Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El caso
de las niñas gemelas de 12 años que saltaron al vacío —que comentábamos ayer—
va adquiriendo cada vez tintes más sombríos y revelan qué tipo de sociedad
estamos creando y sus resultados trágicos. Nuestras categorías mentales
establecen divisiones donde no las hay realmente. Esto no es una "cosa de niños",
algo que se "cura con la edad". Son los sólidos cimientos de una
construcción social basada en la discriminación, en la agresión al diferente,
que se manifiesta como una mezcla de odio, burla y violencia. El clima de acoso
que se manifiesta en colegios, institutos, etc. no se olvida ni por parte de
quien lo sufre no por parte de quienes lo ejercen, que aprovecharán las
ocasiones que las circunstancias de la vida les ofrezcan para repetir ese
comportamiento. Entenderlo de otra manera es favorecer esto, la punta del
iceberg.
En el
diario El Mundo se nos anticipa y
aclara lo que ayer se dudaba por parte de algunos:
Los agentes indagan el entorno de las menores para
determinar qué tipo de acoso podían sufrir. Además de preguntar a amigos y
compañeros de instituto también rastrean sus redes sociales. El entorno de las
hermanas apuntaban en varios medios que las menores recibían burlas por su
origen argentino. Además, Alana, la que falleció, también por su decisión de
querer cambiar de sexo. En este sentido, los mensajes que amigos y
familiares han dejado, junto a velas y ramos de flores, en un improvisado altar
frente al edificio en el que residían las menores no deja dudas.
«Te has ganado el cielo, pequeña. Descansa en Paz.
Justicia» o «me quedo con los momentos buenos, con esa sonrisa que tenías
siempre en esa cara hermosa», eran algunos de los recuerdos de la hermana
fallecida junto a fotos de las dos gemelas con familiares y amigos.
Algunos de ellos explicaban que su decisión de convertirse en chico incrementó
las burlas que ya venían de antes por su acento argentino.
Incluso el Observatori Contra l'Homofòbia fue más allá
y aseguró en un mensaje por las redes sociales: «Una noticia que nos rompe el
corazón, un niño trans de 12 años se suicida en Sallent. Una muerte
marcada por la intolerancia, el bullying y la transfobia. Enviamos todo
el calor al entorno de Iván y nos ponemos a disposición en caso de que se
solicitara acompañamiento psicosocial y jurídico».*
No sé si retrocedemos o avanzamos; solo se ve lo que somos, una sociedad en la que se aplaude nuestra generosidad como donantes de órganos, pero en la que conviven personas capaces de burlarse de otros, de acosarlos hasta hacerles insoportable su presencia en la tierra. Esas cartas de despedida que dejaron, que no transcienden; esas dos sillas en la terraza desde la que saltaron, son signos de nuestro propio fallo social e institucional.
El temor a ser señalados como responsables —por acción u omisión— hace que se nos diga todo lo que se estaba haciendo, lo que refleja una inacabable lista de carencias e ineficacia. Por mucho que se diga, la triste realidad es el salto desde el tercer piso. En la información se nos dice que "todo apunta a un salto voluntario". ¿Qué sentido se la da a "voluntario" en un caso claro de acoso? Que no hubiera nadie más en esa terraza no quiere decir no se las empujara.
Mientras nos dediquemos a tratar al acosado como un enfermo y no a tratar como enfermos o delincuentes a los infractores, a los que acosan, atacan, se burlan, presionan, hacen la vida imposible, etc. a los que marcan como sus "juguetes" de rabia, aquellos con los que sentirán superiores, con los que desahogarán sus frustraciones y limitaciones, complejos personales, etc. no vamos a hacer mucho.
Al acoso lo llamamos "bullying" y ya nos parece algo que viene de fuera, que antes no existía y hubo que importar nombre y concepto del exterior. Nada más lejos de la realidad, nada más engañoso. Da igual cómo lo llamamos, es algo nuestro, una forma de violencia social y personal que busca cobardemente salir de la pobreza mental en la que vivimos, de este aburrimiento hipnótico que nos rodea, en la falsedad de los lazos sociales y la falta de sentido de comunidad mientras se refuerzan los lazos tribales de los grupos.
