lunes, 12 de julio de 2021

El ocio robado

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)


Los medios nos dicen que cuatro de cada diez contagios en Europa se producen en España. Y en España nos dicen que la inmensa mayoría se están produciendo en una franja de edad a la que llaman "joven". De nuevo, como lunes, ya desde los primeros noticiarios de la madrugada se nos muestran imágenes similares a las de todos los lunes: botellones y fiestas repartidas por toda la geografía española. Esta vez están acompañadas por las imágenes de las comunidades en la que la gente más joven acude a vacunarse.

Si bien por muchos jóvenes que se nos muestren incumpliendo, no son "todos" los jóvenes, las cifras comentadas sobre los datos europeos dicen que sí son "bastantes", que esto es una cuestión generacional, de una forma de ver el mundo, en gran medida.

Los efectos que estas nuevas oleadas brutales de contagios están teniendo sobre las expectativas de sectores como el turismo y el esfuerzo hecho hasta el momento por muchos para poder bajar los indicadores y mantener en marcha una economía castigada no parecen conmover a nadie. Yo soy yo y me sobran las circunstancias.



Las explicaciones que dan los que se encuentran en las colas tampoco ayudan mucho, pues mayoritariamente se refieren a poder irse de vacaciones o poder seguir con el mismo tren de vida sin contagiar a la familia, ya que siguen dependiendo de ellas.

De poco sirven las noticias que nos hablan de ingresados jóvenes en plantas y algunos en UCI. En algo se ha fallado, ya sea en la comunicación (seguro que sí) o en la educación (indudablemente) que transmitimos, a la formación en valores.

Los ejemplos que la Eurocopa nos ha dejado nos muestran igualmente celebraciones, algunas han acabado mal, como las de la final de ayer. Italia, nos dicen, tenía buenos datos, pero está por ver los efectos de estos días de celebraciones.

Pero nada de lo que vemos tiene algo que ver con lo que vemos. Ellos celebran algo; nosotros simplemente celebramos. Se han conseguido contener las fiestas tradicionales, de los Sanfermines a las fallas, pero no hemos conseguido frenar la celebración a secas, cuyos dos rasgos básicos son la concentración de personas y la ingesta de alcohol, dos pobres motivos pero por los que la gente está dispuesta a jugarse la vida propia, la de sus familiares y compañeros, hundir la economía que se basa en la confianza y seguridad.



Esta vez no podemos echarle la culpa a nadie. Hemos sido nosotros los que hemos espantado a nuestra principal fuente de ingresos: el turismo y todo lo que le rodea. Cada vez son más gobiernos los que recomiendan no venir a España de vacaciones. Los programas entrevistan a los encargados de hoteles que hablan de las cancelaciones crecientes. Basta con mostrar las imágenes españolas para que la avalancha se produzca.

Atrás han quedado los intentos de "corredores turísticos seguros", como los ideados para Baleares y Canarias del verano pasado. Con las cifras existentes es difícil hablar de ellos.

Las campañas de vacunación joven pueden ser un aliciente para intensificar los contactos, ya que parece ser esta la principal motivación. Muchos han asumido que, tras el pinchazo, pueden hacer lo que quieran. Del centro de vacunación al botellón directamente, poco más o menos. Ignoran o quieren ignorar los plazos que supone la vacuna para ser eficaz, los límites que se muestran con las nuevas variantes y que hay gente vacunada que se reinfecta. Ignoran que, vacunados, pueden seguir contagiando a otros.

Ha fallado mucho la comunicación. Se entrevistan expertos y más expertos. Basta que uno discrepe para que se descalifique a todos. Tenemos el inconcebible caso del juez que se permitió decir que "un epidemiólogo era un médico de cabecera con un cursillo". Los políticos tampoco han hecho mucho, pues usaron la pandemia como arma arrojadiza y lo siguen haciendo.



Peor todavía, muchos piensan en el "voto joven" en demasía, lo que les impide afrontar con la energía suficiente el problema, que se evita analizar en su origen. Del "no hay que estigmatizar a los jóvenes" de la ministra Carolina Darias cuando los datos ya eran escandalosos y algunos medios hablaban directamente de la "ola joven" del virus.

No hemos desarrollado un concepto real de salud pública y del compromiso social que esto supone. Por el contrario, se ha podido apreciar que muchas personas carecen de ese concepto en una muestra de egocentrismo que nuestra propia sociedad fomenta en su conjunto.

