Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Habrá
observado seguramente una serie de "noticias" que aparecen con
frecuencia en nuestra prensa digital, una suerte de bochornosas comparativas.
Me refiero a ciertos juegos con imágenes tomadas de distintos fondos (internet
ya tiene unos cuantos años en activo) que son comparadas con otras en un juego
de "antes" y "después" o también de "con" y
"sin".
La del
primer tipo suelen estar centrada en el paso del tiempo y nos muestra imágenes
de personas conocidas con diferencias de años. Nos muestran rostros juveniles y
rostros avejentados, con las marcas de la temporalidad, que no suelen favorecer
a nadie. Este primer grupo se encuadran también las víctimas de las operaciones
de estética. Cuanto más cruel sea el destrozo, mayor visibilidad del contraste.
Las del
segundo grupo, "con" o "sin", centran su ingenio en mostrar
personajes, casi siempre mujeres, maquilladas y sin maquillar, resaltando las diferencias.
Por
decirlo desde el principio, este tipo de prácticas me parecen una forma de
denigrar a las personas y, por tanto, de envilecimiento del periodismo y del
medio que las acoge en sus páginas digitales y las difunde. Son un síntoma más
de que ya vale todo en los medios, que se han visto arrastrados por el mundo
sin ley de las redes sociales en un movimiento en busca de audiencias.
En este
sentido, la red es cada vez más un circo romano en el que se ceban con carnadas
a unas masas hambrientas de productos ínfimos, pero que satisfacen su poco
exigente gusto.
Hace
unos años se teorizaba desde los medios sobre cómo iban a disponer de inmensas
audiencias por todo el mundo, millones de posibles espectadores, lectores, etc.
a los que se iba a llegar con un mensaje
periodístico. Lo ocurrido ha sido exactamente lo contrario. Son las "micro-masas"
—la antigua masa combinada con lo micro de la personalización del medio— las
que se han llevado el gato del contenido al agua. Las empresas ya no producen
contenido de calidad más que en muy honorables casos. Más bien sucede lo
contrario: se alimentan reciclando la basura que la propia red escupe hacia el
exterior. En vez de "civilizar" la red, es decir, a los lectores, se
han dejado arrastrar por el mal gusto y la zafiedad hacia este tipo de
prácticas.
Es un
síntoma más de una batalla perdida. Lo malo es que esta pérdida es social, es
decir, de todos. Es una reducción de los niveles básicos de civilidad, de
aspiración a mejorar el conjunto, en favor de un espíritu destructivo y
jacobino que se siente poderoso subiendo y bajando su pulgar, no en vano el gesto
que definía al circo romano. ¡Gran acierto icónico de Facebook!
En las
ciberutopías ilustradas, las que presidieron los años previos a la expansión de
las redes, todavía se especulaba con la posibilidad de una universalidad de la
cultura. Todo aquello se ha ido disolviendo en una sinrazón instrumental.
Los
medios han renunciado a ser didácticos
e ilustrados y han pasado a ser especulares, es decir, a mostrarse ante
sus lectores como espejos stendhalianos en el camino del embrutecimiento. Con
ello, la Prensa renuncia a sus orígenes y a su función. El "infotainment"
es la formulación que adquiere peso ampliándose en todos los ámbitos.
Esto ha
producido, además, un efecto sistémico en el que los productores de contenidos
deben adaptarse a la nueva forma de los mensajes. El "antes y el
después" y el "con y sin" son solo dos ejemplos de cómo se ha
producido esa degradación en la que son los productos de los públicos los que
son consumidos masivamente en este sistema de reproducción sociomediática.
