Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Tengo un amigo que le echa la culpa de todo a la Tecnología. Intento convencerle que la tecnología, por contra, nos está salvando de muchas cosas en este desastre al que asistimos. Es cierto que decir "tecnología" es no decir mucho. Cuando la gente dice "tecnología", se está refiriendo a la que se introduce en nuestras vidas cotidianas.
Nos beneficiamos de muchas de estas cosas, pero solo se perciben las negativas. Es un principio psicológico de poderoso efecto: lo
positivo se vuelve transparente y nos olvidamos de ello; lo negativo, en
cambio, es un lastre doloroso del que siempre nos quejamos porque no logramos olvidarnos
de ello.
La
tecnología nos ha salvado precisamente allí donde nos ha permitido mantener en
marcha la actividad, tanto económica y laboral como personal. Como ocurre con
otras grandes catástrofes —¡y esto lo es!—, suelen hacer que avancemos hacia
soluciones y que desarrollemos posibilidades con las que cubrir los déficits.
Es
indudable que gracias a las tecnologías de redes y de las comunicaciones hemos
podido resolver muchos problemas en muchos ámbitos. Nuestra sociedad ya está
digitalizada y con redes eficaces. En mi campo, la educación, hay sectores que
estaban medianamente desarrollados. Excluyo las instituciones "a
distancia" ya existentes, que no han tenido mucho que cambiar, aunque han
debido ampliar sus prestaciones.
Las
instituciones de enseñanza han podido, pese a las resistencias, cumplir una
parte importante de sus funciones. Se trata de eso, de poder cumplir los
objetivos buscados de la mejor manera posible. Evidentemente, no hay sustitutos
perfectos, pero si remedios suficientes.
Lo mismo ha ocurrido con gran parte del teletrabajo al que previsiblemente volveremos de forma intensiva a la vista de la evolución de la pandemia. En vez de mirarlo como un problema, sería mejor contemplarlo como una solución a una parte de los objetivos por cumplir.
Las
relaciones sociales ya son en gran medida virtuales. Evidentemente era una
combinación de encuentros reales y virtuales la que ya existía antes de la
pandemia. Las redes permitían el contacto virtual con personas de todo el
mundo. Ahora que se limita nuestra vida social en persona, las relaciones
virtuales se han ampliado gracias a las tecnologías de las comunicaciones, con ampliación
de la velocidad y capacidad de muchas redes y del software.
Estas tecnologías son polivalentes, cubren todos los ámbitos posibles. Unos de los problemas que se han planteado en los hogares han sido la simultaneidad de las conexiones. Desde la misma casa se estaba teletrabajando y estudiando y esto ha obligado a ampliar los puestos allí donde había limitación de hardware. Sin embargo, los teléfonos han sido de ayuda ya que son mini ordenadores y pueden ser utilizados con múltiples funciones al tener conexión, cámara, etc. Un teclado bluetooth, por ejemplo, lo puede convertir en una utilidad funcional para determinados trabajos que requieran conexión.
Basta con
pensar unos segundos en lo que hubiera sido no poder disponer de nuestro actual
grado de digitalización y comunicaciones para comprender el desastre absoluto
que se habría podido producir con consecuencias inimaginables.
Otra cuestión es el grado de aceptación. Constantemente hemos sido bombardeados con una serie de rechazos a la tecnología, no siempre con fundamento, y alguna que otra vez con intenciones de sacar a la gente de sus casas.
El
rechazo es legítimo. Pero no se trata de eso. Ese rechazo ya tenía su sentido
antes de la pandemia. Los recelos anti tecnológicos han sido una constante. Lo
que se considera aquí es el disponer de una herramienta, nos guste o no, con la
que poder mitigar los efectos desastrosos de este proceso en el que llevamos
casi dos años inmersos.
El rechazo a la tecnología —al control, a la vigilancia, a la reducción de puestos de trabajos, etc.— no es nuevo y tampoco se puede negar como preocupaciones. Se trata de evaluar los pro y contra de cada situación en un momento dado. El hecho es que nos ha permitido superar situaciones que habrían sido muy negativas.
El contacto humano es insustituible, efectivamente. Pero si este contacto se vuelve peligroso, como es el caso, las relaciones virtuales —que ya existían— adquieren un sentido distinto. Mucho se ha hablado de la "fatiga", del síndrome de Zoom, por estar expuesto muchas horas a sesiones telemáticas, ya sean de trabajo, educación o sociales. Me imagino que el sentimiento podría ser mucho más nocivo si nos hubiéramos quedado completamente aislados.
