miércoles, 14 de mayo de 2025

¿Qué hacemos con los libros?

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La conversación se repite cada cierto tiempo, con cada encuentro con compañeros: ¿qué hacer con los libros? Nadie los quiere. Profesores que se han jubilado y han acumulado miles de libros a lo largo de su vida académica se encuentran un grave problema enfrentados a una biblioteca que se les presenta como una carga insostenible. Se trasladan a nuevas residencias lejos de sus antiguos lugares de trabajo, lugares más pequeños normalmente. ¿Qué hacer con los libros?

Durante década has estado orgulloso de tu biblioteca, de tus libros, pero ahora todo ha cambiado, no solo las personas, para las que el libro es casi una rareza, sino para las propias instituciones que trabajan en el mundo de la cultura, incluyendo las propias universidades.

No se trata ya de vender los libros, sino de la posibilidad de donarlos. Las bibliotecas se transforman en lugares de "co-working", lugares donde se va a hablar, sobran hasta los tradicionales carteles en los que se rogaba silencio. En mi facultad se aplaudió la trasformación y surgieron preguntas sobre el nuevo mobiliario.


Los libros y revistas académicas quedan sobre las mesitas de los departamentos cuando los que se van limpian sus despachos. Allí quedan como materia muerta ante la indiferencia de los que pasan si mirarlos si quiera. No me resisto y rescato alguno. Lo hago por sentimentalismo, por educación, por algo que aprendí a respetar, los miles y miles de horas de compañía a lo largo de la vida. Rescato libros colocados cuidadosamente junto a los contenedores de papel donde alguien los dejó luchando el recuerdo con el reciclado. Hay algo en ti que se rebela a la hora de abandonarlo en el contenedor y los dejan fuera con la esperanza de que alguien lo vea y lo acoja en su casa, le dé una segunda vida.

¿Qué nos ha pasado? ¿Qué nos ha pasado en estas últimas décadas que hemos pasado del amor a los libros a considerarlos un estorbo, un objeto del pasado? Cuando me hablaban de la "muerte del libro" yo les contestaba hablando de la "muerte de los lectores". Mientras haya lectores, habrá libros, pensaba yo. Pero son muchos los factores que han convenido en la muerte del libro.


Tres o cuatro veces al año una ONG se pone en las puertas del metro de la Ciudad Universitaria y despliega, muy baratos, unos cuantos cientos de libros. Me suelo llevar varios. Hay de todo. La gente que pasa se detiene para ver aquellos objetos de papel metidos en cajas dispuestos a ser vendidos. Algunos se llevan alguno de ellos.

Consulté una ONG para donar libros. Ya no estaban tan contentos con las donaciones. Supongo que el exceso de libros donados les crea un problema, tanto de almacenamiento como de gestión y demanda.

Pero el principal problema creo que está en el desconocimiento de lo que el libro contiene, es decir, de su valor cultural específico. Sin saber su valor, el interés que puede haber en su lectura, el libro es solo papel a los ojos de quien lo contempla cerrado, un objeto frío. Abrir un libro, leerlo y disfrutarlo es un acto complejo que requiere una formación, una capacidad competente, que se ha ido perdiendo dentro de un proceso de deterioro del sistema cultural y educativo.

No queremos libros porque no los valoramos como objetos y tampoco los valoramos por lo que nos podrían aportar. El modelo de "valor" ha cambiado. El modelo mismo ha cambiado.


Ayer escuché como habían tenido que empaquetar fuertemente las cajas de libros para evitar que abrieran las cajas dejando fuera lo que no les pareciera interesante. Me produjo mucha tristeza escucharlo.

Ya no ves apenas gente con libros en el transporte. Hubo un tiempo en que los alumnos dejaban sobre la mesa el libro que estaban leyendo. Hoy no lo ves. Y si alguno tiene un libro, lo esconde casi avergonzado.

El teléfono lo ha cambiado todo. Ayer muchos alumnos no llevaban reloj al examen; el teléfono también les sustituye el reloj. Privados de él, no queda nada; todo se vuelve un mundo vacío, en el que te sientes perdido, como ha mostrado el "gran apagón". Pero nadie habla del "gran apagón" cultural.

El caso de los libros y lo que contienen es trágico en muchos sentidos. El libro nos conecta con una dimensión profunda de nuestra cultura que está siendo borrada paulatinamente. La formación de la biblioteca persona era uno de los ritos de paso esenciales. Marcaban tu independencia respecto a la biblioteca familiar, la de tus padres. Las diferentes obras definían tu trayectoria hacia una independencia personal. Los libros marcaban tu personalidad y tu personalidad definía tu biblioteca. Alguien podía conocerte por tus libros, de un vistazo a tu biblioteca, un recurso que algunos novelistas usaron para mostrar el trasfondo de sus personajes, E.A. Poe entre ellos.


Las videoconferencias nos han permitido ver un mundo de casas sin bibliotecas, sin libros. Solo algunos se muestran delante de los estantes con sus obras en despachos desde los que transmiten.

La pregunta sigue en el aire: ¿qué hacer con los libros en un mundo en el que nadie los quiere? ¿Habrá que construir incineradoras, crematorios de barrio para los libros? El acto de quemar libros era un símbolo de censura, de recorte de lo que el libro representaba, libertad, cultura, memoria. Hoy lo vemos como un anacronismo, como una molestia en nuestras reducidas casas. Hoy los hacemos desaparecer en nombre de la falta de espacio, baja demanda y otras excusas. Rechazando los libros y lo que representan nos rechazamos a nosotros mismos en nombre del peor autoritarismo, el de la ignorancia.

He escuchado cantos alegres por la desaparición de los libros en boca de personas que se deberían dedicar a lo contrario, en espacios que deberían protegerlos. Protegemos a la especies en extinción, ¿por qué no hacerlo con la especie "libro" a la que algo debemos los humanos?

En mi última clase del curso, el miércoles pasado, repartí libros.

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