miércoles, 28 de julio de 2021

Casos olímpicos, otra mentalidad

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Parece que estos Juegos Olímpicos se van a recordar por muchas cosas más que por el Coronavirus, la ausencia de público y el aplazamiento de un año. Todavía recuerdo cuando el año pasado, a poco más de un mes los responsables decía que se celebrarían "sí o sí", por encima de cualquier circunstancia. Finalmente hubo que esperar un año y hasta hace pocos días todavía se mantenían las dudas. Todavía hoy, nos llegan a los noticiarios las imágenes de muchos japoneses se manifiestan en las calles pidiendo que se suspendan.

Pero mascarillas y gradas vacías, el constante peligro de que un positivo te sorprenda antes de comenzar una competición (como el caso del español Jon Rahm en el golf, recontagiado), etc. van a pasar a segundo término cuando se cierren los juegos. No va a ocurrir así con algunas de las cuestiones que se están planteando ahora y que abren debates que hasta el momento habían quedado aparcados.

Las Olimpiadas son un gigantesco evento, con amplias infraestructuras entre celebraciones, una maquinaria cuyas ramificaciones se extienden por prácticamente por todo el planeta. Por este motivo, los intereses tras ellos y en ellos mismos son superiores a los deportivos que son, finalmente, la materia prima que permite la elaboración del "producto" final, la celebración deportiva en sí misma, hacia la que se giran cientos de millones de miradas. Al final, es esa mirada la que permite al deportista poder dirigirse a aquellos que le contemplan.



Esas miradas son las que ha aprovechado Tom Daley cuando se ha reivindicado como gay y campeón olímpico, ofreciendo un modelo de vida en un momento en el que en países como Polonia o Hungría se trata de legislar sobre ellos como delincuentes ("salvar a los niños") o enfermos en una visión retrógrada. Lo ha hecho junto  los deportistas de Rusia, donde también se legisla contra ellos y se les ataca en las calles con desfiles con los iconos bizantinos levantados. Daley ha hecho un valiente aportación para que nadie se sienta constreñido por la mirada de los otros, por el dedo acusador, para que ellos mismos no se pongan límites.



En el pasado torneo de Roland Garros se planteó una cuestión importante: la retirada de Naomi Osaka, una de las primeras clasificadas mundiales por una cuestión de salud mental. Estamos en el siglo XXI y todavía debemos escuchar desprecios públicos por la cuestión de la "salud mental" (entre ellos en el Parlamento español).

Rápidamente saltaron a los medios las críticas, con toda la presión que va desde las marcas de ropa que les financian, hasta los propios comentaristas pasando por los organizadores de los torneos.

Aquí defendimos en su momento su postura ya que es ella la sabe lo que lleva en su mente cada día y la obligación de tener que sonreír y poner cara de interés ante las mismas preguntas, las más de las veces, sin sentido. Osaka ha participado en las Olimpiadas y a nadie se le ha escapado su mirada de tristeza.



No es cuestión de resistencia, sino de presión. En este tipo de situaciones la persona vive en un estado de angustia permanente ante las miradas que le rodean. El deportista pasa a ser una mercancía que debe rendir, más que en la pista, ante unos medios que les devoran.

La elevación del deporte femenino ante las audiencias, el creciente interés que suscitan, ha hecho que aumente la presión psicológica sobre ellas. Las presiones que viven por todos los que están detrás, de la federaciones  a los patrocinadores son brutales.



El caso de Simone Biles está hoy en las primeras planas de todo el mundo. Que una atleta considerada la mejor de todos los tiempos, ganadora de todo, que ha pasado por dramáticas situaciones de acoso en su vida deportiva, decida tras un salto retirarse por su salud mental ha vuelto a traer a primer término lo ocurrido con Naomi Osaka, dejando ver que el problema es serio y no una cuestión de "divas", como se quiso hacer ver. La deportista norteamericana ha sido clara:

 

"No estoy lesionada, simplemente tengo una pequeña lesión en mi orgullo. Ahora tengo que concentrarme en mi salud mental", declaró, rompiendo uno de los grandes tabúes en el deporte de alto rendimiento: la salud mental.

"Tenemos que proteger nuestras mentes y nuestros cuerpos. Esto no es simplemente salir y hacer lo que el mundo quiere que hagamos", ha denunciado al mismo tiempo que establecía claras sus prioridades: "Es más importante la salud mental que el deporte ahora mismo".

Una de las mejores gimnastas de la historia se retira para cuidarse. "A veces, siento que tengo todo el peso del mundo encima de mis hombros".**

 


Ese peso no es una ilusión. Lo dice, además, una persona de larga trayectoria, que ha podido controlar su mente frente a todo tipo de problemas para rendir al máximo, una persona rodeada de asesores, incluidos los psicológicos. Pero cuanto más renombre se alcanza, mayor es la presión a que se ven sometidos los deportistas.

