jueves, 1 de julio de 2021

Viajes sin sentido

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Empecemos por lo obvio. Un contagio no es como romperse una pierna, un hecho aislado, que puede ser fortuito o debido a factores específicos ligados a un punto, como una escalera resbaladiza o una acera mal nivelada. Un contagio, en cambio, es un elemento fuertemente social, ya que se parte de la proximidad de las personas. Las personas se contagian porque están próximas; lo están en unos determinados espacios, compartiendo una actividades comunes, agrupadas por actividades que les agrupan (afinidades, intereses, familias, etc.) o por compartir espacios (escuelas, dependencias, transportes, lugares de trabajo, etc.). En ocasiones, se entremezclan actividades y espacios, ya que las unas y las otras pueden tener fuerte vinculaciones.

Si la gente resbala en una escalera y si hay varios casos, se puede arreglar la escalera. En la pandemia, en cambio, los factores son de más complejidad, pues no están ligados a un solo lugar o actividad, sino a muchos. La complejidad aumenta, pero siempre es posible usar eso que nos han dado llamado cerebro.

Las epidemias se extienden por medio de contagios. Necesitan de nuestra proximidad, por ello los factores de costumbre, los repetitivos, son fundamentales. No solo se debe a los factores físicos del entorno (por ejemplo, la ventilación, la distancia o la higiene), sino nuestras formas de interactuar socialmente, es decir, a cómo nos relacionamos.



Esto es fácil de entender, pero por lo que parece no es sencillo, trasladarlo a la realidad en forma de medidas coherentes. Creo que el hecho de que hubiera tantas muertes entre las personas mayores en las residencias distorsionó percepción y medidas tomadas. La escala de edad obvia un elemento: que los fallecidos de las residencias tienen más puntos en común con los jóvenes que los grupos intermedios.

El primer punto en común es la alta concentración dentro del mismo grupo. En una empresa puede haber enormes variaciones de edad, desde el inicio de la edad laboral hasta la jubilación. Si la edad está relacionada con la resistencia al coronavirus, en las empresas hay gente de todas las edades. Los jóvenes y los ancianos son, en lo que respecta a lo señalado, grupos con un contacto estrecho y similar, la variante es, por supuesto, la mortandad. Los ancianos están concentrados de forma constante mientras que con los grupos jóvenes ocurre lo contrario, concentración intensa (reunión en un momento y contagio) y expansión más a rápida porque, tras el contagio, conectan con otros grupos. Eso lo entendieron los jóvenes que quisieron entenderlo: se hacían test antes de regresar a casa. Si daban positivo, no iban; si daban negativo, podían dar el salto al nuevo escenario grupal.



Si los más mayores tenían un organismo marcado por su historial de enfermedades y las defensas debilitadas por la propia vida, los jóvenes tienen un cuerpo más resistente y mayores casos de asintomáticos.

Es lógico que el sector con más muertes tuviera una atención prioritaria. Pero una vez superado ese hecho, la estrategia de ir descendiendo debería haberse variado porque ahora nos encontramos con un resultado inesperado: el proceso de vacunación está solo a medias (lejos de ese 70% que el gobierno anunció) y el que está sin vacunar al 100% es precisamente el que tiene una mayor intensidad en las interacciones y en el peor momento, el periodo vacacional.

Cuando se planteó en nuestra Junta de Facultad la cuestión de la "seguridad", se nos hicieron llegar las directrices sobre cómo debía atenderse la presencia en las aulas: número, distancias, etc. Mi intervención, con poco resultado, fue para decir que las aulas no eran lo importante porque podíamos establecer las reglas de juego, que lo que me preocupaba eran los espacios de socialización, es decir, aquellos en los que los estudiantes se reúnen fuera de normas. Solo me dio la razón expresamente una compañera socióloga. Pronto se vio que era así, que el orden que se mantenía en el aula, contrastaba con lo que ocurría en los periodos de descanso o al término del día. Las reuniones sin medidas de seguridad en los aledaños, sobre el césped, entre los dos edificios, etc. eran el reverso de las aulas; era un espacio donde nadie seguía las normas y donde, peor todavía, nadie tenía la autoridad para regularlo. Técnicamente, fuera del edificio, no hay más autoridad que la pública, por lo que bastaba con poner un pie fuera del edificio para romper las pautas de seguridad.


Incomprensiblemente, se seguía (y sigue) hablando de "aulas" o "espacios seguros" por mantener las distancias y normas cuando la gente se ha podido contagiar antes de entrar o lo hará después. Mientras la gente está sentada, controlas las distancia y el número; pero fuera...

Ahora nos encontramos con un escenario poco deseable, el del rebote de los contagios gracias a este doble factor: la inexistencia de la vacunación entre los jóvenes, por un lado, y la llegada de lo podemos calificar de "verano", un intenso y extenso periodo de interacciones sociales dentro del grupo con el agravante de que muchos lo harán compartiendo el espacio familiar, donde los más pequeños y las otras personas del grupo siguen sin estar vacunados. Unos están sin ningún tipo de vacuna (los más pequeños), de los que se que se dice serán vacunados en septiembre antes de empezar las clases, y los demás, con la excepción de los abuelos, siguen sin estar todos vacunados.

