Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
mundo especula con la autoría del artículo anónimo publicado por The New York
Times y en el que —por irónico que parezca— se trata de tranquilizar al mundo
señalando que no han dejado al niño solo en casa con el botón nuclear. Los
voluntariosos miembros de su administración, gente muy próxima, vigilan para
evitar desastres producidos por el presidente desencadenado.
La
acción combinada de lo que se sabe de la próxima publicación del libro,
"Fear", del periodista Bob Woodward y del artículo anónimo de The New
York Times, crean una imagen terrorífica desde interior de la presidencia de
Trump, lo que algún miembro destacado ha llamado "Crazytown".
El
mayor daño que se le puede hacer a Trump es fomentar su propia paranoia. En
términos de acción, esto supone precisamente minar su confianza en los que le
rodean. Sabemos desde su época empresarial su especial relación con sus
"equipos", a los que exige completa fidelidad, total lealtad. En gran
parte, teniendo en cuenta la personalidad explosiva de Trump, es silenciar
todas esas reacciones y callar los errores que se ha conseguido evitar.
No es
la primera vez que Trump inicia y ordena una caza de brujas en busca de
"traidores" o filtradores entre su personal de confianza. De hecho,
es una constante en su mandato, casi la única. Me imagino que es muy difícil
controlar la tensión producida por estar reunido con alguien con la
personalidad de Trump y temer llevarle la contraria; debe ser muy difícil
gestionar posteriormente esa tensión acumulada, mantener esa frustración e
indignación que muchos sentirán.
El
diario El País recoge situación:
El texto publicado resulta demoledor. Bajo el
título de Yo soy parte de la resistencia
interna de la Administración de Trump, el misterioso autor asegura que
algunos miembros del Ejecutivo se sienten tan alertados por los “impulsos” que
llegaron a plantear, incluso, la posibilidad de pedir la incapacitación del
mandatario por motivos mentales pero rehusaron esta vía para evitar una crisis
constitucional. “Trabajo para el presidente pero como otros colegas he
prometido boicotear partes de su agenda y sus peores inclinaciones”, afirma ese
alto cargo anónimo y, como si de una conjura vaticana se tratase, describe una
suerte de Estado paralelo que evita que las barrabasadas que el mandatario
estadounidense publica en Twitter, por ejemplo, o ante una cámara de
televisión, se traduzca en daños irreparables.
“La raíz del problema es la amoralidad del
presidente”, dice el texto. “Cualquier que haya trabajado con él”, continúa,
“sabe que no está anclado a ningún principio discernible que guíe su toma de
decisiones”. Define el estilo de Trump como “superficial, inefectivo,
conflictivo e impulsivo”. En las reuniones sobre algún asunto, dice, suele
desviarse del tema y enzarzarse en broncas repetitivas y sus impulsos le llevan
a veces a tomar decisiones temerarias que luego hay que rectificar o enmendar.
“Los americanos deben saber que hay adultos en la habitación”, trata de
tranquilizar. Llovía sobre mojado: la publicación tiene lugar al día siguiente
de que salieron a la luz extractos del nuevo libro del periodista Bob Woodward,
que sale a la venta la próxima semana, y en el que también se habla de miembros
de la Administración aterrados por la deriva de la Casa Blanca.*
Trump,
por supuesto, ha usado ya la palabra apocalíptica, "traición". Pero
el presidente vive en una larga versión de "Apocalypse Now!", levantándose
cada mañana con un toque wagneriano de diana.
Podríamos
decir que la situación es "insólita", pero ¿qué no es insólito en
esta presidencia que ya ha dado hasta series de animación, que ha producido más
imitadores que todos los presidentes juntos, que ha permitido la elevación del
rango de los Late Shows y que reúne a decenas, cientos de miles de manifestantes
en cualquier lugar del mundo con se menciona su nombre?
