miércoles, 4 de diciembre de 2019

Échale la culpa al centro

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El fuerte "castigo" caído sobre Ciudadanos está produciendo alguna que otra interpretación que creo que no se ajusta a la realidad y, lo que es peor, puede conducir a decisiones que se lamenten en el futuro sobre el mapa político español. Todo ello, creo, procede de la imposición de una estrategia interesada y falsa (pero que ha funcionado) sobre el mal llamado "bipartidismo" español.
Vayamos a algunos hechos de nuestra historia reciente. 1) La transformación política española que hace posible la "transición" del antiguo régimen franquista hasta la nueva democracia pasó por la creación de un "centro", que quien lideró el cambio entre una maraña de partidos, de izquierda y derecha, tanto "históricos" como de nueva creación. 2) el proceso que se desencadenó fue el de desaparición de partidos, por ambos lados del espectro, consolidando una derecha centrista, que en una segunda tanda se produjo por una nueva fusión (conservadores, liberales, demócrata-cristianos, etiquetas con un perfil ideológico claro), y una izquierda centrista que tuvo sus fusiones en dos bloques (centro izquierda, con socialdemócratas y socialistas, por un lado, y una izquierda ordenada alrededor de los comunistas y grupos político-sociales afines). 3) A estos hay que añadir el peso local de los grupos de corte nacionalista de ciertas autonomías, —Galicia, País Vasco y Cataluña—, también con su espectro más radical entre la derecha y la izquierda, con grupos cercanos al terrorismo en ocasiones. 4) El centro desaparece absorbido cuando se producen las alternancias del centro derecha y del centro izquierda (PSOE y PP). 5) La izquierda queda dividida, lo que produce un conflicto que les aleja del centro al ser cuestionada desde su propia izquierda, que gana peso acusando de "indefinición" o de "abandono" de sus causas sociales frente a la larga crisis económica española. 6) El centro izquierda, por temor a perder su electorado ante la presión de la "nueva izquierda" se aleja del centro. 7) El mismo fenómeno empieza a ocurrir como reacción a la radicalización de la izquierda por la derecha, por lo que surgen dos fenómenos consecutivos: primero la emergencia de un centro (Ciudadanos), como respuesta al endurecimiento de las políticas en la política de enfrentamientos, y la emergencia de un partido más radical por la derecha, Vox.


Esto es una simplificación, pero creo que el resultado final de esta lucha por la definición ha sido un mayor grado de radicalización en las posturas, que creo que es un fenómeno diferente. Quien lo ha pagado, como sabemos, ha sido precisamente el centro, con Ciudadanos, que como ocurrió con el primer centro español tras el protagonismo de la transición hasta la llegada de los gobiernos socialistas —de más de una década, recordemos— desapareció desmembrado por sus contradicciones y por el abandono de su propio espacio, del que fue desocupado por las fuerzas de ambos lados del espectro. Durante años, la fórmula política era que en España las elecciones se ganaban en el "centro", un espacio de moderación y estabilidad para el conjunto del país.


Los efectos de la desigualdad tras la crisis económica, los casos de corrupción sin resolver adecuadamente por los partidos y la crisis secesionista, principalmente, han dado lugar a un aumento considerable de la inestabilidad y de la ingobernabilidad. En vez de ir hacia el "centro" convergente y del diálogo, España se ha dirigido hacia los extremos y el fraccionamiento. Eso quiere decir que todos los grandes pierden fuerza, mientras que son los más radicales (derecha, izquierda y secesionismo) los que pasan a tener más poder del que realmente les han dado las urnas porque tienen la capacidad de ser llaves para el gobierno.


El drama histórico es la desaparición de una bisagra moderada —del centro, como los liberales en Inglaterra, por ejemplo— y la aparición de "bisagras radicales" ofreciendo ayudas envenenadas para una gobernabilidad que solo será un foco mayor de inestabilidad, produciendo una mayor radicalización por la derecha, como respuesta, y un fraccionamiento mayor por la izquierda, a la que se obliga a elegir entre un modelo nacional moderado y otros secesionista más radical por sus posiciones locales.
La cuestión está en saber si este mapa seguirá fragmentándose y radicalizándose con cada nueva elección y condenándonos a un futuro proceso de caos o si se producirá una nueva reorganización en torno a la moderación de un centro tripartito, desplazando la radicalidad a una periferia testimonial que pierda fuerza política.


La consecuencia de nuestras frivolidades políticas es la inestabilidad. Lo que tenemos por delante es más que oscuro y políticamente cainita al esconder procesos de intentos de recuperar el espacio perdido, el añorado tras los descensos de todos los grandes por el ataque de pirañas de los pequeños, que se han vuelto más poderosos.
Lo que está sobre la mesa no permite alegrías y lo que se propone solo llevará a nuevos enfrentamientos pues lo que se cuestiona tiene líneas rojas por todas partes. Crear turbulencias, como estrategia, en vez de avanzar hacia zonas estables y seguras, con acuerdos entre interlocutores razonables en planteamientos y en objetivos, es mejor que este clima de desmembramiento que vivimos hoy. Ningún acuerdo, por más que ofrezca un gobierno asegura la gobernabilidad. En este contexto, el hundimiento del centro es la peor señal y, además, el peor futuro ya que —como vemos— los dos partidos mayoritarios han perdido fuerza y temen perder más si se desplazan hacia el centro, al estar vigilados por los más radicales.
En España, el centro es necesario para recuperar una bisagra posible y no tener que recurrir al radicalismo que cuestiona el sistema desde diversos ángulos. Eso solo dará más enfrentamientos, crispación social y desvió de los problemas reales en beneficio de los problemas creados por los políticos y sus intereses partidistas.
No se puede pactar el gobierno de un país con los que quieren dividirlo porque te arrastrarán cuando consigan lo que quieren. Es de sentido común. Eso no es diálogo; es demagogia. No basta con "dialogar"; hay que construir un espacio posible con interlocutores posibles. Ese es el reto y no simplemente "sumar". Y es precisamente lo que no han sabido o querido hacer los políticos españoles en estos años. Han buscado "sus espacios", pero no "el espacio". Les ha preocupado más lo suyo que lo nuestro. Debemos —deben— cambiar esto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.