presentar un precedente que, de nuevo evite el colapso y el frenazo laboral, que es el fondo del asunto. Con diez días de cuarentena las empresas están obligadas a mantener a los trabajadores afectados. Con cinco, las "pérdidas" se reducen a la mitad, aunque el riesgo se duplica.
Preguntado
el Consejero de Salud madrileño por la celebración de la Nochevieja en la
Puerta del Sol, dice que no hay problema, que se ha reducido el aforo a 7.000
personas y que no se tomarán las uvas. Preguntado por la macrofiestas previstas
para esa noche, el Consejero repite el argumento de la seguridad: ellos solo
autorizan las fiestas que reúnen las condiciones de seguridad estrictas. Esto
es como decir que las fiestas se autorizan porque todos los que participen
cumplirán las normas. Cuando pase lo que tiene que pasar, el marrón caerá en
los organizadores que dirán que ellos pusieron las normas pero que la gente no
las cumplió.
Las peticiones de aumentar el tamaño de la Sanidad pública, tanto en camas como en medios técnicos y humanos, son respondidas de mala manera, como ocurre con los intentos de la presidenta Díaz Ayuso hablando de boicots y demás conspiraciones cuando estos exigen más medios y personal.
Esta
decisión depende del escenario futuro que se plantee. Desde el inicio de la
pandemia, los poderes públicos han pensado en términos temporales. Sus
escenarios sucesivos han sido 1) es algo "chino" que no nos llegará
(pero llegó); 2) ha llegado pero lo vamos a controlar (y no se controló); 3) no
lo controlamos pero llegarán las vacunas (y llegaron, pero sigue sin
controlarse); 4) pasará Delta (pero llegó Ómicron)... ¿Cómo sabemos que no se
está cociendo una nueva cepa en algún lugar del mundo a la que nuestras
vacunas, diseñadas siempre desde el pasado, no podrá responder? Es cierto que
esto es siempre una pregunta abierta, que siempre puede llegar otra, pero se
llama "prevención". La prevención suele ser cara, pero no estar
prevenidos o tomar medidas puede ser más caro. El problema es que hay
demasiadas variables que no controlamos para establecer una imagen fidedigna
del futuro, alguna que se acerque a la realidad. Preguntado el Consejero
madrileño sobre el inicio del curso escolar, el día 10 de enero, su respuesta
es que habrá que "esperar a ver la evolución". La respuesta elude lo obvio, pero se prefiere no adelantar nada, especialmente para evitar el desgaste político de cualquier medida
que se tome o no. Si se deja tiempo, los adversarios saltan rápidamente al cuello.
Cada vez está más claro que esto es una lucha entre lo que se puede hacer y lo que no hay más remedio que hacer. En las primeras, lo importante es adelantarnos al virus; en las segundas, tratar de que no se nos escape ninguna cosa esencial que luego paguemos. Que cuando aumenta la presión reduzcamos la cuarentena a la mitad y se deje el resto al uso de la mascarilla, que ha sido precisamente lo que se quitó en los "momentos felices" (La "vuelta de las sonrisas"), por parte de los infectados por COVID, no deja de ser un enorme retroceso del que somos víctimas precisamente porque no hemos sido capaces de articular un sistema cuyo crecimiento de contagios pudiera ser controlado realmente. La relajación de medidas cuando se controlaba la expansión llevaba a un nuevo aumento de la expansión por la propia relajación. Demasiados intereses por medio diferentes a los de la salud; demasiada falta de sentido de la responsabilidad. Aquí todo era "seguro" hasta que se demostraba lo contrario.
Es
obvio que las vacunas debilitan, pero no frenan los efectos de la infección. Ya
esa ilusión de la "inmunidad" se ha quedado reducida a respuestas
menos graves. Pero el convertir esto en "seguridad" es el inicio de
un nuevo desbordamiento de la Sanidad. Podemos reforzar la Sanidad, pero
preferimos dejarlo en manos del "auto cuidado", cuyos resultados han
sido pésimos allí donde se le ha dado foco, como precisamente los países con
mayor expansión. El "auto cuidado" es la tesis que fracasó en el
Reino Unido y que ha acabado de hundir a Johnson, especialmente tras los
escándalos de las fiestas "sin auto cuidado" en el 10 de Downing St.
