Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Lo escuchamos una y otra vez, casi siempre en boca de autócratas,
de dictadores. Es el argumento de la no injerencia. Erdogan lo acaba de usar
—una vez más— cuando Angela Merkel ha señalado las profundas discrepancias con
Turquía en materia de libertad de expresión y derechos humanos. Erdogan ha
apelado a la independencia de la justicia en Turquía y a su derecho como país a
no ser molestado por sus decisiones.
El argumento de la injerencia es a la vez antiguo y moderno.
Implica una conciencia global de ciertas cuestiones. Hubo una época, hasta no
hace mucho realmente, en que las relaciones internacionales no se molestaban en
estas cosas y reinaba un interés de cada uno y lo único que se trataba de
imponer era no tocar las zonas de influencia de las potencias. El mundo estaba
mucho más fragmentado y no había esta conciencia que pretendemos universal de
los Derechos Humanos.
La doctrina sobre su respeto es reciente e irregular. Surge
sobre todo de la presión de las opiniones públicas y por eso está tan vinculada
a las libertades de prensa y de expresión, que son las capaces de despertar las
conciencias dentro y fuera del país.
Cuando un país no dispone de libertad de prensa ni de
expresión, las presiones se trasladan al exterior, desde donde se inician las
campañas en favor de los derechos de la ciudadanía y se centran en los casos de
detenciones arbitrarias o "con todas las de la ley".
El "error", más bien lo hipócrita, del argumento
de la injerencia es hacer creer que la justicia es independiente y que las
leyes son justas. Las leyes no las hacen los jueces, solo las aplican. Los
casos de Turquía son muy evidentes y han llevado a la cárcel a miles de
personas y han provocado los despidos de miles y miles de personas acusadas de
lo mismo, pertenecer a una imaginaria red, los gullenistas. Todo ello ha servido para que Erdogan haga una enorme
purga en el estado y en la sociedad que ha eliminado a jueces, funcionarios,
militares, profesores, periodistas, etc. con la excusa de que conspiraban
contra él, la persona que ha convertido Turquía en un estado autoritario
perpetuándose en el poder, según denuncian todos las asociaciones de Derechos
Humanos y de Periodistas del mundo.
El argumento, como decimos, se suele hacer girar sobre la
independencia de la justicia. Por ello suele ser el primer sitio que se purga.
Una vez que controlas los jueces y controlas el parlamento, hacer leyes y
hacerlas cumplir es una forma de decir que no se interfiere y que todo es
"legal". Puede serlo, pero eso no excluye que sea injusto o que vaya
contra las normas aceptadas por la comunidad internacional.
Y es lo que ocurre con muchos países. La forma de
autoritarismo se ha hecho más "burocrática" y "legalista". Es
la forma de hacer ver que no se tiene nada que ver con lo que ocurre. Vemos la
noticia de que el gobierno nicaragüense va a "prohibir" las
manifestaciones. Eso deja fuera de la ley y convierte en delincuentes a los que se manifiesten. Es lo mismo que ocurrió (y
ocurre) en Egipto, otro país aquejado de los mismos vicios gubernamentales, en
donde manifestarse es considerado delito, tanto como ser ateo, homosexual,
donde se cierran medios alegando que ha aparecido un gay en un programa o donde
quejarse de problemas puede ser considerado "difamar al país", etc.
Siempre es el mismo argumento: todo es legal y nadie debe
interferir en las cuestiones de un país. Es lo mismo que ha llevado al gobierno
de Arabia Saudí, uno de los más retrógrados del planeta, a romper relaciones y
retirar sus estudiantes, ciudadanos hospitalizados, etc. en Canadá cuando el
gobierno de Justin Trudeau se interesó por una serie de activistas detenidas y
que tienen doble nacionalidad saudí y canadiense. En un caso similar al del
periodista germano turco por el que el gobierno de Merkel mantiene un
contencioso con Erdogan.
España ha hecho un flaco servicio a la democracia global al
anteponer la venta de unas fragatas a la poco ética venta de bombas a Arabia
Saudí. El argumento del gobierno español ha sido esperpéntico: la precisión de
la bombas, por lo que no matarán "inocentes". Que un gobierno
democrático use el argumento dando la razón por matar correctamente a un país que está en un guerra porque se
considera una potencia que debe
controlar la zona, nido de terroristas (la mayor parte de los participantes en
el 11-S eran saudíes) y exportador de ideología religiosa retrógrada a los
países vecinos, no deja de ser un despropósito vergonzante.
