Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Esta
vez han sido los AVE, un episodio más en una serie de desastres encadenados que
a los españoles nos toca vivir. Tras el "gran apagón", una semana
después nos llegan de nuevo imágenes de gente atrapada en trenes. Después de un
puente pasado por agua, el regreso de unos y la ida a una Feria de abril se ha
visto frustrado por otro desastre, mezcla de tecnología caduca, falta de inversión
y mal fario. "¡Sabotaje!" han gritado unos; "¡dimisión!" le
han gritado otros al ministro Puente, al que se la estaban guardando.
En cada
crisis los ciudadanos aprendemos algo. Por ejemplo, de meteorología con las
danas; del funcionamiento del sistema eléctrico con los cortes, etc. Los
medios, con expertos reclutados para la ocasión, compiten por hacernos entender
lo que antes desconocíamos, algo que usábamos, pero que no nos habíamos
preguntado cómo funcionaba. Te subes a un tren de alta velocidad y ¡zas!
llegas; das a un interruptor y ¡zas! se enciende. El sistema funciona y no te
preocupas más... hasta que ¡zas! falla. Entonces vas corriendo a tu teléfono
para contárselo a algún amigo o pariente... y ¡tampoco funciona! Como ser
tecnológico de un país avanzado te sientes en las cavernas. Cuando los lazos
sociales tecnológicos vuelven con la luz empiezas a compartir experiencias y
preguntas descubres que unos se han quedado atrapados en ascensores, en vagones
de metro o de ferrocarril, que a algunos solo les quedó la trágica solución de
sentarse en una terracita a esperar a que pasara.
Ayer una
cadena televisiva nos mostraba lo que entendían como "autonomía
energética": los hornos y estufas de leña. Frente a la dependencia eléctrica,
la leña y las velas son la solución
parecían decirnos dentro de este estiramiento dislocado de las noticias.
Aquellos ancianos, aislados en pueblos de montaña, olvidados por las
tecnológicas, se convertían en el ideal de subsistencia.
Los
efectos de las pérdidas (del kilo de filetes que reclamaba en pantalla una
señora a millones por paros en fábricas y suministros) tienen su contrario en los
que han hecho negocio agotando pilas, baterías, linternas y radios, cuyos
precios se han disparado dentro de la lógica capitalista del mercado, la que
nunca falla, el undécimo mandamiento, "Te aprovecharás de la desgracia
ajena".
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| El País |
Los que se burlaban del "kit de supervivencia" han tenido que rectificar y hacerse uno ajustado a su propia visión del apocalipsis tecnológico que nos tocará próximamente, el lunes próximo quizás, si el caos tiene su propio orden. Las desgracias tecnológicas se agrupan, ¡como si no fueran los lunes ya una desgracia!
Nos han tenido que explicar lo dependientes que somos, que nuestro mundo se puede hundir en cinco segundos inexplicables (hasta el momento) o incomprensibles (de por vida), porque nadie nos garantiza que lo vayamos a entender cuando nos lo expliquen.
Como
usuario diario del tren de cercanías y de la red de metro, experimento
problemas desde hace mucho tiempo, varios años. Lo que antes funcionaba bien
ahora no lo hace. Si antes había un incidente al año, ahora tengo un par por
semana, entendiendo por tales, retrasos, finalizaciones y trasbordos donde no
estaban programados, escaleras mecánicas que no funcionan y ascensores
"fuera de servicio". Cuando estos últimos no funcionan, te tienes que
jugar la vida con maletas; ves a gente con sillas de ruedas que no sabes cómo
pueden sobrevivir. No es ciencia ficción; es una realidad con la que cada día
te encuentras.
Es la realidad de la España obsoleta, la España de reducciones de personal de mantenimiento. Es la España que quitó las taquillas y puso torniquetes porque era más barato, pese a lo que cuesta pasar con cochecitos de niños o con maletas o muletas, con un botón para que te abran pasos accesibles que en muchas ocasiones tardan en contestarte o sencillamente nadie te contesta.
Hemos pasado de presumir de lo bueno que es el servicio a lo rápido que se subsanan los desastres. Debemos agradecer esta prontitud. ¡Qué suerte tenemos!
Ante este tipo de situaciones, los políticos aprovechan para recriminarse unos a otros, cuando el mal es general y requiere otro tipo de discursos y, sobre todo de acciones. Está muy bien electrificarlo todo, hacerlo con energías renovables y lo menos contaminantes, pero el mantenimiento, prevenir los desajustes en sistemas cada vez más complejos e interdependientes es lo que asegura la "modernidad" y especialmente que no nos estamos metiendo en nuestra propia trampa.
No dudo que sea necesario tiempo para saber las causas exactas, pero la
modernidad está en desarrollar sistemas que estén bajo un control que permita
anticiparse y evitarlos. Es mejor prevenir que mostrar erudición en la
explicación del caos. No basta con construir, hay que mantener, vigilar, proteger.
¿Responsables? Los que no invierten porque reducen sus beneficios, los que les dejan hacerlo, los que creen que esto no pasaría nunca y, finalmente, porque no exigimos como debemos por nuestra propia seguridad.
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| El Mundo |






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