Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Como
era previsible, las polémicas sobre las certificaciones de vacunación, ya sean con
formatos de "pasaportes" o de cualquier otra variante están ya en el
centro de la polémica, que no ha hecho sino empezar.
El
problema depende de cómo se aborde y, claro está, cada uno lo aborda desde la
perspectiva que considera más favorecedora. Los que lo abordan desde la
decisión individual apelan a la las libertades. Dicen ser libres y no querer
hacerlo. Puede que sea un acto de libertad individual, pero automáticamente
piden no ser excluidos de la vida social, lo llaman entonces "discriminación".
Por el otro lado, vacunarse se percibe como una responsabilidad individual que
se deriva precisamente de nuestro carácter social. Robinson Crusoe no tuvo necesidad
de vacunarse hasta que llegó Viernes a la isla. El mundo no gira a nuestro
alrededor, sino que giramos con él.
Cuando
empezaron a plantearse las posibilidades de certificaciones pero todavía no
había vacunas, al que se discriminaba era al enfermo, como era lógico, ya que
se le aislaba, junto con a los contactos más cercanos, que se veían arrastrados
a la cuarentena sin comerlo ni beberlo. Pero la cuarentena no es un
"castigo", como algunos tratan de colarnos; es una responsabilidad
que surge precisamente de vivir en sociedad, de cuidarnos unos de los otros,
especialmente desde la propia contención. Yo puedo ayudar a los demás de muchas
formas, una de ellas es evidentemente protegerles del riesgo de mi propia
presencia si esta supone un riesgo real.
El
coronavirus está sirviendo para sacar a la luz nuestro actual "contrato
social" y las fisuras que plantea en diferentes niveles, del político al
judicial pasando, claro está, por el social. De lo resultante de estos niveles
se sacan dos modelos, el que nos considera entes separados con tendencia a ser
invadidos por los "otros", que considera que todo lo que se interpone
entre su placer y él es negativo, siendo el disfrute de ese placer una cuestión
individual y en conflicto con el de los demás; la función de las instituciones,
desde esta perspectiva, es alejar de mí cualquier obstáculo o imposición que me
impida alcanzar mi placer o aquello que me lo proporcione.
El
segundo modelo parte de que no vivimos solos, que hay que tener conciencia de
los límites ya que somos miembros de una comunidad. El concepto de comunidad es
importante porque implica un pensamiento de dos dimensiones: sin renunciar a
ser yo, me veo inserto en una fase más amplia de mí mismo que está compuesta
por los "otros", a los que no percibo como obstáculos sino como
oportunidades de desarrollo de mi mismo. Entiendo que mi "ser" es un "ser
con" y no un "ser contra".
El
egoísmo surge cuando considero que los otros son para mi utilidad, pero no
considero tener ninguna responsabilidad para con ellos. Es puro utilitarismo:
los demás están ahí como un servicio
o un placer. Los aparto de mi camino
cuando no me interesa tenerlos cerca; me acerco a ellos cuando me beneficia.
Para
resolver este tipo de conflictos se necesita una mediación. En este sentido,
los que reclaman una "ley de pandemia" tienen razón. El caos jurídico
que vivimos en estos momentos es porque las interpretaciones son tan oscilantes
que rozan lo surrealista. Toda ley admite ciertos grados de interpretación, evidentemente,
pero ahora los extremos son tan dispares, por no decir contradictorios, que se
duda de la casualidad y hasta algunos sospecharán que esconden un conflicto
institucional de más calado. No es posible tanta disparidad.
La
cuestión se hace más compleja cuando de lo que se duda es de la totalidad,
cuando se duda de la propia epidemia y de sus efectos. Aquí, el miedo de los
anteriores se transforma en osadía, en un concepto de superioridad en donde
ellos son los "que saben", mientras que el resto de la humanidad son
unos ingenuos y poco dotados intelectualmente, que se creen todo lo que se
dice.
