Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
llegada a Madrid de Greta Thunberg para participar en la marcha de denuncia de
los efectos humanos sobre el cambio climático y la inoperancia de los gobiernos
con sus medidas se ha convertido en un acontecimiento social, político y
mediático. No sé si es el orden correcto en que se deberían disponer esas
palabras, es decir, si es lo mediático lo que lleva a lo social y este a lo
político. Quizá —es lo que creo— las dos direcciones interactúan de forma
reversible en un movimiento pendular que va en ambas direcciones. Dicho de otra
forma: nada de lo que pueda ocurrir política o socialmente tiene sentido si no
pasa por los medios. Esa es fundamentalmente la función de los medios,
"mediar", como su propio nombre indica.
El diario
El País dedica un artículo a comentar las burlas que se le dedican a la joven
sueca en su valiente papel de cabeza de los movimientos activistas contra el
cambio climático. El artículo lo firma Patricia R. Blanco y lleva por título
expresivo "La ‘jajaganda’ o cómo desinformar con el insulto: el ‘caso
Greta Thunberg’". Se pasa revista en él a los diferentes mensajes
insultantes dirigidos contra ella desde contendientes tan ilustres como Donald
Trump (un experto mundial en el insulto) hasta un diputado de Vox (aprendiz emprendedor
en el arte insulto a falta de otras).
Entre
estos ataques hay un hecho comunicativo: la necesidad de contar con caras
jóvenes para encabezar los movimientos. El caso de Greta Thunberg es paralelo
al de Malala Yousafzai, la premio Nobel, que ha encabezado los movimientos en
pro de la educación de las niñas en el ámbito del mundo islámico y más allá. Los
mensajes de Malala y, sobre todo, su valentía ante el desafío de los talibanes
y su intento de asesinarla en un autocar camino de la escuela la convirtieron
en una líder real más que en un rostro marcado por los disparos que colocar en
los carteles de protesta.
Es indudable
que en un mundo súper saturado de informaciones y con la caída de los líderes
tradicionales, que resultan ser poco fiable, el uso de personas sin pasado, por
decirlo así, surgidas de la sociedad y no de grupos, partidos, etc. ofrece más
garantías para la adhesión que los que llevan un historial político que puede
ser combatido.
Tenemos
medio planeta sublevado contra sus propios líderes, que pronto empiezan a
fallar no solucionando los problemas reales de la gente, convertidos en
portavoces ocultos de grupos económicos, industriales, etc. que convierten en
riesgo y decepción el apoyo que se les pueda dar.
Como
contrapartida, dos de los movimientos sociales más poderosos (por la educación
femenina y contra el cambio climático) aparecen liderados por dos adolescentes
tras las que la gente se sitúa respaldándolas. En el caso de Greta Thunberg, el
movimiento ha conseguido algo muy importante de forma clara, que los jóvenes se
sientan grupo ante un problema que les afecta. Es más, ha conseguido que sienta
que es "su problema", el que afecta al futuro, que será lo que les quede.
Contra
este discurso no hay mucho que hacer y solo queda, como se dice en El País, la burla, la broma, el insulto
personalizado que es la falta de argumentos. Esto desvela, además, las
posiciones de los que insultan: machismo, falta de recursos, odio absurdo, etc.
que dejan en evidencia a sus detractores.
En el
caso de Malala Yousafzai, de su lado estaba la ética y la modernidad; en el
caso de Greta Thunberg, el apoyo se amplía hacia la propia Ciencia y también en
crisis de la modernidad en su vertiente industrial, ya que lo que se cuestiona
es precisamente los estragos de un modelo de desarrollo que hoy —el que quiera verlo—
sabemos que nos lleva a un mundo caótico y autodestructivo que se lleva por
delante al resto del planeta, incapaz de recuperarse de nuestras acciones.
La
energía de estas jóvenes es a prueba de insultos. En ellas converge
mediáticamente la atención sobre problemas de los que los políticos, empeñados
en el "presentismo", dicen ocuparse pero que posponen
indefinidamente.
Los
políticos de la mayor parte de los países actúan en función del mantenimiento
del poder en las siguientes elecciones, por lo que dan salida a los problemas
de hoy, creando muchas veces los problemas de un mañana en el que no saben si
estarán. Esta mentalidad que no es "política" en el sentido profundo
del término, sino simplemente electoralista, es la que no tienen Thunberg y Yousafzai,
que no buscan el poder, sino actuar sobre ellos proponiendo ideas que recogen y
poniéndose al frente de las exigencias de que se cumplan.
La
falta de sentido político real de la
mayoría de los dirigentes hace que se esté realizando en la calle lo que se
debería realizar en otros foros. El problema es que muchas veces esos foros
solo son distracciones mediáticas cuyas propuestas no se cumplen por falta de
voluntad, de intereses enfrentados, etc.
Como
ejemplos de política práctica y real, las dos jóvenes encarnan lo que se echa de
menos en los políticos: energía, compromiso, autenticidad, sencillez. Todo esto conlleva una erosión del propio sistema, en
el que la gente deja de confiar. Eso no es bueno. Pero son los propios políticos (especialmente los jóvenes) los que
deben darse cuenta de ello. Simbólicamente, que sean los jóvenes quienes salgan
a la calle y reivindiquen soluciones significa que han pasado por encima de la
generación que debería hacerlo. Eso tiene muchas implicaciones visibles o invisibles,
presentes y futuras.
*
"La ‘jajaganda’ o cómo desinformar con el insulto: el ‘caso Greta
Thunberg’" El País 6/12/2019
https://elpais.com/elpais/2019/12/05/hechos/1575556118_082383.html
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