La
llegada de una nueva década, los años 20 del siglo XXI, hacen que las
tradicionales reflexiones y repasos sobre lo ocurrido, típicas de final de año,
se extiendan, con una perspectiva más amplia de los hechos y de sus consecuencias.
Este
blog nació en 2011 como consecuencia de lo que después se llamaría la Primavera
Árabe. Empezó para dar cuenta y visibilidad a lo que le pasaba a unos
compañeros y amigos egipcios con los que entonces compartía trabajo, ideas y
alumnos. A algunos la revuelta del 25 de enero de 2011 les pilló por tierras
españolas; a otros allí, con un corte de comunicaciones que les aislaba del
mundo.
En la
CNN, Tamara Qiblawi, hace un ejercicio de memoria con el artículo titulado "A
decade of protests has reshaped the Arab world -- and more change is on the
way" y recoge testimonios e interpretaciones:
"It (the 2011 protest movement) was a
combination of a rejection of stasis ... and unemployment challenges,
especially youth unemployment," said Timothy Kaldas, a Cairo-based
political analyst and non-resident fellow at the Tahrir Institute for Middle
East Policy (TIMEP).
"That cocktail is toxic and infuriating.
And once Tunisians broke that barrier of fear and demonstrated that popular
uprisings can actually effect change, you saw that have a domino effect,"
he told CNN.
For a while after the 2011 uprisings, it seemed
that Arab countries might share a unified fate. But after toppling their leaders,
Libya, Yemen, Egypt and Tunisia went down vastly different political paths.
Libya and Yemen have descended into civil war.
Failed uprisings in Bahrain and eastern Saudi Arabia were followed by
years-long crackdowns. In Syria, President Bashar al-Assad laid waste to huge
swathes of the country as he fought an armed opposition and has managed to hold
on to power. And in Egypt, the popular movements that deposed former President
Hosni Mubarak have had to reckon with another equally repressive regime, led by
President Abdel Fattah el-Sisi.*
Es una sencilla descripción de los inicios, pero hay muchas
más cosas. Quedarse en lo que se ha dicho hasta el momento en cuanto a la
frustración por el desempleo, los jóvenes, etc. es quedarse muy corto. Si no se da sentido a todo
esto, se queda en tópicos, como suele ocurrir a menudo.
La idea de que la sublevación se produjo por el desempleo y
factores económicos es uno de los enormes malentendidos que se han buscado. Eso
significa que todo irá bien sin la economía va bien, un principio pragmático
que no siempre funciona, sobre todo si se combina con la fuerza represiva. Ese parece ser el modelo: autoritarismo y mejora económica. Pero la triste realidad es que el autoritarismo no logra controlar la corrupción endémica , por lo que la pobreza se mantiene. Y lo hace básicamente por dos aspectos: apenas se combate y no hay interés en recortarla pues es la mejor perspectiva de mantener el sistema de dependencia de un pueblo empobrecido que mira a los poderosos para una salida de sus situación. Esa salida es tener acceso a la subsistencia y a una porción del pastel que se reparte desde el poder.
Es cierto que fue una revolución iniciada por los
"jóvenes", pero también es cierto que esos jóvenes lo que rechazaban
era un paternalismo que les obligaba
a la obediencia bajo un supuesto claramente patriarcal: el pueblo es una gran
familia que se pone bajo la batuta de aquel que está ahí por voluntad divina y busca lo mejor para
ellos. Hasta los más laicos de los dictadores, han usado a Dios o su voluntad
como forma de vencer la resistencia. Eso ha llevado siempre la lucha a la deslegitimación,
a la erosión y distorsión de las figuras del poder y, como contrapartida, al
ejercicio abusivo de la propaganda de los estados.
¿"Guerra civil"? No sé si el término es adecuado
desde dentro. Pensemos en Siria, en lo que ha ocurrido y sigue ocurriendo. En
unos casos se ha planteado como una "guerra religiosa" entre creyentes y radicales, donde el radical es el otro. Hay otra variante: entre creyentes
y ateos, donde tampoco se plantea como una "guerra civil", sino
como una amenaza exterior. A veces se combinan las dos.