Pese a que los medios de todo el mundo transmiten testimonio de muertes de negacionistas o de muertes de personas próximas, todo parece formar parte del engaño. Todo es, por decirlo así, "posproducción". Todo se ha arreglado en la sala de edición retocando, usando imágenes viejas o fabricadas.
Nos
están informando los expertos (esos "médicos con un cursillo", según
unos y "charlatanes" o "conspiradores", según otros) que la
batalla contra el virus tiene dos dimensiones importantes. La primera es el
tiempo. Cuando más se tarde en vacunar, más probabilidad hay de que aparezcan
nuevas variantes más dañinas. Constantemente aparecen nuevas mutaciones, pero
no todas son tan peligrosas o dañinas. La velocidad de la expansión de la variante
"india" o Delta nos lo ha dejado claro. El segundo factor es que
cuantas más personas queden sin vacunar, más fácil es que esas variantes se
expandan a mayor velocidad. Los datos que tenemos ahora de hace unos días son
los siguientes:
Actualmente, la variante Delta es la causante
de la gran mayoría de los nuevos casos de Covid-19 en España, sin embargo se ha
comprobado que, al menos el 83% de los infectados son gente que aún no ha
recibido ninguna de las dosis de la vacuna, frente al 11,4% de infectados que
ha recibido una dosis y, tan sólo un 5,5% de los nuevos casos son de gente que
ya tenía la pauta completa.
Los números son bastante claros. Por lógica, los que tienen una dosis pronto tendrán dos, por lo que se reducirá ese grupo. La cuestión está en qué pasará con los otros dos. Evidentemente, la clave está en la reinfección, producida por el mayor número de personas sin vacunar, que expanden las nuevas variantes, que son cada vez más "eficaces" reinfectando a los que ya están vacunados. El aumento de contagios en la población que se supone que está vacunada al 100%, los ancianos, así lo augura. Y si esto ocurre así, pronto irá descendiendo si no se cortan las entradas de nuevos brotes. Es un mecanismo sencillo. Desde esta perspectiva, vacunarse o no hacerlo no es una opción personal, sino que afecta a la totalidad de la comunidad.
El
anteponer intereses privados o sectoriales (como está ocurriendo) dejando una
especie de "espacio liberal" en el que cada uno tome sus medidas de
protección y en el que el que quiera arriesgarse lo haga, es una falacia de
desastrosas consecuencias. Por decirlo directamente: es el resultado de una
mentalidad egoísta. El problema es que esto no es un supuesto teórico, sino un
caso completamente real, con consecuencias reales, con esfuerzo real y con
muertes reales.
Da
cierta vergüenza ver cómo las sociedades más ricas se miran el ombligo, discuten
sobre el sexo de los ángeles, mientras se producen muertes por falta de vacunas
en gran parte del mundo. Da mucha vergüenza escuchar cómo gente que tenía
reserva de vacuna no ha ido finalmente a hacerlo por sus complejas fantasías
mentales mientras mueres por miles en países que están pidiendo unas cuantas
vacunas. Es el equivalente del desperdicio de comida o de cualquier otra cosa
de primera necesidad por parte de los más ricos mientras los demás mueren de
hambre.
"Nadie
es una isla", escribió el poeta John Donne en un célebre poema. Muchos,
sin embargo, parecen sentirse como tales, pero —insisto— solo para lo que les
conviene (no vacunarse), pero no para privarse de nada (que no les pidan
certificado de vacunación para entrar en algún sitio).
Los que
agreden violentamente a quien les dice que deben ponerse una mascarilla en un
lugar público es la variante agresiva del "yo soy una isla", pero las
mareas de su santa voluntad hacen aflorar istmos cuando les interesa. ¿No te
quieres poner mascarilla? De acuerdo, pero entonces ve caminando, en bicicleta
o patinete —no en transporte público— a tu casa. No impongas a los demás tu
santa voluntad y además te quejes de que se te discrimina.
