Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Uno de
los extraños intereses desarrollados por el estado de encierro durante esta pertinaz
pandemia es mi interés por los programas televisivos sobre perros. Debo decir
inmediatamente que no tengo perro ni he tenido, ni probablemente tendré a estas
alturas, aunque no se puede decir de este
agua no beberé. Ya comenté en otro momento mi interés alternativo por el
programa culinario de Julie, en La2 (compartido por muchos), pero hay una
importante variante: siempre me ha gustado la cocina y la hora de emisión me
permite huir de las deprimentes e irritantes noticias al mediodía.
Debo
decir que los programas de perros resultan muy interesantes si dejas de fijarte
en los perros y te fijas en sus dueños. El perro permite reflejar a la
perfección a sus amos y es ahí donde resulta este interés fascinante. No se
trata de despreciar al perro —lo que noto en mi instinto solidario cuando veo
cómo los pasean sus poco interesados dueños, que, con toda probabilidad, no ven
estos programas—; por el contrario, me ha permitido verlo como algo más que una
mascota.
Hay
varios tipos de programas sobre animales. En algunos no se sobrepasa de la mera
gracia, de la anécdota, tipo cómo se le cortan las uñas a un rinoceronte,
pongamos por caso. Los hay que saltan de especie en especie porque da la
impresión que el interés no sobrepasa la mera curiosidad y el tener que
rellenar el tiempo del programa. Están los programas de veterinarios, en los que vemos
como los exploran, les meten termómetros por donde pueden y se dejan, le salvan
o los desahucian (aquí el veterinario es el héroe), con cierta falta de empatía
producida por ver tanta vaca, tanta iguana, etc. al día. En estos, los perros
no suelen ser frecuentes y sí las vacas a punto de parir, el potrillo que no
come y demás problemas.
Están
los de perros, como "Malas pulgas", un programa en el que acabas
poniéndote del lado del animal ante tantos amos inútiles, gente que cría a los
perros como si fueran bebés, que se vuelven malcriados, despóticos, etc. Vemos
cómo se debería tener que hacer un cursillo y que los inútiles fueran privados
de la capacidad de tener perros. Pero aquí hay un esquema de "humanos
tontos", "perros víctimas de sus amos" y "asesor salvador",
al menos, del perro. La teoría general es que tratamos a los perros como
humanos y a los humanos como perros, sembrando así un desconcierto en la
especie, que empieza a comportarse como un egoísta, posesivo, mal encarado,
agresivo, etc. todo ello fruto de las malas acciones de sus amos, que los
convierten en seres peligrosos. La teoría le da la razón a Rousseau cuando
decía que en el estado de naturaleza la vida es diferente, mientras que la
civilización nos vuelve realmente malos. El perro es bueno por naturaleza hasta
que llega a la casa de alguien que le malcría y le trasfieres esa negatividad
humana cuando nos juntamos. Finalmente, el perro es socializado correctamente y sus amos quedan en
evidencia por lo mal que lo han hecho.
Pero quiero referirme aquí a un programa, The Dog House*, en donde los enfoques son diferentes. Aquí no tenemos superhéroes adiestradores que se enfrentan a perros agresivos y amos un poco lelos; tampoco curiosidades sobre animales más o menos exóticos. El planteamiento es muy diferente.
En The
Dog House tenemos con gran claridad otro tipo de visión de la naturaleza humana
y la canina. Es un extraordinario muestrario de aquello en lo que hemos
convertido nuestras vidas modernas y urbanas, de los efectos que provocan en
las personas y cómo es el encuentro con el perro adecuado lo que puede cambiar
nuestras vidas. Debe decirse que aquí los perros tienen "historia",
han vivido experiencias mejores o peores, han perdido a sus dueños o se han
deshecho de ellos. También los humanos llegan a The Dog House exhibiendo un
muestrario de dolores y carencias, de frustraciones y llenos de expectativas.
El esquema, para quienes no lo han visto, se repite: unas personas llegan a la recepción. Allí les mandan a un espacio próximo en el que esperan la llegada de quienes han de atenderlos. Lo más frecuente es que sean parejas de todo tipo, pero en ocasiones llegan hasta cinco o seis personas. El perro es algo que afectará a todos los miembros del hogar en el que se le acogerá, por lo que todos los interesados participan en la elección.
