viernes, 24 de diciembre de 2021

Sobre la Tecnología en tiempos de pandemia

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Tengo un amigo que le echa la culpa de todo a la Tecnología. Intento convencerle que la tecnología, por contra, nos está salvando de muchas cosas en este desastre al que asistimos. Es cierto que decir "tecnología" es no decir mucho. Cuando la gente dice "tecnología", se está refiriendo a la que se introduce en nuestras vidas cotidianas. 

Nos beneficiamos de muchas de estas cosas, pero solo se perciben las negativas. Es un principio psicológico de poderoso efecto: lo positivo se vuelve transparente y nos olvidamos de ello; lo negativo, en cambio, es un lastre doloroso del que siempre nos quejamos porque no logramos olvidarnos de ello.

La tecnología nos ha salvado precisamente allí donde nos ha permitido mantener en marcha la actividad, tanto económica y laboral como personal. Como ocurre con otras grandes catástrofes —¡y esto lo es!—, suelen hacer que avancemos hacia soluciones y que desarrollemos posibilidades con las que cubrir los déficits.

Es indudable que gracias a las tecnologías de redes y de las comunicaciones hemos podido resolver muchos problemas en muchos ámbitos. Nuestra sociedad ya está digitalizada y con redes eficaces. En mi campo, la educación, hay sectores que estaban medianamente desarrollados. Excluyo las instituciones "a distancia" ya existentes, que no han tenido mucho que cambiar, aunque han debido ampliar sus prestaciones.

Las instituciones de enseñanza han podido, pese a las resistencias, cumplir una parte importante de sus funciones. Se trata de eso, de poder cumplir los objetivos buscados de la mejor manera posible. Evidentemente, no hay sustitutos perfectos, pero si remedios suficientes.

Lo mismo ha ocurrido con gran parte del teletrabajo al que previsiblemente volveremos de forma intensiva a la vista de la evolución de la pandemia. En vez de mirarlo como un problema, sería mejor contemplarlo como una solución a una parte de los objetivos por cumplir.


Las relaciones sociales ya son en gran medida virtuales. Evidentemente era una combinación de encuentros reales y virtuales la que ya existía antes de la pandemia. Las redes permitían el contacto virtual con personas de todo el mundo. Ahora que se limita nuestra vida social en persona, las relaciones virtuales se han ampliado gracias a las tecnologías de las comunicaciones, con ampliación de la velocidad y capacidad de muchas redes y del software.

Estas tecnologías son polivalentes, cubren todos los ámbitos posibles. Unos de los problemas que se han planteado en los hogares han sido la simultaneidad de las conexiones. Desde la misma casa se estaba teletrabajando y estudiando y esto ha obligado a ampliar los puestos allí donde había limitación de hardware. Sin embargo, los teléfonos han sido de ayuda ya que son mini ordenadores y pueden ser utilizados con múltiples funciones al tener conexión, cámara, etc. Un teclado bluetooth, por ejemplo, lo puede convertir en una utilidad funcional para determinados trabajos que requieran conexión.

Basta con pensar unos segundos en lo que hubiera sido no poder disponer de nuestro actual grado de digitalización y comunicaciones para comprender el desastre absoluto que se habría podido producir con consecuencias inimaginables.

Otra cuestión es el grado de aceptación. Constantemente hemos sido bombardeados con una serie de rechazos a la tecnología, no siempre con fundamento, y alguna que otra vez con intenciones de sacar a la gente de sus casas. 

El rechazo es legítimo. Pero no se trata de eso. Ese rechazo ya tenía su sentido antes de la pandemia. Los recelos anti tecnológicos han sido una constante. Lo que se considera aquí es el disponer de una herramienta, nos guste o no, con la que poder mitigar los efectos desastrosos de este proceso en el que llevamos casi dos años inmersos.

El rechazo a la tecnología —al control, a la vigilancia, a la reducción de puestos de trabajos, etc.— no es nuevo y tampoco se puede negar como preocupaciones. Se trata de evaluar los pro y contra de cada situación en un momento dado. El hecho es que nos ha permitido superar situaciones que habrían sido muy negativas.


