miércoles, 5 de septiembre de 2018

Crece el racismo, ponle freno

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Alemania se ve sacudida por fuertes brotes de racismo y xenofobia que sale ya sin pudor a manifestarse con contundencia en las calles. Un crimen es un crimen, pero si el crimen lo comete o se cree que lo ha cometido una persona de otro grupo, procedencia, religión, etc. entonces la estigmatización afecta a todos desencadenando un odio corrosivo. En el racismo o la xenofobia todos son responsables de lo que hace cada miembro del grupo, no solo en el momento, sino a lo largo de los tiempos. 
Con Trump, el racismo se ha instalado en la Casa Blanca, tras dos mandatos del primero presidente negro de los Estados Unidos, Barack Obama. El racismo latente se hizo manifiesto. Había un enemigo "real" en la presidencia contra el que hacer aflorar el racismo. Se ha hecho a través de un ultranacionalismo que excluye de la nación norteamericana a todo el que no sea blanco. El supremacismo se define sin pudor y se manifiesta con el apoyo explícito a la presidencia, desde donde les hacen guiños constantes. El bochornoso espectáculo del grito de "¡construir el muro, construir el muro!" en los mítines de Trump dice mucho sobre los valores de su mandato. Los incidentes con hispanos se producen en supermercados o restaurantes, allí donde se escucha hablar español. El presidente ha estigmatizado como violadores, asesinos, narcotraficantes, etc.  todo lo que hay al sur del Río Grande.


El diario El País recoge las palabras de la dirigente de la izquierda alemana, Sahra Wagenknetch, de Die Linke, ante el crecimiento descarado de la ultraderecha racista y xenófoba que reivindica el nazismo. “Hemos visto suficiente. Queremos un contramovimiento para lograr un cambio político. El odio y las agresiones crecen. Hay que levantarse para decir que puede haber otro tipo de política”*. En el artículo se discuten si es una estrategia generacional para conseguir un contra populismo que desaloje del poder a una generación que no acaba de saber frenar el fenómeno. Las tensiones son grandes y los enfrentamientos constantes.


El diario El País nos da cuenta de la muerte, a los 96 años, del científico Luigi Luca Cavalli Sforza, titulando "El genetista italiano que desmontó el concepto de raza". Cavalli Sforza revolucionó realmente desde su campo lo que luego la secuenciación del ADN permitiría confirmar: "[...] fue capaz por primera vez de corroborar desde el punto de vista genético la teoría paleontológica del “Out of Africa”: el ADN confirmaba que los primeros homínidas dejaron el continente africano hace 100.000 años para colonizar el resto del planeta." Le guste o no a Donald Trump, antes de la salida de su abuelo de Alemania, sus antepasados remotos salieron de África y no por construir un muro va a dejar de estar emparentado con los que queden al otro lado.
Escribe Luca Tancredi Barone en el artículo del diario El País:

En su famoso ensayo Genes, pueblos y lenguas (1996, traducido en el año 2000 al castellano) donde tira hasta de demografía, dibuja un paralelismo entre las líneas filogenéticas de las poblaciones mundiales, la lingüística y la arqueología para acabar reconociendo que las tres disciplinas cuentan la misma historia. Es un “atlas genético” que habla de hombres y mujeres migrantes desde siempre y que se mestizan entre sí. Un mal trago para connacionales suyos como el ministro Salvini. 
En sus investigaciones y alrededor de 300 artículos científicos, Cavalli Sforza llega a una conclusión que le obsesiona desde cuando tuvo que enfrentarse al racismo que expulsó a su profesor y que padeció como italiano al principio de su carrera en los países nórdicos: las “razas” no existen, existen solo en las mentes de los racistas. En los años en los que se estaba fraguando en EEUU el Proyecto Genoma Humano, él lidera el “Proyecto Diversidad del Genoma Humano”, que fue el que presentó al Senado de ese país en 1993: estudiando genomas de las poblaciones más remotas de la tierra pudo demostrar que los seres humanos son bastante homogéneos genéticamente, que “los grupos que forman la población humana no son netamente separados, sino que constituyen un continuum. Las diferencias en los genes dentro de los grupos acomunados de algunas características físicas visibles son prácticamente idénticas a las entre varios grupos, y además las diferencias entre individuos son más importantes de las que se ven entre grupos raciales”, como escribe en ¿Quiénes somos? Historia de la diversidad humana (1995, en castellano 1999).**