El retroceso en la defensa de los Derechos Humanos está
encabezado por los Estados Unidos, donde ya no solo se violan en su interior
(leyes de inmigración y separación de familias y aumento del racismo) sino que
se pisotean en el exterior argumentando que un amigo es un amigo haga lo que
haga, elevando el cinismo pragmático a rango de política internacional. Así, el
presidente Trump puede ir abrazando dictadores y ponderando su "buen
trabajo" en función de los intereses de los Estados Unidos perdiendo de
vista una política internacional conjunta. El unilateralismo es también ceguera
política ante las dictaduras y los regímenes autoritarios.
Dentro de las leyes de la acción y reacción políticas, el
aumento del autoritarismo es la consecuencia de una demanda global de
libertades y derechos. En ello tiene mucho que ver la solidaridad que un mundo
próximo e interconectado provoca. Somos más sensibles a lo que ocurre en otras
partes, conocemos directamente a las personas que sufren y padecen el
autoritarismo. Más allá de los medios, que tienen su propia agenda y espacio,
ha surgido toda una red de solidaridades y apoyos a través de ONG y de
asociaciones de ayuda que han conseguido tener su propia voz gracias a las
posibilidades que procuran las nuevas tecnologías de la comunicación.
Esto explica también los intentos de cortar las
posibilidades de comunicación por medio de leyes y órganos especiales, la
persecución de disidentes y discrepantes en las redes sociales, una mayor vigilancia
sobre las comunidades de expatriados —vigilados desde las embajadas, que han de
elaborar censos y controlar a los residentes mediante amenazas a ellos y a sus
familiares—, la creación de muros a la información mediante bloqueos y
firewalls, cierres de páginas, etc. Cada vez es más frecuente leer noticias
sobre medidas represoras en muchos países, que han aumentado el nivel de
intransigencia, vigilancia y control.
El argumento de la no injerencia no es para tiempos globales
y estos lo son. Los obstáculos son los radicalismos de corte populista y
nacionalista porque definen como "enemigos del pueblo" o de la
"patria" a todos los que son críticos y abogan por su discriminación,
encarcelamiento y silencio. Cuando se resisten o actúan en petición de
solidaridad, es cuando los gobiernos autoritarios se rasgan sus vestiduras y
entonan agrios lamentos sobre la independencia de los países, sobre su
soberanía, etc.
Pero no hay soberanía que justifique la represión de las
personas en un mundo interconectado, que tiende constantemente lazos
culturales, económicos, defensivos, etc. La idea de que los gobiernos o los
estados son "propietarios" de sus ciudadanos, como algunos señalan,
no es sostenible y es una nueva forma de "feudalismo de estado".
Las
personas son portadoras universales de derechos. Los derechos no es algo que
uno lleve en los genes; su existencia final depende del reconocimiento de
otros. Si no son reconocidos, si no pueden ser puestos en acción, no son más
que papel mojado frente a los sistemas autoritarios. Cuando los países vivían aislados y sin una opinión pública real, el cuestionamiento era difícil. Pero hoy sabemos la situación de cada uno es conocida y el apoyo es necesario en un mundo que necesita cada vez más armonía en los derechos y no enormes diferencias.
En la página de Amnistía Internacional relacionadas con los periodistas en Turquía se recogen las declaraciones de Çağdaş Kaplan, editor de la publicación online Gazete
Karınca:
“Trabajar con la amenaza
constante de ser detenido y condenado hace la vida muy difícil, pero el
periodismo es nuestra profesión. Tenemos que ejercerla. Hay una verdad
perfectamente visible en Turquía, pero también hay un intento de ocultarla a la
sociedad. Alguien tiene que hablar de ella y eso es lo que nosotros tratamos de
hacer”.*
Esa es la realidad y la función de la prensa, hablar de ella
bajo la presión y con el peligro de desaparecer en el intento de hacerla visible.
Hay que recordar estas cuestiones que distancian un estado democrático, por muy imperfecto que sea, de uno autoritario, por muy perfecto que se crea.
* Amnistía Internacional "Turquía: “Para los
periodistas, Turquía se ha convertido en una mazmorra” 3/05/2018
https://www.amnesty.org/es/latest/news/2018/05/turkey-for-journalists-turkey-has-become-a-dungeon/
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