McLuhan habló de la "aldea global" y siempre hablamos del segundo término. Pero el primero nos define como comunidades tribales, más primitivas, donde la individualidad se trata de forma violenta ante los poderes del grupo. McLuhan no teorizó sobre las redes sociales, ya que no existían en su momento, pero habría tenido mucho que decir sobre este "primitivismo" salvaje que convierte nuestras ciudades en fragmentarios centro de batalla, donde se desahoga la violencia que genera el anonimato. Lo hemos visto en el fenómeno de los linchamientos, donde ese anonimato permite ejercer la violencia eliminando la racionalidad que supone la Justicia.
El anonimato en los grupos no supone libertad, sino un sentido de impunidad que hace que se actúe a sabiendas de que la responsabilidad se diluye, por lo que se intensifica en los años protegidos por la minoría de edad.
No es casual que estos sucesos ocurran en unas edades determinadas. Los 12 años de las gemelas es la edad de la mayoría de su entorno escolar, los que les rodean. Se ha transmitido en los grupos que existe una protección legal que se interpreta en muchos casos como una forma de impunidad, una edad en la que se puede hacer de todo porque no hay responsabilidad.
¿Qué es una institución educativa en la que los alumnos aprenden a burlarse de otros, a acosar hasta llevar a otros a la muerte? ¿Dónde se aprende el respeto a los demás, el valor de las personas? Enseñamos matemáticas, física, química... y hasta ética o religión, ciudadanía, pero ¿qué queda de ello al cerrar los libros, al salir del aula, en las calles? ¿Qué es aprender; qué es enseñar?
Se nos habla del aumento de la violencia (esos fines de semana a puñaladas en las calles), del aumento de la violencia de género (ese 20% que no cree que exista, esos que creen que el papel de la mujer está en la casa y en la obediencia...), que aumentan las tendencias suicidas entre los jóvenes, algo a lo que dedicamos aquí espacio en los últimos, etc. Todo en su conjunto supone un deprimente y preocupante retrato social ante la indiferencia distraída de una mayoría escindida entre deportes, entretenimiento político y trivialidades sociales con canciones alusivas o sin ellas.
Ayer los medios nos ofrecían en el mismo día el caso de las gemelas y el de la amenaza de dimisión de un instituto ante la falta de recursos para poder atender los 15 casos problemáticos —de las amenazas de suicidio a la violencia— que tenían en su centro. Hoy tenemos esos detalles que no solo no tranquilizan sino que se mueven en dirección contraria. Se nos dice:
Una de las gemelas había sido derivada a los servicios de salud mental (CESMIJ), además de ser atendidas las dos por una psicóloga del centro y una orientadora por su situación familiar, ya que era inestable por la relación entre los padres, así como social, ya que la familia cuenta con otro hijo menor. Se estaba indagando si sufrían algún tipo de trastorno.*
¿"Trastorno"? Las maniobras para difuminar el papel del acoso, que es responsabilidad de los centros son claras. Pese a todo el apoyo de expertos dispensado, nos vienen a decir, había algún "trastorno". De esta forma, la responsabilidad se diluye y las víctimas acaban siendo responsables de su destino.
Tenemos un serio problema. Esto crece y los acosadores no se quedan en la infancia; acaban reapareciendo en empresas, fábricas, barrios, etc. Son los maltratadores del mañana, los acosadores permanentes, los que apuñalan en una noche de viernes, los que violan en grupo, las bandas que se disputan los barrios... Perdemos el tiempo en disputas, las más de las veces inútiles, pero somos incapaces de afrontar los problemas en su raíz. Ponemos flores, encendemos velas..., pero poco más.
En una sociedad como es la nuestra, con cada día más diferencias, más entremezclada, los puntos de fricción son claros, estando la escuela, los institutos en primera línea. Es instituto que se rebela porque no se le concede personal especializado para poder enfrentarse a lo que tiene cada día en las aulas es un ejemplo de lo que ocurre. Pero también es revelador de una forma de percibir el mundo: el suicidio no es un tema de expertos, como lo es el acoso o la violencia. Es un problema que dejamos en manos de otros para no mancharnos demasiado. Es un problema humano, no técnico. Hay que darse cuenta que es es las mentes de los que están realmente enfermos, los acosadores, donde hay que actuar, que es nuestra forma de ver el mundo, de relacionarnos en donde está el problema.
* Germán González "Las cartas de Alana y Leila revelan que se quisieron suicidar por un posible acoso por transfobia a una de ellas" El Mundo 24/02/2023 https://www.elmundo.es/cataluna/2023/02/24/63f7cbd121efa00c6b8b4598.html
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