Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
En un
mundo mediático y de amplificación de los efectos de los medios es natural que
se sienta la tentación del poder desde unos y otros. Poder de los medios y
poder del poder, que se ve enfrentado a una crisis constante. Vivir en crisis
mediática parece ser el signo de los tiempos.
La
complejidad de los sistemas sociales ha aumentado merced al aumento de las
interacciones entre los agentes intervinientes en términos de flujos de
información. La estabilidad es algo casi imposible por gobiernos debilitados
por el fraccionamiento de los cuerpos electorales, que muestran una tendencia a la fragmentación,
con la irrupción de nuevas siglas y grupos que modifica el mapa político y
electoral. No solo eso. El aumento de grupos políticos hace aumentar también
las interacciones negativas, es decir, los choques y enfrentamientos, ya que
deben luchar contra la oposición (los diferentes) y los afines (los semejantes
que les disputan el puesto político). Esto hace que la crítica llegue a niveles
en los que se debe emplear más tiempo en la defensa de la plaza que en la
gobernación de la misma.
Ya no
existen los picos calientes de las campañas y los valles de los tiempos
intermedios, de mediana intensidad. Todo se ha vuelto campaña en una sociedad
interconectada e instantánea.
La
noche mediática ha sido de conexión mundial con la audiencia directa de horas
para la aceptación de un juez para el Tribunal Supremo de los Estados Unidos.
Casi todas las cadenas internacionales lo han dado sin interrupción. No lo ha
hecho Televisión Española, que sigue la política de no interrumpir su
programación a menos que un asteroide vaya a impactar con la tierra y sea
después de los deportes.
La
tensión política en todos los países se ha disparado; igualmente la situación
crítica internacional. Las crisis han llegado para quedarse. Por más que se escuchen
voces pidiendo calma, moderación, es una batalla perdida porque el medio es el
mensaje. Los políticos usan los medios para conectar con las electo-audiencias,
una híbrido entre electoral y mediático. A su vez, los cuerpos sociales están
conectados entre ellos y reciclan las informaciones que les llegan o producen
otras nuevas que son recogidas por los medios y se vuelve a poner en marcha el
circuito.
La política
está inmersa en este juego de la necesidad de producir noticias para mantenerse
en primera posición, pero eso la hace más vulnerable porque las noticias
negativas son mucho más contundentes y aceleradas que las buenas noticias. Una
buena noticia apenas atrae atención, mientras que un acontecimiento negativo,
por mucho menos trascendente que pueda ser en términos objetivos, causa un
violento choque mediático. Hasta el presidente Trump se ha visto tapado por las
noticias del juez sometido a escrutinio público por la acusación de asalto
sexual en su juventud. Se juntan en esa noticia la trascendencia que tiene para
el sistema judicial y político tener un juez conservador como es el propuesto
para el Tribunal Supremo, con la notoriedad de los casos de agresiones sexuales
en el momento del #metoo y demás movimientos de defensa de las mujeres. Los
medios norteamericanos han estado calificando la audiencia como un "evento
histórico" y lo cierto es que ha tenido una audiencia mundial, como
atestiguan las conexiones de todo el planeta. El caso, además, tiene un efecto
detonante en las discusiones sociales favorecidas por las redes.
Cualquier
información adquiere una notoriedad casi instantánea si es negativa. Es
necesario hacer muchas cosas y muy bien para compensar el efecto de las
cuestiones negativas. Puede ser injusto, pero es lo que es. Eso no es solo un
efecto perverso de la información, sino el resultado de las propias agencias
políticas, mediáticas y sociales. Se habla mucho de las agendas mediáticas,
pero lo cierto es que hoy con la posibilidad de producción y difusión de informaciones
en las redes sociales y su conexión con los propios medios, todo el mundo tiene agenda. Es el
resultado y el efecto de la politización informativa de la sociedad.
Cualquier
incidente (un atasco en el metro el otro día, por ejemplo) hace que decenas de
viajeros saquen sus teléfonos móviles e inunden el mundo de fotos y vídeos
mostrando la situación. Es una acción política, sin duda, una acción política
que provoca unas reacciones entre aquellos que las ven y los que las reenvían.
Esas fotos y esos vídeos son mensajes políticos con unos efectos determinados,
por los que se acabarán pidiendo responsabilidades a alguien en una cadena en
ascenso.
