Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
La vida
moderna, una vida fáustica, es la que nos vende la inmortalidad en la tierra
que pisamos, la tierra que nos acogerá finalmente. Han sido las grandes tragedias, de brutales
guerras a crueles atentados, los que nos han mostrado lo poco preparados que
estamos para poder gestionar dolores y duelos, sentimientos que nos recuerdan
nuestra propia muerte. Por eso es importante volver al equilibrio, volver a un
sentido que nos permita enfrentarlo dentro de un esquema.
Hua, Yu. Vivir (1992). Seix Barral (ed. española2010)
Entre
tanta información, una relevante y otra absolutamente irrelevante, atrae mi
atención un artículo publicado por el diario ABC, con el título "¿Sienten
los animales dolor por la muerte de otros?". El artículo está escrito por
la profesora de Bioética de la Universidad de Colorado, Jessica Pierce, y fue publicado
anteriormente en The Conversation y
plantea una serie de cuestiones que pueden hacernos reflexionar sobre nosotros
mismos en aspectos esenciales.
El
artículo intenta responder a una pregunta que encierra varias, quizá muchas. Surge
como un comentario a la noticia que ha recorrido el mundo, la de la orca
llevando el cadáver de su cría muerta y resistiéndose a abandonarlo.
La que
no se debe hacer porque no nos deja ver la riqueza del bosque es si los
animales sienten de la misma manera el dolor. Es una pregunta cuya respuesta
damos por hecha en el caso humano. Si hay que hablar de la muerte, volvamos a
Camus. En El extranjero, su
protagonista, Mersault va al cine a ver una película de Fernandel tras la
muerte de su madre. Este es el célebre comienzo de la novela, su primer párrafo:
Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé.
Recibí un telegrama del asilo: «Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas
condolencias.» Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer.
Albert
Camus nos definió como seres para la muerte. En realidad, todo lo que está vivo
muere. Y no todo lo que está vivo es consciente de sí mismo; no todo lo que es
consciente de sí mismo es consciente de su muerte. La pregunta puede ser: ¿el
que es consciente de la muerte de otros es consciente de su propia muerte? Es
una pregunta con muchas implicaciones. La orca que arrastra el cadáver de su
cría, ¿es consciente de que ella misma morirá un día?
Las
personas somos consciente de ambas cosas, de la muerte de otros y de nuestra propia
muerte, aunque no todos gestionen el dolor de la misma manera. Primero somos
conscientes de la muerte de los otros y luego de las propias. Comenzamos
asistiendo a las muertes de los que queremos, los que nos han traído al mundo y
así descubrimos nuestro mismo fin en el tiempo. Los niños descubren la muerte
propia en el dolor por la pérdida de los que aman.
Mersault
no siente dolor o, al menos, no es capaz de sentirlo en la misma forma en que
lo sienten los demás. Pero podemos ir más allá: ¿qué tipo de "dolor"
refleja el telegrama que recibe de la residencia donde se encontraba su madre?
Son dos hechos "fallecimiento" y "entierro" y una expresión
formal, "sentidas condolencias", que no muestra dolor.
Para
los antropólogos, lo esencial para definir una cultura humana medianamente
compleja, los enterramientos son la muestra clave. Allí donde se encuentran
huesos, sabemos que había algún tipo de organización y de creencias
compartidas. Ya sea en una sencilla fosa a la que se arrojaran los restos o cualquier otra forma mortuoria compleja, como
las pirámides egipcias y los rituales que conocemos, todas ellas implican una
forma de civilización que establece lazos con los otros y entre vivos y
muertos.
Jessica
Pierce plantea, partiendo del caso de la orca y su cría muerta, una serie de
problemas de gran interés. Señala:
Esta ha sido una de las mayores
demostraciones que hayamos podido presenciar del dolor que sienten los
mamíferos marinos.
Entre los científicos, sin embargo, sigue
existiendo un prejuicio contra la idea de que los animales sienten dolor “real”
o responden de diferentes formas a la muerte. Sobre este tema, el zoólogo Jules
Howard, por ejemplo, escribió:
«Creer que J35 mostraba señales de pena o
dolor es creer más en la fe que en la ciencia».
Como especialista en bioética, he estudiado
la relación entre ciencia y ética durante más de veinte años. Una creciente
cantidad de evidencias científicas defienden la idea de que los animales con
características parecidas al ser humano son conscientes de la muerte,
experimentan la pena, e incluso puede que guarden luto o que lleven a cabo algún
ritual con sus muertos.