Nos gusta pensar en nosotros como una sociedad solidaria y los somos en determinados aspectos. Pero lo que estamos viviendo nos obliga a dejar atrás conceptos ilusorios. Puedo entender que los contagios se den en personas que no tienen más remedio que salir a ganarse el pan. No es este el caso. Mientras muchos se sacrifican para poder salir de esto, otra parte de la sociedad (voy más allá de las franjas de edad) es profundamente insolidaria y no ve más lejos de su propio disfrute. Se han desentendido ya sea porque se sienten inmortales o porque ya lo han pasado o les da igual, como señalaba a cámara un entrevistado en un botellón.



Es solo cuestión de tiempo que las mutaciones del virus traigan nuevas formas que se muestren activas ante las vacunas. También habrá que explicarlo, aunque de poco servirá para los que no quieren entenderlo para no privarse de la única meta en su vida: eso que llamamos ocio, diurno o nocturno, al que se nos empuja a través de sutiles y no tan sutiles formas.

Hemos pasado por hacernos con perros para pasearlos, con sacar a los niños para reunirnos en el parque con los amigos... Todo se podía hacer con unas normas básicas: mascarillas y distancia, higiene y ventilación. De las cuatro solo se sigue la cuarta por el simple motivo de hacerse al aire libre. El golpe de efecto del gobierno retirando la mascarilla en lugares públicos ha hecho retroceder uno de los mecanismos. Ahora ya no saben cómo volver a imponerla.



La pandemia del ocio, la pandemia gregaria, es un espectáculo que irrita más allá del hecho mismo, pues nos devuelve una imagen de la sociedad que no es nada alentadora. Es, por el contrario, desalentador pensar que este presente es parte de la base de nuestro futuro.

Europa nos teme y, peor, los que buscan esta irresponsabilidad compartida vendrán a hacer aquí lo que no hacen en su país. El llamado "turismo de exceso" tiene en ciertos lugares de nuestra geografía sus atractivos centros de reunión. Lo dicen sin tapujos, ¿por qué iban a ocultarlo? Vienen a sumarse a lo que ven.

Queda mucho para vencer a esta pandemia, sobre todo porque desbaratamos nuestros propios esfuerzos a base de ignorar lo esencial. La vacunación es solo una parte, una foto del coronavirus del pasado. Con cada mutación que se produce el virus gana poder porque nuestras defensas se pueden quedar "anticuadas" en cualquier momento.



Nos dice el investigador del CSIC, Juan José Sanz Ezquerro, en su obra Virus y superbacterias (2017) que los virus "evolucionan muy rápido porque se reproducen en un corto período de tiempo y producen infinidad de nuevos individuos en cada ciclo de replicación. De este modo tienen la oportunidad de generar un gran repertorio de variación biológica, que es el sustrato sobre el que actúa la selección evolutiva. Pero, además, cuentan con mecanismos adicionales que aumentan su variabilidad, sobre todo en el caso de los virus ARN. [...] esta gran capacidad de evolución confiere a los virus grandes ventajas adaptativas que pueden manifestarse en cualquier paso de su ciclo de reproducción. Por ello, el conocimiento de estos mecanismos víricos de invasión y evasión es esencial de cara al diseño de nuevas armas terapéuticas y preventivas en la lucha contra los virus". (86-88)*



Cuantos más contagios se producen, más variantes aparecen; cuantas más variantes aparecen, menos efectivas son las vacunas diseñadas. El mecanismo es sencillo de entender, pero no lo son tantas las implicaciones en nuestras programadas vidas. La velocidad con la que se transmite el virus depende de nosotros. La nueva variante Delta es un explosivo presente que dará lugar a otras nuevas variantes futuras, variantes más evolucionadas más ajustadas a sobrevivirnos. Los efectos de las vacunas quedarán pronto olvidados y necesitaremos nuevas armas para combatirlas..., pero no será con botellones ni con vacaciones porque estén los viajes baratos y hay que aprovechar.

¿Cómo hacerlo entender?  El editorial de hoy del diario El País señala "Hay que salvar el turismo" Sí, ¿pero de quién? Leo un artículo en el que se dice comprender a los que salen porque dicen que les "han robado" lo que él tuvo, sus días de "gloria juvenil". Eso se decía antes de guerras y posguerras, que robaban la juventud. Mundos y tiempos difíciles. No creo que los botellones den para tanto juego. A los que han robado es a los que están ya en el otro mundo. Esos sí que se quedaron sin nada.

 


* Juan José Sanz Ezquerro (2017) Virus y superbacterias. Prevenir las epidemias del futuro. National Geographic-RBA


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