Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
El
juicio por los crueles crímenes de Oslo y la isla de Utoya ha conseguido un
final extraño que hace que crujan nuestros presupuestos basados en la lógica y
en la experiencia. El caso es único desde el principio y lo ha sido en sus
conclusiones. No recuerdo un caso en el que el acusado se ofreciera a no recurrir en
el caso de ser considerado culpable y caerle la máxima pena y, por el
contrario, amenazara con hacerlo si era declarado enfermo; no recuerdo ninguna situación en la que el asesino pidiera disculpas por no haber cometido más asesinatos
de los que realizó. No recuerdo ningún caso en el que tanta acumulación de
locura fuera tan coherente. Breivik, como señaló, se lavó su propio cerebro. Es una organización fanática de un solo miembro. ¿Cómplices? ¿Para qué? Breivik es otra cosa.
¿Es
posible que hayan ganado todos? ¿Es posible que la sociedad esté satisfecha con
el condena y el acusado con el veredicto, sin que exista arrepentimiento? Hay
acusados en los que se despierta la conciencia y se arrepienten de sus crímenes
no apelando sus condenas o buscando la pena máxima como castigo. No es este el
caso de Breivik. Nos cuenta el diario El
Mundo: "Nada más conocerse el veredicto, sonrió y bebió un sorbo de
agua."* Pudo ya respirar tranquilo.
La
atención que le hemos dedicado a este caso desde el principio es porque es un
aviso del retorno de la maldad. Su insistencia en no ser considerado un enfermo
mental frente a su profunda satisfacción por los crímenes cometidos, nos abren
unas perspectivas que no pueden ser desestimadas como simples manifestaciones
patológicas. La enfermedad nos afecta estadísticamente, como un número de casos
posibles. Como maldad, en cambio, afecta a los fundamentos mismos de la
sociedad.
Que
Anders Breivik deseara ser condenado no deberíamos afrontarlo como una nueva
forma de locura, sino como una nueva forma de racionalidad ante la que hay que
precaverse.
Breivik
es un "resistente" en una guerra que no por ser imaginaria es inexistente.
Es falso que dos no pelean si uno no quiere. Breivik estaba en guerra con su
sociedad aunque su sociedad no lo estuviera con él. Lo demostró de forma
sangrienta.
Breivik
no es un "enfermo"; es un síntoma de una enfermedad social, que es
algo muy diferente. Y eso es para lo que ha servido el juicio, para mostrarnos
la diferencia. No se trataba tanto de ser "justos", sino de cómo
abordar esta situación hasta cierto punto inédita. Los jueces han juzgado y
condenado sus acciones y es ahora a la sociedad a la que le corresponde juzgar
sus ideas y programa y tomar las medidas adecuadas.
No es
problema de Noruega; es un problema de cualquier parte del mundo en el que
vuelva a germinar esta semilla de la maldad. En 1977, el director sueco Ingmar
Bergman realizó una película sobre el germen del nazismo en los años veinte.
Utilizó para su título un verso de Bruto en el Julio César shakesperiano:
And therefore think him as a serpent's egg,
Which, hatch'd, would as his kind grow mischievous,
And kill him in the shell
(Acto IIº, escena Iª)
Del
huevo de la serpiente solo puede salir la serpiente, el mal, y aquel que lo
encuentre debe destruirlo antes de que de él brote el peligro. Dejarlo germinar
dentro de su cáscara es enfrentarse a un mal mayor en el futuro. Breivik es un
síntoma extremo, pero va en el mismo huevo que otros síntomas de la enfermedad
que se está incubando y que hacemos mal en ignorar. El aumento de la xenofobia,
de los discursos racistas y sus coartadas pseudocientíficas, el
instrumentalismo de las personas, su cuantificación y reducción unidimensional,
la intransigencia política y el fanatismo creciente, etc., son síntomas de una deriva social, de un vacío
profundo que se rellena con los ídolos que encuentra.
Estamos
produciendo personas sin anticuerpos del fanatismo y eso es peligroso. Declarar
culpable a Breivik no sirve de nada si no se toman las medidas para evitar que
se reproduzcan esas situaciones y no solo desde la seguridad pública. La
educación debe ser más activa en el rumbo de la convivencia.
La
redadas antinazis en Alemania hace unos días son medidas policiales después de
la inoperancia demostrada ante la serie de asesinatos perpetrados por el grupo racista
durante diez años con la más absoluta impunidad. Hay grupos ultranacionalistas por
toda Europa. Es en los moderados y civilizados países nórdicos donde se ha
producido la manifestación más grave. Es preocupante lo que ocurre en Grecia, como
es preocupante el crecimiento por toda Europa de los discursos políticos xenófobos.
Los partidos políticos se preocupan de los grupos extremistas, sí, pero lo
hacen extremando sus propios discursos. La excusa es que así les roban votos a los más radicales; esto es cinismo electoralista. Basta un solo
hombre para llevar a cabo una masacre como la de Utoya, pero hace falta la
indiferencia de miles de personas para que se produzca. Cuando algo así ocurre
es porque ha podido ocurrir. Breivik no es fruto del azar. Aunque actuara solo, no está solo.
La
condena a Anders Breivik era importante. Ahora hay que curar la ceguera social. Cuando elevamos el huevo para verlo al
trasluz, podemos percibir la sombra de la serpiente en movimiento.
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