Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Vivimos
en un mundo de pantallas e imágenes, de representaciones más que de realidades.
Todo es ya mediación y el enfrentarnos a la realidad desnuda puede ser una
experiencia demasiado frustrante cuando los estándares vienen del otro lado. De
esta forma, cada vez nos es más difícil ser lo que somos y nos resulta más
angustioso mostrarnos.
A ello
contribuye un mundo donde ha aumentado la vulnerabilidad. Exponerse es algo
real en los dos sentidos, el de mostrarse y el de arriesgarse. Los casos de
acoso desde la más tierna infancia son ya un hecho. Cualquier elemento
relacionado con el aspecto se vuelve peligroso si alguien decide que no le
gusta y comienza una campaña contra ti a la que se pueden sumar miles de
personas convertidas instantáneamente en jueces y verdugos, en tribunales
implacables.
En The New York Times, el columnista David Brooks escribe sobre esta forma de condicionamiento con el artículo titulado "¿Por qué no hablamos de la discriminación contra los feos?", que comienza de esta manera:
Un gerente en Estados Unidos se sienta en su oficina y decide despedir a una mujer porque no le gusta su piel. Si la despide porque su piel es morena, a eso le llamamos racismo y tenemos un recurso legal contra eso. Si la despide porque su piel es femenina, a eso le llamamos sexismo y tenemos un recurso legal contra eso. Si la despide porque su piel tiene marcas y la encuentra poco atractiva, bueno, de eso no hablamos mucho y en casi todo el país no existe ningún recurso legal contra eso.
Es desconcertante. Vivimos en una sociedad que aborrece la discriminación basada en muchas características. Y, sin embargo, una de las principales formas de discriminación es el aspectismo, el prejuicio contra lo poco atractivo. Y esto no recibe casi nada de atención ni genera mucha indignación. ¿Por qué?*
No le falta razón al hacerse esa pregunta. Quien dice la piel, dice el pelo o el vestido o cualquier otra circunstancia. Creo que es precisamente es aleatoriedad de las críticas a tu aspecto lo que establece su gran poder destructivo. En una sociedad que te juzga de forma permanente, tu mente se vuelve anticipativa, "cómo gustar" está en tu mente, te sientes como desfilando en una pasarela sin fin bajo las miradas atentas del resto de la humanidad.
Gran parte de nuestra vida se ha hecho pública o, si se prefiere, se convierte en "publicada". No existir en las redes sociales —el mayor monstruo devorador creado por la humanidad— es sencillamente no existir, especialmente para aquellas personas que necesitan llamar la atención y todos los que buscan estímulo por su inseguridad. Los segundos sufren más que los primeros. A muchos les encanta ser criticados —es una forma de llamar la atención— y se dedican a provocar. Están, por otro lado, los inseguros, los que cada día sienten que deben pasar una prueba ante el mundo y donde los comentarios negativos sobre su aspecto pueden ser un drama.
Es frecuente ya que muchas personas que llevan una vida publicada intensa se rebelen. Actores y actrices, gente popular por cualquier motivo, llegan a un día en el que dicen "¡basta!". Es el día en que hartos de ver cómo su vida es un espectáculo deciden romper la baraja y se muestran como son en la realidad, con todas sus imperfecciones. Esto es algo que suele tirar por la borda el trabajo de años, pero eligen entre vivir o mostrarse.
En estos días los medios han recogido la implantación en Noruega de una ley que establece la obligación de notificar que las fotografías publicadas han sido retocadas. En Antena3 se señalaba:
El Ministerio Noruego de Infancia e Igualdad de Noruega ha aprobado una ley que prohibirá a los influencers y a las marcas publicar imágenes promocionales retocadas sin antes incluir una etiqueta que determine que estas han pasado por un filtro o un programa de edición de fotografías.
Esta iniciativa tiene el objetivo de terminar con la publicidad engañosa y los estándares de belleza que tantos problemas de autoestima e inseguridades ocasionan entre los usuarios de las redes sociales y los contenidos publicitarios, generándoles expectativas irreales de lo que es la belleza.
Es por ello que, los creadores de contenido que quieran compartir fotografías retocadas con un filtro o un programa de edición tendrán que avisar de ello con una etiqueta que habilitará el gobierno noruego.
Pero hay que recalcar que no solo se aplicará en las publicaciones de las redes sociales, sino también se tendrá en cuenta en los carteles publicitarios que se muestran en ciudades, revistas, marquesinas, etc. Mientras que los ciudadanos de a pie podrán seguir utilizando los filtros.**
El aspectismo, tal como lo definía Brooks, como un prejuicio contra lo que no consideramos "bello", es una forma de establecer la irrealidad como norma reinante. Los modelos de belleza, que sirven a múltiples intereses, tienen detrás sus propios sectores que lo promueven. Por eso, la ley noruega se ha dirigido directamente a los influencers, una figura en la que se combina la propia exhibición como modelo que debe ser imitado.