El contacto humano es insustituible, efectivamente. Pero si este contacto se vuelve peligroso, como es el caso, las relaciones virtuales —que ya existían— adquieren un sentido distinto.  Mucho se ha hablado de la "fatiga", del síndrome de Zoom, por estar expuesto muchas horas a sesiones telemáticas, ya sean de trabajo, educación o sociales. Me imagino que el sentimiento podría ser mucho más nocivo si nos hubiéramos quedado completamente aislados.

En mi caso, la tecnología de las comunicaciones me ha permitido mantener (e intensificar incluso) las relaciones esenciales. Con anterioridad a la pandemia, la distancia de muchos de mis alumnos me había permitido crear espacios virtuales para poder trabajar. Ha habido que extenderlo a otros, pero la experiencia previa ha sido de gran ayuda.

Unos se han adaptado mejor que otros, pero creo que los resultados no frente a la "normalidad" sino a lo que habría sido un cierre absoluto o una apertura irresponsable no admite muchas dudas.

Preferimos muchas veces quejarnos antes que buscar soluciones eficaces. La actitud, igualmente, hace mucho en un caso como este que vivimos en el que el momento es un factor esencial. La adaptabilidad es un valor esencial, tanto más en una situación de rápidos cambios constantes, pero ciertamente previsibles. Otra cosa es que no queramos verlos porque en la mayoría de los casos son efecto de nuestras acciones.


No deja de ser interesante que solo nos fijemos en determinados sectores, los que menos adaptación tienen, mientras que ignoramos muchos otros en los que la adaptación ha sido mucho mejor y se han podido realizar muchas acciones manteniendo el ritmo de trabajo.

Es evidente que hay sectores más perjudicados que otros, pero debemos hacer una evaluación más ajustada a la totalidad. Se echa en falta algún tipo de medición conjunta por sectores y establecer cómo ha ido afectando a cada uno de ellos. Se podría evaluar así de una forma más precisa. Ya ha pasado un tiempo suficiente como para poder establecer los sectores más afectados en este tiempo de pandemia.

Por mucho que nos parezca imperfecta, es la tecnología la que ha posibilitado a la Ciencia desarrollar vacunas con la información disponible. Sin los avances tecnológicos, difícilmente se podría haber avanzado tanto en tan poco tiempo. Hemos pulverizado los registros temporales anteriores y seguimos avanzando. Eso es también "tecnología".

Sobre los efectos psicológicos, no es fácil aislar la tecnología de otro tipo de factores, por ejemplo, los estados de ansiedad por el miedo a perder el empleo, el mucho tiempo pasado encerrados, etc. La psique no está compartimentada y los factores que pueden afectarla son muchos., Habrá quien se haya sentido perjudicado por el uso de la tecnología, pero habrá muchos otros que hayan aliviado su aislamiento gracias a la conexión con otros o trabajando a distancia no viendo peligrar su puesto. Es mejor, indudablemente, trabajar a distancia que perder el empleo, como ha ocurrido en muchos sectores de difícil adaptación.

Decir "tecnología" es decir demasiadas cosas. Es una gran palabra que supone muchas cosas entre las que vivimos, muchas de ellas son ya invisibles para nosotros. Solo nos damos cuenta cuando nos faltan.

Creo que la deshumanización que padecemos tiene un origen plenamente humano, algo de lo que la tecnología no nos ha librado, pero tampoco es responsable último. No es la tecnología, sino el egoísmo, un mal del que ninguna tecnología podrá curarnos, solo nuestro deseo de compartir, algo distinto del mero intercambiar. El sentido de estar aislados tiene raíces más sociales que tecnológicas.

Mi amigo, que es muy buena persona, no piensa realmente que sea la tecnología la que le separa de los demás, sino que esta última le ha pillado tarde y no se siente con fuerza para meterse en nuevas aventuras. Es muy importante que evitemos este gap generacional con las personas que sí se pueden quedar aisladas por la ampliación de la distancia tecnológica, cada vez mayor. En el fondo, lo que le preocupa es la soledad vacía a la que enviamos a los que no nos son "útiles" en esta vida tan interesada —más que interesante— que llevamos.

Hay que evitar que en estos tiempos con abismos de soledad, la tecnología se convierta en un obstáculo más. Nos hemos ocupado de la "alfabetización digital" de los jóvenes, pero no de los adultos. Y nuestras sociedades envejecen más rápido de lo que pensamos. La tecnología no tiene porqué ser un obstáculo; somos nosotros los que le damos sentido.


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