domingo, 23 de septiembre de 2018

Dolor

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Entre tanta información, una relevante y otra absolutamente irrelevante, atrae mi atención un artículo publicado por el diario ABC, con el título "¿Sienten los animales dolor por la muerte de otros?". El artículo está escrito por la profesora de Bioética de la Universidad de Colorado, Jessica Pierce, y fue publicado anteriormente en The Conversation y plantea una serie de cuestiones que pueden hacernos reflexionar sobre nosotros mismos en aspectos esenciales.
El artículo intenta responder a una pregunta que encierra varias, quizá muchas. Surge como un comentario a la noticia que ha recorrido el mundo, la de la orca llevando el cadáver de su cría muerta y resistiéndose a abandonarlo.
La que no se debe hacer porque no nos deja ver la riqueza del bosque es si los animales sienten de la misma manera el dolor. Es una pregunta cuya respuesta damos por hecha en el caso humano. Si hay que hablar de la muerte, volvamos a Camus. En El extranjero, su protagonista, Mersault va al cine a ver una película de Fernandel tras la muerte de su madre. Este es el célebre comienzo de la novela, su primer párrafo:

Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer. 


Albert Camus nos definió como seres para la muerte. En realidad, todo lo que está vivo muere. Y no todo lo que está vivo es consciente de sí mismo; no todo lo que es consciente de sí mismo es consciente de su muerte. La pregunta puede ser: ¿el que es consciente de la muerte de otros es consciente de su propia muerte? Es una pregunta con muchas implicaciones. La orca que arrastra el cadáver de su cría, ¿es consciente de que ella misma morirá un día?
Las personas somos consciente de ambas cosas, de la muerte de otros y de nuestra propia muerte, aunque no todos gestionen el dolor de la misma manera. Primero somos conscientes de la muerte de los otros y luego de las propias. Comenzamos asistiendo a las muertes de los que queremos, los que nos han traído al mundo y así descubrimos nuestro mismo fin en el tiempo. Los niños descubren la muerte propia en el dolor por la pérdida de los que aman.
Mersault no siente dolor o, al menos, no es capaz de sentirlo en la misma forma en que lo sienten los demás. Pero podemos ir más allá: ¿qué tipo de "dolor" refleja el telegrama que recibe de la residencia donde se encontraba su madre? Son dos hechos "fallecimiento" y "entierro" y una expresión formal, "sentidas condolencias", que no muestra dolor.


Para los antropólogos, lo esencial para definir una cultura humana medianamente compleja, los enterramientos son la muestra clave. Allí donde se encuentran huesos, sabemos que había algún tipo de organización y de creencias compartidas. Ya sea en una sencilla fosa a la que se arrojaran los restos o  cualquier otra forma mortuoria compleja, como las pirámides egipcias y los rituales que conocemos, todas ellas implican una forma de civilización que establece lazos con los otros y entre vivos y muertos.
Jessica Pierce plantea, partiendo del caso de la orca y su cría muerta, una serie de problemas de gran interés. Señala:

Esta ha sido una de las mayores demostraciones que hayamos podido presenciar del dolor que sienten los mamíferos marinos.
Entre los científicos, sin embargo, sigue existiendo un prejuicio contra la idea de que los animales sienten dolor “real” o responden de diferentes formas a la muerte. Sobre este tema, el zoólogo Jules Howard, por ejemplo, escribió:
«Creer que J35 mostraba señales de pena o dolor es creer más en la fe que en la ciencia».
Como especialista en bioética, he estudiado la relación entre ciencia y ética durante más de veinte años. Una creciente cantidad de evidencias científicas defienden la idea de que los animales con características parecidas al ser humano son conscientes de la muerte, experimentan la pena, e incluso puede que guarden luto o que lleven a cabo algún ritual con sus muertos.
Los escépticos del dolor animal tienen razón en una cosa: los científicos no saben mucho sobre los comportamientos de los animales relacionados con la pena. Son pocos los investigadores que han indagado sobre cómo piensan y sienten la muerte la mayoría de los animales con los que el ser humano comparte el planeta, tanto la suya propia como la de otros.
Pero, insisto, no saben sobre el tema porque no lo han estudiado.*



