Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Homófobo
o no, la muerte del joven en La Coruña no puede ocultar lo que es: una
demostración de violencia brutal, una muerte que tiene sus propias
características formales: alguien es derribado y un grupo lo patea hasta la
muerte. Este tipo de asesinato cruel y cobarde, en donde un grupo destruye a
una persona indefensa se repite con cierta frecuencia y no puede ser ignorado
en su especificidad ni en los entornos en los que se producen. El debate sobre
si es cuestión de homofóbico o no no puede esconder su propia realidad y
frecuencia.
Las
imágenes que se nos daban del crimen coincidían con otras tan parecidas que una
televisión las confundió al emitirlas. Eran las del asesinato de La Coruña que
se ofrecían como "una nueva agresión". Fue corregido poco después
emitiendo ambas. La similitud la ofrece el modus operandi, el pateo en el suelo,
los golpes sin cesar hasta que queda solo un cuerpo en el suelo, muerto como en
el primer caso o sin sentido como en el segundo.
Esta
violencia comparte su carácter explosivo, ser grupal y desentenderse de quién
está en el suelo. En ocasiones, el incidente se produce entre dos, crece a
varios y finalmente se convierte en un estallido en donde es probable que una
parte de los participantes no sepa ni a quién o porqué se está pateando en el
suelo.
En los
últimos años se ha usado con frecuencia un término que define este tipo de
violencia grupal al referirse a "manadas". Se comenzó a usar para las
violaciones en grupo, pero entiendo que es solo una parte de estas actividades.
Desgraciadamente, no veo la ristra de psicólogos, sociólogos, etc. que suelen
aparecen ante otro tipo de comportamientos.
El
crimen de La Coruña ha compartido pantalla, junto con el ataque mencionado, con
un juicio a otra "manada" esta vez por una violación en grupo. Los
juzgados por los hechos son también de edades similares y confiesan estar
"arrepentidos", echándole la culpa al alcohol y las drogas que habían
ingerido. Este tipo de hechos, hay que explicar, son atenuantes para las penas, porque se supone que no estaban bajo un estricto control de sí mismos, lo que
no deja de ser un cierto insulto a la inteligencia y una señal inequívoca de lo
que necesita reformarse porque cualquiera de estos sucesos se producen en unos
ambientes en los que "la economía española se pone en marcha" gracias
a estas formas de consumo, por decirlo así.
Hace
muchos años que vivimos una situación cuyos puntos de salida son este tipo de
manifestaciones. Son actos grupales en contextos muy similares, con resultados
violentos, que se repiten en los fines de semana, que es el espacio del
desahogo y la falta de control. Es un espacio socializado de esta manera y bajo
este tipo de situaciones. Es una forma de vida absorbente y de la que nadie
escapa; en donde se ven estos estallidos violentos como parte de las reglas del
juego.
Algunas
(en estos días se produjo una) acaban con heridas de arma blanca, lo que indica
que se llevan navajas y cuchillos; en otra se nos hablaba de una "porra
extensible". Esto nos indica cierto concepto de peligro, de necesidad de
"defensa", de conflictos que se pueden plantear en cualquier momento
a través de un incidente nimio, como parece ser ha ocurrido en La Coruña, donde
se confundió una video llamada por la sospecha de que les estaban haciendo una
grabación de vídeo con el teléfono.
La
brutalidad de la violencia se ha instalado como una forma de relación. Ya no
son dos personas que se pelean mientras otros tratan de evitarlo, que es lo que
ocurría. Da la impresión de que se espera el momento del incidente para poder
estallar de esa forma grupal e irrefrenable.
Cuando
escuchamos las quejas de los vecinos de los barrios invadidos por estas
situaciones nocturnas, casi todos hablan de peleas. No es una novedad, desde
luego. Lo que sí me parece "novedoso", por llamarlo así es la
hipocresía de aceptar este tipo de situaciones y solo levantar la voz como
protesta por considerarlo un crimen homófobo. Si no lo hubiera sido, ¿le habría
importado a alguien? La propia petición del padre de Samuel tratando de evitar
que se convierta en una asunto manipulado políticamente es muy claro. Su
petición ha ido a los padres de esos jóvenes, que los tienen. La petición no es
trivial pues estamos dando por bueno que nuestros hijos salgan y regresen sin
querer enterarnos demasiado de lo que ocurre entre uno y otro momento.
Los resultados los
vemos en forma de datos que no queremos reunir, pinceladas que componen un
retrato que no queremos acabar de ver.
En el
año 2003, la revista del Instituto de la Juventud dedicó un monográfico al
fenómeno de la violencia juvenil. Estas eran las conclusiones del artículo que
cerraba el número:
A partir del análisis fenomenológico
presentado sobre algunas de las dimensiones de la violencia juvenil grupal en
nuestro contexto, podemos extraer una serie de observaciones generales de
importante valor heurístico. En primer lugar, dicha conducta no representa, a
la luz de un abordaje empírico que cumpla los mínimos requisitos de
sistematicidad y validez, un fenómeno generado por elementos de irracionalidad
o desviaciones individuales, sino como un comportamiento estructurado en un
sistema de normas, actitudes y recursos conductuales que determinan los
contextos y los motivos que la justifican, las repercusiones positivas que
acarrea y las formas para reducir al mínimo los perjuicios que ocasiona.
En segundo lugar, tal sistema se integra, se
elabora y se hace inteligible dentro de una subcultura, que permite dar sentido
a las propias acciones bajo una determinada visión del mundo.
En tercer lugar, la adhesión a este sistema
por parte del joven que en ella se implica delinea un proceso de socialización
concreto que conlleva una funcionalidad tanto para el joven que la asume como
para el grupo en el que se integra. Por último, dicha conducta se encuadra y
cobra sentido en un contexto social determinado, y representa un elemento
genuinamente derivado y sustentado por una sociedad a la que los que intentamos
describir, comprender y prevenir la violencia juvenil, pertenecemos. De ahí que
nuestro cometido tenga una doble vertiente: asumir como sociedad la
responsabilidad que nos compete como promotores indirectos de espacios en los cuales
la violencia tiene sentido y asumir también la responsabilidad de abrir nuevos
espacios en los cuales deje de tenerlo. (158)*
Que el
lenguaje académico no nos engañe o despiste en su asepsia. La frase final resume algo que nos debería
seguir inquietando después de casi 18 años con una pregunta: ¿qué hacemos? Sin
embargo, esta pregunta sigue cayendo en el vacío y preferimos discutir para
capitalizar muertes antes que tratar de evitarlas creando unas nuevas
condiciones más sanas. Sin querer ver las causas, difícilmente se encontrarán
soluciones. Sea por causa homófoba o no, lo que se ha perdido es una vida huma de una manera brutal, absurda, que refleja una forma de relacionarse que sigue ciertas pautas y parte de supuestos reprobables en cualquier sentido.
No demos por hecho tantas cosas. El origen está en una violencia que se ha instalado en nosotros y que adquiere diferentes formas de intransigencia y muchas veces de irracionalidad explosiva. Hay que combatirlas todas y aspirar a lo mejor. Vayamos al origen sin miedo y con decisión.
* Antonio
Martín González, Bárbara Scandroglio, Jorge López Martínez, José Manuel
Martínez García, Mª Jesús Martín López, Mª Carmen San José Sebastián (2003)
"La conducta violenta en grupos juveniles: características
descriptivas", en Aspectos psicosociales de la violencia juvenil, Revista
de Estudios de Juventud nº 62 septiembre-2003, pp. 151-158.
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