Todo esto, desgraciadamente, se ve incentivado por el caos jurídico en el que vivimos y la falta de acuerdo político para hacer una norma general para este tipo de situaciones especiales. El estado político constantemente alterado no contribuye a arreglar nada, ni la propia política, que incumple el principio de velar por los ciudadanos y, en este caso, por su salud. Sencillamente, ya no saben cómo tomar acuerdos; se les ha olvidado por la falta de práctica. Es mucho más sencillo ser político en la gresca y el descontrol, que siempre acaba aprovechando a alguien. No es serio discutir sobre cosas que vemos discutir todos los días, pero se hace y en un tono con el que se le quiere dar algún tipo de dignidad o altura. No se engañen.
Conforme
avance la vacunación nos vamos a enfrentar a una nueva situación, a una
realidad tras las previsiones. Esta se decidirá por las nuevas variantes y por
la resistencia de las vacunas a estas. Por eso, el tiempo es esencial.
También
lo es que se extiendan por todo el mundo. Todos los países partieron del mismo
principio egocéntrico y optimista cuando apareció el coronavirus: esto está en
China y aquí no llegará. Está claro que llegó.
Al
principio, todo está lejos; luego, más cerca y finalmente está aquí. Está en los
otros, luego en alguien de la familia o del trabajo y luego, inexplicablemente,
en mí.
Dijimos
hace mucho —y lo seguimos pensando— que el coronavirus ha tenido un maquiavélico
desarrollo, una gradación entre el asintomático y el que fallecer tras pasar
por una UCI, en su cama o en la calle; que ha distinguido entre viejos y
jóvenes en sus tiempos y proporciones;
que ha sabido se los suficientemente paciente como para que seamos capaces de
estar discutiendo sobre el virus sin llegar a soluciones. El Covid19 ha sabido
—es una forma metafórica— pulsar nuestros defectos, nuestras fisuras sociales
para obtener un gran rendimiento, lo que se refleja en su rápida expansión.
Necesitamos una versión actualizada del "contrato social", un pacto sobre las vacunas para entender que esto es algo de todos, que cada parte hace la suya, los científicos, el personal sanitario, los servicios básicos —del cajero al transportista pasando por el agricultor o cualquier otro—. Muchos sectores cumplen con su labor y riesgo, otros no lo hacen. Por eso resulta incomprensible que lo que pongamos sobre la mesa es nuestra "santa voluntad" mientras que otros se la juegan cada día para que podamos disfrutar de la vida como si no pasara nada. Pero sí pasa.
Me
siento avergonzado de muchas de las cosas que veo, leo y escucho. No me cabe en
la cabeza que personas e instituciones sean tan cerradas a las ideas cuando son
tan abiertas a que los demás acepten sus acciones. Ellos se mueven, su mente no. No sé que necesitan
para creer primero en el virus, luego en las vacunas, luego en su eficacia. Se
les da bien usar palabras grandes para ideas pequeñas.
Dicen los bien informados que España no tiene un fuerte movimiento antivacunas como ocurre en otros países. Creo que lo nuestro es otra cosa, llámelo comodidad, ir por libre o yo a lo mío. Está claro que el aumento disparado desde junio de los contagios es cosa nuestra, lo llamemos como lo llamemos. No basta con ponerse la vacuna, hay que acompañarlo de medidas. Y hacen mal las instancias políticas en cifrarlo todo en el tanto por ciento de vacunados, algo importante, desde luego, pero solo una parte. Lo pasivo, que nos pinchen, no da muchos problemas, cuestión de turno; la participación activa en la prevención, eso ya es otra cosa.
Pónganse la vacuna y viva con prevención. No hay que ir por la vida sacando pecho.
*
Ángela Suárez Fernández "La inmunóloga Carmen Cámara advierte sobre la
variante Delta: "Antes se contagiaba una persona y ahora caen familias
enteras"" Antena3 21/07/2021
https://www.antena3.com/noticias/salud/expertos-indican-que-vacunas-son-efectivas-variante-delta-mas-contagiosa-pero-mas-peligrosa_2021072160f7ebbac7f1ec00013f7d64.html
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