viernes, 15 de abril de 2011

Escrituras de amor y mercado matrimonial


Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Muchas mujeres chinas ya no quieren recibir escritos de amor; prefieren escrituras. El asunto ha llegado hasta la portada de The New York Times* que nos adentra en un grave problema. La burbuja inmobiliaria china ha hecho crecer tanto la diferencia entre el precio de la vivienda y el sueldo medio —¿esto le suena?— que no hay forma de conseguir casa y, como titula bien el diario “Si no hay escritura, no hay cita”. En la sociedad china, como en todas las tradicionales, es al varón al que le compete ir con la escritura debajo del brazo.
Se está poniendo duro esto del amor para los chinos. La aplicación de las leyes de la oferta y la demanda en todos los campos ha convertido a las mujeres en un bien escaso y, por tanto, disputado. Ante la subida de los precios de la vivienda, la “liberación” se deja para otro momento. Tenía razón Darwin cuando señalaba que la base del cortejo es la exhibición de sus poderes —canto, músculo, color— por parte de los machos de las especies. Darwin introdujo lo que él mismo calificó como una importante cuestión: “¿excita y atrae de igual manera a la hembra cada macho de la misma especie? ¿O acaso ella ejerce una elección y prefiere a determinados machos? Esta última cuestión puede contestarse afirmativamente porque hay muchas pruebas directas e indirectas” (El origen del hombre, XIV). La disputa comienza con cuál es el criterio.



El interés en la novela decimonónica por el galanteo y por las formas de mejora social mediante el matrimonio  nos ha dejado un muestrario de ejemplos sobre cómo conseguir lo que se quiere mediante la técnica más vieja del mundo. En las novelas románticas se insistía en el precepto de que el caballero es el que da el primer paso y la "damisela" la que acepta o rechaza. A veces, detrás de su aceptación, estaba toda la familia calculando y forzando, pero Darwin no se fijó mucho en eso. Los novelistas, en cambio, sí. Le sacaron mucho provecho a la descripción de los rituales amorosos y económicos, juntos y por separado.
En el magnífico trabajo de la profesora Eva Illouz (Universidad de Jerusalén), titulado “El consumo de la utopía romántica. El amor y las contradicciones culturales del capitalismo”** se estudia el ascenso del amor romántico vinculado con formas de consumo. Desde finales del siglo XIX se habría producido un crecimiento de los objetos y rituales vinculados con el amor: las cenas, los bailes, los viajes, etc. Todo ello habría generado una industria fomentada por las imágenes que nos transmite la publicidad, el cine, etc. Todos esos elementos de consumo para establecer y mantener las relaciones serían los que se ofrecen como “estabilizadores” del amor y como sus “requisitos”. Illouz se plantea la contradicción permanente entre los modelos “orgánico” y “contractual” del amor, es decir, entre lo natural y lo cultural. Desde el punto de vista de la cultura, el matrimonio ha tenido siempre un aspecto económico, de transacción ya sea entre individuos, familias o clanes, incluidas las bodas de estado. Así se ha considerado mayoritariamente en todas las épocas. Nuestra novedad es que vendemos un amor romántico, mientras lo convertimos en un gran negocio social y en objeto de consumo permanente. El ritual se amplía.
Dentro de la pregunta de Darwin, que no es baladí, se situarían los requisitos que hacen recaer sobre el macho (el abundante) el peso de tener que conseguir a la hembra (la escasa) con sus méritos, sean estos los que sean. Sin escritura no hay cita y sin cita no hay futuro matrimonial. Y China envejece sin citas y, como señalábamos hace unos días [ver entrada], se lanza a reproducir nuestros programas televisivos para conseguir pareja como una reedición mediática de las luchas ancestrales. Pareja con casa, por supuesto. La casa asegura otros bienes añadidos que se dan por supuestos.
Las burbujas inmobiliarias tienen muchos efectos secundarios. El primero de ellos, desde luego, es —como sabemos bien en España— la dependencia familiar espacial. Si en China, los sueldos son bajos, aquí son precarios (y bajos), con una economía que produce poco. Eso hace que se haya retrasado la edad matrimonial y la de traer hijos al mundo. Como China, somos y lo seremos más todavía un país viejo. Ayer mismo nos alertaban en los medios sobre la falta de geriatras.
Los jóvenes hipotecan el futuro que no tienen para conseguir una casa que les permita librarse de sus padres y a sus padres librarse de ellos. Eso sí, con todo el cariño del mundo, porque la familia es la institución más valorada.
Pero la burbuja también tiene otros efectos perversos. Los que no tienen perspectivas de futuro acumulan estrés y frustración. Eso se traduce en el día a día de nuestras relaciones y a la angustia de los que no tienen casa ni pareja, se añade las de los que se quedan sin pareja (y sin casa). Vuelta a empezar.
Sin vivienda, estás fuera del mercado matrimonial. Aquel famoso dicho de “contigo pan y cebolla” ha quedado olvidado, al menos en ciertos sectores de China (y no solo allí). Contigo pan y ladrillo, parece más ajustado a estos tiempos que corren.

* “For Many Chinese Men, No Deeds Means No Date” The New York Times 14/04/2011 http://www.nytimes.com/2011/04/15/world/asia/15bachelors.html?hp

** Eva Illouz (2009): El consumo de la utopía romántica. El amor y las contradicciones culturales del capitalismo. Katz Editores, Madrid.


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