Es en
la elección donde vemos el primer gran cambio. No llevan a los que llegan a un
lugar donde deben elegir un perro. Son interrogados por un par de miembros de
la organización sobre sus motivos, sobre su situación, sobre su pasado y sobre
qué esperan de un perro, y como una pregunta más cuáles son sus preferencias de
razas, tamaños, etc. pero esto no es lo más determinante. Que te guste algún tipo
de perro no significa que sea el más adecuado para ti, pues no es más que un
deseo idealizado.
Con la
información recogida tras la entrevista, los miembros de la organización se
retiran a una sala en donde tres personas hablan sobre las características de
las personas y las características de los perros tratando de encontrar un punto
en común.
Los
perros no son simplemente un "raza"; tiene sus propias experiencias
vitales anteriores, tienen su propia personalidad que es diferente de unos a
otros. Algunos llevan tiempo allí, a la espera de las personas adecuadas.
Mientras
se producen los debates sobre qué animal es el más adecuado, tenemos acceso a
las personas. En esta parte es donde el programa resulta más instructivo y, a
veces, desolador. Los motivos, muchas veces, son tener a alguien que nos haga
salir a pasearlo, pero el programa indaga en las personalidades de los futuros
amos, indagando hasta niveles profundos en sus historias y sentimientos.
Hay un
momento especial en el programa, el encuentro. Los solicitantes van a un
espacio en el que esperan que les lleven el perro que les proponen tras haber
estudiado sus circunstancias. Allí vemos el nerviosismo —de niños a ancianos—
ante el encuentro con un animal que les puede cambiar su vida en el sentido que
ellos esperan. Los observamos en su impaciencia. Como dicen algunos, parece una
"primera cita".
Los
expectantes adoptadores y el perro que les han propuesto quedan un tiempo para
intimar, para crear esos vínculos necesarios de confianza. Si todo ha ido bien,
salen juntos a dar un paseo.
En todo este proceso —desde que llegan mostrador de la entrada hasta que les visitamos en su casa pasados semanas o meses— salen a la luz múltiples historias. Creo que pocas veces he visto programas en los que se pueda aprender tanto de la naturaleza humana como en The Dog House. Lejos de cualquier elemento morboso, la elección de un perro se convierte en una confesión de la necesidad de afecto, algo que muchas veces se confunde con esa artificial afabilidad que practicamos en muchas ocasiones unos con otros. Con el perro no hay barreras, no hay límites, no hay protocolo. No hay tampoco rechazos ni traiciones, mentiras o cálculos extraños. Eso permite a estas personas cubrir sus necesidades afectivas a falta de un contacto más abierto, a una exposición excesiva al dolor en la sociedad, de la familia al trabajo.
La soledad es un factor, desde luego; pero también esa necesidad de un mundo sencillo de relaciones afectivas. Hay perros que cubren el hueco de las pérdidas; otros representan lo que no hemos tenido. Con ellos no es necesario estar midiendo todo y se puede ser uno mismo en cualquier nivel que sea necesario.
The Dog
House es algo más que un programa sobre perros. Es sobre todo un programa sobre
humanos que necesitan perros, que buscan compensar lo que la vida moderna nos
impide tener, encerrados como estamos en casas, empleos y todo tipo de límites muchas veces negativos, frustrantes. Que no nos engañe la falsa sociabilidad basada en el ruido y la bebida, entre otras cosas.
No hace
mucho tiempo, recuerdo una noticia de Estados Unidos en el que se nos mostraba
un programa experimental en una cárcel con una peligrosa población recluso. Se
hizo que estas personas, criminales y asesinos muchos de ellos, se encargaran
cada uno de un perro. El experimento rebajó el nivel de agresividad; por
decirlo así, les humanizó, les permitió desarrollar su propia afectividad.
Muchas
veces, cuando termina el programa, me quedo pensando en este mundo extraño que
hemos creado, uno con demasiada agresividad, demasiada presión, demasiados
miedos en las relaciones, un mundo de barreras que nos constriñen. No digo que
un perro resuelva el mundo, claro, pero sí que muchos han encontrado en su vida
un contrapeso afectivo que les permite su burbuja, un espacio en el que poder
desconectar del mundo y al que regresan porque en él encuentran afecto. Hemos
creado demasiadas burbujas artificiales.
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