La relación
de los medios tradicionales (y profesionales) con la redes fue muy ambigua
desde el principio. Creo que nunca llegaron a entender el poder absorbente de
las redes, el carácter desestabilizador de los micromedios y cómo la pérdida de
lectores, oyentes, etc. arrastrando la publicidad, les iba a cambiar
irremisiblemente. Hoy la mayor parte de los medios está en crisis, lo que es
preocupante para ellos. Pero la crisis del Periodismo que ha traído es mucho
más preocupante. En efecto, socialmente la desaparición de los medios no
tendría por qué cambiar su función, que podía haber sido cumplida por otros
medios. Sin embargo, no es lo que ha ocurrido.
Lo que
ha ocurrido es que la trivialización social de los contenidos ha tenido un
efecto sobre las redes, pero también los propios medios, que se han convertido
en alimentadores de este nuevo Leviatán polimorfo.
El
papel de formación de la opinión pública ha desaparecido y es la opinión
pública la que da forma a los medios que deben dar lo que les piden. La idea
del 4º Poder parece casi un sarcasmo hoy en día.
Los efectos
son demoledores no solo sobre la idea de medio y de periodista profesional,
sino que ha transformado todo aquello que usa la red como mediación, es decir,
prácticamente todo: la política, la educación, la cultura...
El
político con ideas ha sido sustituido por el seductor descarado que usa sus
habilidades o las de sus equipos de comunicadores tecnólogos; el intelectual y
el erudito lo han sido por el "influencer"; los foros públicos de
debate por el ingenioso chat banal. La racionalidad dialogante se ve
transformada en la emocionalidad insultante como manifestación de lo que se ha
llamado la "economía de la atención", que la busca a cualquier coste
en medio de una cacofonía general.
Las
formas radicales y populistas son más proclives al uso de la red, más acorde
con sus personalidades y características, que otras formas moderadas y dialogantes.
Más que el encuentro, se busca el encontronazo, momento de furia teatral, de
escenificación del desaire.
Los
ejemplos de la falta de sensibilidad son constantes. El "antes y
después" y el "con y sin" son simples ejemplos. Son muestras de
falta de sensibilidad ante las personas, que se convierten en motivo de
espectáculo. El ciberbulling es otra
muestra clara. Supone el riesgo de todos y cada uno de poder ser arrastrados a
las redes a través de un vídeo grabado por un teléfono o unas fotos para
escarnio instantáneo y universal. Los ejemplos podrían multiplicarse y lo
tenemos todos los días. El anonimato permite aflorar la maldad sin riesgos. Un clic y has arruinado la vida de una
persona. Eso da poder. Y el poder es mayor cuando no se tienen escrúpulos.
Nos
hemos adentrado en una era nueva en donde lo más pequeño puede ser amplificado
hasta extremos universales, reproducirse millones de veces, un mundo donde nada
desaparece y todo puede volver. La expresión "derecho al olvido" no
deja de ser un sarcasmo en las condiciones actuales.
Hay una verdadera obsesión por la imagen que nos convierte en víctimas potenciales de las miradas que nos enjuician constantemente y nos llevan al banquillo universal. Lo exterior prima sobre cualquier otra dimensión. Lo peor es que este enfoque está condicionando la vida pública y la privada cambiando la relación.
Los medios profesionales deberían reaccionar por su propia capacidad crítica. Sin embargo, la primacía de lo que vende, de lo que atrae, actúa como un anestésico haciendo que se sumen a la atracción antes que resistirse. En unos años podemos tener una mundo inviable, paralelo a la realidad a la que condiciona.
El problema va más allá de las "noticias falsas", pues se trata de la creación de un mundo falso, un mundo de apariencias en el que solo vale lo que puede captarse con una cámara y verse en una pantalla. Un mundo falto de sinceridad pues todo lo que se dice, todo lo que se hace está destinado a ser consumido como imagen. Y eso afecta a las fotos o a los currículos, que se retocan, ya sea con el bisturí o con el maquillaje. Todo forma parte del mismo fenómeno del aparentar ser lo que no se es ante los demás que no nos valoran por lo que somos sino por lo que parecemos o aparentamos.
Somos la leña con la que se alimenta la hoguera.
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