Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Empecemos por lo obvio. Un
contagio no es como romperse una pierna, un hecho aislado, que puede ser
fortuito o debido a factores específicos ligados a un punto, como una escalera
resbaladiza o una acera mal nivelada. Un contagio,
en cambio, es un elemento fuertemente social, ya que se parte de la proximidad
de las personas. Las personas se contagian porque están próximas; lo están en
unos determinados espacios, compartiendo una actividades comunes, agrupadas por
actividades que les agrupan (afinidades, intereses, familias, etc.) o por
compartir espacios (escuelas, dependencias, transportes, lugares de trabajo,
etc.). En ocasiones, se entremezclan actividades y espacios, ya que las unas y
las otras pueden tener fuerte vinculaciones.
Si la
gente resbala en una escalera y si hay varios casos, se puede arreglar la
escalera. En la pandemia, en cambio, los factores son de más complejidad,
pues no están ligados a un solo lugar o actividad, sino a muchos. La complejidad aumenta, pero siempre es posible usar eso que nos han dado llamado cerebro.
Las
epidemias se extienden por medio de contagios. Necesitan de nuestra proximidad,
por ello los factores de costumbre, los repetitivos, son fundamentales. No solo se debe a los
factores físicos del entorno (por ejemplo, la ventilación, la distancia o la
higiene), sino nuestras formas de interactuar socialmente, es decir, a cómo nos
relacionamos.
Esto es
fácil de entender, pero por lo que parece no es sencillo, trasladarlo a la
realidad en forma de medidas coherentes. Creo que el hecho de que hubiera
tantas muertes entre las personas mayores en las residencias distorsionó
percepción y medidas tomadas. La escala de edad obvia un elemento: que los fallecidos
de las residencias tienen más puntos en común con los jóvenes que los grupos
intermedios.
El
primer punto en común es la alta concentración dentro del mismo grupo. En una
empresa puede haber enormes variaciones de edad, desde el inicio de la edad
laboral hasta la jubilación. Si la edad está relacionada con la resistencia al
coronavirus, en las empresas hay gente de todas las edades. Los jóvenes y los
ancianos son, en lo que respecta a lo señalado, grupos con un contacto estrecho
y similar, la variante es, por supuesto, la mortandad. Los ancianos están
concentrados de forma constante mientras que con los grupos jóvenes ocurre lo
contrario, concentración intensa (reunión en un momento y contagio) y expansión
más a rápida porque, tras el contagio, conectan con otros grupos. Eso lo
entendieron los jóvenes que quisieron entenderlo: se hacían test antes de
regresar a casa. Si daban positivo, no iban; si daban negativo, podían dar el
salto al nuevo escenario grupal.
Si los
más mayores tenían un organismo marcado por su historial de enfermedades y las
defensas debilitadas por la propia vida, los jóvenes tienen un cuerpo más
resistente y mayores casos de asintomáticos.
Es
lógico que el sector con más muertes tuviera una atención prioritaria. Pero una
vez superado ese hecho, la estrategia de ir descendiendo debería haberse
variado porque ahora nos encontramos con un resultado inesperado: el proceso de
vacunación está solo a medias (lejos de ese 70% que el gobierno anunció) y el
que está sin vacunar al 100% es precisamente el que tiene una mayor intensidad
en las interacciones y en el peor momento, el periodo vacacional.
Cuando
se planteó en nuestra Junta de Facultad la cuestión de la
"seguridad", se nos hicieron llegar las directrices sobre cómo debía
atenderse la presencia en las aulas: número, distancias, etc. Mi intervención,
con poco resultado, fue para decir que las aulas no eran lo importante porque
podíamos establecer las reglas de juego, que lo que me preocupaba eran los
espacios de socialización, es decir, aquellos en los que los estudiantes se
reúnen fuera de normas. Solo me dio la razón expresamente una compañera
socióloga. Pronto se vio que era así, que el orden que se mantenía en el aula,
contrastaba con lo que ocurría en los periodos de descanso o al término del
día. Las reuniones sin medidas de seguridad en los aledaños, sobre el césped,
entre los dos edificios, etc. eran el reverso de las aulas; era un espacio
donde nadie seguía las normas y donde, peor todavía, nadie tenía la autoridad
para regularlo. Técnicamente, fuera del edificio, no hay más autoridad que la
pública, por lo que bastaba con poner un pie fuera del edificio para romper las
pautas de seguridad.
Incomprensiblemente,
se seguía (y sigue) hablando de "aulas" o "espacios seguros"
por mantener las distancias y normas cuando la gente se ha podido contagiar
antes de entrar o lo hará después. Mientras la gente está sentada, controlas
las distancia y el número; pero fuera...
