Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
asesinato de periodistas casi ha dejado de ser noticia. La ley de la frecuencia
hace que se apaguen en la maraña informativa del día a día. La rutina también
cubre a los periodistas muertos, como lo hace con los ahogados en el
Mediterráneo, los muertos en bombardeos o los atropellos.
A
diferencia de otras muertes absolutamente lamentables, la de los profesionales
de la prensa o la de aquellos que mueren por cumplir una función similar, como
los llamados "periodistas ciudadanos", asesinados también por
informar, es una muerte que nos deja a los vivos en un estado más precario porque
nos afecta directamente. Nuestra capacidad de estar informados queda dañada, no
solo por su falta sino por el clima que se instaura. Con la muerte de
periodistas morimos todos un poco.
Creo
que es el diario El País el único que lleva la cuenta de los asesinatos de
periodistas ocurridos en México, nueve en lo que va de año, uno por mes. México
es un país especialmente afectado por las muertes de periodistas porque es un
estado que no quiere que sus cloacas salgan a la luz. Solo lo apestoso de sus
fondos emerge para intimidación de los vivos, para borrar los deseos de
justicia y normalidad. Se mata al mensajero para que haya miedo de informar y
de ser informado.
Es curioso observar las diferencias en los titulares según donde estemos. Para El País, Mario Gómez es un número; la noticia parece que es ser el noveno. Otros, en cambio, olvidan los ocho anteriores en este año. Queremos seguir aquí el ejemplo de algunos medios que no olvidan ni el nombre ni el número. Las dos cosas son importantes. Que no sepamos aquí quien era no significa que no tenga nombre. Recordarlo es lo menos que se puede hacer por él. Si ha muerto es porque molestaba y si molestaba es que cumplía con su deber profesional.
El
periodista muerto ha sido Mario Gómez, de El Heraldo de Chiapas. Le dispararon en
el estómago desde una motocicleta. Ya había denunciado anteriormente amenazas,
pero eso sirve de muy poco en un país con el nivel de violencia general de
México.
Llama
la atención la descripción que el diario nos da de la muerte anterior: « [...] el
pasado 29 de agosto fue encontrado el cuerpo de Javier Rodríguez Valladares,
camarógrafo de Canal 10 de Cancún. Fue asesinado a tiros. La Fiscalía de
Quintana Roo había descartado en un inicio que su muerte fuera "un ataque
directo a la libertad de expresión" porque, según ellos, estaba fuera de
su horario laboral y no portaba uniforme.»
Lo peor que le puede pasar a un país es no saber en
qué columna debe colocar a sus muertos para completar las estadísticas. Saben
que se pierde la cuenta de los muertos por violencia, pero la de los
periodistas, ese lento goteo, es denunciada por los compañeros y ocupa unos
días en el recuerdo, aunque sean pocos. ¡No deja de ser una ironía que haya que ir incluso
al baño con la cámara colgada para que te consideren periodista asesinado o que
lo hagan en el horario laboral! Lo habitual de la muerte genera extrañas
costumbres.
No solo es México el país en el que resulta
peligroso informar. Son cada vez más aquellos de los que nos llegan destellos
de noticias sobre detenciones, desapariciones, cierres... asesinatos de
periodistas. La libertad de información y la libertad de expresión están en
regresión. Lo están, en gran medida, por el avance del autoritarismo en muchas
partes del mundo. La prensa necesita de la libertad para no transformarse en
propaganda, algo que gusta mucho a los autócratas que disfrazan sus horrores
con brillantes fotos y discursos que deben ser difundidos para favorecer la
burbuja en la que hacen vivir a sus ciudadanos, que pasan a estar secuestrados.
Está en retroceso, como se repite, porque el país
que siempre había presumido de ser adalid de la libertad de prensa, los Estados
Unidos, ha desencadenado desde su presidencia uno de los ataques más furibundos
que se recuerdan en países democráticos. Está en retroceso también porque la
horizontalidad de los nuevos medios no han traído tanta libertad como se
esperaba, sino que ha llegado mezclada con la confusión de los errores
intencionados, de las falsas noticias y del dogmatismo de base, la coacción social
al que opina de otra manera y el estigma.
Los cambios en el modelo de negocio han añadido un
problema que no es nuevo, pero que ahora cobra especial relevancia: la
debilidad económica. No es necesario silenciar a la prensa; basta con comprarla
ahora que está a precio de saldo. Una prensa eficaz es una prensa
autosuficiente, que no necesita de dinero exterior, subvenciones o accionistas
mal intencionados. Y esa bajada de precios los atrae a todos.
La prensa necesita de las libertades, por eso es un
valioso indicador de su estado. Allí donde existen demasiados problemas
mediáticos, donde se limita o elimina la pluralidad, donde se silencian las
voces, donde se acaba con las vidas de los que observan, piensan y cuentan lo
que nos rodea... las libertades están retrocediendo. Pronto será una sola voz
la que se escuche. Y, si se puede, se lamenta.
La muerte del periodista Mario Gómez, la novena
víctima mexicana en lo que va de año, no solo es lamentable por sí misma, sino
por lo que representa. Al igual que otras muertes reflejan negligencias,
olvidos, indiferencias..., las muertes de los que deben informarnos muestran la
pérdida de libertades y su amenaza para todos.
No debemos ver las muertes de periodistas como números. Son el aviso de que somos menos libres. Simplemente contar acaba haciendo odiosas y engañosas comparativas de un año con otro. Una sola muerte ya indica algo, ya es lamentable. Sino, siempre habrá alguien que considere una mejora que el próximo año sea uno menos.
* "Asesinado a tiros el noveno periodista en
México en lo que va del año" El País 22/09/2018
https://elpais.com/internacional/2018/09/22/mexico/1537575581_668816.html
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