Los escépticos del dolor animal tienen razón
en una cosa: los científicos no saben mucho sobre los comportamientos de los
animales relacionados con la pena. Son pocos los investigadores que han
indagado sobre cómo piensan y sienten la muerte la mayoría de los animales con
los que el ser humano comparte el planeta, tanto la suya propia como la de
otros.
Pero, insisto, no saben sobre el tema porque
no lo han estudiado.*
Ninguna
pregunta es inocente, menos las respuestas. Habrá evidentemente aquellos que
quieren ver una continuidad entre la vida animal y el otro, el animal humano. Otros —ya desde Darwin— se niegan a
establecer esa continuidad graduada
en la que el dolor pueda ser compartido a través de las especies. No solo
ocurre con el "dolor" o la "pena", sino que ocurre con
otras manifestaciones, como por ejemplo la propia comunicación y el concepto de
lenguaje.
Creo
que hoy es innegable que existe comunicación de diversa complejidad entre los
elementos de las mismas especies e, incluso, luchamos por hacernos con las
claves de sus lenguajes para intentar conocer sus códigos. No es sencillo
porque comunicarse no es solo intercambiar signos, sino que esos signos representan
aspectos que pueden sernos completamente incomprensibles desde nuestra propia
especificidad. Por eso nos resulta más "sencillo" enseñar a un gorila
a usar nuestros conceptos que intentar que él nos exprese los suyos. Es un
problema hermenéutico básico, ya que nosotros interpretamos lo que nos dicen
desde nuestro propio repertorio. Cuando decimos que hemos enseñado a un animal
un determinado número de signos, lo hemos traído a nuestro lado, no hemos ido
al suyo, que sigue estando velado.
Tiene
razón Jessica Pierce al decir que no se estudia el dolor y, menos incluso, el
dolor animal ante la muerte. Sentir "pena" o "dolor" por
otros queda lejos del sentido de la "angustia", que es el producido
por nuestra propia finitud. La civilización, creía Nietzsche, se construía para
intentar no pensar en la muerte, de ahí que Nietzsche fuera una referencia para
todos aquellos existencialistas, como Camus, o de todos aquellos que les
interesaron, como Dostoievski o Kafka.
Hay una
reflexión cultural en Occidente durante la época medieval cristiana en la que la
religión cumple el papel balsámico. La muerte en el Renacimiento es distinta y
su luminosidad se vuelve oscuridad en el Barroco, donde se conjura a base de lo
tenebroso, del recordatorio de una muerte que se vuelve terror en la tierra.
Basta con ir a Valladolid a visitar el magnífico museo de arte religioso para
comprender el papel de las imágenes, cuadros y figuras policromadas, etc. y la
representación. Hice una visita con unos amigos, profesores de la Universidad
de El Cairo, y se percibe la relación diferente que tenemos con la muerte, el
dolor y su representación.
No
podemos pensar que no siente pena, por ejemplo, los mongoles ante la vieja
costumbre religiosa de devolver a la naturaleza los cadáveres, dejándolos sin
enterrar, para que sirvan de alimento al resto de la naturaleza. Ellos nos han
alimentado, ahora les alimentamos a ellos en un círculo de justicia ecológica.
En Tíbet, los lamas realizan también un ritual de descuartizamiento de los
fallecidos, los llamados "funerales celestes", que son entregados a
los buitres para su alimento. Tampoco podemos sacar como consecuencia que no
sientan dolor. Llevan 5.000 años haciéndolo.
Ya
nadie se acuerda de la polémica en nuestro país sobre los partidarios del
enterramiento tradicional y los de la incineración, que se produjo en los años
70. Toda una cultura tradicional del cementerio a la española, se enfrentaba a
la nueva corriente pro incineración y el esparcido de las cenizas en lugares
simbólicos para quienes lo hacían o para quienes eran esparcidos. La misma
polémica se estableció sobre la pena que sentían aquellos que permitían que se
extrajeran órganos de los parientes muertos. Las personas que donan órganos o
autorizan a los parientes a que hagan uso de sus cuerpos ¿también siente una "pena"
diferente? No me atrevería a decir eso, si bien fue el argumento que se utilizó
en los mismos años. Hoy España es uno de los países que tiene cifras más
elevadas de donaciones de órganos. También uno de grandes porcentajes de
incineración.