El problema no son los genes, sino las cabezas en las que prende el racismo como una idea nítida, reforzada por siglos de teorías justificadoras de las discriminaciones, exterminios, persecuciones, esclavitudes, etc. Estas teorías han surgido como mitos y se muestran hoy como prejuicios, tradiciones, verdades de andar por casa transmitidas en las familias, en las escuelas de incultura, por los políticos interesados.
Las razas no existen; son solo construcciones en las mentes de los racistas, empeñados en darles cuerpo a través de gritos, escritos, acciones, prejuicios, etc. Por mucho que se quiera, las evidencias dicen otra cosa.
Fueron las terribles consecuencias del racismo nazi las que hizo extremar las medidas de precaución para tratar de evitar su propagación, pero un mundo más pequeño e interconectado ha hecho aflorar de nuevo lo que nunca se había ido, lo que había quedado latente.


Hoy la intransigencia, el odio, etc. forman parte de unas formas que hacen saltar las luces y sirenas de alarma en todo el mundo. Tenemos el racismo, pero también el radicalismo religioso, que forma parte de un mismo proceso del estigmatización del otro, del distinto. Por más que haya religiones universales, ecuménicas, muchos introducen en ellas los aspectos racistas. Quieren dioses "blancos".
El diario The Washington Post  nos trae hoy una noticia reveladora de este proceso de mezcla de religión y racismo:

In a letter to a hate group, John Daniel Carothers declared the Bible is “about white people and for white people,” authorities say. Then he confessed to burning a black man to death.
"To my brothers and sisters in Jesus Christ our savior and Lord . . . I am in the Rutherford County Jail for burning a black man,” Carothers wrote in the letter that was intercepted in his Tennessee jail last month. “I set him on fire with lighter fluid poured on his head.”
The letter was read aloud in a court hearing last month for Carothers, a 53-year-old white man charged with the March murder of Robert Miller, a 40-year-old black man, which left authorities grappling for motive. Now, investigators say, Carother's confession makes it clear he was driven by race. Prosecutors are considering pursuing the case as a hate crime, according to reporting from the Murfreesboro, Tenn., Post.***


Se percibe la forma en que el racista hace suya y, por tanto, excluye a los demás de una religión que deja de ser universal. El acto horrible que describe es un extremo que repunta tras ser incapaces de superar los siglos de racismo en un país que se creó con la idea de distanciarse de la vieja e intolerante Europa. Hoy, los Estados Unidos de Trump son consumidores de odio, un producto ideológico que se vende bien y al que se saca provecho.
Se vende aderezado con religión y con nacionalismo. Se vende como fruto de la pureza de la sangre y con la idea de la tierra como un paraíso invadido por demonios exteriores que vienen a perturbarlo.
No somos conscientes de la producción ideológica del racismo, de su invasión de redes sociales, de millones de páginas que se refuerzan unas a otras creciendo gracias al proselitismo de base que los grupos tienen. Nos preocupa el islamismo como forma de intolerancia, pero existen otras formas igualmente peligrosas: las que combaten a las mujeres en nombre de Dios, las que consideran el ateísmo como una enfermedad que hay que erradicar, al igual que las diferencias sexuales. Los grupos radicales rusos advirtieron que no querían "homosexuales" en los eventos deportivos de la Copa del Mundo; se temían incidentes racistas. Los ejemplos se multiplican por todo el mundo. La intolerancia es creciente y se retroalimenta.


El racismo y la xenofobia avanzan entre nosotros. Nuestros profesores publican libros sobre cómo los "chinos" te "roban" tus puestos de trabajo y se renueva el viejo "peligro amarillo". En los países musulmanes, los radicales prometen el paraíso a los que se lleven por delante a más infieles. El Brexit se ha cimentado en la xenofobia y se ha recurrido a imágenes de la II Guerra Mundial para estigmatizar a la Alemania de Merkel, que es la que más refugiados ha acogido en Europa.

Nuestros medios de comunicación —los españoles— son incapaces de encuadrar las informaciones para evitar usar expresiones xenófobas o racistas más llamativas y que se van normalizando. Junto a lo que cuentan, acaban produciendo un sentimiento de rechazo hacia lo que viene de fuera. Las medias explicaciones, las simplificaciones, etc. no son exclusivas de Donald Trump. Países enteros son "culpables" de nuestras situaciones. Lo malo es que todo eso son construcciones, conceptos que remiten al final a personas que son quienes pagan las consecuencias de forma injusta porque son juzgados desde un mito, una creencia infundada o una experiencia extrapolada.
Para mi tristeza, recibo demasiadas informaciones de personas que lo padecen por el simple hecho de estar en España. El papel de denuncia de los medios es fundamental; también de las escuelas en donde los estudiantes llegan ya envenenados por los comentarios hechos en familia, perpetuando estereotipos y prejuicios. Lo veo, desgraciadamente cada día, lo escucho cada día.
Tomé la decisión, tras unos vergonzosos acontecimientos, de dedicar una clase en cada grupo, fuera de programa, sobre "racismo y comunicación". Lo comentaba ayer con unos colegas y una compañera me dijo "Yo lo hago todos los años y salgo llorando". Prefiero que mis lágrimas al silencio.


