Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Los
medios nos dicen que cuatro de cada diez contagios en Europa se producen en
España. Y en España nos dicen que la inmensa mayoría se están produciendo en
una franja de edad a la que llaman "joven". De nuevo, como
lunes, ya desde los primeros noticiarios de la madrugada se nos muestran
imágenes similares a las de todos los lunes: botellones y fiestas repartidas
por toda la geografía española. Esta vez están acompañadas por las imágenes de
las comunidades en la que la gente más joven acude a vacunarse.
Si bien por muchos jóvenes
que se nos muestren incumpliendo, no son "todos" los jóvenes, las
cifras comentadas sobre los datos europeos dicen que sí son
"bastantes", que esto es una cuestión generacional, de una forma de ver
el mundo, en gran medida.
Los
efectos que estas nuevas oleadas brutales de contagios están teniendo sobre las
expectativas de sectores como el turismo y el esfuerzo hecho hasta el momento
por muchos para poder bajar los indicadores y mantener en marcha una economía
castigada no parecen conmover a nadie. Yo soy yo y me sobran las
circunstancias.
Las
explicaciones que dan los que se encuentran en las colas tampoco ayudan mucho,
pues mayoritariamente se refieren a poder irse de vacaciones o poder seguir con
el mismo tren de vida sin contagiar a la familia, ya que siguen dependiendo de
ellas.
De poco
sirven las noticias que nos hablan de ingresados jóvenes en plantas y algunos
en UCI. En algo se ha fallado, ya sea en la comunicación (seguro que sí) o en
la educación (indudablemente) que transmitimos, a la formación en valores.
Los ejemplos que la Eurocopa nos ha dejado nos muestran igualmente celebraciones, algunas han acabado mal, como las de la final de ayer. Italia, nos dicen, tenía buenos datos, pero está por ver los efectos de estos días de celebraciones.
Pero nada de lo que vemos tiene algo que ver con lo que vemos. Ellos celebran algo; nosotros simplemente celebramos. Se han conseguido contener las fiestas tradicionales, de los Sanfermines a las fallas, pero no hemos conseguido frenar la celebración a secas, cuyos dos rasgos básicos son la concentración de personas y la ingesta de alcohol, dos pobres motivos pero por los que la gente está dispuesta a jugarse la vida propia, la de sus familiares y compañeros, hundir la economía que se basa en la confianza y seguridad.
Esta
vez no podemos echarle la culpa a nadie. Hemos sido nosotros los que hemos
espantado a nuestra principal fuente de ingresos: el turismo y todo lo que le
rodea. Cada vez son más gobiernos los que recomiendan no venir a España de
vacaciones. Los programas entrevistan a los encargados de hoteles que hablan de
las cancelaciones crecientes. Basta con mostrar las imágenes españolas para que
la avalancha se produzca.
Atrás
han quedado los intentos de "corredores turísticos seguros", como los
ideados para Baleares y Canarias del verano pasado. Con las cifras existentes
es difícil hablar de ellos.
Las
campañas de vacunación joven pueden ser un aliciente para intensificar los
contactos, ya que parece ser esta la principal motivación. Muchos han asumido que,
tras el pinchazo, pueden hacer lo que quieran. Del centro de vacunación al
botellón directamente, poco más o menos. Ignoran o quieren ignorar los plazos
que supone la vacuna para ser eficaz, los límites que se muestran con las
nuevas variantes y que hay gente vacunada que se reinfecta. Ignoran que,
vacunados, pueden seguir contagiando a otros.
Ha
fallado mucho la comunicación. Se entrevistan expertos y más expertos. Basta que
uno discrepe para que se descalifique a todos. Tenemos el inconcebible caso del
juez que se permitió decir que "un epidemiólogo era un médico de cabecera con
un cursillo". Los políticos tampoco han hecho mucho, pues usaron la
pandemia como arma arrojadiza y lo siguen haciendo.
Peor
todavía, muchos piensan en el "voto joven" en demasía, lo que les
impide afrontar con la energía suficiente el problema, que se evita analizar en
su origen. Del "no hay que estigmatizar a los jóvenes" de la ministra
Carolina Darias cuando los datos ya eran escandalosos y algunos medios hablaban
directamente de la "ola joven" del virus.