Los
psiquiatras nos describen una serie de "enfermedades" o estados
mentales en los que ciertas personas son incapaces de sentir pena o dolor por
los otros. La empatía brilla por su ausencia. Queda mucho por investigar en
este campo. Pero sabemos que muchas personas usan los signos externos, los que
se han codificado socialmente, poder esconder su falta de sentimiento o dolor,
la reacción esperada ante la muerte de un ser querido.
Los
seres humanos tenemos un sentido de la muerte personal y otro social. Una parte
es sentimiento que se manifiesta a través de determinados síntomas, como una
depresión o el llanto. Pero también existen los sociales. En el mundo antiguo
existían las plañideras, que realizaban un ritual del dolor acompañando a los
muertos. No se trata solo de la codificación de los colores que representan el
luto —negro en occidente, blanco en oriente— en la vestimenta. Una buena
plañidera "representa" los signos del dolor tal como se espera de
alguien que los sienta realmente. No hay hipocresía, solo profesionalización
del dolor.
Jessica
Pierce recoge en el artículo que se han visto y documentado comportamientos de
"duelo" en ciertas actitudes de animales. Habla de los enterramientos
de huesos de los elefantes, de limpieza de cadáveres, cantos de dolor de las
urracas, etc. Todas estas manifestaciones pueden revelar que no estamos solos
en el dolor por las pérdidas.
Su
artículo termina con estos párrafos y reflexiones:
Algunos científicos defienden que estos
comportamientos no deben ser equiparados con los términos humanos de “pena” y
“luto”, porque no es algo rigurosamente cierto. La ciencia puede observar estos
comportamientos, pero es muy difícil saber qué los ha motivado. Un estudio
publicado en Science en 2011, que constató señales de empatía en las ratas y
ratones, abordó el asunto con el mismo tipo de escepticismo.
Es cierto que debemos que ser cautelosos a la
hora de atribuir emociones y comportamientos, como la pena, a los animales.
Pero no porque haya dudas sobre la capacidad de los animales para sentir pena.
El caso de Tahlequah nos enseña que los
humanos tenemos mucho que aprender de los animales. La pregunta no sería si los
animales sufren, sino cómo expresan su sufrimiento.*
Mi idea
es que creo que sí puede haber formas aproximadas de dolor, aunque las causas
puedan ser diferentes a las que les atribuimos. Pero mi cautela es porque
tampoco estamos del todo seguros de la identidad de nuestros sentimientos ante
la muerte. El papel de la cultura es determinante y la idea personal de la
muerte se elabora dentro de un sistema cultural, no es un sentimiento, sino un
sentimiento que hemos aprendido a modular. ¿Es la pena un sentimiento
universal? Creo que hemos introducido una serie de elementos estructuralmente
profundos en nuestro tratamiento de lo relacionado con la muerte, el dolor y la
pena, que no siempre es igual ante todas las situaciones, ya que depende mucho
de la forma en que se exprese socialmente.
Estoy
completamente de acuerdo con la cuestión final: "La pregunta no sería si
los animales sufren, sino cómo expresan su sufrimiento." Sin embargo, la
pregunta tiene que formularse desde una serie de preguntas esenciales: ¿cuál es
la relación entre la representación y el significado (el sentimiento)? Y después
una pregunta que creo que es importante referida a la universalidad del dolor y
la pena. El dolor provoca su representación, el signo, pero ¿provoca la
representación dolor?
La
primera cuestión se refiere al aspecto social del signo. Podemos sentir dolor
por la cría propia, pero ¿lo podemos hacer por los demás? El dolor necesita del
vínculo, ya sea el familiar o el grupo, en función de la propia complejidad de
la organización. No estamos seguros de que "familia" y "grupo"
signifiquen lo mismo entre las diferentes especies. La orca que ha llevado a su
cría muerta siente dolor, sí, pero es capaz de sentirlo por otros. No lo
sabemos. Hay otros ejemplos aportados por Jessica Pierce en los sentimientos de
dolor se refieren al grupo. Aquí es esencial ese sentimiento ampliado de
pertenencia, más allá de la familia biológica. Lo social del grupo hace que
surjan vínculos fuertes entre ellos, que dan lugar a ese dolor, pena y luto incluso.