En mi
caso, la tecnología de las comunicaciones me ha permitido mantener (e intensificar
incluso) las relaciones esenciales. Con anterioridad a la pandemia, la
distancia de muchos de mis alumnos me había permitido crear espacios virtuales
para poder trabajar. Ha habido que extenderlo a otros, pero la experiencia
previa ha sido de gran ayuda.
Unos se
han adaptado mejor que otros, pero creo que los resultados no frente a la "normalidad"
sino a lo que habría sido un cierre absoluto o una apertura irresponsable no
admite muchas dudas.
Preferimos muchas veces quejarnos antes que buscar soluciones eficaces. La actitud, igualmente, hace mucho en un caso como este que vivimos en el que el momento es un factor esencial. La adaptabilidad es un valor esencial, tanto más en una situación de rápidos cambios constantes, pero ciertamente previsibles. Otra cosa es que no queramos verlos porque en la mayoría de los casos son efecto de nuestras acciones.
No deja
de ser interesante que solo nos fijemos en determinados sectores, los que menos
adaptación tienen, mientras que ignoramos muchos otros en los que la adaptación
ha sido mucho mejor y se han podido realizar muchas acciones manteniendo el
ritmo de trabajo.
Es
evidente que hay sectores más perjudicados que otros, pero debemos hacer una
evaluación más ajustada a la totalidad. Se echa en falta algún tipo de medición
conjunta por sectores y establecer cómo ha ido afectando a cada uno de ellos.
Se podría evaluar así de una forma más precisa. Ya ha pasado un tiempo
suficiente como para poder establecer los sectores más afectados en este tiempo
de pandemia.
Por
mucho que nos parezca imperfecta, es la tecnología la que ha posibilitado a la
Ciencia desarrollar vacunas con la información disponible. Sin los avances
tecnológicos, difícilmente se podría haber avanzado tanto en tan poco tiempo.
Hemos pulverizado los registros temporales anteriores y seguimos avanzando. Eso
es también "tecnología".
Sobre
los efectos psicológicos, no es fácil aislar la tecnología de otro tipo de
factores, por ejemplo, los estados de ansiedad por el miedo a perder el empleo,
el mucho tiempo pasado encerrados, etc. La psique no está compartimentada y los
factores que pueden afectarla son muchos., Habrá quien se haya sentido
perjudicado por el uso de la tecnología, pero habrá muchos otros que hayan
aliviado su aislamiento gracias a la conexión con otros o trabajando a
distancia no viendo peligrar su puesto. Es mejor, indudablemente, trabajar a
distancia que perder el empleo, como ha ocurrido en muchos sectores de difícil
adaptación.
Decir "tecnología" es decir demasiadas cosas. Es una gran palabra que supone muchas cosas entre las que vivimos, muchas de ellas son ya invisibles para nosotros. Solo nos damos cuenta cuando nos faltan.
Creo
que la deshumanización que padecemos tiene un origen plenamente humano, algo de
lo que la tecnología no nos ha librado, pero tampoco es responsable último. No es la tecnología, sino el egoísmo,
un mal del que ninguna tecnología podrá curarnos, solo nuestro deseo de
compartir, algo distinto del mero intercambiar. El sentido de estar aislados tiene raíces más sociales que tecnológicas.
Mi amigo, que es muy buena persona, no piensa realmente que sea la tecnología la que le separa de los demás, sino que esta última le ha pillado tarde y no se siente con fuerza para meterse en nuevas aventuras. Es muy importante que evitemos este gap generacional con las personas que sí se pueden quedar aisladas por la ampliación de la distancia tecnológica, cada vez mayor. En el fondo, lo que le preocupa es la soledad vacía a la que enviamos a los que no nos son "útiles" en esta vida tan interesada —más que interesante— que llevamos.
Hay que evitar que en estos tiempos con abismos de soledad, la tecnología se convierta en un obstáculo más. Nos hemos ocupado de la "alfabetización digital" de los jóvenes, pero no de los adultos. Y nuestras sociedades envejecen más rápido de lo que pensamos. La tecnología no tiene porqué ser un obstáculo; somos nosotros los que le damos sentido.
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