Ninguna pregunta es inocente, menos las respuestas. Habrá evidentemente aquellos que quieren ver una continuidad entre la vida animal y el otro, el animal humano. Otros —ya desde Darwin— se niegan a establecer esa continuidad graduada en la que el dolor pueda ser compartido a través de las especies. No solo ocurre con el "dolor" o la "pena", sino que ocurre con otras manifestaciones, como por ejemplo la propia comunicación y el concepto de lenguaje.
Creo que hoy es innegable que existe comunicación de diversa complejidad entre los elementos de las mismas especies e, incluso, luchamos por hacernos con las claves de sus lenguajes para intentar conocer sus códigos. No es sencillo porque comunicarse no es solo intercambiar signos, sino que esos signos representan aspectos que pueden sernos completamente incomprensibles desde nuestra propia especificidad. Por eso nos resulta más "sencillo" enseñar a un gorila a usar nuestros conceptos que intentar que él nos exprese los suyos. Es un problema hermenéutico básico, ya que nosotros interpretamos lo que nos dicen desde nuestro propio repertorio. Cuando decimos que hemos enseñado a un animal un determinado número de signos, lo hemos traído a nuestro lado, no hemos ido al suyo, que sigue estando velado.
Tiene razón Jessica Pierce al decir que no se estudia el dolor y, menos incluso, el dolor animal ante la muerte. Sentir "pena" o "dolor" por otros queda lejos del sentido de la "angustia", que es el producido por nuestra propia finitud. La civilización, creía Nietzsche, se construía para intentar no pensar en la muerte, de ahí que Nietzsche fuera una referencia para todos aquellos existencialistas, como Camus, o de todos aquellos que les interesaron, como Dostoievski o Kafka.


Hay una reflexión cultural en Occidente durante la época medieval cristiana en la que la religión cumple el papel balsámico. La muerte en el Renacimiento es distinta y su luminosidad se vuelve oscuridad en el Barroco, donde se conjura a base de lo tenebroso, del recordatorio de una muerte que se vuelve terror en la tierra. Basta con ir a Valladolid a visitar el magnífico museo de arte religioso para comprender el papel de las imágenes, cuadros y figuras policromadas, etc. y la representación. Hice una visita con unos amigos, profesores de la Universidad de El Cairo, y se percibe la relación diferente que tenemos con la muerte, el dolor y su representación.

No podemos pensar que no siente pena, por ejemplo, los mongoles ante la vieja costumbre religiosa de devolver a la naturaleza los cadáveres, dejándolos sin enterrar, para que sirvan de alimento al resto de la naturaleza. Ellos nos han alimentado, ahora les alimentamos a ellos en un círculo de justicia ecológica. En Tíbet, los lamas realizan también un ritual de descuartizamiento de los fallecidos, los llamados "funerales celestes", que son entregados a los buitres para su alimento. Tampoco podemos sacar como consecuencia que no sientan dolor. Llevan 5.000 años haciéndolo.
Ya nadie se acuerda de la polémica en nuestro país sobre los partidarios del enterramiento tradicional y los de la incineración, que se produjo en los años 70. Toda una cultura tradicional del cementerio a la española, se enfrentaba a la nueva corriente pro incineración y el esparcido de las cenizas en lugares simbólicos para quienes lo hacían o para quienes eran esparcidos. La misma polémica se estableció sobre la pena que sentían aquellos que permitían que se extrajeran órganos de los parientes muertos. Las personas que donan órganos o autorizan a los parientes a que hagan uso de sus cuerpos ¿también siente una "pena" diferente? No me atrevería a decir eso, si bien fue el argumento que se utilizó en los mismos años. Hoy España es uno de los países que tiene cifras más elevadas de donaciones de órganos. También uno de grandes porcentajes de incineración.
Los psiquiatras nos describen una serie de "enfermedades" o estados mentales en los que ciertas personas son incapaces de sentir pena o dolor por los otros. La empatía brilla por su ausencia. Queda mucho por investigar en este campo. Pero sabemos que muchas personas usan los signos externos, los que se han codificado socialmente, poder esconder su falta de sentimiento o dolor, la reacción esperada ante la muerte de un ser querido.