La
mayor complejidad de la sociedad humana hace que podamos sentir dolor desde su
representación ajena y propia. Las Coplas
a la muerte de mi padre, de Jorge Manrique, son las manifestaciones
artísticas del dolor propio con el que podemos empatizar de cierta forma,
haciéndolo nuestro. La misma función cumplen los signos musicales — una Misa de
Réquiem, de Mozart, Berlioz o de Verdi, por poner algunos gloriosos ejemplos—, pictóricos, arquitectónicos,
etc.
Los
sentimientos de dolor son una manifestación de complejidad biológica y grupal,
pues revelan reacciones que pueden ser intensas. Hay perros, se dice, que han
muerto de "dolor" por la pérdida de sus dueños. Hay un dolor que
lleva a no querer vivir. Culturalmente, nuestras sociedades han crecido con unas
formas de gestión del dolor. Se decía que la función de la Filosofía, en
oriente y occidente, era preparar para la muerte tranquila, para la aceptación.
En unos casos por creer en la otra vida (las tres religiones abrahámicas) o en
otros por aceptar que se vuelve al caos primordial del eterno devenir, (como en
el pensamiento oriental).
Nietzsche
analizó en su obra el sentimiento de la muerte, tal como hizo en Sobre verdad y
mentira en sentido extramoral y otras. Trató de importar de oriente un
sentimiento más "verdadero" que el occidental, basado en el
autoengaño, en el negarse a ver tras el velo de Maya de la apariencia. De sus
obras aprendieron Thomas Mann y Hesse. Él lo había aprendido de su maestro
Schopenhauer y este del budismo. Algunos de sus personajes aprenden a liberarse
de la angustia de la muerte mediante la ironía, mediante la comprensión de la
ilusión de la individualidad y su carácter efímero. El eterno retorno será la
idea que alivia el dolor que no se deja de sentir pero del que vemos su
inutilidad. Es el dolor de existir, un dolor humano, del que nos hablará
Leopardi, por el que —nos dice— hay que consolar al ser humano desde su mismo
nacimiento.
G. Leopardi |
Hay
muchos tipos de dolores. El dolor de la muerte propio o de lo que está
profundamente vinculado con nosotros es real, pero toma formas —le damos
salida— muy variadas. Hay modelos y rituales que heredamos, que la cultura nos
ofrece. Pero cada vez más tratamos de asimilar el dolor y la muerte de forma
más personalizadas. Quizá sea una reacción a los nuevos estilos de vida,
presididos por nuevos "velos de Maya", los que nos ocultan la muerte
para que podamos vivir en un olvido de nuestra circunstancia humana, que somos
seres para la muerte, consciente de ella, conscientes de la pérdida de lo que
queremos.
No hace
mucho escuchábamos en unas jornadas una canción tradicional china que recoge la
idea de acostumbrarse a la vida como una sucesión de pérdidas. Las cosas que
queremos se escapan de entre nuestras manos hasta que finalmente nos escapamos
de nosotros mismos. Es una forma de recordar la muerte. No hay cultura que esté
más ordenada hacia la idea de la muerte que la china, por ello hay pocas
culturas tan vitalistas como ella. En "Vivir" (1992), una de las grandes
novelas de Yu Hua, el protagonista, Fugui —que ha perdido todo, familia, dinero,
por su mala vida— nos habla de otros personajes hacia el final de la obra:
[...] Me contaron que, al morir, el cuello se
le había enderezado, y tenía la boca muy abierta. Eso era de llamar a su hijo.
Kugen estaba junto a un estanque cercano,
lanzando piedras al agua. Al oír la última llamada de su padre, se giró y
preguntó:
—¿Qué quieres?
Esperó un momento y, como no oyó que su padre
siguiera llamándolo, siguió lanzando piedras. Así hasta que llevaron a Erxi al
hospital, se confirmó su muerte, y alguien fue a buscar a Kugen.
—¡Kugen! ¡Kugen! ¡Tu padre ha muerto!
Kugen no sabía qué era la muerte, así que se
giró y contestó:
—Vale.
Y se volvió y siguió lanzando piedras al agua.
No
nacemos con el sentido de la muerte o experimentar directamente el dolor por la
muerte de otros. Puede que Kugen sintiera dolor por la muerte de su padre el
día en que descubriera que él mismo podría morir. Puede que entonces fuera
capaz de evocar el momento y rellenarlo con sus propios sentimientos de dolor.