Ahora
nos encontramos con un escenario poco deseable, el del rebote de los contagios
gracias a este doble factor: la inexistencia de la vacunación entre los
jóvenes, por un lado, y la llegada de lo podemos calificar de
"verano", un intenso y extenso periodo de interacciones sociales
dentro del grupo con el agravante de que muchos lo harán compartiendo el
espacio familiar, donde los más pequeños y las otras personas del grupo siguen
sin estar vacunados. Unos están sin ningún tipo de vacuna (los más pequeños),
de los que se que se dice serán vacunados en septiembre antes de empezar las
clases, y los demás, con la excepción de los abuelos, siguen sin estar todos
vacunados.
Sé que es fácil criticar cuando ya es complicado ponerle un remedio, más que por la logística en sí, por los cambios constantes de estrategia seguidos por las autoridades en uno y otro nivel. Las complicaciones de los tipos de vacunas, sobre qué dosis y cuándo, etc. han sido constantes en este periodo, lo que ha socavado la propia credibilidad de la autoridad, que se ha manifestado demasiado dubitativa y muchas veces "política", como ha ocurrido con la absurda norma de quitarse la mascarilla en público cuando precisamente más falta hacía con la llegada del verano, que es -como se ha visto- un semillero de contagios.
Creo que ha fallado la estrategia, que ha fallado el cálculo de obsesionarse con la edad y nada con la intensidad de las interacciones. Los números disparados de contagios y las proporciones de edad, con una enorme diferencia en la incidencia, solo se explican por el factor "joven" (para algunos llega a los 40) o, si se prefiere, por la forma de relacionarse. ¿No hubiera sido más lógico una doble línea, ascendente y descendente; una estrategia centrada en la vacunación en los puntos de concentración difíciles o imposibles de controlar? Espero que hayamos aprendido algo.
De no
ser algo serio, da cierta sensación chapucera que los contagios se hayan
producido en algo como los "viajes de fin de curso", supongo que
porque existe algún sector que vive de ello. ¿Qué sentido tiene —como se ha
señalado anteriormente— mantener el control durante el curso para luego
contagiarse en el final en un viaje? ¿Es absurdo? Sí, pero es una demostración
de esa forma tan peculiar de ver el mundo que implica que mientras no se
contagie en "mi" espacio ni bajo "mi" tutela, me importa
poco lo que ocurra diez metros más allá. Es una forma de ver el mundo muy
burocrática y percibida no desde la realidad de evitar contagios sino bajo el
prisma de "desde aquí no es mi problema".
Ahora ya será complicado variar el rumbo. Los que lo han pasado no quieren perderse nada de la diversión tan esperada; los que están asintomáticos dicen que se preocupen los demás de ir protegidos; los que están sin contagiar, ponen en la balanza lo que se van a perder y confían en su suerte y en la resistencia del organismo.
De todo lo que ha ocurrido en
Mallorca, en el macrobrote, hay menos de una docena ingresados y uno en la UCI,
al que le deseamos pronta recuperación. ¡Qué exagerados somos! Como diría Bolsonaro a pesar de los 600.000 muertos en Brasil, "¡una gripecita!"
El Diario de Mallorca nos trae la dimisión de la profesora, jefa de estudios y encargada de Covid-19 de su centro, expresada en forma de carta donde les dice. Creo que sus palabras son claras:
Sí, mi instituto es uno de los cuatro que
también se han visto salpicados por este brote y la responsabilidad es única y
exclusivamente de las personas que se han contagiado (alumnos del centro,
muchos de ellos menores aún -pero con sobrada información de la capacidad de
contagio y funcionamiento de este SARS-, y de los familiares que se lo han
permitido) porque como esta coordinadora covid les dijo a cuatro de estos
alumnos (dos de ellas finalmente fueron al viaje y otros dos, afortunadamente y
gracias a haber suspendido la asignatura de Lengua, no): "Os vais a Mallorca
en busca del coronavirus después de que durante meses, en el instituto, nos
hayamos dejado la vida para que no os contagiéis y no contagiéis a vuestras
familias".
Hasta donde pueda llegar mi testimonio en
este rinconcillo, os contaré que este viaje lamentable no tiene nada que ver
con el instituto (y puedo afirmar que con ninguno). La jefa del departamento de
Actividades Extraescolares, Jefatura de Estudios y Coordinación Covid19 no han
organizado ni mucho menos autorizado (puesto que ha sido ajeno al centro)
semejante estupidez con forma de contagio masivo. No solo eso sino que además,
la agencia de viajes que ha promovido este atropello sanitario les dio las
fechas del viaje cerradas coincidiendo con los exámenes de la evaluación
extraordinaria y se nos instó a que desde Jefatura de Estudios enviásemos a
dicha agencia un documento donde especificáramos que algunos alumnos habían
suspendido para que se les pudiera devolver el dinero puesto que ya lo habían
pagado (sin sospechar que podrían suspender y tener que examinarse en las
fechas marcadas para ello desde la dirección del centro).*
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