Las críticas al aspecto esconden muchos intereses de sectores que se promocionan a través de estos canales personales trucados. La propuesta es absoluta; no seguirla significa estar del lado negativo y peligroso. Los propios seguidores actúan como jueces de todos aquellos que no siguen los modelos que ellos siguen, que se imponen temporalmente como valores centrales.
Obligar a señalar que las fotografías son irreales, que están trucadas es una forma de mostrar la trastienda de la propuesta, mostrar que eso se sustenta en la ocultación o manipulación. Es una forma de decir que esos modelos que queremos seguir no son realmente así, que solo se puede ser así "fotográficamente". Pero esta vida, por otro lado, no necesita ser real, solo mostrarse a los demás, por lo que el efecto de la ley noruega puede ser un paso, pero en modo alguno una victoria sobre esa ficcionalidad representativa que supone el autoprocesamiento de la imagen para ser (mostrarnos) ante los demás.
El columnista de The New York Times va más allá en su denuncia. El problema no es, señala, que no exista una Asociación Nacional de Feos que defienda el derecho a no ajustarse al canon establecido. David Brooks señala:
Mi respuesta general es que es muy difícil oponerse a los valores centrales de tu cultura incluso cuando se sabe que es lo correcto.
En las últimas décadas, las redes sociales, la meritocracia y la cultura de las celebridades se han fusionado para formar una cultura moderna que tiene valores casi paganos. Es decir, pone gran énfasis en la exhibición competitiva, los logros personales y en la idea de que la belleza física es una señal externa de belleza moral y valor en general.
La cultura pagana tiene cierto tipo de héroe ideal: aquellos genéticamente bien dotados en el ámbito atlético, en el de la inteligencia y en el de la belleza. Esta cultura percibe la obesidad como una debilidad moral y una señal de que estás en una clase social más baja.
Nuestra cultura pagana pone gran énfasis en el campo deportivo, la universidad y las pantallas de las redes sociales, donde la belleza, la fuerza y el coeficiente intelectual pueden exhibirse de la manera más impresionante.*
Coincido plenamente con este enfoque y en la "paganidad" señalada. Son valores, además, que carecen de empatía, que no perdonan la "debilidad", como vemos con frecuencia. El aspectismo tiene esa clara vertiente "supremacista" en la que se buscar apartar a aquellos que no son "estéticamente" compatibles con el modelo estándar. Esto se ha acrecentado en función del grado de presencia mediática que puedan tener las empresas o puestos. La necesidad de hacerse visibles conlleva la exigencia de ajustarse a los modelos.
La campaña contra la historiadora Mary Beard por su aspecto es una muestra clara de cómo actúa esta nueva intransigencia que exige la retirada de todo lo que no se ajuste a los nuevos cánones. Una especialista de prestigio mundial, gran comunicadora, parece ser demasiado para estos depuradores de las imágenes. Quieren que les hablen del mundo romano jóvenes atractivos. El rechazo ha sido grande, pero muestra la obsesión aspectista.
Otro ejemplo. En estos días pasados, la dirección del Festival de Cine de Cannes ha tenido que llamar seriamente la atención a los asistentes:
El Festival de Cannes recordó el jueves a los asistentes que el porte de mascarilla es obligatorio en las salas, después de que en las redes sociales se difundieran imágenes de espectadores sin estas.
«La mascarilla es la regla, la ley y la garantía de que el festival se realice hasta el final», dijo el delegado general del certamen, Thierry Frémaux, antes de una proyección.
Desde el arranque del festival el martes, se observó que parte del público asiste a las sesiones sin mascarilla y este jueves empezaron a multiplicarse los comentarios de indignación en Twitter.**
Es un ejemplo de la inversión que se produce en esta "cultura pagana". La mascarilla evita ser identificado. ¿Qué sentido tiene ir al Festival si los demás no saben que eres tú? El prestigio de los festivales es para que te vean y no para ver tú. En realidad, el Festival —como otros— es el reflejo de la importancia de los asistentes más que el de las películas. No se va a ver sino a que te vean... y la mascarilla lo evita. Basta ver las miradas hacia cámara de los que entraban sin mascarilla para comprender que buscaban ese conectar con quien estaba al otro lado. Si se salían a mitad de película, probablemente no le importara a nadie. El momento de gloria es el posado en la alfombra roja y este no se puede hacer con mascarilla. Son los propios medios los que han creado este engendro de la alfombra. A muchos medios no les importan las películas sino los asistentes; de la misma forma que a muchos asistentes tampoco les importan las películas sino el ser vistos. El festival, por otro lado, aumenta su prestigio en función de los asistentes y de la cantidad de medios atraídos por los famosos.