La
política española padece varios males encadenados. El primero es precisamente
una situación parlamentaria de extrema inestabilidad debido al bajo número de
diputados disponible y a que la alianza que sacó al PP del poder no tenía más
fin que ese, teniendo que discutir todo lo demás desde el primer día. En
segundo lugar, se ha concretado en un relevo generacional mucho más preocupado
por el uso de las redes sociales intentando llegar a los grupos más sensibles y
reactivos. Estar en la oposición es duro, pero es más divertido, al menos desde
el punto de vista comunicativo. Por otro lado, la oposición es variable y
circunstancial, en consonancia con lo dicho en el primer punto. Unos días se te
oponen unos, otros días y otros y, finalmente, todos cuando tengan que poner
sus apuestas electorales sobre la mesa.
Visto
todo lo anterior, la noticia que ha provocado la ministra Calvo, según nos
cuenta el diario El Mundo:
El Gobierno considera la proliferación de las
falsas noticias, conocidas como fake news, y que tan presentes se han hechos en
los últimos tiempos, como el argumento suficiente para apostar por una
regulación de la libertad de expresión de los medios de comunicación. Por una
estrategia de intervención, dejando el camino de la autorregulación. Así lo ha
expresado la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, durante la inauguración
de la XVI Jornada de Periodismo de la APE (Asociación de Periodistas Europeos).
"Estamos ante el viejo dilema de la
autorregulación o la regulación. Esa vieja frase en la que hemos vivido de que
la mejor ley de prensa es la que no existe, ¿por qué?", se ha preguntado
la vicepresidenta. En su exposición, muy crítica con el panorama actual de los
medios de comunicación y su negocio, y ha pedido que "asuman sus
responsabilidades sociales, que no son difusas".
En este sentido, la apuesta del Ejecutivo es
clara: regular el sector de los medios. Al menos, abordar el debate para llegar
a una norma. Su propuesta coincide en el tiempo cuando se han destapado
diversas informaciones que han puesto en jaque a miembros del Gabinete de Pedro
Sánchez y que, incluso, han conllevado la dimisión de ministros.
"Cuando la democracia coloca el foco
sobre el control de todos, como ciudadanos de un Estado de derecho, el control
de quienes asumimos cargos públicos, faltaría más que decidiéramos que en el
siglo XXI no va a existir control en los dos platillos de la balanza", se
ha quejado la vicepresidenta del Gobierno. A su juicio, "el negocio ha
irrumpido en unos niveles de delicadeza y sutilidad de lo ético, político y democrático
que es un tema capital".
Para justificar su posición de intervenir en
el sector de los medios, ha explicado que en Europa este debate ya está en
marcha. "Europa lidera el rumbo. Algunos países en nuestro contexto
europeo están empezando a tomar decisiones de regulación, de intervenir. Se lo
está planteando Francia, Alemania, Reino Unido o Italia. Están abandonando el
famoso pretexto de que la mejor ley que regular la libertad de expresión y el
derecho a la información es la que no existe. Debemos tomar decisiones que nos
protejan", ha sido su reflexión.*
No está
demasiado fina la ministra cuando, efectivamente, trata de regular los que le
están criticando. Especialmente duro es escuchar esto a quienes han estado rechazando
la existencia de leyes mordaza.
No son
los países democráticos los que están pidiendo regulaciones, sino los que está
sancionando la Unión Europea, como Hungría y Polonia. En un país democrático,
los Estados Unidos, el único que habla de la prensa como enemigo es el
presidente Trump, el más autoritario y manipulador de los existentes.
Lo
único que ha hecho la ministra Carmen Calvo es volver a recargar las redes, los
medios y la oposición política de razones en su contra. El problema de España
no son los medios, es el sr Villarejo y lo que ha hecho con total impunidad
durante años, amparado en buenas amistades y cargos.
No se
puede sostener desde la oposición que sacar los trapos sucios del PP es un acto
democrático y de libertad de prensa y sostener lo contrario cuando se está en
el poder y las informaciones que surgen de tus compañeros de ejecutivo no te
gustan o favorecen.
Tampoco
hay que meter en un mismo saco las informaciones de un chantajista que las que
puedan estar apareciendo sobre las cuentas, negocios o cualquier otro tipo de
circunstancia de los compañeros de gabinete.