Sé que es fácil criticar cuando ya es complicado ponerle un remedio, más que por la logística en sí, por los cambios constantes de estrategia seguidos por las autoridades en uno y otro nivel. Las complicaciones de los tipos de vacunas, sobre qué dosis y cuándo, etc. han sido constantes en este periodo, lo que ha socavado la propia credibilidad de la autoridad, que se ha manifestado demasiado dubitativa y muchas veces "política", como ha ocurrido con la absurda norma de quitarse la mascarilla en público cuando precisamente más falta hacía con la llegada del verano, que es -como se ha visto- un semillero de contagios.



Creo que ha fallado la estrategia, que ha fallado el cálculo de obsesionarse con la edad y nada con la intensidad de las interacciones. Los números disparados de contagios y las proporciones de edad, con una enorme diferencia en la incidencia, solo se explican por el factor "joven" (para algunos llega a los 40) o, si se prefiere, por la forma de relacionarse. ¿No hubiera sido más lógico una doble línea, ascendente y descendente; una estrategia centrada en la vacunación en los puntos de concentración difíciles o imposibles de controlar? Espero que hayamos aprendido algo.

De no ser algo serio, da cierta sensación chapucera que los contagios se hayan producido en algo como los "viajes de fin de curso", supongo que porque existe algún sector que vive de ello. ¿Qué sentido tiene —como se ha señalado anteriormente— mantener el control durante el curso para luego contagiarse en el final en un viaje? ¿Es absurdo? Sí, pero es una demostración de esa forma tan peculiar de ver el mundo que implica que mientras no se contagie en "mi" espacio ni bajo "mi" tutela, me importa poco lo que ocurra diez metros más allá. Es una forma de ver el mundo muy burocrática y percibida no desde la realidad de evitar contagios sino bajo el prisma de "desde aquí no es mi problema".



Ahora ya será complicado variar el rumbo. Los que lo han pasado no quieren perderse nada de la diversión tan esperada; los que están asintomáticos dicen que se preocupen los demás de ir protegidos; los que están sin contagiar, ponen en la balanza lo que se van a perder y confían en su suerte y en la resistencia  del organismo. 

De todo lo que ha ocurrido en Mallorca, en el macrobrote, hay menos de una docena ingresados y uno en la UCI, al que le deseamos pronta recuperación. ¡Qué exagerados somos! Como diría Bolsonaro a pesar de los 600.000 muertos en Brasil, "¡una gripecita!"

El Diario de Mallorca nos trae la dimisión de la profesora, jefa de estudios y encargada de Covid-19 de su centro, expresada en forma de carta donde les dice. Creo que sus palabras son claras:

 

Sí, mi instituto es uno de los cuatro que también se han visto salpicados por este brote y la responsabilidad es única y exclusivamente de las personas que se han contagiado (alumnos del centro, muchos de ellos menores aún -pero con sobrada información de la capacidad de contagio y funcionamiento de este SARS-, y de los familiares que se lo han permitido) porque como esta coordinadora covid les dijo a cuatro de estos alumnos (dos de ellas finalmente fueron al viaje y otros dos, afortunadamente y gracias a haber suspendido la asignatura de Lengua, no): "Os vais a Mallorca en busca del coronavirus después de que durante meses, en el instituto, nos hayamos dejado la vida para que no os contagiéis y no contagiéis a vuestras familias".

Hasta donde pueda llegar mi testimonio en este rinconcillo, os contaré que este viaje lamentable no tiene nada que ver con el instituto (y puedo afirmar que con ninguno). La jefa del departamento de Actividades Extraescolares, Jefatura de Estudios y Coordinación Covid19 no han organizado ni mucho menos autorizado (puesto que ha sido ajeno al centro) semejante estupidez con forma de contagio masivo. No solo eso sino que además, la agencia de viajes que ha promovido este atropello sanitario les dio las fechas del viaje cerradas coincidiendo con los exámenes de la evaluación extraordinaria y se nos instó a que desde Jefatura de Estudios enviásemos a dicha agencia un documento donde especificáramos que algunos alumnos habían suspendido para que se les pudiera devolver el dinero puesto que ya lo habían pagado (sin sospechar que podrían suspender y tener que examinarse en las fechas marcadas para ello desde la dirección del centro).*


 Como se suele decir, se puede decir más alto, pero no más claro. Por eso es un escarnio que aquellos que fueron y quienes les financiaron y autorizaron, se presenten como víctimas, defensores de no se sabe muy bien qué libertad. El hastío de las personas que se han pasado el curso intentando mantener a los estudiantes a salvo del coronavirus es comprensible. Provoca depresiones ver este esfuerzo tirado a la basura por un poco de desmadre, de saltarse todo... porque tienen la sensación de que no va con ellos, de que no les pasa nada. Es lo mismo que manifiesta el personal sanitario cuando nos cuentan que salen agotados y se encuentran con botellones en la calle, la misma frustración y desesperanza. No es fácil de digerir.
La estrategia seguida debería haber seguido no solo a los años, sino la capacidad de entender las cosas, la responsabilidad y la solidaridad con los demás. No son fáciles de establecer, pero...
Las consecuencias de estos viajes estos viajes las tenemos delante; las causas nos cuesta reconocerlas por más que nos las pongan delante.


 * "Lee la carta viral de una jefa de estudios con alumnos afectados por el macrobrote de Mallorca" Diario de Mallorca 30/06/2021  https://www.diariodemallorca.es/buzzeando/2021/06/30/carta-jefa-estudios-alumnos-afectados-macrobrote-mallorca-54524946.html

 

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