Joaquín Mª Aguirre (UCM)
La conversión
de cualquier cosa, evento, etc. es espectáculo es un signo de nuestros tiempos.
La distancia entre unos eventos tan formalizados como es la elección de Papa
permite una mejor comprensión de cómo cambia la mirada sobre ellos. Quien hablo
de la "Sociedad del Espectáculo", Guy Debord, allá por el lejano y
cada vez más próximo 1967, lo hizo con anticipación y acierto.
Las
imágenes del cónclave, de los participantes, de los espectadores, del Vaticano
mismo, nos permiten comprender de primera mano nuestra situación al otro lado
de la pantalla o, teléfono en mano, siendo el milésimo ojo que lo recrea y
transforma en espectáculo.
Hace
unos días, una imagen circulante nos mostraba una realidad tras la ficción:
la figura del Crucificado rodeada de manos con teléfonos. Algo más que un
chiste; una pos realidad que nos contrasta con lo simbólico convertido en
espectáculo.
Con su estilo esquemático y directo, numerado, tratando de huir el espectáculo mismo, la primera página de Debord nos da sus cuatro primeros puntos:
1
Toda la vida de las sociedades en las que dominan las condiciones
modernas de producción se presenta como una inmensa acumulación de
espectáculos. Todo lo que era vivido directamente se aparta en una
representación.
2
Las imágenes que se han desprendido de cada aspecto de la vida se
fusionan en un curso común, donde la unidad de esta vida ya no puede ser
restablecida. La realidad considerada parcialmente se despliega en su propia
unidad general en tanto que seudo-mundo aparte, objeto de mera contemplación.
La especialización de las imágenes del mundo se encuentra, consumada, en el
mundo de la imagen hecha autónoma, donde el mentiroso se miente a sí mismo. El
espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento
autónomo de lo no-viviente.
3 El
espectáculo se muestra a la vez como la sociedad misma, como una parte de la
sociedad y como instrumento de unificación. En tanto que parte de la sociedad,
es expresamente el sector que concentra todas las miradas y toda la conciencia.
Precisamente porque este sector está separado es el lugar de la mirada engañada
y de la falsa conciencia; y la unificación que lleva a cabo no es sino un
lenguaje oficial de la separación generalizada.
4 El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes.
Da
miedo pasar a la página siguiente.
La
conversión del cónclave papal en espectáculo, con los medios tratando de
explicar el incompresible retraso ante el público expectante, las
"quinielas de papables", los antecedentes históricos saltando del
color al blanco y negro, de la televisión a las fotos, de las fotos a pinturas
y grabados en el confín de suceso, los comentarios de los viajeros —niños,
adultos, ancianos... seglares y religiosos— cuando son puestos ante las cámaras
televisivas, las formas de prevenir filtraciones, el exotismo y colorido del
ritual, la disposición de la Capilla y sus detalles... todo ello forma un
espectáculo cuya combinación lo hace único. A diferencia del Festival de
Eurovisión, a diferencia de las finales de la Champion —los grandes rivales— los espectadores se adentran en lo
insólito, en el espectáculo en el que, como titulaba RTVE hace unos minutos,
"media humanidad está pendiente" de los resultados. Los presentes en
la Plaza pasan a formar parte del mismo espectáculo, logran su deseo. Es el
final del espectáculo en que se convierte un suceso encadenado que comienza con
la enfermedad del Papa Francisco, sus idas y venidas de urgencias, el
fallecimiento, los funerales y ahora la elección del nuevo pontífice, con
detalles como la visita de JD Vance, el vicepresidente norteamericano, que iba
a mostrar su amor a Francisco mientras deporta orgulloso a los inmigrantes, o
la vanidad de Trump colgando en su red social la imagen de su "elección
virtual" como Papa. Todo ello constituye un largo programa cargado de
"novedades", un suceso lleno de giros inesperados que los medios
dramatizan en su constitución del espectáculo.
Como
objeto fetiche capaz de concentrar la atención en las pantallas, la chimenea
binaria —fumata blanca, fumata negra—, pasa a ser un signo perfecto, capaz de
condensar toda la emoción. Es como dice Debord en su apartado tercero, "el
punto que concentra todas las miradas". La aparición del humo negro ha
desencadenado un "¡oooooh!" espontáneo al que seguirá pronto un
animado "¡aaaaah!" cuando la fotografiada chimenea lance al mundo y a
las cámaras que le dan forma el esperado humo blanco.
Una vez
tengamos el humo blanco, quedarán la presentación del elegido y como epílogo la
ceremonia final del nombramiento. Será el cierre del espectáculo y los medios
tendrán que buscarse otra cosa.
¡Quién
le iba a decir a los autores de la película Conclave
(Edward Berger 2024) que la vida les imitaría!
Vance lo vería como otra "señal divina".
Nos dicen que Roma se ha puesto por las nubes, que no se encuentra lugar barato. Es el efecto de concentración del espectáculo. Todos ellos son necesarios como parte de él, para que sintamos no estar allí, delante de las cámaras, y no detrás de las pantallas.
— Debord,
Guy (1967) La sociedad del espectáculo.
Trad. de José Luis Pardo.





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