El
"cuídese usted mismo"; hágase usted el test y si enferma y no es
grave "quédese en casa"; y reduzca la cuarentena a la mitad, siga
trabajando con mascarilla y cuide de no contagiar a sus compañeros, que deberán
"auto cuidarse" de usted, no parece un plan muy bueno. Aunque ningún
plan es bueno una vez desbordados y sin ganas de invertir en la sanidad ni en
sanitarios porque "algún día se acabará esto" y ya no harán falta.
La economía sigue imperando sobre la salud, que no es más que aquello que nos podemos permitir sin perjudicar al sistema o, si se prefiere, a aquellos tan grandes que pueden imponer sus criterios de qué es "salud", qué "es permisible" y qué va contra sus intereses.
Hacerse uno los test implica que salen más casos, pero los test se los hacen los que pueden permitírselos y su estallido puede que sea "navideño", para asegurarse las fiestas, que es el horizonte "sociológico" con el que cuentan. No habrá menos infectados, sino menos auto test. No habrá menos contagios, sino cuarentenas más cortas o, sencillamente, que los contagiados leves no digan nada para no perder sus trabajos, como ocurre en aquellos países en los que se carece de seguro si no se tiene empleo (eso ha pasado siempre en los Estados Unidos, donde estar bajo contrato marca todo y no hacerlo es no tener derecho a casi nada).
Ahora
mismo, nuestros responsables político-sanitarios oscilan entre los que lanzan
mensajes optimistas con la esperanza que esto remita (algunos hablan, no se
sabe muy bien por qué, del fin del COVID-19 con Ómicron) y la economía pueda
seguir porque les va la vida política en ello (como a Díaz Ayuso en Madrid) y
aquellos que intentan tomar medidas y se enfrentan a los sectores afectados y
sus campañas.
La opción de hacer mejor nuestra Sanidad no se ve en ningún lugar. Pese a las quejas del sistema sanitario sobre el peso que recae sobre la atención primaria, que ahora cae sobre el propio ciudadano, que debe evaluarse con test y hacer su cuarentena, no parece que hay medidas más allá de las provisionales, como contratar a estudiante de los últimos años de Enfermería o Medicina.
Los científicos avisan que ha comenzado el tiempo de las pandemias, de las infecciones masivas, las que recorren el mundo en apenas unos días; que surgen allí donde no se detectan a tiempo y se expanden gracias a la globalización y a los nuevos hábitos viajeros y la reducción de la duración, además de la conversión del turismo en una industria poderosa conectada con muchos sectores; nos advierten que ya no hay murallas ni fronteras que nos separen y que ningún aislamiento ha podido frenar este desarrollo producido por el salto de un organismo hasta nosotros, probablemente un murciélago. Nos advierten que el cambio climático, provocado por la acción humana, produce este tipo de efectos de estrés en otras especies que ven reducido su espacio. Pero también hay negacionistas del cambio climático.
Lo sabido es que cuanto más contagios haya, más posibilidades de que aparezcan nuevas variantes que, como ha ocurrido con Ómicron, sean más resistentes a las vacunas diseñadas para las anteriores. Es lo que ya hemos visto, no es necesario imaginar nada. Todo lo que reduzca el número de contagios es bueno. Por la misma razón, todo lo que favorezca su extensión es malo.
Negarlo todo o confiar en que el tiempo lo arregle es demasiado confiar ante una realidad tozuda que sigue su propio camino despreciando la vanidad humana, nuestros conceptos triviales de lo que es valioso y los cálculos interesados. Es cierto que la situación es de enorme complejidad por el propio diseño de nuestros sistemas económicos y sociales, pero también lo es que las políticas que se siguen no son las más adecuadas y que muchas decisiones se toman pensando en otros intereses.
Esperaré a que consejeros, ministros, políticos, me cuenten mañana cómo va el mundo y cuáles son sus expectativas o si es demasiado pronto para tomar decisiones.
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