Esta dimensión religiosa, fuentes de conflictos, se suele
ignorar por los medios de información, que tienden a etiquetar de forma
sencilla a los contendientes. Pero se trata de un mundo increíblemente
complejo, en donde una cosa es lo que se
es, otra lo que se dice ser y una
tercera cómo los otros quieren que seas
percibido. Adentrarse en Oriente Medio es moverse en un mundo de discursos
grandilocuentes en entornos miserables y discursos miserables en entornos de
lujo sonrojante; un mundo de medios controlados, donde la independencia se paga
con la vida y las mentiras a precio de oro.
Esto afecta incluso a la percepción del propio Occidente. Un
mismo gobierno puede estar alentando a su pueblo acusando a Occidente (un
término confuso, pero eficaz y siempre negativo) para firmar contratos o
recibir ayudas pocas horas después. Se puede jugar al antioccidentalismo
callejero y al pro occidentalismo gubernamental simultáneamente dentro de unas
formas políticas que solo sienten que tienen una obligación: conservar el poder
a todo trance.
Lo hemos visto en todos los dictadores. La triste realidad
es que en casi todos los lugares a los que miremos nos encontramos con un tipo
de dictadura u otro. No hay, ni se dejará, una experiencia democrática
verdadera. Túnez es lo más aproximado que se tiene y está en constante equilibrio
inestable. Han sido las mujeres las más fervientes activistas, las que han
entendido qué es dejarse llevar, ceder ante los grupos islamistas a los que
controlan en el poder.
El de las mujeres es el único discurso real, con un sentido
liberador propio ya que desafía la cuestión primera que toda democracia debe
responder, la igualdad entre hombres y mujeres. Para muchos es una ofensa
intolerable.
Sin experiencia democrática es difícil que esta prospere en
ningún espacio. Lo ocurrido con Jamal Khashoggi, su asesinato por orden de las
autoridades de Arabia Saudí, es solo un escándalo relativo. Es un episodio más de cómo los que mantienen el poder no
admiten que se les cuestione en modo alguno, recurriendo a las prácticas más
infames para hacerlo. Nadie renuncia a tener a Dios detrás o delante, pero
siempre a su lado. El conflicto, de cara a un pueblo al que se ha manipulado
por siglos, es mostrarse más piadoso que los demás. Eso garantiza años por delante
de más conflictos y terrores. Nadie puede pactar, todo lo más fingir que lo hace
y esperar un nuevo asalto.
A diferencia del anterior "club de los
dictadores", la situación hoy se ha modificado con alianzas alrededor de
Arabia Saudí y de Qatar, cabeza del grupo de las simpatías islamistas, con
intervenciones de Rusia, Irán y Turquía en la zona. Hoy es más que nunca un
polvorín, con una Libia recalentada. La política suicida norteamericana de la
administración Trump anticipa nuevos conflictos, cuando Rusia especialmente se
haga con el control de una parte significativa de la zona.
Tras casi diez años, los que se mantienen en el poder siguen
haciendo lo mismo o peor, como se decía en la CNN. Ellos sí han aprendido a
estar prevenidos. Es muy difícil que pueda haber democracia en la zona por dos aspectos, porque no haya suficiente gente que la quiera (no es fácil cuando se identifica con el caos y la pérdida de seguridad y, en segundo lugar, se necesita un "modelo" democrático en la zona, un modelo que permita la libertad en todos los planos (especialmente la religiosa) y que funciones como tolerancia y eficacia. Mientras no se cumplan estos dos importantes condicionantes, la inestabilidad estará garantizada por mucho tiempo.
¿Ha sido una década perdida? No lo creo, pese a todo. Al menos ha permitido ver las dimensiones de los problemas reales y a manifestarse a los agentes que forman parte de un conflicto múltiple. Ya se sabe hasta dónde llegarán algunos y de dónde no pasarán otros, quiénes son los comprometidos y quienes desaparecen.
* Tamara Qiblawi "A decade of protests has reshaped the Arab world -- and more
change is on the way" CNN 30/12/2019
https://edition.cnn.com/2019/12/30/middleeast/middle-east-decade-in-review-intl/index.html
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