Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Estados Unidos se debate desde hace varias semanas por un caso controvertido* que ha dejado al descubierto las peculiaridades del sistema educativo estadounidense y sus reglas.
El desalojo de una mujer, la señora Ana Márquez, por incumplimiento del contrato de arrendamiento de su vivienda, sirvió para detectar la dirección falsificada de otra. La señora McDowell había utilizado la dirección de la niñera de su hijo para inscribirle en una escuela mejor de otro distrito. Gracias a la dirección falsa, su hijo pudo inscribirse y asistir a las clases en la Brookside Elementary School, en el distrito de Newark, en Connecticut, en lugar del de Bridgeport, que le correspondía por su dirección oficial.
Tanya Macdowell fue detenida y se enfrenta ahora a una acusación de fraude y robo por valor de más de 15.000 dólares, el precio de la matricula defraudada, y a una pena de 20 años de prisión.**
En el Estado de Connecticut, debes inscribir a los niños en las escuelas de tu distrito puesto que se financian por los impuestos. Esto, a primera vista es un logro, es educación para todos, pero tiene sus problemas. El hecho es positivo si existe un nivel similar entre las escuelas, pero ¿qué ocurre si las diferencias entre unas y otras son abismales? Sencillamente, el sistema se convierte en un “destino escolar” que acrecienta las diferencias educativas entre los distritos y entre las personas. Al no haber movilidad, si vives en un determinado barrio estás condenado a recibir la educación que en ese barrio se recibe. El sistema se convierte en una sutil forma de compartimentación cerrada de la calidad, que se convierte en una diferencia local. Los niños están con los de su propio barrio y las diferencias entre los barrios ricos y los pobres, probablemente, se reflejen en más de un aspecto.
El caso se complica con el historial y la situación de la señora Macdowell, que vive por temporadas en su coche o en casa de los amigos que la acogen y tiene un historial de detenciones por tráfico de drogas y robos. Tratan de que estos aspectos no intervengan en el debate, alejándolo de su raíz educativa discriminatoria, pero, lógicamente, también pesan.
Hay dos planos, el caso concreto y la situación general. Los puntos débiles de las acciones de la señora Macdowell existen y la ciudad se defiende: ¿por qué no señaló que estaba sin hogar o por qué no inscribió a su hijo en la escuela que le tocaba? Para otros, los aspectos específicos del caso no deben atentar contra el principal problema, las grandes diferencias existentes entre unas escuelas y otras. Nadie tiene dudas sobre el carácter fraudulento de la falsificación de la dirección, pero la pregunta es por qué lo hizo. Y esta es la más sencilla de responder: porque era mejor escuela.
La educación es los Estados Unidos es un factor decisivo en el desarrollo de las posibilidades. En casi todas las partes lo es, por eso es esencial que se convierta en un elemento que genere oportunidades y no diferencias. El sistema de Connecticut no es diferente al que tenemos aquí en la enseñanza pública —el centro más cercano y luego todas los consideraciones que se puedan hacer—, el problema es si se establece un rígido sistema de matriculaciones y no se realiza un reparto de recursos equitativo. Entonces, las diferencias se perpetúan y la educación deja de cumplir su función. Habrá los que digan: “¿y qué?, las diferencias son buenas. Pero para eso tienen sus propias ofertas educativas y no la enseñanza pública. Un país que renuncia a tener una educación pública de calidad, equitativa y niveladora es un país condenado al desajuste social.
Desde hace años se lanza a la enseñanza pública a competir como si fueran instituciones privadas en el mercado. No creo que sea la política pública más adecuada generar diferencias, más bien debería producir oportunidades. La enseñanza no debe servir para uniformar a las personas sino para poder sacar de ellas, en su propio provecho, sus posibilidades a través del desarrollo de sus facultades. No es un sistema de competencia entre las personas, sino una forma de aprendizaje doble: del conocimiento que se transmite y de la propia convivencia social. Transmitimos conocimientos y modelos. A veces los conocimientos son buenos, pero los modelos son nefastos.
Pensamos demasiado en la educación como el “carburante” de las competiciones y deberíamos pensar en términos más del desarrollo de las personas. Tendríamos gentes más maduras y menos egoístas. No venimos al mundo a competir, sino a tratar de ser imperfectamente felices en compañía de otras personas. Hemos convertido el mundo en una gigantesca fábrica en la que se produce y consume. Parece que no hay otras dimensiones humanas. ¿Resultado?: carencias afectivas y emocionales, inmadurez, egoísmo. Individual y socialmente tenemos una obligación: hacer desaparecer los obstáculos que nos impiden ser un poco mejores, un poco más felices.
La Señora McDowell es culpable de haber querido que su hijo de seis años fuera a una escuela mejor que la que le correspondía, en el barrio que le correspondía. Para poder ir a otra escuela, primero debería ganar dinero, tener una casa en otro lugar mejor que en el que había vivido hasta entonces. El sitio en el que vives está en función de los ingresos de los que dispones. La señora McDowell vivía en su coche y quería que su hijo no tuviera que hacerlo. Probablemente hubiera tenido otras formas de intentarlo, pero para eso tendríamos que conocer cuál fue el pasado educativo de Tanya MacDowell. Y de eso nadie habla.
* "In a Mother's Case, Reminders of Inequalities" The New York Times 27/04/2011 http://www.nytimes.com/2011/04/28/nyregion/some-see-educational-inequality-at-heart-of-connecticut-case.html?_r=1&hp
** "Mother who sent six-year-old son to school in the wrong town colud face jail for 20 years" Mail Online 26/04/2011 http://www.dailymail.co.uk/news/article-1380756/Mother-Tanya-McDowell-sent-son-6-school-wrong-town-face-jail.html
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