sábado, 3 de julio de 2021

Sobre perros y humanos, en The Dog House

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



Uno de los extraños intereses desarrollados por el estado de encierro durante esta pertinaz pandemia es mi interés por los programas televisivos sobre perros. Debo decir inmediatamente que no tengo perro ni he tenido, ni probablemente tendré a estas alturas, aunque no se puede decir de este agua no beberé. Ya comenté en otro momento mi interés alternativo por el programa culinario de Julie, en La2 (compartido por muchos), pero hay una importante variante: siempre me ha gustado la cocina y la hora de emisión me permite huir de las deprimentes e irritantes noticias al mediodía.

Debo decir que los programas de perros resultan muy interesantes si dejas de fijarte en los perros y te fijas en sus dueños. El perro permite reflejar a la perfección a sus amos y es ahí donde resulta este interés fascinante. No se trata de despreciar al perro —lo que noto en mi instinto solidario cuando veo cómo los pasean sus poco interesados dueños, que, con toda probabilidad, no ven estos programas—; por el contrario, me ha permitido verlo como algo más que una mascota.

Hay varios tipos de programas sobre animales. En algunos no se sobrepasa de la mera gracia, de la anécdota, tipo cómo se le cortan las uñas a un rinoceronte, pongamos por caso. Los hay que saltan de especie en especie porque da la impresión que el interés no sobrepasa la mera curiosidad y el tener que rellenar el tiempo del programa. Están los  programas de veterinarios, en los que vemos como los exploran, les meten termómetros por donde pueden y se dejan, le salvan o los desahucian (aquí el veterinario es el héroe), con cierta falta de empatía producida por ver tanta vaca, tanta iguana, etc. al día. En estos, los perros no suelen ser frecuentes y sí las vacas a punto de parir, el potrillo que no come y demás problemas.




Están los de perros, como "Malas pulgas", un programa en el que acabas poniéndote del lado del animal ante tantos amos inútiles, gente que cría a los perros como si fueran bebés, que se vuelven malcriados, despóticos, etc. Vemos cómo se debería tener que hacer un cursillo y que los inútiles fueran privados de la capacidad de tener perros. Pero aquí hay un esquema de "humanos tontos", "perros víctimas de sus amos" y "asesor salvador", al menos, del perro. La teoría general es que tratamos a los perros como humanos y a los humanos como perros, sembrando así un desconcierto en la especie, que empieza a comportarse como un egoísta, posesivo, mal encarado, agresivo, etc. todo ello fruto de las malas acciones de sus amos, que los convierten en seres peligrosos. La teoría le da la razón a Rousseau cuando decía que en el estado de naturaleza la vida es diferente, mientras que la civilización nos vuelve realmente malos. El perro es bueno por naturaleza hasta que llega a la casa de alguien que le malcría y le trasfieres esa negatividad humana cuando nos juntamos. Finalmente, el perro es socializado correctamente y sus amos quedan en evidencia por lo mal que lo han hecho.

Pero quiero referirme aquí a un programa, The Dog House*, en donde los enfoques son diferentes. Aquí no tenemos superhéroes adiestradores que se enfrentan a perros agresivos y amos un poco lelos; tampoco curiosidades sobre animales más o menos exóticos. El planteamiento es muy diferente.

En The Dog House tenemos con gran claridad otro tipo de visión de la naturaleza humana y la canina. Es un extraordinario muestrario de aquello en lo que hemos convertido nuestras vidas modernas y urbanas, de los efectos que provocan en las personas y cómo es el encuentro con el perro adecuado lo que puede cambiar nuestras vidas. Debe decirse que aquí los perros tienen "historia", han vivido experiencias mejores o peores, han perdido a sus dueños o se han deshecho de ellos. También los humanos llegan a The Dog House exhibiendo un muestrario de dolores y carencias, de frustraciones y llenos de expectativas.

El esquema, para quienes no lo han visto, se repite: unas personas llegan a la recepción. Allí les mandan a un espacio próximo en el que esperan la llegada de quienes han de atenderlos. Lo más frecuente es que sean parejas de todo tipo, pero en ocasiones llegan hasta cinco o seis personas. El perro es algo que afectará a todos los miembros del hogar en el que se le acogerá, por lo que todos los interesados participan en la elección.



Es en la elección donde vemos el primer gran cambio. No llevan a los que llegan a un lugar donde deben elegir un perro. Son interrogados por un par de miembros de la organización sobre sus motivos, sobre su situación, sobre su pasado y sobre qué esperan de un perro, y como una pregunta más cuáles son sus preferencias de razas, tamaños, etc. pero esto no es lo más determinante. Que te guste algún tipo de perro no significa que sea el más adecuado para ti, pues no es más que un deseo idealizado.

Con la información recogida tras la entrevista, los miembros de la organización se retiran a una sala en donde tres personas hablan sobre las características de las personas y las características de los perros tratando de encontrar un punto en común.

Los perros no son simplemente un "raza"; tiene sus propias experiencias vitales anteriores, tienen su propia personalidad que es diferente de unos a otros. Algunos llevan tiempo allí, a la espera de las personas adecuadas.

Mientras se producen los debates sobre qué animal es el más adecuado, tenemos acceso a las personas. En esta parte es donde el programa resulta más instructivo y, a veces, desolador. Los motivos, muchas veces, son tener a alguien que nos haga salir a pasearlo, pero el programa indaga en las personalidades de los futuros amos, indagando hasta niveles profundos en sus historias y sentimientos.




