martes, 21 de febrero de 2023

Lo gratis sale caro

Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La forma de zanjar las crisis dice mucho sobre las crisis mismas. La chapuza de los datos erróneos dados a los fabricantes cuyo resultado eran trenes que no cabrían por los túneles tenía que estar a la altura. La solución es cortar las cabezas de dos responsables más y trenes gratis hasta 2026, fecha en que llegarán los trenes con las medidas ajustadas a la realidad de los túneles. Así, la chapuza se controla mediática y políticamente. ¿Trenes gratis durante tres años? Los usuarios dejan de protestar y la deuda sigue subiendo. Pero por algún lado tendrán que ingresar, a menos que nos concedan el premio Nobel de Economía por encontrar la empresa que se alimenta del aire, que por muy limpio que esté, no produce las calorías económicas suficiente. Lo gratis lo pagamos todos, aunque lo disfruten unos pocos.

La chapuza se va instalando cada vez más como una realidad tangible, próxima, cotidiana. Se centra en elementos muy variables, desde los jurídicos, con leyes cuya aplicación consigue lo contrario de lo que pretendía, a estos trenes que no caben. Pero a las chapuzas se le suman las negligencias, una variable peligrosa que, como en el campo de la sanidad, causa muertes. Es raro el día en que no tenemos noticias de chapuzas y negligencias en algún sector, que salga a la luz algún desastre.

¿De dónde sale todo esto? Un primer factor es indudable: mucha gente no está donde debería estar o, lo que es lo mismo, está donde no debe. Los malos nombramientos son una peste contemporánea que hace que coloquemos a personas en lugares para los que no están capacitados. Pero el hambre de cargos es un mal difícil de controlar, sobre todo porque constituye una cadena de confianza, una forma de colocar personas próximas que viven a la espera de un cargo. Esa proximidad es la que se da en los partidos políticos en muchas personas que esperan su momento, el del cargo remunerado en un sector del que muchas veces desconocen casi todo. 

La otra causa es también indudable: los recortes de personal, que acumula errores por agotamiento, simultaneidad de tareas, etc. Esto se ve igualmente en todos los sectores, donde se producen chapuzas por la falta de la atención necesaria causada por prisas, como estamos viendo en los errores de diagnósticos médicos, cada vez más frecuentes. ¿Son peores los profesionales? Probablemente no, pero las condiciones en las que trabajan o los recursos de que disponen no facilitan sus tareas. Si tienes, por ejemplo, menos tiempo para reconocer, menos fondos para gastos y todo se hace igual en cada proceso, los resultados no dejan de empeorar.


Hemos tenido accidentes trágicos por la negligencia, por ejemplo, en la revisión de las medidas de seguridad de atracciones de feria. La cantidad simbólica de revisores deja en el aire la idea de "seguridad". Todo se deja al azar, a las probabilidades bajas de que ocurra algo. Pero la crisis modifica los factores: al reducir los ingresos y aumentar los gastos, esto repercute en las revisiones de seguridad, tanto por parte de los inspectores como por parte de los propietarios. Y los problemas aumentan.

¿Es la gratuidad de los trenes una solución a las chapuzas? No. Es una "solución" a su coste político, para salvar las protestas y el ridículo. Pero la falta de ingresos puede significar un aumento de las probabilidades de que se produzcan problemas de diverso orden. La falta de ingresos tendrá que repercutir en algún grado sobre lo que hay hoy y el deterioro se irá produciendo porque forma parte del ciclo de vida de los materiales. Lo que no se renueva, se vuelve contra ti.


Los políticos han medio salvado la cara. Han escenificado su indignación frente a sus electores y han cortado cabezas para mostrar que no son tolerantes con las negligencias, aunque los responsables no sean ellos. Pero da igual. Es más barato cortar unas cuantas cabezas que te recorten unos cientos de miles de votos que se pueden llevar por delante a miles de cargos surgidos en los despachos del poder.

La cultura de la chapuza avanza porque la eficacia tiene un elevado coste de mantenimiento. Que las cosas funcionen, que el candidato ideal esté en su puesto, etc. tiene un coste en muchos planos. Por lo pronto, una persona responsable exige las medidas necesarias para que su servicio o sector funcione como debe. Pero la cultura de la chapuza adora a los jefes y maltrata a los subalternos, a los que azuza con la vara. De esta forma, empieza a cundir el desánimo y un pensamiento que no se siente vinculado al estado general. Las advertencias desaparecen una vez que han sido desatendidas.

Esperemos que la chapuza de los trenes que no caben no sea superada por problemas derivados de la gratuidad del servicio.

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