El
hecho de que esta "resistencia" manifieste su trabajo para evitar que
los Estados Unidos se hundan o los hunda, para ser más preciso, no deja de ser
una muestra de la degradación a la que Trump ha llevado al país en todos los
niveles. Hemos insistido en que va a costar muchos años recuperar la confianza
después del paso de Trump por el mundo. Costará décadas volver a recomponer los
destrozos realizados.
De todo
lo que esto ha movido, que es mucho, me quedo con tres momentos. El primero es
la ilustración de The New York Times en la que unas personas tiran de la cuerda
para evitar que la silueta de los Estados Unidos se caiga por un precipicio. Es
una vívida síntesis gráfica de la situación actual. No refleja ataques exteriores,
de sus rivales, sino de su gente de confianza —eso es lo que desespera a Trump—
que trata de mantener callados, a golpe de acuerdos de confidencialidad, a
todos los que pasan por su vida. El problema es que desde el momento en el que
pisó la Casa Blanca esos acuerdos —como se ha comprobado— pasan a ser dudosos.
La mentalidad de la empresa de Trump no es aplicable al "interés
público" que debe guiar la política por definición. Lo que vale en las
empresas, no puede funcionar en la vida pública, que debe ser transparente,
teniendo los ciudadanos el derecho a saber qué ocurre, excepto en lo que sea
materia reservada por el bien de todos. Pero proteger a Trump de sus propios defectos
no es proteger a los Estados Unidos. Ahora se defiende a los Estados Unidos de su presidente. El escrito publicado sin firma por The New York Times —pero comprobada, dicen, su autoría— es un intento de "tranquilizar" al país, que se sepa que no dejan solo al presidente.
Por supuesto, es mucho más que eso. Sobre todo a pocos días de la salida del libro de Bob Woodward, que nos trae el segundo momento elegido. La BBC ha publicado un anticipo de la obra seleccionando declaraciones que complican la vida de Trump y de sus apoyos, pero al final se incluye esta conversación entre Trump y Woodward
En un ataque preventivo contra lo que
seguramente será una furiosa protesta de la Casa Blanca contra el libro, el
Washington Post publicó una grabación de audio y una transcripción de una
llamada que el presidente hizo a Woodward a principios de agosto. En él, el
presidente afirma que nunca fue contactado para una entrevista o que se le
informó del trabajo que Woodward publicará próximamente, una afirmación que el
periodista rebate con éxito.
Trump hace varios intentos para dirigir la
conversación hacia sus logros en política exterior y su historial económico
como presidente.
"Nadie ha hecho un mejor trabajo que yo
como presidente", dice. "Eso puedo decirte".
Woodward dice a través de sus entrevistas que
"obtuvo mucha información y documentación", y que su libro sería una
"mirada dura al mundo, a su administración y a usted".
"Supongo que eso significa que va a ser
un libro negativo", responde el presidente.**
Creo
que el grado de irrealidad y de narcisismo que reflejan estas pequeñas muestras
de la conversación, ya nos hablan de Trump y de su forma de entender el mundo.
La simple idea de que el libro de Woodward, tras preguntar al personal de la
Casa Blanca, pudiera ser positivo muestra un desajuste grande. Hay una enorme
distancia entre cómo se ve a sí mismo y la percepción que los demás tienen de
él. Por eso es más interesante escuchar a los que en teoría deberían apoyarle
ante los que están en la obligación de atacarle o, al menos no mostrarle
simpatía.
Por
esto, me parece relevante el artículo publicado en The Washington Post, firmado
por uno de los escritores de discursos de la presidencia de George W. Bush,
Michael Gerson, un "neorrepublicano", con afán de protagonismo, crecido
con los evangelistas. El título del artículo de Gerson no puede ser más claro: "We
are a superpower run by a simpleton". Gerson centra sus ataques a Trump en
el peligro que supone lo predecible de su carácter para cualquier enemigo
exterior, que solo necesita tocar los resortes adecuados para provocar la
reacción deseada. Esto supone, señala, un peligro real para los Estados Unidos.
