Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
cambio mental de este país nos lo muestra la vida cotidiana: hemos pasado de
celebrar "el día de la Constitución" al "puente de la
constitución". Lo hemos vaciado de significación porque no nos importa lo
que se celebra, solo los días que nos permite, según caiga cada año, irnos por
ahí de puente. Lo hemos vendido por un plato de langostinos y la cervecita.
Durante
algunos años, unas semanas antes del día de la Constitución recibíamos de
nuestro rectorado una carta en la que se nos decía que aprovecháramos alguna de
las clases de esa semana de la celebración para explicar a los alumnos, desde
la perspectiva de las asignaturas que impartiéramos los beneficios que tenía la
Constitución. Así podríamos hablar de la Libertad de Expresión o de
Información, de la Economía, la Cultura, etc. desde la perspectiva de cada uno
de nuestros campos. Hace mucho que eso dejó de importar. Importa el
"puente", de cuantos días disponemos para perdernos de vista. Y a eso
hemos reducido todo: a un estado vacacional.
Cuando
escucho, llegadas estas fechas, a muchos de los políticos hablar con frivolidad
de la Constitución Española, la base de nuestro ordenamiento y convivencia, no
dejo de sorprenderme de la burla política en la que vivimos. Lo hemos visto en
las insultantes fórmulas de juramento hace unos días durante la toma de
posesión de los escaños de sus señorías en un parlamento que se usa para
insultar al propio parlamento y todo aquello que representa, es decir, a España
en su conjunto.
La
España de hoy es la que es en gran parte por las concesiones que se hicieron
para alojar a los independentistas en un proyecto de convivencia política que
aceptaron para traicionarlo después. Hoy son sus hijos —generacional y
políticamente— los que llevan el escarnio adelante ante un estado debilitado
por sus propias contradicciones internas. Han conseguido que el fraccionamiento
ponga en sus manos el poder que no tienen en la realidad.
Las
imágenes de ayer, Día de la Constitución, con quemas de ejemplares en las
calles es un desafío, además de un freno a la convivencia, un rechazo a lo que
hasta el momento ha servido para poder vivir juntos. Es de enorme gravedad y
ante lo que cuesta mantenerse indiferente. La disculpa desde la presidencia del
congreso de los diputados de las burlas en los juramentos no puede ampararse en
la propia Constitución que no respetan y queman. Hay una cierta ley del embudo
en estos que usan la constitución para ampararse en ella y la usan después como
combustible cuando les interesa. Así es fácil jugar.
No es
un buen camino el que se está usando, centrado en la violencia callejera y la
intimidación y en aprovechar el miedo a repeticiones electorales y perder el
poder. ¿Pero de qué sirve ese poder gobernar si se destruye el Estado? ¿De qué
van a ser cabeza cuando no quede cuerpo?
Es
doloroso ver cómo se quema la constitución entre otros muchos signos del
Estado. No se ve camino de arreglo. Por el contrario, el crecimiento de los
conflictos irá a más cuando desde los poderes públicos se ignoran o se
fomentan, según los casos.
Lo que
el presidente llama "pacto entre diferentes", recuerda aquellas
tonterías de las "alianzas de civilizaciones" de Zapatero, en las que
se quedó solo con Erdogan, sobre el que no tuvo mucho efecto. No puede salir
nada constructivo cuando lo que vemos en las calles es la quema de ejemplares
de la Constitución, la violencia contra las instituciones de todos y la
violencia de las instituciones autonómicas contra el resto.
Los que
estaban agazapados ya salen a pedir ante la debilidad que perciben, el ansia de
poder y el personalismo de quienes son miopes ante el futuro que espera por
este camino. Los insultos en el Día de la Constitución son claros y la mayor
parte de la prensa de hoy da cuenta de ellos.
Pese a
las advertencias internacionales, las presiones en España siguen aumentando. Es
lógico, pues perciben debilidad y falta de inteligencia. Con ello solo crecerá
la crispación social, la violencia callejera y el hundimiento de la
convivencia. En cierto sentido es lo que se va buscando desde que Puigdemont y
compañía decidieron dar el salto al vacío buscado un punto de no retorno.
Creo
que se puede leer el artículo de Márius Carol, director del diario barcelonés La Vanguardia como ejemplo de cierto
tipo de tibiezas. Hay artículos y editoriales muy duros en la prensa española
de hoy, pero prefiero traer el de Carol, titulado "Pequeños incendios",
creo que será suficiente para comprender este continuo nadar y guardar la ropa:
No eran ni doscientas personas, pero el hecho
de quemar ejemplares de la Constitución no parece una buena idea. Se empieza
llevando a la hoguera reproducciones de la Carta Magna “porque estamos en
contra” y pueden acabar ardiendo los clásicos que no nos gustan. O que no nos
resultan suficientemente patrióticos. Ya sé que, en las novelas, Pepe Carvalho
solía encender su chimenea con un libro de su biblioteca, que era una galería
de condenados a muerte, pero aquello eran ajustes de cuentas del autor, Manolo
Vázquez Montalbán. El primero que ardió fue España
como problema , del falangista Pedro Laín, que le pareció una obra rancia,
reaccionaria y olvidable. Y Carvalho conseguía no pasar frío, pero aun así,
esta afición no trae nada bueno, como nos enseñó Ray Bradbury en Farenheit 451 , en que retrata un mundo
sin libros.
