Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ya ocurrió en Egipto. A la gente se le ofrece una falsa alternativa: o el bolsillo o la democracia; turismo o libertades. Los razonamientos, unos sutiles y otros no tanto, obligan a plantearse el sentido y la oportunidad de sus reivindicaciones. Las reacciones ayer ante el atentado de Marrakech eran en su mayoría pesimistas por temor a que sea un freno para las reformas emprendidas o tímidamente esbozadas por el trono de Marruecos. La autoridad se ve obligada a reforzarse para garantizar la seguridad y las reivindicaciones bajan en intensidad por temor a provocar reacciones negativas, tanto de los terroristas como de la propia autoridad. El terrorismo acaba imponiéndote sus ritmos y dirigiendo tus actos.
Durante la revolución egipcia, las televisiones y artículos de todos los medios se llenaron, junto con los sublevados y sus esfuerzos por alcanzar las libertades, de personas que manifestaban su desesperación porque los turistas ya no llegaban con la misma asiduidad o, sencillamente, habían desaparecido. Puede que la alternativa a hacer un “turismo de revolución” le parezca a alguien viable, pero es poco probable que las agencias lo promuevan. El proceso natural es que se interrumpan muchas actividades y, especialmente, el turismo. Las exigencias de seguridad para los visitantes han producido en muchos lugares guetos turísticos de lujo en medio de desiertos de pobreza. De esta forma, el turismo lejos de ser en una herramienta de intercambio, una actividad de conocimiento, se convierte en un instrumento indirecto de opresión y de falsificación de la realidad existente tras el decorado idílico. El establecimiento de esta doble realidad, además, produce el caldo de cultivo de la xenofobia, ya que se culpa al turista del aumento de la represión y del inmovilismo. Las reacciones sociales ante el fenómeno turístico son dobles, positivas y negativas. Unos entienden que les beneficia económicamente, pero otros piensan que es la justificación de la represión.
El turismo es una gran herramienta de desarrollo, pero no puede ser una coartada para mantener a los pueblos oprimidos con la excusa de la seguridad. Así sucedió en Egipto, en donde los convoyes policiales escoltaban a los vehículos turísticos como garantía de seguridad, con policía en cada esquina o, incluso, con guardaespaldas en cada planta en determinados hoteles. Lejos de abrir el país, lo que hace es cerrarlo, crear un oasis turístico vigilado.
El atentado de Marrakech está absolutamente calculado en su objetivo: matar europeos para dañar la fuente de ingresos turística y así hacer que los marroquíes se vuelvan tibios ante las exigencias de reformas. Es un ataque de billar, a dos bandas.
El pueblo de Marruecos tiene claras sus demandas de derechos y libertades y así debe seguir en su camino hacia las mejoras sociales. Como hemos visto y seguimos viendo, el camino no está siendo fácil para ninguno de estos países, pero nadie ha dicho que lo fuera. La seguridad no puede ser una alternativa a la libertad. Cuando los pueblos alcanzan los niveles deseados de libertades democráticas, tienen las herramientas necesarias para, sin complejos, enfrentarse a los que ignoran sus derechos. La creencia en que la democracia es un sistema débil es un argumento perverso que solo utiliza el que no cree en ella.
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