Los seres humanos tenemos un sentido de la muerte personal y otro social. Una parte es sentimiento que se manifiesta a través de determinados síntomas, como una depresión o el llanto. Pero también existen los sociales. En el mundo antiguo existían las plañideras, que realizaban un ritual del dolor acompañando a los muertos. No se trata solo de la codificación de los colores que representan el luto —negro en occidente, blanco en oriente— en la vestimenta. Una buena plañidera "representa" los signos del dolor tal como se espera de alguien que los sienta realmente. No hay hipocresía, solo profesionalización del dolor.
Jessica Pierce recoge en el artículo que se han visto y documentado comportamientos de "duelo" en ciertas actitudes de animales. Habla de los enterramientos de huesos de los elefantes, de limpieza de cadáveres, cantos de dolor de las urracas, etc. Todas estas manifestaciones pueden revelar que no estamos solos en el dolor por las pérdidas.
Su artículo termina con estos párrafos y reflexiones:

Algunos científicos defienden que estos comportamientos no deben ser equiparados con los términos humanos de “pena” y “luto”, porque no es algo rigurosamente cierto. La ciencia puede observar estos comportamientos, pero es muy difícil saber qué los ha motivado. Un estudio publicado en Science en 2011, que constató señales de empatía en las ratas y ratones, abordó el asunto con el mismo tipo de escepticismo.
Es cierto que debemos que ser cautelosos a la hora de atribuir emociones y comportamientos, como la pena, a los animales. Pero no porque haya dudas sobre la capacidad de los animales para sentir pena.
El caso de Tahlequah nos enseña que los humanos tenemos mucho que aprender de los animales. La pregunta no sería si los animales sufren, sino cómo expresan su sufrimiento.*

Mi idea es que creo que sí puede haber formas aproximadas de dolor, aunque las causas puedan ser diferentes a las que les atribuimos. Pero mi cautela es porque tampoco estamos del todo seguros de la identidad de nuestros sentimientos ante la muerte. El papel de la cultura es determinante y la idea personal de la muerte se elabora dentro de un sistema cultural, no es un sentimiento, sino un sentimiento que hemos aprendido a modular. ¿Es la pena un sentimiento universal? Creo que hemos introducido una serie de elementos estructuralmente profundos en nuestro tratamiento de lo relacionado con la muerte, el dolor y la pena, que no siempre es igual ante todas las situaciones, ya que depende mucho de la forma en que se exprese socialmente.



Estoy completamente de acuerdo con la cuestión final: "La pregunta no sería si los animales sufren, sino cómo expresan su sufrimiento." Sin embargo, la pregunta tiene que formularse desde una serie de preguntas esenciales: ¿cuál es la relación entre la representación y el significado (el sentimiento)? Y después una pregunta que creo que es importante referida a la universalidad del dolor y la pena. El dolor provoca su representación, el signo, pero ¿provoca la representación dolor?
La primera cuestión se refiere al aspecto social del signo. Podemos sentir dolor por la cría propia, pero ¿lo podemos hacer por los demás? El dolor necesita del vínculo, ya sea el familiar o el grupo, en función de la propia complejidad de la organización. No estamos seguros de que "familia" y "grupo" signifiquen lo mismo entre las diferentes especies. La orca que ha llevado a su cría muerta siente dolor, sí, pero es capaz de sentirlo por otros. No lo sabemos. Hay otros ejemplos aportados por Jessica Pierce en los sentimientos de dolor se refieren al grupo. Aquí es esencial ese sentimiento ampliado de pertenencia, más allá de la familia biológica. Lo social del grupo hace que surjan vínculos fuertes entre ellos, que dan lugar a ese dolor, pena y luto incluso.
La mayor complejidad de la sociedad humana hace que podamos sentir dolor desde su representación ajena y propia. Las Coplas a la muerte de mi padre, de Jorge Manrique, son las manifestaciones artísticas del dolor propio con el que podemos empatizar de cierta forma, haciéndolo nuestro. La misma función cumplen los signos musicales — una Misa de Réquiem, de Mozart, Berlioz o de Verdi, por poner algunos gloriosos ejemplos—, pictóricos, arquitectónicos, etc.