Para el articulista, el populismo que ha llevado a la Casa Blanca a Donald
Trump es real y correcto, pero la cabeza al frente es un problema. Escribe Gerson:
What we are finding from books, from insider
leaks and from investigative journalism is that the rational actors who are
closest to the president are frightened by his chaotic leadership style. They
describe a total lack of intellectual curiosity, mental discipline and impulse
control. Should the views of these establishment insiders really carry more
weight than those of Uncle Clem in Scranton, Pa.? Why yes, in this case, they
should. We should listen to the voices of American populism in determining
public needs and in setting policy agendas — but not in determining political
reality.
We should pay attention to the economic trends
that have marginalized whole sections of the country. We should be alert to the
failures and indifference of American elites. But we also need to understand
that these trends — which might have produced a responsible populism — have,
through a cruel trick of history, elevated a dangerous, prejudiced fool. Trump
cannot claim the legitimacy of the genuine anxiety that helped produce him. The
political and social wave is real, but it is ridden by an unworthy leader. The right reasons have produced
the wrong man.***
Las
críticas demócratas son esperadas; las que llegan desde el bando republicano
son demoledoras porque implican una pérdida de apoyos. Gerson no critica la
política republicana, critica las enormes carencias en el liderazgo. El
"hombre equivocado" es el reconocimiento de que el liderazgo de Trump
solo puede al desastre a los republicanos, por un lado, pero por otro a los
Estados Unidos. Por eso no es casual que Gerson proponga en su artículo la
imagen de un Trump manipulado por el líder de Corea del Norte. Sabe qué debe
decirle y cuándo es el momento apropiado.
Aprobando
la política conservadora llevada por Trump y condenado a Trump dejándole como
una especie de hombre de paja preguntándose por un cerebro, Gerson ataca pero
se cubre las espaldas ante los republicanos que ven el destino que Trump ha
creado para ellos.
Creo
que esas tres imágenes, verbales e icónicas, de Trump reflejan lo que ha sido y
es uno de los mayores desastres de liderazgo de la última décadas. Quizá solo
superado, aunque están casi a la par, por Nicolás Maduro.
Ha
habido muchos ineptos en puestos de enorme responsabilidad, pero pocas veces
con tanto afán de protagonismo, tan pagados de sí mismos. La conversación
reproducida por la BBC, la imagen de unos Estados Unidos en el abismo y la
descalificación absoluta de Michael Gerson, son tres momentos críticos. La idea
de que, como alternativa a declararlo mentalmente incapaz para la presidencia,
tengan que estar recurriendo a maniobras para evitar que el presidente de los
Estados Unidos hunda al país y arrastre al caos a medio mundo, supera cualquier
película o ficción, dramática o cómica. Crazytown se ajusta a la transformación de la Casa Blanca con la llegada de Trump. Gerson señala que la política del presidente puede cambiar tras escuchar un rato el Fox&Friends. No tiene que ser fácil para alguien medianamente cuerdo asistir al espectáculo de la locura, la ignorancia y el egocentrismo en el despacho oval de la Casa Blanca.
Su
presidencia será recordada, sin duda.
*
"El espectro del sabotaje a Trump en la Casa Blanca desata una tormenta
política" El País 7/09/2018
https://elpais.com/internacional/2018/09/06/actualidad/1536247609_274108.html
**
"El libro de Bob Woodward sobre Trump: las citas más explosivas" BBC
4/09/2018 https://www.bbc.com/news/world-us-canada-45415151
***
"We are a superpower run by a simpleton" The Washington Post
6/09/2018
https://www.washingtonpost.com/opinions/we-are-a-superpower-run-by-a-simpleton/2018/09/06/a39c8980-b205-11e8-9a6a-565d92a3585d_story.html?utm_term=.ef84e933e184
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.