Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La
salud europea se ve amenazada por diversos males. El parlamento europeo ha
recetado contra uno de ellos, la situación de Hungría. En el momento creciente
de fuerzas antieuropeas con los populismos nacionalistas y los euroescépticos
crecidos por los resultados que obtienen en determinados países, la sanción a
la Hungría de Viktor Orban tiene un carácter de advertencia.
Los
ataques a Europa desde el interior tienen una clara finalidad destructiva que
ha ido creciendo desde que la Unión se enfrentó a Rusia por la invasión de
Ucrania y la anexión relámpago de Crimea. La intervención de Rusia en Estados
Unidos es poca cosa en comparación con su creciente influencia
desestabilizadora en la Unión Europea. La propia estructura de Europa y la
existencia de múltiples nacionalismos disgregadores facilitan la intervención
indirecta a través de los grupos que se sienten respaldados por Putin desde el
Kremlin. No es casual que muchos de ellos pidan la revisión de las sanciones a
Rusia entre las primeras medidas cuando acceden al poder, como ha ocurrido con
Italia, en donde Mateo Salvini ya prometía acabar con las "absurdas"
sanciones si llegaba al gobierno. Y llegó.
El
mayor desafío que la Unión Europea tiene ante sí es el crecimiento de los
movimientos centrífugos, marcados por las políticas en sentido contrario a las
del conjunto y, lo que es peor, la creación de un clima antieuropeo
responsabilizándola de los problemas o crisis que se padezcan.
Lo
ocurrido con el Brexit debería hacernos más cuidadosos y evaluar el desastre
que supondría la ruptura europea para todos. Europa dejaría de ser una realidad
internacional para ser simplemente el nombre de un pequeño continente dividido
en naciones estado que han retrocedido y seguirán retrocediendo hasta la
atomización. Que esto se produzca en un momento de reivindicación de las dos
"superpotencias" de su reparto del mundo, es altamente preocupante
pues muestra el grado de ingenuidad con el que muchos son seducidos por los
cantos de sirena que llegan desde los centros de poder, Washington y Moscú.
No es
casual que los apoyos a la fragmentación vengan de los Estados Unidos de Trump
y de la Rusia de Putin. El presidente norteamericano pidió ser llamado Mr Brexit y recomendó a Londres que
demandara a la Unión Europea en vez de negociar con ella. La idea es hacerse
grande haciendo a los otros pequeños. De igual forma, Rusia se encontró con una
Europa que ya no es la destruida que le permitió quedarse con la mitad hasta
1989 en que se derrumbó el muro de Berlín y la propia Unión Soviética. Ahora
está reconstruyendo su poder y ganando zonas en Oriente Medio, como Siria, pero
también estableciendo alianzas con los descontentos o enemigos de los Estados
Unidos. Son los casos de Turquía o Irán, pero también recoge los que se siente
amenazados Por Trump.
En un
momento en que las superpotencias
quieren ser de nuevo "grandes", Europa no puede desmembrarse con
personajes como Orban, Salvini, LePen, Farage, etc. La visión de miles de
británico saliendo a la calle con banderas de Europa, lamentando el Brexit, no
puede repetirse por los países que amenazan a la Unión.
A la
condena del Parlamento Europeo a una Hungría que incumple los niveles de
democracia que nos deben caracterizar. La BBC titula "EU parliament votes to
punish Hungary over 'breaches' of core values". Y, en efecto, es
una cuestión de "valores" comunes, de un déficit democrático lo que
está en juego.