Estados Unidos ha quedado en segundo lugar y habrá muchos que responsabilicen a Simone Biles por ello. Será una demostración más de la deshumanización del sistema, de la conversión del deportista en una máquina en la que todo está medido y controlado, su cuerpo, su mente y su vida, todo ello pasto del interés mediático para hacer crecer la audiencias y las ventas de los materiales.

En las declaraciones de Biles hay un punto que me parece muy relevante: cuando competía —nos dice— ya no lograba alcanzar el placer que anteriormente tenía. Biles ha hablado específicamente de "robo", de que en algún momento le robaron la alegría, el disfrute de lo que más le gustaba en su vida. Esto, traducido, significa que se vive un infierno, que no te queda nada a lo que agarrarte, que todo ha dejado de tener sentido más allá de la presión. Ya no compite porque le guste lo que hace, sino que compite bajo la presión de los demás.



Hemos visto a Ona Carbonell dando el pecho a su bebé, denunciando una separación forzada. Ha sido  otro de los puntos de denuncia que han estallado con estos juegos en los que la pandemia ha dado al traste con todos los cálculos. El retraso de los juegos ha hecho cambiar los planes de muchas jugadoras para sus embarazos y periodos de lactancia. La participación les ha ocupado la vida al completa y esto se ha extendido más de lo calculado. En este sentido, las normas estrictas de aislamiento en la participación puede servir de alguna disculpa, pero no por ello significa que las mujeres deportistas no tengan condicionada su vida como mujeres por los intereses existentes en todos los niveles. Las deportistas han pasado a ser una "inversión" que se rentabiliza a través de la popularidad de las olimpiadas y la consecución de medallas.



La rebelión de las jugadoras noruegas de voley-playa negándose a ponerse un bikini y convertirse así en objetos sexualizados ha sido otro de los puntos importantes de estos juegos en marcha. Este es un hecho que ha suscitado reacciones de apoyo en todo el mundo, incluida la cantante Pink, quien se ofreció a pagar las multas con las que se les sancionaba. Es un precio que gustosamente pagarán muchos por evitar esa imagen con las que las estructuras machistas del deporte entienden el papel de las mujeres como objetos. No es algo nuevo.



Habría que hacer una seria reflexión sobre la forma en que los medios tratan el deporte y especialmente a los deportistas, convirtiéndolos en mercancía que deben promover para rentabilizar lo invertido en las retransmisiones. En ocasiones uno siente vergüenza ajena al ver la presión que se lanza sobre ellos con las cuestiones de medallas. La forma de atraer a la audiencia es hablar constante de las "opciones de medalla" de cada uno de los deportistas. Esos cálculos de cuántas medallas se "pueden obtener" cada día es una presión muchas veces insoportable. Habría que empezar a hablar de una necesaria ética informativa aplicada al deporte, algo que tenga en cuenta esa presión malsana sobre los jugadores.

Hemos visto recientemente insultos racistas y amenazas en la final de la Liga de Campeones contra los jugadores del equipo británico; hemos visto la brutalidad de los ataques de los hinchas perdedores contra los ganadores. Todo esto son avisos de lo que se está construyendo alrededor del deporte, un negocio que mueve muchos miles de millones en muy diferentes sectores cada año y más si es año olímpico, como lo es este.



La identidad sexual, la maternidad, la salud mental, la sexualización de las mujeres, etc. son elementos que están ahí, rodeando el deporte y que se esconden bajo la alfombra con unas estructuras generalmente autoritarias, que cogen jóvenes a los que se les exprime, se les lleva a lo más alto desde donde se les deja caer en muchas ocasiones. Para muchos no son más que una herramienta de poder, una forma de generar ingresos. Muchos (como en la caso de Biles) han padecido abusos de uno u otro tipo, todo en nombre de un rendimiento. 

Todos estos casos que surgen ahora son importantes y deben ser el inicio de un gran cambio. Estos juegos tienen un claro carácter reivindicativo, marcarán —así lo deseo— una nueva conciencia. 

Pienso en el podio de Skateboarding femenino, el más joven de la historia, con una campeona de 13 años, y tras dos medallas de 13 y 16. Me gustaría que no perdieran en el futuro la alegría con la que se las veía competir y confraternizar. No deberían sentirse, como nos decía Simone Biles, con la sensación de que el placer de hacer lo que les gusta se lo han robado.



* "Simone Biles, tras su retirada en la final de gimnasia por equipos: "Tengo que centrarme en mi salud mental"" RTVE.es https://www.rtve.es/deportes/20210727/tokio-2020-simone-biles-salud-mental/2140466.shtml


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