Los sentimientos de dolor son una manifestación de complejidad biológica y grupal, pues revelan reacciones que pueden ser intensas. Hay perros, se dice, que han muerto de "dolor" por la pérdida de sus dueños. Hay un dolor que lleva a no querer vivir. Culturalmente, nuestras sociedades han crecido con unas formas de gestión del dolor. Se decía que la función de la Filosofía, en oriente y occidente, era preparar para la muerte tranquila, para la aceptación. En unos casos por creer en la otra vida (las tres religiones abrahámicas) o en otros por aceptar que se vuelve al caos primordial del eterno devenir, (como en el pensamiento oriental).

Nietzsche analizó en su obra el sentimiento de la muerte, tal como hizo en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral y otras. Trató de importar de oriente un sentimiento más "verdadero" que el occidental, basado en el autoengaño, en el negarse a ver tras el velo de Maya de la apariencia. De sus obras aprendieron Thomas Mann y Hesse. Él lo había aprendido de su maestro Schopenhauer y este del budismo. Algunos de sus personajes aprenden a liberarse de la angustia de la muerte mediante la ironía, mediante la comprensión de la ilusión de la individualidad y su carácter efímero. El eterno retorno será la idea que alivia el dolor que no se deja de sentir pero del que vemos su inutilidad. Es el dolor de existir, un dolor humano, del que nos hablará Leopardi, por el que —nos dice— hay que consolar al ser humano desde su mismo nacimiento.

G. Leopardi
Hay muchos tipos de dolores. El dolor de la muerte propio o de lo que está profundamente vinculado con nosotros es real, pero toma formas —le damos salida— muy variadas. Hay modelos y rituales que heredamos, que la cultura nos ofrece. Pero cada vez más tratamos de asimilar el dolor y la muerte de forma más personalizadas. Quizá sea una reacción a los nuevos estilos de vida, presididos por nuevos "velos de Maya", los que nos ocultan la muerte para que podamos vivir en un olvido de nuestra circunstancia humana, que somos seres para la muerte, consciente de ella, conscientes de la pérdida de lo que queremos.
No hace mucho escuchábamos en unas jornadas una canción tradicional china que recoge la idea de acostumbrarse a la vida como una sucesión de pérdidas. Las cosas que queremos se escapan de entre nuestras manos hasta que finalmente nos escapamos de nosotros mismos. Es una forma de recordar la muerte. No hay cultura que esté más ordenada hacia la idea de la muerte que la china, por ello hay pocas culturas tan vitalistas como ella. En "Vivir" (1992), una de las grandes novelas de Yu Hua, el protagonista, Fugui —que ha perdido todo, familia, dinero, por su mala vida— nos habla de otros personajes hacia el final de la obra:

[...] Me contaron que, al morir, el cuello se le había enderezado, y tenía la boca muy abierta. Eso era de llamar a su hijo.
Kugen estaba junto a un estanque cercano, lanzando piedras al agua. Al oír la última llamada de su padre, se giró y preguntó:   
—¿Qué quieres?   
Esperó un momento y, como no oyó que su padre siguiera llamándolo, siguió lanzando piedras. Así hasta que llevaron a Erxi al hospital, se confirmó su muerte, y alguien fue a buscar a Kugen.   
—¡Kugen! ¡Kugen! ¡Tu padre ha muerto!   
Kugen no sabía qué era la muerte, así que se giró y contestó:   
—Vale.   
Y se volvió y siguió lanzando piedras al agua.


No nacemos con el sentido de la muerte o experimentar directamente el dolor por la muerte de otros. Puede que Kugen sintiera dolor por la muerte de su padre el día en que descubriera que él mismo podría morir. Puede que entonces fuera capaz de evocar el momento y rellenarlo con sus propios sentimientos de dolor.
El dolor, la pena, el duelo, etc. son formas en las que tratamos de encajar nuestros propios sentimientos y emociones. El camino es doble: del sentimiento a la cultura y de la cultura al sentimiento. Cuando Kugen aprenda qué es la muerte (es decir, cómo se entiende en su cultura), lo hará a través de un conocimiento que ahora no tiene. Tendrá que unir el sentimiento de su cuerpo con una serie de elementos que en su cultura se utilizan para darle sentido y organizar la experiencia. Todo lo vivo huye del dolor; solo los humanos sabemos que no podemos huir de la muerte, aunque tratemos de disimularlo o decorarlo mediante escenificaciones.


