domingo, 10 de abril de 2011

Los dictadores aprenden, nosotros no


Joaquín Mª Aguirre (UCM)

La desarticulación Libia y lo peculiar de la resolución de la ONU pueden ser los elementos que decidan el futuro frustrado de un pueblo. Ya advertimos en varias ocasiones que no es posible jugar con un tramposo y además hacerlo en inferioridad. Gadafi no tiene limitaciones en la consecución de sus objetivos y los demás se han llenado de reglas.
Las normas de las Naciones Unidas están muy bien cuando dispones de un ejército capacitado para avanzar, pero son muy limitadas cuando no lo tienes. Y las guerras no se ganan desde el aire. Pero esto no es una “guerra”, palabra que asusta a los vivos pero deja indiferentes a los muertos. Una intervención para “defender al pueblo libio” dejará de ser necesaria cuando no quede pueblo libio.
Las estrategias de Gadafi están cantadas y desgraciadamente se han ido cumpliendo las conjeturas que planteamos en varias ocasiones. Empieza a cundir el desánimo en las tropas de la Coalición, que siguen causando bajas por “fuego amigo” entre los rebeldes, y la desesperación en los que saben que cuando regrese Gadafi no dejará a nadie.



Hace días planteamos que los escenarios de Gadafi eran lograr la victoria aplastando al rival o forzar unas tablas ante una masacre. Hoy la prensa ya habla de tablas desde la perspectiva de la OTAN. Pero deben saber que si le ofrecen a Gadafi unas tablas, este se lanzará a por la victoria. Parará cuando él quiera, cuando considere que no queda peligro para su futuro y el de su familia, cuando esté garantizada la continuidad de la dictadura. Que nadie espere que las reformas con las que se ha dirigido a Occidente el hijo filósofo tengan sentido alguno.
Las rebeliones en el mundo árabe han tenido una característica que ha jugado a su favor o en su contra según los casos: la espontaneidad. No han sido planes organizados en los que una organización tenía un plan previsto para derrocar a un gobierno y tomar el poder. Han sido procesos en los que los pueblos se han lanzado a la calle por imitación de lo que había ocurrido en otros lugares.
Egipto se lanza a la calle porque el levantamiento de Túnez ha salido bien. Los demás siguen los ejemplos de ambos países con la esperanza de que la rabia y la resistencia sean armas suficientes para desmontar las tiranías que les oprimen. Sin embargo, el papel de los ejércitos —los que podían aplastar las rebeliones— en cada caso ha sido muy distinto. También otro elemento decisivo: el factor sorpresa ha dejado ser eficaz. Lo que sorprendió en los primeros días, ya no lo ha hecho en los países que se han lanzado a la aventura. Yemen, Siria, Bahrein… se han topado con unos gobiernos que saben lo que les puede ocurrir. Los dictadores aprenden. Otros, en cambio, tuvieron tiempo de reaccionar y emprendieron rápidamente reformas capaces de parar los levantamientos que se intuían. Marruecos salió rápidamente con promesas de cambio y paró momentáneamente las protestas. Ahora estos países tienen tiempo para actuar en cualquier dirección, hacia las reformas reales o hacia las cosméticas.
Los dictadores aprenden. Lo que suceda en Libia se tendrá en cuenta en Siria y en Yemen, países que se encuentran en compás de espera, en una lucha callejera que deja decenas de muertos diarios.
El drama con el que nos encontramos —el que una vez más no somos capaces de lidiar— es el de los pueblos que han quedado en tierra de nadie, lanzados a la aventura de la lucha armada en condiciones absolutamente desproporcionadas, en donde los dictadores no tienen el más mínimo escrúpulo en masacrar a las poblaciones. Son pueblos que tienen el descarado atrevimiento de soñar con un mañana en el que no se vean obligados a doblegarse ante familias que les roban los recursos y la dignidad, que les obligan a vivir en la contemplación diaria de la corrupción desde la más absoluta impotencia. Rodeados  por las imágenes satisfechas y las palabras huecas de sus dictadores, sueñan con un mundo en el que sea posible caminar sin encontrarse con esos obsesivos dioses profanos.
Gadafi no se irá por su voluntad. Solo lo hará cuando no tenga más remedio.



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