Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Comía
fuera de casa y en el restaurante tenían sintonizado un programa de divulgación
científica que trataba de hacernos comprender, mediante experimentos sencillos,
los distintos estados de la materia y cómo se producen los cambios de uno a
otro. La sublimación, la evaporación, la condensación, etc. pasaron ante mis
ojos y la indiferencia general de los que degustaban la paella del día —era
jueves y es tradición en muchos restaurantes y cafetería que sea el plato del
día—, muy rica, por cierto.
Hacía
pocos días había tenido ocasión de ver otro programa tratando de explicar el
concepto de "presión" mediante el lanzamiento de un clavo sobre un
ladrillo de arcilla blanda y, posteriormente, con la tortura de un colega del
presentador al que se le hizo tumbarse sobre una cama de clavos, 1.200 si nos
fiamos de sus palabras. Según se modificaba su posición para hacer aumentar la
presión, se le preguntaba si le dolía, hasta que el experimento debió continuar
de forma verbal, ante la negativa del colega a seguir comprendiendo de forma
práctica la relación existente entre una superficie, que daba la casualidad que
era su trasero, y una fuerza, que también era con la que la Tierra atraía perpendicularmente
su cuerpo serrano hacia las puntas afiladas de los clavos. Y ambos, cuerpo y
alma, aunque la ciencia actual no acepte el dualismo, dijeron ¡basta!
Aquello
—que podía servir tanto para ilustrar los principios de la física como los de
la Inquisición— tenía un problema: era terriblemente aburrido. El único
aliciente —malsano y morboso— era que el cooperante experimental quedara ensartado. Así de malos somos.
El objetivo no debe ser solo hacer programas, sino que los demás los vean. Y,
si puede ser, que se hagan asiduos a ellos, pero no mediante descargas conductistas sino por su atractivo. No deja de ser instructivo que el
mejor programa científico del momento y que ha conseguido millones de
seguidores en todo el mundo, incluido España, sea la serie The Big Bang Theory. Solo que sus seguidores no saben que casi todo
lo que les cuentan sobre Ciencia suele ser verdad. Se divertirían mucho más si lo entendieran.
Aparición estelar de Stephen Hawking, el "ídolo" de Sheldon, en la serie |
La
importancia de comunicar adecuadamente la Ciencia es muy grande. No tenemos una
verdadera comprensión del mundo y de nosotros mismos sin comprender ciertas
importantes verdades que se considera aburridas o complicadas. Entendernos como
seres vivos, sujetos a procesos como los demás seres vivos, nos permite
comprender que no somos los "reyes de la creación" sino una parte de
ella, y ser más responsables.
Por eso
hay que aplaudir la "osadía" de insertar programas educativos
científicos en los medios de comunicación, pero hay que exigirles —por su bien
y el de todos— que sean buenos comunicadores. La comunicación científica tiene
que ser buena ciencia y buena comunicación, ambas conjuntamente. Y es aquí
donde se notan dos carencias: la ausencia de científicos buenos divulgadores y de
buenos comunicadores de la ciencia.
La
ausencia de los primeros se justifica por la penalización de la divulgación en
nuestro país. Esto se está corrigiendo algo porque las editoriales han visto
que los libros de divulgación científica de autores extranjeros se venden bien
y han comenzado a proponer a los científicos españoles que escriban sobre
algunos campos que tienen lectores: neurociencias, física, biología, etc. Entre
el artículo científico y el libros de texto había un inmenso vacío que la
divulgación comienza a cubrir.
La
demanda de este tipo de obras, es obvio decirlo, está en función del nivel cultural
medio de la población. La Ciencia ya no compite con la ignorancia, sino con la
ignorancia rentable. El matiz es esencial porque hemos llenado el entorno
comunicativo de tonterías que permiten a algunos hacerse ricos y a otros
volverse tontos. La irresponsabilidad cultural de unos medios, editoriales, etc.
—las industrias culturales— que se dedican a engordar sus resultados mediante
la propagación de la estupidez es enorme.
La otra
carencia es la de comunicadores que sean capaces de hacer atractiva la Ciencia.
Para ello han debido sentir antes el gusanillo, el interés de ocuparse de un
terreno que no les lanzará al estrellato ni a tener fans en Facebook probablemente. Sin embargo, la
divulgación es un campo de inmensas posibilidades comunicativas que requiere dosis de fe y de entusiasmo por igual. También medios.
La
ausencia de atractivo de un programa de divulgación es grave porque se está
perdiendo una oportunidad de oro de promover el interés en un terreno que
repercute en la buena salud cultural de todos. No basta la coartada de mantener
programas divulgativos porque tiene que haberlos en un canal estatal. Hay que
creer en lo que se hace y fijarse metas internas de superación. Digo internas
porque las audiencias son más complicadas y lentas en este terreno. El éxito de
algunos programas extranjeros que realizan la transmisión del conocimiento de
la Ciencia y de la Tecnología se basa en el ingenio más que en elevados
presupuestos. Los buenos programas se venden bien y es posible recuperar las
inversiones realizadas. Pero hay que apostar.
Comentábamos
hace unos días el caso de la creación de impactos mediáticos mediante
expresiones como "la partícula de Dios" o "los siete minutos de
terror" como forma de captación de la atención aunque no entiendan de qué
les están hablando [ver entrada]. No basta con lanzar clavos a un bloque de
arcilla o ver cómo se hincha un globo en el extremo de una botella. En un
entorno que compite por atraer nuestra atención con todo tipo de recursos
—lícitos e ilícitos cuando les dejan—, la Ciencia tiene que usar algo que ha
caracterizado a sus mejores mentes siempre: la creatividad y el ingenio.
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