La Constitución quedó hecha cenizas en pocos
minutos ante la Delegación del Gobierno en Barcelona. Hubiera sido interesante
saber las razones por las cuales se sintieron impelidos a ese acto sacrificial.
Las constituciones democráticas sólo establecen las reglas del juego y en todo
caso se puede cuestionar la interpretación que se hace de ellas. Es como si un
equipo de fútbol quemara ejemplares del reglamento delante de la federación
porque les han pitado un penalti que no era. En todo caso, el problema sería
del arbitraje. Roger Torrent, presidente del Parlament, después de considerarla
un corsé, “un límite de hierro”, para las aspiraciones de Catalunya –seguramente
quiso decir de los independentistas catalanes–, reconocía ayer que “la
Constitución se ha usado, desde un punto de vista político, más como una
amenaza que como una oportunidad”. Con estas palabras no culpaba a la Carta
Magna, sino a su interpretación política. Dicho de otro modo: es injusto
llevarla a la hoguera.
Ciertamente, existe mucho temor a tocar la
Constitución, cuando en 41 años de vida la sociedad ha experimentado profundas
transformaciones que merecerían cambios en su redactado. Los estadounidenses
han rectificado la suya en 27 ocasiones sin que haya temblado el país. Un dato
más: la Constitución portuguesa prohíbe los partidos independentistas, la
española no. Algunos, antes de coger las cerillas, deberían conocer bien su
redactado. Igual se animan a leer más libros.*
No son "pequeños
incendios" los de Carol; no es un referéndum a ver quién quema más o menos. Se
entiende el artículo del director de La Vanguardia como una cierta forma de
atenuación —no creo que llegue a disculpa— ante lo que se ha hecho públicamente
para que todos lo contemplen, con plena intención. No deja de ser el comentario,
sin embargo, una cierta frivolidad muy característica, un refugio en los juegos
de palabras y literarios ante la gravedad de lo que se tiene delante. Hay una cierta ironía a lo De Quincey, con lo de que se empieza quemando la constitución (Del asesinato considerado como una de las bellas artes) para la que no es ni el momento ni la ocasión. No, no hay incendio pequeño cuando se trata de un símbolo que representa más de lo que nos quieren hacer creer.
No deja de ser interesante que sean las generaciones que nacieron bajo el marco constitucional las que se vean instruidas en el desprecio, en la lectura torcida, en la que tratan de ocultarse precisamente que la España Autonómica se diseñó para satisfacer a todos los que hoy se quejan y que nunca tuvieron tanto. ¿Hay que volver a recordar que la "Transición" no fue un engaño sino una salida negociada al futuro de España? Es sorprendente el grado de ignorancia que hemos ido dejando crecer... interesadamente. Se trataba de llegar a este punto, a esa distancia, a esa falta de identidad a la que se ha llegado.
No creo
que sea necesario preguntarle a los que quemaron la Constitución Española el
sentido de sus fuegos: lo dicen todos los días, aquí y en Bruselas, en donde
tienen ocasión y lo quieren escuchar, en todos los idiomas. El número es
circunstancial; la intención, clara.
Los
españoles (incluidos los catalanes) somos muy dados a la quema en cuanto nos
ponemos a ello. No son tiempos de encajes de bolillos. Quemar o decir barbaridades
como las de Torrent nos deja poco margen y menos al gobierno de Pedro Sánchez
para lo que tengan que hacer con visión de futuro, pero también de pasado. No
estamos hablando del remodelado de los jardines de la ciudad o del
alcantarillado, sino del borrado de una historia cierta en beneficio de un
desastre seguro.
Estamos
pagando ya la frivolización de nuestra vida política, un ir de puente en
puente, perdiendo el sentido de la realidad y de la Historia. Esto no es
cuestión de un penalti injusto. Es
cuestión de haber perdido el sentido del propio caminar. Poner el ejemplo de la
Constitución norteamericana no es ajustado; no les he visto quemarla para reformarla
ni hacerlo para destruir su propio país.
El
punto en el que estamos es precisamente el que se esperaba: la máxima debilidad
y la menor cooperación. Que sigan hablando de la "nueva política",
pero aquí no hay más que los viejos problemas, agravados con el paso del tiempo
por la frivolidad de ir desactivando con tibieza los elementos fundamentales.
Las palabras de Roger Torrent son muy representativas de lo poco que la valoran y de lo menos que la respetan. Es lo que se ha construido ante la pasividad de muchos. No se extrañen si otros se aprovechan. No hay incendio pequeño y todos son peligrosos.
Hay que exigir respeto a las instituciones y estas son las primeras que se han de respetar ellas mismas.
* Márius
Carol "Pequeños incendios" 7/12/2019
https://www.lavanguardia.com/opinion/20191206/472077817095/pequenos-incendios.html
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