No
hemos desarrollado un concepto real de salud pública y del compromiso social
que esto supone. Por el contrario, se ha podido apreciar que muchas personas
carecen de ese concepto en una muestra de egocentrismo que nuestra propia
sociedad fomenta en su conjunto.
Nos
gusta pensar en nosotros como una sociedad solidaria y los somos en
determinados aspectos. Pero lo que estamos viviendo nos obliga a dejar atrás conceptos
ilusorios. Puedo entender que los contagios se den en personas que no
tienen más remedio que salir a ganarse el pan. No es este el caso. Mientras
muchos se sacrifican para poder salir de esto, otra parte de la sociedad (voy
más allá de las franjas de edad) es profundamente insolidaria y no ve más lejos
de su propio disfrute. Se han desentendido ya sea porque se sienten inmortales
o porque ya lo han pasado o les da igual, como señalaba a cámara un
entrevistado en un botellón.
Es solo
cuestión de tiempo que las mutaciones del virus traigan nuevas formas que se
muestren activas ante las vacunas. También habrá que explicarlo, aunque de poco
servirá para los que no quieren entenderlo para no privarse de la única meta en
su vida: eso que llamamos ocio, diurno o nocturno, al que se nos empuja a
través de sutiles y no tan sutiles formas.
Hemos
pasado por hacernos con perros para pasearlos, con sacar a los niños para
reunirnos en el parque con los amigos... Todo se
podía hacer con unas normas básicas: mascarillas y distancia, higiene y
ventilación. De las cuatro solo se sigue la cuarta por el simple motivo de
hacerse al aire libre. El golpe de efecto del gobierno retirando la mascarilla
en lugares públicos ha hecho retroceder uno de los mecanismos. Ahora ya no
saben cómo volver a imponerla.
La
pandemia del ocio, la pandemia gregaria, es un espectáculo que irrita más allá
del hecho mismo, pues nos devuelve una imagen de la sociedad que no es nada
alentadora. Es, por el contrario, desalentador pensar que este presente es
parte de la base de nuestro futuro.
Europa
nos teme y, peor, los que buscan esta irresponsabilidad compartida vendrán a
hacer aquí lo que no hacen en su país. El llamado "turismo de exceso"
tiene en ciertos lugares de nuestra geografía sus atractivos centros de reunión.
Lo dicen sin tapujos, ¿por qué iban a ocultarlo? Vienen a sumarse a lo que ven.
Queda
mucho para vencer a esta pandemia, sobre todo porque desbaratamos nuestros
propios esfuerzos a base de ignorar lo esencial. La vacunación es solo una
parte, una foto del coronavirus del pasado. Con cada mutación que se produce el
virus gana poder porque nuestras defensas se pueden quedar
"anticuadas" en cualquier momento.
Cuantos
más contagios se producen, más variantes aparecen; cuantas más variantes aparecen,
menos efectivas son las vacunas diseñadas. El mecanismo es sencillo de
entender, pero no lo son tantas las implicaciones en nuestras programadas vidas.
La velocidad con la que se transmite el virus depende de nosotros. La nueva
variante Delta es un explosivo presente que dará lugar a otras nuevas variantes
futuras, variantes más evolucionadas más ajustadas a sobrevivirnos. Los efectos
de las vacunas quedarán pronto olvidados y necesitaremos nuevas armas para
combatirlas..., pero no será con botellones ni con vacaciones porque estén los
viajes baratos y hay que aprovechar.
¿Cómo
hacerlo entender? El editorial de hoy del diario El País señala "Hay que salvar el turismo" Sí, ¿pero de quién? Leo un artículo en el que se dice comprender a los que salen porque dicen que les "han robado" lo que él tuvo, sus días de "gloria juvenil". Eso se decía antes de guerras y posguerras, que robaban la juventud. Mundos y tiempos difíciles. No creo que los botellones den para tanto juego. A los que han robado es a los que están ya en el otro mundo. Esos sí que se quedaron sin nada.
* Juan José Sanz Ezquerro (2017) Virus y superbacterias. Prevenir las epidemias del futuro. National Geographic-RBA
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