El
dolor, la pena, el duelo, etc. son formas en las que tratamos de encajar
nuestros propios sentimientos y emociones. El camino es doble: del sentimiento a la cultura
y de la cultura al sentimiento. Cuando Kugen aprenda qué es la muerte (es decir, cómo se entiende en su cultura), lo hará
a través de un conocimiento que ahora no tiene. Tendrá que unir el sentimiento
de su cuerpo con una serie de elementos que en su cultura se utilizan para
darle sentido y organizar la experiencia. Todo lo vivo huye del dolor; solo los
humanos sabemos que no podemos huir de la muerte, aunque tratemos de
disimularlo o decorarlo mediante escenificaciones.
Hoy consideramos la Filosofía poco más o menos que un trasto, un conjunto de pensadores pesados. Su función —antes de ser una asignatura— era ayudar a entender, a entendernos. ABC ha colocado la noticia en "Ciencia". El dolor parece que es una cuestión de médicos, de científicos, de técnicos que nos dan recetas, consejos o pastillas. El dolor no es una enfermedad, ni algo ocasional. Es el signo de la sensibilidad, de la vida misma. Pero parece que queremos olvidarnos de esta verdad. Un mundo feliz, como señalo Huxley, un mundo olvidos de lo esencial. Si hemos sustituido "felicidad" por "entretenimiento"; también lo hemos hecho con el "dolor", señal vital, del que huimos volviendo a formas infantiles de olvido. Evidentemente, no se trata de sufrir por gusto, sino de no desprotegernos, de no vivir una falsa vida artificial. Sufrimos porque estamos vivos y debemos continuar viviendo superando nuestras formas de dolor, aprendiendo a controlarlas, sin hacernos insensibles, sino comprendiendo su dimensión afectiva.
No sabemos si los
animales sienten menos dolor tras el "duelo" que realizan porque no sabemos exactamente
qué produce esos sentimientos en aquellos que los manifiestan claramente.
Interpretamos sus gestos o sonidos de dolor y nos sentimos próximos a ellos por
su capacidad de sentirlos.
Tengo
dos alumnas de doctorado —a las que está dedicado este texto— que se han lanzado en sus investigaciones sobre las
formas en que el dolor se manifiesta, se gestiona y se interpreta. Es un camino
que exploraremos no sin dificultad. Puede que haya una barrera más allá de la
cual no podamos encontrarnos más que con lo orgánico, aquello a lo que se superpone la
cultura, como forma de encubrimiento. Es precisamente la conversión semiótica
del sentimiento, su traducción, lo que le permite ser representado y, por ello,
comunicado y compartido.
Del
dolor físico a la pena, un estado de lamentación por la pérdida, hay un enorme
camino evolutivo. No podemos pretender que todo es igual, porque no lo es. Pero
lo importante es aproximarse a ese continuo que va del dolor por la pérdida del
otro a la definición de un yo sufriente autoconsciente. ¿Es el dolor lo que nos
permitió comprendernos como distintos, como otros, es decir, ser consciente de
nosotros mismos?
Las
palabras finales de la novela de Yu Hua reflejan la llegada de la muerte de su
protagonista y narrador. Lo hace sin dolor, como una metafórica llamada y no
como una expulsión del mundo, como un robo trágico, como una mala jugada. Es la
vida:
Yo sabía que el crepúsculo estaba a punto de
pasar, y la noche a punto de caer. Vi la tierra espaciosa mostrar su pecho
sólido, en actitud de llamada. Al igual que una mujer llamando a su hija, la
tierra convocaba a las tinieblas de la noche.
Solo.
Fugui dormía desde hacía tiempo con dinero bajo la almohada para que quien le
encontrara pudiera pagar su entierro. Compró un buey tan viejo como él,
salvándolo de la muerte, para que le acompañara en el final de su vida. Le puso su nombre para no
sentirse solo.
La
muerte le llamó, sí, pero lo hizo a través de hermosas metáforas que solo
estaban en su mente, pero era allí donde debían estar para poder descansar en
paz. Esta vez, la voz de la madre no fue desatendida por una hija. La tierra le
llamó con voz cariñosa y allí fue. Encontró sus metáforas para seguir.
*
Jessica Pierce "¿Sienten los animales dolor por la muerte de otros?" ABC 23/09/2018 https://www.abc.es/ciencia/abci-sienten-animales-dolor-muerte-otros-201809230135_noticia.html
Camus, Albert. El extranjero (1942). Trad. Emecé (1966.)Hua, Yu. Vivir (1992). Seix Barral (ed. española2010)
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