No es necesario ser un "conspiracionista" para
comprender que la guerra de Siria está durando más de la cuenta, que el enorme sufrimiento es prolongado hasta que se asegure no la paz sino la victoria de
Al-Assad y con él el asentamiento ruso en la zona. La mareas migratorias, tanto económicas como de refugiados, son
también una forma eficaz de mantener caliente la zona, además de provecho
de mafias y de los disgregados ejércitos de mercenarios que se han
hecho con medio continente. La Libia de Gadafi no ha desaparecido y fue él quien amenazó con dejar libres las fronteras
cuando se sintió acosado desde Europa. Muerto el dictador, Libia ya no es un
estado sino una zona sometida al imperio de la fuerza, de las mafias locales y
generadora de caos hacia el exterior. Es decir, lo que tenían pero sin una
fuerza con un poder mayor. Libia estuvo considerada como un país que fomentaba y practica el terrorismo, como sabemos. O que financiaba a candidatos a gobiernos europeos, como también sabemos. Putin no ha inventado muchas cosas. En 2015, el servicio de noticias ruso Sputnik hablaba del cumplimiento de la profecía de Gadafi. ¡Menudo sarcasmo!
Es evidente la retroalimentación del populismo con la
xenofobia. Esta se manifiesta como el rechazo a la inmigración, pero también
como una fuerza contra Europa, a la que se vende como una especie de parásito
burocrático destinado a frenar el potencial de los países. En la mente
popular-nacionalista, todos son enemigos excepto aquellos aliados que coinciden
en los fines. Por eso las alianzas de hace contra Europa y contra la
inmigración, responsabilizando a la una de la otra.
En realidad, como sabemos, no es Europa quien produce la
Inmigración sino quien tiene que encontrar soluciones a un problema complejo
que es alentado desde fuera como parte del fomento de la desestabilización y de
la desunión.
Europa es un enorme logro. Es la superación de siglos de
guerras de religión y nacionalista, de invasiones y de imperios, unos sobre
otros. La solución histórica fue buena, la Unión. Los detalles técnicos son
complejos para tratar de mantener unido al conjunto y saber acoger las
aspiraciones de todos. Pero esto exige evitar caer en los errores del pasado,
volver a dejarse arrastrar por las fuerzas nacionalistas que mantenían a Europa
en un conflicto permanente. No ha pasado mucho tiempo de esto. Pero la memoria
es frágil y es fácil de manipular exacerbando los ánimos y redirigiendo los
problemas hacia culpables de forma interesada.
Mientras no seamos conscientes de que Europa es un desafío
constante, que necesita las energías y voluntades de todos para resolver
conflictos de forma armoniosa, se verá como el origen de los problemas y no como su solución.
Las nuevas generaciones, carentes de memoria histórica, son
fáciles de seducir porque ignoran cuáles son sus raíces y solo se les habla de
pérdidas y no de ganancias. Los españoles, por ejemplo, estamos empezando a
olvidar lo que supuso para nuestro país la incorporación a una Europa que
veíamos distante y que nos consideraba como la parte más cercana de Oriente,
como señalaba en el siglo XIX Richard Ford, autor de esa monumental guía para
el turismo británico de la época.
Es otro de los mayores peligros. El populismo nacionalista
seduce por su oferta de raíces, vendiendo pueblos bendecidos directamente por
Dios, frente a un ente abstracto y burocrático, frío y parasitario. Esto es
posible porque está subyacente la metáfora orgánica de los países (propia del
nacionalismo romántico) frente a la metáfora de la máquina Leviatán,
representada por la Unión Europea, que se muestra como lo artificial. Es lo vivo
(nación) contra la máquina (la burocracia).
Es hora de enfrentarse a los mitos románticos de la sangre y
la tierra desde la idea de ciudadanía, es decir, de los derechos, de los
valores comunes. Por eso la sanción del comportamiento del comportamiento
húngaro es cuestión de "valores" de principios y no, como ocurre en
ocasiones, por infracciones de cuotas, asuntos económicos, etc. Hay que
defender la idea de Europa, lo que quiere decir transmitir sus valores,
aquellos en los que creemos y no los que bajaron de ninguna nube, monte o
santuario. Europa es un concepto que ha ido tomando forma como forma de
convivencia en la realidad, como un deseo de compartir allí donde solo había
enfrentamientos, alianzas contra terceros y miedos.
Como ha pedido Juncker, hace falta un civilizado patriotismo europeo, solidario, justo y abierto a todos. Y eso no se hace solo.
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