La vida moderna, una vida fáustica, es la que nos vende la inmortalidad en la tierra que pisamos, la tierra que nos acogerá finalmente. Han sido las grandes tragedias, de brutales guerras a crueles atentados, los que nos han mostrado lo poco preparados que estamos para poder gestionar dolores y duelos, sentimientos que nos recuerdan nuestra propia muerte. Por eso es importante volver al equilibrio, volver a un sentido que nos permita enfrentarlo dentro de un esquema.
Hoy consideramos la Filosofía poco más o menos que un trasto, un conjunto de pensadores pesados. Su función —antes de ser una asignatura— era ayudar a entender, a entendernos. ABC ha colocado la noticia en "Ciencia". El dolor parece que es una cuestión de médicos, de científicos, de técnicos que nos dan recetas, consejos o pastillas. El dolor no es una enfermedad, ni algo ocasional. Es el signo de la sensibilidad, de la vida misma. Pero parece que queremos olvidarnos de esta verdad. Un mundo feliz, como señalo Huxley, un mundo olvidos de lo esencial. Si hemos sustituido "felicidad" por "entretenimiento"; también lo hemos hecho con el "dolor", señal vital, del que huimos volviendo a formas infantiles de olvido. Evidentemente, no se trata de sufrir por gusto, sino de no desprotegernos, de no vivir una falsa vida artificial. Sufrimos porque estamos vivos y debemos continuar viviendo superando nuestras formas de dolor, aprendiendo a controlarlas, sin hacernos insensibles, sino comprendiendo su dimensión afectiva.


No sabemos si los animales sienten menos dolor tras el "duelo" que realizan porque no sabemos exactamente qué produce esos sentimientos en aquellos que los manifiestan claramente. Interpretamos sus gestos o sonidos de dolor y nos sentimos próximos a ellos por su capacidad de sentirlos.
Tengo dos alumnas de doctorado —a las que está dedicado este texto— que se han lanzado en sus investigaciones sobre las formas en que el dolor se manifiesta, se gestiona y se interpreta. Es un camino que exploraremos no sin dificultad. Puede que haya una barrera más allá de la cual no podamos encontrarnos más que con lo orgánico, aquello a lo que se superpone la cultura, como forma de encubrimiento. Es precisamente la conversión semiótica del sentimiento, su traducción, lo que le permite ser representado y, por ello, comunicado y compartido.


Del dolor físico a la pena, un estado de lamentación por la pérdida, hay un enorme camino evolutivo. No podemos pretender que todo es igual, porque no lo es. Pero lo importante es aproximarse a ese continuo que va del dolor por la pérdida del otro a la definición de un yo sufriente autoconsciente. ¿Es el dolor lo que nos permitió comprendernos como distintos, como otros, es decir, ser consciente de nosotros mismos?
Las palabras finales de la novela de Yu Hua reflejan la llegada de la muerte de su protagonista y narrador. Lo hace sin dolor, como una metafórica llamada y no como una expulsión del mundo, como un robo trágico, como una mala jugada. Es la vida:

Yo sabía que el crepúsculo estaba a punto de pasar, y la noche a punto de caer. Vi la tierra espaciosa mostrar su pecho sólido, en actitud de llamada. Al igual que una mujer llamando a su hija, la tierra convocaba a las tinieblas de la noche.

Solo. Fugui dormía desde hacía tiempo con dinero bajo la almohada para que quien le encontrara pudiera pagar su entierro. Compró un buey tan viejo como él, salvándolo de la muerte, para que le acompañara en el final de su vida. Le puso su nombre para no sentirse solo.
La muerte le llamó, sí, pero lo hizo a través de hermosas metáforas que solo estaban en su mente, pero era allí donde debían estar para poder descansar en paz. Esta vez, la voz de la madre no fue desatendida por una hija. La tierra le llamó con voz cariñosa y allí fue. Encontró sus metáforas para seguir.



* Jessica Pierce "¿Sienten los animales dolor por la muerte de otros?" ABC  23/09/2018 https://www.abc.es/ciencia/abci-sienten-animales-dolor-muerte-otros-201809230135_noticia.html
Camus, Albert. El extranjero (1942). Trad. Emecé (1966.)
Hua, Yu. Vivir (1992). Seix Barral (ed. española2010)



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