Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Las noticias en este país son cada día más aburridas. Sería interesante que se dieran los mapas de discusiones como si fuera el informe del tiempo, sobre un mapa, ofreciéndonos las "temperaturas" simbólicas, los "chubascos" y los poco probables momentos de bonanza, informes con previsiones de dónde se darán los momentos más calientes en los enfrentamientos que llegarán.
Una
cosa es debatir y otra discutir. La primera es constructiva y necesaria, busca
las mejores soluciones para problemas que se concretan y, por ello, pueden
resolverse. En la discusión, en cambio, el problema es el otro, por lo que no
hay solución posible ni interesa a nadie. En la política española se busca el
hundimiento y no la convivencia, reconociendo que esta es precisamente el arte
de debatir para la mejora, que la democracia es una forma de favorecer la
convivencia pacífica y no la guerra por otros medios.
Lo peor
es que la discusión significa atraer el foco en una sociedad mediática. Los
políticos necesitan estar en pantalla, por decirlo así, y solo el deporte
satisface más a los medios que las exhibiciones de conflictos llevados hasta la
discusión.
Incluso
la discusión llega a ser un recurso que se supera por la descalificación, que
es el discutir con el otro ausente haciéndole el eje del discurso propio. Es el
modelo más habitual, esta especie de discusión sin el otro, en el que cada uno
por separado despelleja al otro, lo describen e interpretan para crear un
retrato llevado hasta el ridículo.
Con
estos métodos, la política no es una forma de gestionar los recursos, favorecer
la creación de leyes mejores ni de atender lo más importante y necesario, sino
la forma de encontrar la discusión más rentable, la que tenga mayor atracción
mediática y la que, finalmente, se traduzca en rentabilidad electoral dentro de
un complejo sistema de hundimiento de los otros de forma continuada. Así visto,
se trata de acumular carga negativa en la imagen del otro hasta convencer de la
necesidad de su extinción.
Es la
manera en que se vive "políticamente". Llevamos semanas, ya meses, de
discusión a múltiples bandas sobre la Ley del "Solo sí es sí". La
última polémica es si están debatiendo o solo discutiendo. La palabra
"acuerdo" solo es posible después de un debate, poco o nada probable
después de una discusión mediática, es decir, después de que las partes hablen
ante los micrófonos, pero no lo hagan entre sí.
En estas
semanas hemos comentado aquí la hipótesis de que realmente se saque más
provecho electoral erosionando al otro que de una manera más calmada y
debatiendo. Más allá, la discusión alcanza ahora al "con quién
debatir", poniendo límites, como los señalados al PSOE si acepta debatir
con el PP. Como el debate es casi imposible, es preferible apostar a discutir
con los "socios" que a debatir con la oposición oficial. Es lioso de
entender, pero es lo que tenemos cada día en pantalla, ondas y papel.
Los
medios viven ya de estas discusiones, las tematizan convirtiéndolas en casi
"secciones no oficiales", manteniéndolas vivas y atentos a la
elevación del tono de las discusiones. Esto permite esperar el siguiente
capítulo de la serie discutidora.
Es indudable el efecto de un entorno mediático y de gran cantidad de flujos de información. Al ser mayor el espacio mediático, se busca una repercusión mayor. Esto requiere aumentar la intensidad y la frecuencia de las discusiones para mantener el foco. Las ruedas de prensa y declaraciones en pasillos se multiplican. Cualquier tontería hace correr hacia su opositor para que nos ofrezca su parte sustanciosa de comentarios. Comienza el ciclo discutidor.
Esta
discusión permanente pasa a formar un fondo sobre el que se recortan los
acontecimientos, que inmediatamente comienzan su deriva hacia la discusión y
son absorbidos y modificados para el formato. El tono se dispara, las réplicas se multiplican y todo se
crispa.
¿Es
sano esto? Pues, sinceramente, no. Es una forma de vivir en tensión permanente
y la que todo debe pasar por el foco atencional de la crispación. Rodeados de
discusiones, los ciudadanos nos aburrimos o nos dejamos arrastrar por esas
discusiones que se acaban multiplicando por redes sociales. Esto no es señal de
que nos importe, sino que ocupa nuestra atención como la muleta cierra el campo
de visión del toro y le arrastra en una dirección. Sí, nos torean.
Es interesante comprobar la proliferación de artículos en diferentes medios, muchos de ellos por "expertos" que tratan de enseñar a sobrevivir a las discusiones "políticas" en entornos en donde el daño puede ser irreparable, como en las familias. Los políticos se recuperan sin problema; es su campo el discutir. Los demás, los que son arrastrados a discutir durante una celebración familiar, puede que tarden años en hacerlo.
Pero
para debatir hay que tener razones, datos, conocimientos; para discutir basta
con saber perder las formas con gracia, tener un vocabulario suficientemente
mordaz y ser rápido en la respuesta. Esta mucho más al alcance de todos.
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