Tenemos desde el caso del joven gay indonesio que está destrozado porque cuando reveló a su madre su homosexualidad está le rechazó y le dijo que lo ocultara a todos por el bien de la familia, a personas que han perdido a sus parejas y necesitan cubrir su inmensa soledad. Por The Dog House pasan personas que están en procesos de quimioterapia y necesitan ver luz en sus vidas, hasta veteranos de guerra con estrés postraumático, hijos únicos o parejas que no los tendrán nunca. Es sorprendente el grado de sinceridad desarrollado, acostumbrados como estamos a tanta impostura en los realities. Juntos y por separado, surgen las emociones y las ilusiones, las esperanzas en un cambio en la vida y sobre todo vencer el gran mal contemporáneo, la frialdad, la falta de amor, el distanciamiento y la soledad profunda. Por eso, el proceso de selección no es sencillo. En The Dog House no solo piensan en los amos, sino en los propios perros. Es el perro que necesita de un tipo de amo y los amos que necesitan un cierto tipo de perro o, más concretamente, uno especial, único para ellos.

Hay un momento especial en el programa, el encuentro. Los solicitantes van a un espacio en el que esperan que les lleven el perro que les proponen tras haber estudiado sus circunstancias. Allí vemos el nerviosismo —de niños a ancianos— ante el encuentro con un animal que les puede cambiar su vida en el sentido que ellos esperan. Los observamos en su impaciencia. Como dicen algunos, parece una "primera cita".




El momento en que se abre la puerta es el de la primera impresión. Vemos sus caras, que nos dicen más que sus palabras. Quedan un tiempo junto al perro. Este muchas veces tarda en acercarse, en mostrarse dispuesto. Poco a poco se va fabricando ese vínculo necesario. Vemos cómo tratan de ganar su afecto, su atención; vemos la emoción de los niños, los celos de los que se siente poco atractivos para el perro frente a otro acompañante. En ocasiones, el perro que necesita una persona se decanta inicialmente por el otro y vemos la sombra del dolor del rechazo, provocado por los golpes de la vida.

Esta escena que contemplamos tiene su paralelo en el personal que está observando desde sus instalaciones a través de los monitores. Desean que el encuentro sea bueno para ambos. Ellos conocen la vida del perro (que han explicado), también han interactuado con ellos y saben que pueden tardar más o menos en mostrarse tal como son, que pueden producirse esos primeros malentendidos porque el perro no los conoce. Pero en muchas otras ocasiones vemos el milagro del encuentro, el flechazo, como dicen algunos, el amor a primera vista por parte de ambos. No está calificado de forma excesiva, pues se trata realmente de "amor" en un sentido que nos olvidamos o que nos da miedo ofrecer por temor al daño, a la incomprensión.

Los expectantes adoptadores y el perro que les han propuesto quedan un tiempo para intimar, para crear esos vínculos necesarios de confianza. Si todo ha ido bien, salen juntos a dar un paseo.



El programa es muy claro. Visitamos los nuevos hogares pasado cierto tiempo. En ocasiones encontramos que el perro ha cambiado las vidas, que se han cumplido las expectativas, tal como escuchamos a los felices nuevos amos y comprobamos en los propios animales. En otras, se nos dice que no era el perro adecuado, que no era lo que esperaban o sencillamente no han sido capaces de superar la etapa del capricho. A veces, otro perro ha conseguido ser aceptado y encaja mejor. El perro vuelve a The Dog House a la espera de encontrar ese hogar que se merece. Algún día lo conseguirán.

En todo este proceso —desde que llegan mostrador de la entrada hasta que les visitamos en su casa pasados semanas o meses— salen a la luz múltiples historias. Creo que pocas veces he visto programas en los que se pueda aprender tanto de la naturaleza humana como en The Dog House. Lejos de cualquier elemento morboso, la elección de un perro se convierte en una confesión de la necesidad de afecto, algo que muchas veces se confunde con esa artificial afabilidad que practicamos en muchas ocasiones unos con otros. Con el perro no hay barreras, no hay límites, no hay protocolo. No hay tampoco rechazos ni traiciones, mentiras o cálculos extraños. Eso permite a estas personas cubrir sus necesidades afectivas a falta de un contacto más abierto, a una exposición excesiva al dolor en la sociedad, de la familia al trabajo.

La soledad es un factor, desde luego; pero también esa necesidad de un mundo sencillo de relaciones afectivas. Hay perros que cubren el hueco de las pérdidas; otros representan lo que no hemos tenido. Con ellos no es necesario estar midiendo todo y se puede ser uno mismo en cualquier nivel que sea necesario.



The Dog House es algo más que un programa sobre perros. Es sobre todo un programa sobre humanos que necesitan perros, que buscan compensar lo que la vida moderna nos impide tener, encerrados como estamos en casas, empleos y todo tipo de límites muchas veces negativos, frustrantes. Que no nos engañe la falsa sociabilidad basada en el ruido y la bebida, entre otras cosas.

No hace mucho tiempo, recuerdo una noticia de Estados Unidos en el que se nos mostraba un programa experimental en una cárcel con una peligrosa población recluso. Se hizo que estas personas, criminales y asesinos muchos de ellos, se encargaran cada uno de un perro. El experimento rebajó el nivel de agresividad; por decirlo así, les humanizó, les permitió desarrollar su propia afectividad.

Muchas veces, cuando termina el programa, me quedo pensando en este mundo extraño que hemos creado, uno con demasiada agresividad, demasiada presión, demasiados miedos en las relaciones, un mundo de barreras que nos constriñen. No digo que un perro resuelva el mundo, claro, pero sí que muchos han encontrado en su vida un contrapeso afectivo que les permite su burbuja, un espacio en el que poder desconectar del mundo y al que regresan porque en él encuentran afecto. Hemos creado demasiadas burbujas artificiales.



 * The Dog House https://www.cosmopolitantv.es/programas/the-dog-house/capitulos/564875/

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