Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay crisis que comienzan por arriba. Estados Unidos tiene la tradición de la “bibliotecas presidenciales” en las que se mantienen los documentos generados por los mandatos de sus gobernantes. Los hay mejores y los hay peores, y algunos tienen sus periodos oscuros. Una de las funciones de esas Bibliotecas es organizar las exposiciones en las que se muestran documentalmente los periodos presidenciales. The New York Times nos cuenta los conflictos que se han suscitado entre la Fundación Nixon y la Comisión de la exposición que ha de reflejar su mandato*. Las presiones no han servido de nada y la exposición muestra en toda su crudeza documental el caso político más controvertido de la historia de los Estado Unidos, Watergate, el que le costó la presidencia a Nixon. Han pasado cuarenta años y hoy los visitantes de la exposición pueden acceder, con solo pulsar un botón, a la escucha de las conversaciones mantenidas por Nixon en el despacho oval de la Casa Blanca. Gracias a que no se cumplieron sus órdenes, además del enjuiciamiento entonces, podemos reconstruir ahora aquel caso en el que, gracias a la prensa, se pudo dejar al descubierto la corrupción política de Richard Nixon y su equipo.
Quizá Nixon marcara el comienzo de un tipo de crisis verticales descendentes, de crisis que involucran directamente a los mandatarios. La crisis de Nixon tenía un origen político y nos refleja el lado de la ambición, el poder y la falta de escrúpulos. La posterior crisis presidencial norteamericana, la de Bill Clinton, fue muy distinta y nos reflejaba las debilidades personales. La “crisis Lewinsky” y la “crisis Watergate” son dos límites balzaquianos al poder, la corrupción política y el sexo.
Entre estos dos polos, con sus variantes y matices intermedios, oscilan muchas de estas crisis desde lo alto que estamos viviendo. Algunas se producen en un lado o en otro; algunas, incluso, desde los dos.
Hoy mismo nos llega la noticia de las acusaciones contra primer ministro de Israel, Netanyahu, por corrupción —financiación irregular—, en un caso muy parecido al que ya le costó el cargo a Ehud Olmert en 2008. No es la única en esta última temporada. Al ex presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, se le ha acusado formalmente del asesinato del periodista Georgui Gongadze que le molestaba y que apareció decapitado. El ex presidente francés, Jacques Chirac, se encuentra también procesado por hechos ocurridos durante su periodo de alcalde de París y que pudo eludir por la inmunidad presidencial. El ex presidente surcoreano Roh Moo-hyun se tiró por un precipicio en 2009 ante las acusaciones por corrupción económica.
Estos casos y otros muchos son los derivados del poder y la ambición. Las corrupciones políticas afectan al abuso del poder, al nepotismo, al enriquecimiento ilícito, a la financiación irregular, etc. Nos limitamos a los presidentes; si bajamos un solo escalón, los casos aumentan. Dejamos también fuera, por obvio, a los dictadores cuyo poder es ya en sí mismo una corrupción. Los casos de los ex presidentes de Túnez y Egipto, los dos países que han sacado adelante sus rebeliones, reflejan una pequeña parte de ese ejercicio desviado del poder y de la corrupción generalizada que generan a su alrededor. Conforme vayan cayendo las dictaduras, saldrán los escándalos que el poder omnipresente ocultaba.
La otra línea, la sexual, le costó en gran medida la presidencia a Bill Clinton con el escándalo de las relaciones con la becaria Monica Lewinsky y su forma poco sincera de afrontarlo. Pero no ha sido el único. El ex presidente israelí Moshe Katsav ha sido condenado en fechas muy recientes por violación reiterada de una empleada en su etapa de ministro y dos acusaciones más durante su mandato presidencial. Parece que ser presidente de Israel es un empleo de alto riesgo. Los escándalos sexuales nos muestran otras facetas humanas, desde la hipocresía o el engaño familiar hasta el abuso del poder para lograr lo que de otro modo parece que no tiene gracia alcanzar.
Pero quien se lleva la palma por la amplitud del espectro es el incombustible Silvio Berlusconi. El actual presidente italiano acumula acusaciones en las dos vertientes, la política y la sexual. En cuanto a la segunda, las fotos publicadas por la prensa italiana de sus mansiones —las de Villa Cerlota, en 2009, por ejemplo— no dejan demasiadas dudas sobre el concepto de relajación que tienen Berlusconi y sus invitados habituales y ocasionales. Ahora todo ha ido más lejos y se encuentra enfrentado a delitos más graves como son la prostitución de menores y el abuso de poder, el denominado “caso Ruby”. La inmunidad presidencial le ha mantenido fuera de los juzgados o, como le acusan sus rivales, ha cambiado las leyes para evitar procesamientos. Ahora está de ronda por los juzgados italianos.
La conclusión de todo esto es que los ciudadanos no elegimos demasiado bien o que ellos son unos buenos fingidores. Sea cuál sea la respuesta, la evidencia es que los casos crecen. Siempre se podrá argüir que la mayor visibilidad de estos casos procede de un aumento de la vigilancia. Podemos consolarnos así, pero no podemos dejar de exigir la mayor limpieza y transparencia a nuestros dirigentes y partidos que son quienes nos ofrecen a sus candidatos con los avales de los procesos internos de elección.
El número creciente de casos de presidentes y ex presidentes procesados en distintos países, por unos u otros motivos, nos advierte de lo malos que son los candidatos que nos proponen y también de que no elegimos bien. Entre nosotros y los políticos están los medios de comunicación. También ellos son tentados para convertirse en parte de la maquinaria electoral de los políticos. Si consiguen mantenerse a distancia suficiente de los políticos, quizá puedan advertirnos a tiempo de lo que después tendremos que descubrir avergonzados, que las personas en las que depositamos nuestra confianza no la merecían.
* “Nixon Library Opens a Door Some Would Prefer Left Closed” The New York Times 31/03/2011 http://www.nytimes.com/2011/04/01/us/01nixon.html?_r=1&hp
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