Hemos dejado que el mundo crezca sin dar importancia al deterioro de los valores sociales de la convivencia y la fraternidad, esa hermandad de la que el genetista Cavalli Sforza nos hablaba. Hemos dejado que desde púlpitos y tribunas, desde artículos y películas, se dé por hecho que es más importante agrandar diferencias que dialogar y conocerse. Nuestro mundo, como consecuencia, se ha vuelto de nuevo intolerante y más peligroso. Vemos cada día cómo se desmontan foros internacionales o no se reconoce su autoridad. En las calles vemos cómo se grita contra grupos humanos de los que no se tiene la más mínima idea ni se tiene intención de tenerlas.
Hoy el racismo y la xenofobia están presentes ante la complacencia de muchos y la indiferencia de otros muchos. Otros reaccionan y salen a la calle a enfrentarse. El racismo es una invención de los racistas, nos dice Cavalli Sforza. Esa invención ha servido para justificar a lo largo de la Historia el colonialismo, la dominación, el exterminio, etc. de los otros. No hay pueblo que se libre de ello porque ha sido un mito formador de las identidades decirse superior a otros. El racismo lo hace desde la biología; la xenofobia desde la cultura y la historia. No todo lo que llevamos en la mochila es bueno. Hay muchas cosas que hay que dejar fuera para hacer mejor el viaje de la Historia, remontar hacia el futuro.


Hoy vemos que el racismo forma parte de un tipo de populismo que arraiga allí donde hace falta una explicación fácil de nuestros problemas, que extenderemos hacia aquellos objeto de nuestro odio. El asesino del que nos habla The Washington Post, el que quemó vivo a su compañero de celda por ser negro, es una especie de siniestra parodia del racismo con justificación religiosa. No hay diferencia entre él y el piadoso musulmán que corta el cuello al vecino copto en Alejandría porque vende alcohol en su tienda o el que se hace estallar en una iglesia en El Cairo o el que apuñala o atropella en Barcelona, Madrid, París, Londres o Berlín. Desgraciadamente, la universalidad de la capacidad de odiar también muestra que somos hermanos.


El siglo XIX nos dio dos conceptos que tendrían un sentido político, "clase" y "raza". El primero se rompe con la idea de movilidad, redistribución de la riqueza o la lotería.- Pero el segundo, la raza, es la última frontera, la línea de división extrema, más allá de la propia religión. Por eso políticamente se vuelve a ella, como resorte para movilizar, como fuerza explicativa. La misma fuerza que justifica la superioridad del varón sobre la mujer, la "naturaleza", se usa para justificar una superioridad biológica, natural. El populismo de ultraderecha justifica en línea el racismo, la xenofobia, el machismo, la diferencia religiosa. Son hijos de una perversa naturaleza inventada sobre la idea e "fuerza", de "supremacía", de "dominación", algo que requiere un demonio exterior sobre el que descargar frustraciones, odio e ignorancia.
No transijas con el odio racista, ante la intolerancia xenófoba, con los prejuicios que cada día percibes a tu alrededor y que van creciendo. Es algo que pagaremos caro si no lo cortamos y lo devolvemos a las cloacas sociales.
¡Ponle freno!


* "Políticos de la izquierda alemana crean un movimiento para combatir a la extrema derecha" El País  4/09/2018 https://elpais.com/internacional/2018/09/04/actualidad/1536074596_505345.html
** Luca Tancredi Barone "El genetista italiano que desmontó el concepto de raza" El País 4/09/2018 https://elpais.com/elpais/2018/09/03/ciencia/1535974124_908508.html
*** "‘The Bible is about white people,’ he wrote. Then he confessed to killing his black roommate" The Washington Post 4/09/2018 https://www.washingtonpost.com/nation/2018/09/05/bible-is-about-white-people-he-wrote-then-he-confessed-killing-his-black-roommate/?utm_term=.2bffbb67c989





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.