viernes, 16 de julio de 2021

La actualidad y viceversa

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)




¿Qué es la actualidad? Algo que oscila entre el COVID-19 y Britney Spears, entre el cambio climático y Rocío Carrasco, entre la Asamblea de las NU y la isla de las tentaciones, entre el asesinato del presidente de Haití y la lesión del segundo metacarpo de una de nuestras representantes olímpicas frustradas. Podríamos seguir así hasta el infinito, preguntándonos qué es esta montaña rusa que aparecen cada día en nuestras pantalla y papeles, que salen por nuestras ondas y se convierten en motivo de conversación de tertulianos, debates en los chats y discusiones de terracita.

La "actualidad" no es lo que pasa, es lo que se cuenta. Porqué motivos se haga, es ya otra cuestión, desde los intereses económicos o políticos hasta la siembra metódica de la estupidez, que puede no diferir mucho de lo económico y lo político.

La idea de actualidad se ha convertido en una especie de chistera programada de mago que tiene como finalidad sorprendernos, llamar nuestra atención, uno de los generadores de beneficios mayores que se han inventado y, por ello, de los más disputados.

Los efectos sobre la prensa seria, antes diferente de la sensacionalista, causan estragos, reduciendo el nivel de credibilidad. Con la reducción de la prensa material, en papel, donde se competía con los titulares de la primera página en el quiosco, y la conjunción de noticias en la cambiante página digital en las pantallas, el arte de atraer la atención ha pasado a ser esencial en la supervivencia en un campo en el que casi todo depende de los milisegundos que tardamos en ver un titular, una foto, en fin, una promesa de sacarnos de nuestro aburrimiento existencial, nuestro consumismo compulsivo y nuestra nueva centralidad en el universo. Ya no importa lo que ocurre, sino que importa lo que nos importa. De ahí que los responsables de definir cada día la actualidad (lo que nos puede importar) tengan que estudiarnos al detalle y, especialmente, modelarnos como futuros receptores. En efecto, es más sencillo formar a tu público, hacerle adicto a lo que debe interesarle, que tener que seguirle continuamente para descubrir qué le interesa.



La competencia —allí donde es posible— por hacerse con nuestra atención es feroz, aunque no lo percibamos demasiado, como el pez acaba olvidándose del agua y nosotros del aire. Solo su escasez nos hace revolvernos.

Comprender los mecanismos de la adicción se ha convertido en algo indispensable en el feroz mundo de la información. Hacerse con nuestros datos y huellas digitales es esencial y valen su peso en oro, pese a que los datos no pesan en la nueva economía digital. Pero son realmente el petróleo de esta nueva forma de economía que se base en atención.

Es interesante la expresión "prestar atención", ya que implica que la damos momentáneamente. Hoy es más "atrapar" la atención y, de no mediar otros factores, se quedarían con ella. El ideal es la persona embobada ante una pantalla. Ya es una forma de consumo, ya que es contabilizada y rentabilizada. Pero este mundo se ha hecho mucho más complejo ya que los usuarios son víctimas de una serie de efectos secundarios, como es la hiperactividad, por un lado, la falta de concentración que les impide mantenerse mucho tiempo ante un estímulo, que tiende a saturarse y necesita de la variación para ser eficaz, que el espectador/lector/consumidor se mantenga ante nuestro torrente de estímulos calculados para mantener su atención mediante variaciones dentro de determinados patrones de repetición.



¿Cómo conseguir que lo que más nos importe en el mundo es el guión artificioso de personajes sin más trascendencia que la que les concede el hecho de que les miremos? Indudablemente convirtiéndolos en el centro de nuestras ociosas (nocturnas y diurnas) vida, convertidas las más de las veces en rutinas a la espera de ese momento de reactivación en el que el personaje convertido en objeto de interés (como existe el objeto de deseo y con el que está sin duda emparentado) reaparece para calmar la ansiedad alentada por el constante recordatorio de que "volverá", que hará "revelaciones espectaculares", que "nos abrirá su corazón".

En el campo de la televisión y las redes sociales, ha adquirido poder el vídeo efímero que es elevado al rango de noticia de primera. Lo que se convierte en actualidad es lo que puede ser vehiculado a través de los medios convergentes. La edición digital multimedia de los diarios les hace sucumbir a la misma explosión de la imagen que se nos cuela desde los teléfonos y que captan el acontecimiento extremo (una bola de golf golpeada por un rayo) o el vulgar emotivo (los lametones de un cachorro), el histórico (la muerte de George Floyd a pies de su asesino) o el trivial absoluto (ponga aquí su ejemplo favorito).