La
cuestión de las grabaciones tiene tres niveles muy diferentes: el de la
legalidad de la obtención (que sería una cuestión judicial), el de los
contenidos (que es una cuestión mediática y política, ya que unos la sacan y otros
la reciben) y finalmente la cuestión oscura, a quién favorecen, que es una
cuestión muy distinta.
Ninguna
de las tres tiene que ver con lo que dice la ministra Calvo, que debería ser
más sensata y comedida en lo que puede ser entendido como una pérdida de
papeles por un lado, pero también como una amenaza, por otro.
El
ejecutivo de Pedro Sánchez tiene una enorme debilidad parlamentaria, pero no
tiene por qué tenerla ideológica, es decir, no tiene entrar a plantear cosas
absurdas al perder los nervios.
Cada
vez es más difícil gobernar por los motivos señalados anteriormente. Hay que
tener sistemas de defensa. Pero la mejor defensa es elegir bien a los miembros
de un gabinete, no dejar que lleguen alto los sinvergüenzas que trepan por los
partidos, no hablar más de la cuenta en ningún sitio, etc.
Los
medios españoles no han dado "falsas noticias" en ninguno de los
casos. Pueden equivocarse en muchas cosas o tener intenciones partidistas, algo
evidente, pero había un fundamento sobre el que investigar y una obligación de
hacerlo. ¿Que hay intereses políticos detrás? ¡Por supuesto! Pero es en eso en
lo que han convertido entre todos los partidos la política, en una especie de
pelea en el fango, un estercolero cada vez más dependiente de los golpes de
opinión, sacudidas mediáticas que cuando les favorecen son demandas sociales y, cuando no, síntomas
de lo mal que funciona el mundo.
No
quiero que este país entre en la lista de los recortadores de libertades, de
los maldecidores de medios, etc. Prefiero que intenten ellos renovarse a golpe
de titular correctivo que fingir que todo va bien a golpe de silencio.
Como
señalaba un comentarista esta misma mañana, el problema es que te acusen de lo
mismo que has denunciado cuando eres opositor. Es el reciclado del más de lo
mismo pero con otro color.
Los
mensajeros ya tienen bastante problemas en esta nueva situación para tener que
ponerse a discutir ahora con la ministra Calvo, cuyas palabras mucho me temo
dejarán huella en todos los medios como de vocación mordaza. Ha ido, además, a
decirlo a un encuentro de periodistas europeos, lo que no deja de ser soberbia,
provocación o ambas cosas.
Los
medios son reflejo de lo que somos, hacemos y decimos. Se producen en un
contexto de mejor o peor salud pública. Son espejo a lomos de un asno (ni a caballo
llegamos) reflejando en su bamboleo el mucho fango y lo poco de cielo azul que nos
queda.
La
ministra debería ocuparse de su ámbito, ocuparse de regenerar la política, de
que los suyos actúen bien para poder hablar sobre ejemplaridad. Cuando la vida política y social esté transparente,
sin nadie que defraude, robe, mienta, insulte, hable de más, vaya en malas
compañías, falsifique su currículum o su vida, etc. entonces podrá culpar al
espejo. Pero no es el caso. Mucho menos meter por medio a la Unión Europea, que está sancionando países por atacar a los medios e imponer mordazas.
Ahora
toda la esperanza, con todo, está en el espejo. Lo otro es rematar en el suelo a los
medios de un tiro en las libertades, que es lo que nos queda, por más que
políticos, informadores o ciudadanos abusen de ellas. Romper el espejo es
precisamente lo que hacen los que se niegan a verse reflejado en él.
Como
escribió Oscar Wilde en el prólogo de su Retrato de Dorian Gray, es la rabia de
Calibán, el horrendo personaje shakesperiano, enfadado por ver su fealdad reflejada y pero también su enfado cuando
no se ve en el espejo. Él se refería al siglo XIX y a su relación con el
realismo, pero la idea es clara. Hoy ese realismo es el de los medios. Queremos
salir y salir guapos en los medios. Pero hay lo que hay.
*
"El Gobierno apuesta por regular la libertad de expresión de los
medios" El Mundo 27/09/2018
http://www.elmundo.es/television/2018/09/27/5bacaf75468aebb25f8b463b.html
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