El aspecto es esencial. Lo exterior es lo importante. Lo mismo ocurre en el campo de la música, donde la voz pasa a ser secundario en beneficio del aspecto y la moda que se muestra. A muchas de las grandes estrellas de la canción o intérpretes les habría ocurrido hoy lo mismo que a Mary Beard. Los dioses paganos musicales no tienen porqué cantar bien; les basta con tener buena imagen para ser convertidos en éxito. En esto la MTV transformó el panorama. Sí, como decía aquella profética canción "El vídeo mató a la estrella de la radio". Doy gracias a que cantantes como Ella Fitzgerald, por poner un ejemplo, naciera en una época en la que una cantante se valoraba por la voz más que por su figura, su vestido o su peinado.
Desde hace algún tiempo muchos medios muestran la obsesión aspectista consistente en mostrarnos el "antes y el después" de personajes famosos del mundo de la música, del cine, del deporte. La gracia consiste en mostrarnos cómo eran hace 10, 20 o 30 años personas conocidas. Es una muestra de ese malsano interés por el aspecto que los propios medios cultivan porque saben que es contemplado desde esa crítica social que da juego para el mundo de las pantallas. Las ediciones digitales han dado cabida a este mundo de la imagen comparativa por su propia economía, ya que es un recurso muy barato. Las colecciones de personajes enfrentados al efecto del paso del tiempo parecen privar del derecho a envejecer, a que tu cuerpo cambie, a que tu rostro refleje el paso de los años. Envejecer es tratado como una enfermedad o, peor, como una curiosidad sujeta a crítica. Recuerdo que me impactaron las palabras de una presentadora de televisión sobre el actor James Spaader, el protagonista y productor de la serie The Blacklist, un comentario despectivo sobre estar "gordo y calvo". A nadie parecieron importarle. Supongo que los buenos resultados de la serie le compensarán por estos comentarios. Pero no siempre es así.
Lo malo de todo esto son los efectos que tiene sobre muchas personas. Conozco a algunas que son irreconocibles en sus fotos de las redes sociales ya que todas sus fotos están trucadas. La baja autoestima por la presión que sienten les hace vivir con miedo a las burlas, los ataques o que a alguien ponga que una foto no les gusta.
Una alumna me pidió hace unos años hacerse una foto al término de la defensa de su Trabajo de Fin de Máster. Mi sorpresa grande fue al ver su foto publicada en Facebook. Yo era yo, pero ella había sustituido su rostro completo por el de un personaje de "manga". No quería mostrarse ella misma, aunque no quería renunciar a un recuerdo con su "profe". La foto real la conservaría alejada de las miradas; a los otros les deba una ficción protectora.
El problema tiene ya cierta trascendencia porque la vida publicada se extiende y por la actitud cada día más beligerante y osada de estos supremacistas del aspecto, vendedores de mundos retocados y perfectos. Se extienden también sus efectos gracias a la amplificación de redes y medios. La legislación de diversos países exige que se avise de las fotos retocadas, pero eso es solo una parte del problema. El problema real, a pie de calle, es precisamente el que exige que la gente esconda su imagen bajo retoques defensivos. Hay conexión entre ambos, pero no creo que reduzca el problema del acoso, de la discriminación por el aspecto en sus diversos niveles, del escolar al laboral pasando por el puramente personal.
El problema es esa "cultura de la paganidad" convertida en cultura del éxito, en la apariencia llevada al extremo de ley social, a autoritarismo que supone sobre la vida de los otros.
* David Brooks "¿Por qué no hablamos de la discriminación contra los feos?" The New York Times 6/07/2021 https://www.nytimes.com/es/2021/07/06/espanol/opinion/discriminacion-feos-belleza.html
** "Noruega prohibirá por ley los retoque de fotos sin avisar de influencers" Antena3 3/07/2021 https://www.antena3.com/noticias/tecnologia/noruega-prohibira-ley-retoque-fotos-avisar-influencers_2021070360e0bd6e1bebaa0001748622.html
** "El Festival de Cannes llama al orden: ‘La mascarilla es obligatoria’" La Razón / La Revista https://www.la-razon.com/la-revista/2021/07/08/el-festival-de-cannes-llama-al-orden-la-mascarilla-es-obligatoria/
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