Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay dos tipos de libros: los libros que te exigen obediencia y los que te ofrecen libertad. Están los que alguien interpreta por ti y los que te abren mares de imaginación. Están los que no cambian siglo tras siglo y los que son nuevos cada vez que vuelves a ellos. Sí, existen dos clases de libros, como existen dos clases de seres humanos: los que viven al amparo de lo dicho y los que cada día sueñan su futuro.
El 23 de abril es el Día del Libro, una festividad comercial que trata de vender libros. No es tanto el día del libro como el día del libro-producto, el día cuyo éxito se traduce en los niveles de las ventas. Pero el éxito de los libros es otro y no todos valen para ello. El éxito de un libro es convencerte de que eres un ignorante. Hay miles de libros que nos ofrecen la sabiduría, que nos aseguran que tras leerlos ya no necesitaremos leer más. Desconfiemos de esos libros prepotentes. Los libros verdaderamente buenos son los que siembran la discordia en nuestras mentes y nos hacen dudar, al menos, una duda razonable. Los buenos libros son siempre preguntas sin responder porque reflejan la perplejidad ante el mundo.
Con los buenos libros ocurre como con la Ciencia. El trabajo de los científicos hoy es saber plantearse buenas preguntas. Saben que sin preguntas no hay respuestas. Y que cada respuesta es la antesala de la siguiente pregunta. Los buenos lectores, como los buenos científicos, siempre están en marcha. Por eso los buenos científicos siguen investigando y los buenos lectores siguen leyendo. Pronto amas más las preguntas que las respuestas, descubres el placer en la energía que te recorre con la duda. No es la duda del miedo; es la duda de la libertad, la duda de ir de la mano de tu propia curiosidad y de ninguna otra mano.
La escritora libanesa Joumana Haddad ha expresado bien la diferencia que marca la lectura, la buena lectura, en un entorno externo represor:
[…] a pesar de mi formación tradicional y del peso del miedo, internamente crecí libre porque mis lecturas me emanciparon (y la libertad, según fui aprendiendo con el tiempo, empieza en la mente antes de reflejarse en la expresión y la conducta de una persona).* (34)
Demasiado volcados en lo público y en lo social, olvidamos que la libertad nace de dentro, en la vida interior. Y el mejor alimento para esa vida interior, para fomentar ese deseo libertad es la lectura de buenos libros. Porque la libertad es un acto de la imaginación; es primero soñarse diferente, imaginarse diferentes respuestas a nuestras múltiples preguntas. Hay libros que nos imponen un destino y nos cierran la imaginación; hay otros que nos arrojan a nuestra libertad interior en mitad de un mundo oscuro, lleno de condicionamientos y restricciones.
Nuestra civilización es cada vez más centrífuga, volcada hacia lo externo. Vamos perdiendo una cultura centrada en la reflexión individual, en las preguntas que crecen desde dentro. Somos bombardeados permanentemente con soluciones que se anticipan a nuestras necesidades —espirituales, comerciales o alimenticias— creándolas. Estamos haciendo una civilización de impulsos, de respuestas conductistas programadas. Es lo contrario de la libertad, es lo contrario de la imaginación.
La mayor parte de los libros que producimos tienen muy poco valor. Pero hay unos pocos libros, unos textos que han sobrevivido a los siglos porque sus preguntas siguen sin contestar a la espera de que les demos respuestas provisionales y que nos convencen de que, por más que nos fastidie, somos seres humanos frágiles, confusos e ignorantes. Pero eso nos hace querer ser mejores. Es la conciencia de esa fragilidad la que nos hace respetar a los demás, la que nos hace dialogar, buscar soluciones mejores a preguntas que nunca tendrán respuesta definitiva, afortunadamente. En el otro lado están los que tienen soluciones perfectas y para siempre, los que no dudan nunca, los que consideran que preguntar es peligroso o de mal gusto.
Decía Henri Bergson que la Naturaleza había producido dos obras maestras: por un lado el máximo orden, los insectos sociales, en los que todo está programado genéticamente; por otro lado, en el otro extremo, la libertad humana. Las hormigas no leen. Muchos seres humanos han dejado de hacerlo.
* Joumana Haddad (2011): Yo maté a Sherezade. Confesiones de una mujer árabe rabiosa. Ed. Debate, Barcelona.
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