Muchos medios, especialmente las televisiones, revisan cientos o miles de vídeos de las redes sociales antes que las noticias del mundo. Saben que es más barato y eficaz, ya que no provienen del profesional, sino del "pueblo" mismo; es el ascenso del amateur empático, aquel que mira y registra el acontecimiento trivial que nos hubiera gustado vivir.



Las televisiones son complejas porque solo una parte de ellas es realmente informativa; en el resto de su programación, muchas veces se producen explosiones de trivialidad ascendida para captar nuestra atención. Ya tenemos algunas familias, de los abuelos a los nietos, que se han convertido en parte del paisaje nacional. A diferencia, por ejemplo, de las Kardashian que tienen su propio show, su reality, las nuestras son objeto de observación exterior, de comentarios de decenas de personas cuya cualificación es saberse su vida de pe a pa, tener acceso a fuentes que les permiten garantizar que lo que dicen es mentira y que lo que callan es verdad y viceversa. Son fenómenos transversales, atraviesan sus programaciones de un lado a otro, de la mañana a la madrugada.

En España, el caso de Tele5 es paradigmático de este procedimiento del reality transversal, del comadreo y compadreo informativo. Son la gran familia virtual en la que muchos se insertan como parte de sus vidas, en las que se hacen hueco mutuamente.

Para el que está fuera de este juego —no le llama la atención—, le resulta incomprensible, algo casi extraterrestre. Pero para el que está dentro es un universo por el que se mueve, que le exige continuidad.

Las redes, chats, etc. son formas de agrupación sobre intereses, algo que permita que lo más extravagante que se nos pueda ocurrir tenga un número sorprendente de "seguidores", de fieles a lo que sea, que se refuerzan mutuamente, ya sea para difundir una ideología terrorista o un club de fans del más soso de los personajes imaginables. Son los seguidores de Trump o del Rockefeller de JL Moreno, pongamos por caso. Se unen alrededor del ídolo que puede jugar con ellos y lanzarlos a asaltar el Capitolio con una leva insinuación o con un manifiesto.




Todo —terremotos, asesinatos, deslices, chascarrillos, magnicidios, robos, concursos, finales deportivas, premios, incendios, rupturas, nacimientos...— ocurre ahora ante nosotros, muchas veces para nosotros, como el que se quemaba a lo bonzo, que hoy lo remataría con un selfie o retransmitiéndolo por Facebook, como ya ha ocurrido con suicidios y matanzas. No creo que Guy Debord pudiera imaginarse que el "espectáculo" diera para tanto.

Nos dice un titular de RTVE.es "Cada vez que Inglaterra pierde un partido, los ataques a mujeres suben un 38%". Los expertos discutirán si "correlación" o "causalidad", pero algo hay que hace que la frustración se transforme en violencia o quizá solo sea violencia que cambia de víctima, del contrario en la pantalla o el campo a las mujeres que lo acaban pagando. Evidentemente, no es culpa del deporte, sino la violencia de la excitación. Los ataques, amenazas e insultos racistas a los que fallaron penaltis en la final de la Eurocopa o la violencia física contra los seguidores italianos, muestra que hay un juego "tensión-frustración" que es peligroso. Ha habido "guerras del fútbol" y graves disturbios como consecuencia directa de los partidos. Es una muestra más de ese dejarse arrastrar que nos lleva a ignorar las jerarquías de los hechos en sociedades en las que los comentaristas deportivos tienen —no se sabe bien porqué— la costumbre de chillar más que los de otros campos, transmitiendo así la "emoción" que luego no es fácil parar. ¡Es la épica del deporte!



Todo está relacionado. Las cosas que ocurren en un lugar repercuten en otro. Cada uno se ha creado su propia actualidad en donde las cosas importantes para nosotros nos son servidas en bandejas atencionales, listas para consumir la información aderezada a nuestra medida. Cada vez es mayor el aumento de lo trivial respecto a lo importante; cada vez esa actualidad que se crea para nosotros es menos cercana a la realidad que nos debería interesar para considerarnos realmente informados.

No siempre estamos mejor informados, sino más sacudidos, más impactados, más excitados. La exposición a la información, tal como se practica y nos envuelve, puede llevarnos a comprender mejor lo que nos rodea o, por el contrario, puede arrastrarnos a una fantasía absorbente de la que muchos no salen.

No solo necesitamos buenos informadores. Hacen falta espectadores inteligentes, capaces de comprender y exigir mejor información. No es fácil encontrarlos; escasean cada vez más.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.