lunes, 2 de diciembre de 2019

Pasados

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ha querido la suerte que estos días tuviera que manejar distintos textos para unos artículos y algunas clases y seminarios. Son textos producidos en los años 60, 70 y 80, periodos especialmente productivos para la vida intelectual. En ellos se desarrollaron muchos campos con intensidad y riqueza de planteamientos, de la Narratología a la Semiótica, de la Lingüística a la Mediología pasando por análisis sobre las relaciones entre el Poder y el Discurso.
Me refiero sobre todo a la riqueza que nos aportaron generacionalmente a los que éramos jóvenes entonces, estudiantes, y nuestras universidades estaban abiertas a lo que se producía entonces. Una gran parte venía de Francia, con Barthes, Foucault, Derrida, exiliados como Kristeva o Todorov... Otros llegaban de más lejos, como Bajtín o Lotman. De los Estados Unidos venía otra buena tanda, como el recientemente fallecido Bloom, la Escuela de Yale (con sus DeMan, Hartman...), la hermenéutica, la Estética de la Recepción alemana... y muchos autores y textos que podrían citarse aquí.
Además, aportaban su relectura de muchos otros, anteriores a ellos, por lo que establecían un amplio diálogo cultural en el que exponían sus críticas o visiones nuevas sobre la tradición. Eran autores leídos, muchos de ellos eruditos y ratones de biblioteca, pero con enormes dosis de vitalidad.
Luego llegaron los 90 y con ellos la sequía desarticulada.


Es difícil pensar cómo una generación o dos de enorme riqueza creativa (la anterior lo fue también) pudieron secarse de forma tan inmediata. No es fácil explicar lo que llegó después o, para ser más precisos, lo que no llegó.
Quizá era un mundo con deseo de independencia en el que era más fácil moverse precisamente porque primero era pequeño, pero después se expandía. Quizá porque las personas adecuadas estaban en los puestos clave, actuando como mediadoras y luego llegaron los profesionales y se fijaban en otras cosas.

Las pequeñas editoriales de éxito fueron absorbidas por las grandes, la lectura comenzó a caer en picado, las universidades se convirtieron en centros funcionariales y la gente solo quería saber cómo conseguir mejores trabajos. Querían poder y no que les hablaran sobre él. Querían seducir y no saber cómo se producía la seducción leyendo a Baudrillard. La universidad ha sido especialmente penosa porque se ha dejado de pensar para escribir y solo lo escribe para ser evaluado o para vender, como caras de una misma moneda.
El "pensamiento crítico" quedó para algunas tesis y poco más. Todo el mundo deseaba ser "integrado", amaban el sistema que, al fin y al cabo, es el que te da para vivir. Y bien si te lo sabemos montar. No hay mejor sombra que la del poder en estos tiempos de crisis, más que críticos.
Es difícil darse cuenta que apenas hay avidez por la lectura y que la lectura es como hacer bicicleta en Holanda, un pedalear mientras se piensa en otras cosas. Se lee para matar el rato o para escribir un artículo. Poco más porque nada se hace "gratuitamente"; todo se hace para algo. ¿Por qué lees esto?, te dicen a veces. No puedes responder porque si te hacen esa pregunta no entenderán tampoco la respuesta. Porque sí.


Tenían un interés común, el lenguaje. Estudiaron las distintas formas en que el lenguaje se manifiesta y pone orden en la sociedad. Desvelaron sus trasfondos, su carácter imperativo y los límites de su libertad. En el fondo estaba el poder.
Eran activos e interesados en todos los campos.
Fuimos lectores de muchos de ellos. Eran los mayores y nos enseñaban. Aprendimos. Leyendo no hace mucho una obra de Siri Hustvedt, me pude dar cuenta de hasta qué punto coincidíamos en lecturas comunes, página a página, cita a cita. La misma generación se define por sus lecturas compartidas; creo que eso es claro. Mi pregunta es ¿cómo se define una generación que apenas lee? ¿Cómo se articula alrededor de obras, de ideas, de textos?
Sí, algo ocurrió en los ochenta que nos cambió, nos metió en el siglo nuevo con la memoria borrada. El sistema se reinició. Reboot.


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