Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Tengo
dos libros sobre la mesa. Ambos tratan sobre el euro. Uno es de un francés; el
otro, de un alemán. Ambos tienen títulos que buscan el impacto: El despertar de los demonios. la crisis del
euro y cómo salir de ella*, de Jean Pisani-Ferry, y ¡Frenad el desastre del euro!**, de Max Otte. Coinciden y difieren en
problemas y en soluciones. No es fácil
tener una solución a los problemas cuando los problemas se perciben diferentes.
Y quizá ese sea el problema principal al que se enfrenta Europa: la incapacidad
de pensar en términos de conjunto por el peso de los intereses particulares y
no me refiero solo a los nacionales, pues ya ni estos se dan de forma unitaria,
sino divididos por los intereses sectoriales, como sucede con la Banca, por
ejemplo. Y es que hay intereses estrictamente locales, como ocurre con el
empleo, mientras que otros se han internacionalizado.
En la
obra de Pisani-Ferry leemos:
¿Qué hacer? Devueltos a enfrentarse a las
esencias, los múltiples interrogantes a los que se enfrentan los europeos se
resumen en tres problemas: el de los principios sobre los que basarse para
resolver la crisis de las deudas soberanas; el de la organización política de
la zona euro; el de la recuperación de la Europa del Sur. Tomémoslos uno a uno.
Si se acepta que [...] el banco central no
desempeñará de forma permanente el papel de prestamista de último recurso con
respecto a los Estados, ¿cómo puede responderse a la fragilidad que resulta de
ello y que contribuye ampliamente a la desconfianza de la que es objeto la zona
euro? Tres tipos de respuestas pueden, en principio, darse a esta pregunta: la
dieta para los Estados, el culturismo para los bancos o la solidaridad entre
Estados del euro. Estas vías son, en parte, complementarias y podrían seguirse
paralelamente... (134)
Jean Pisani-Ferry |
Lo que Pisani-Ferry llama la "dieta" supone evidentemente los recortes que limiten el endeudamiento de los Estados; supone gastar cada vez menos para llegar a cumplir los objetivos de déficit considerados aceptables individualmente y para el conjunto. Hay, claro está, dietas radicales, de choque, y dietas asumibles en el tiempo. La diferencia está en las exigencias de los "nutricionistas" y en si se sobrevive a ella o te quedas por el camino.
Los países del norte, que no están muy
alejados del objetivo, predican a los del sur que les basta para lograrlo tomar
como ejemplo a sus vecinos. La ascesis, sin embargo, corre el riesgo de ser
especialmente dolorosa para unos países que deben, a la vez, recuperar
competitividad, reinventar su modelo de crecimiento y, para algunos, llevar a
cabo el desendeudamiento de las familias y empresas. El rigor es necesario,
claro está, pero comprometerse en una unión que lo apueste todo a un
cumplimiento de los objetivos de Maastricht implicaría, sin duda alguna, una
redefinición de su geometría, alrededor de un limitado número de países aptos
para semejante disciplina. La empresa sería demasiado ardua para no dejar a
algunos en la cuneta. (135)*
Cuando
los economistas comienzan con los eufemismos, malo. La "redefinición de la
geometría" significa la división europea por motivos económicos; dejar a algunos en la cuneta, significa
salir del euro. Y salir del euro es salir de Europa.
La diferencia entre los países que no han querido entrar en el euro, como Gran Bretaña, y los que se vean obligados a salir de él es obvia. Los que han mantenido su moneda, lo han hecho porque han querido; a los demás se les expulsa. El estigma será irrecuperable y los argumentos para el progresivo distanciamiento irán creciendo y arraigando cada vez más. ¿Cree alguien que los países expulsados, una vez recuperados, una vez hechos los sacrificios durísimos que tendrán que hacer, volverán alegremente a Europa? De hecho, los ímpetus europeístas de algunos países que habían solicitado la admisión se están enfriando a pasos agigantados, como ocurre con Turquía o los países eslavos, que ya no ven tan claro su futuro en la unión. Erdogan mira hacia el sur y Putin reclama a los tentados por la Unión desde el este ofreciendo alternativas euroasiáticas.
A todos
los países se les ha llevado a Europa hablándoles de ventajas; a todos se les
ha descrito una Europa próspera, moderna, de libertades, de derechos humanos,
de integración. España, como otros países, ha recibido mucho dinero de Europa
para su modernización. Han sido años de recibir fondos para el desarrollo que
han servido para transformar nuestro país; eso no puede olvidarse. Cuando se
nos dice que miremos al norte podemos
contestar que no hemos hecho otra cosa. Se trataba de acercarse a ellos y así
se ha hecho. También ha habido muchos sacrificios en muchos sectores para
plegarse a los intereses de algunos países europeos; no han sido nunca regalos.
España
tiene los tres problemas señalados por Jean Pisani-Ferry: recuperar la
competitividad, reinventar el modelo y el endeudamiento privado. Los ataques
especulativos a la deuda tienen un efecto circular sobre los anteriores,
Cuantos más problemas tengamos, más nos costará financiarnos; y cuanto más nos
cueste financiarnos, más problemas tendremos. Para recuperar la competitividad
el BCE nos ha dicho que se bajen los sueldos; en cuanto al modelo, nadie
plantea nada para alejarse del ladrillo
y mandamos fuera de España a los que podrían aplicar su esfuerzo a sacar al
país del agujero; y el endeudamiento difícilmente se puede reducir con cinco
millones de desempleados y con minisueldos o becarios.
El dinero ha ido a financiar la burbuja inmobiliaria a través de las hipotecas. La euforia de endeudarse porque el ladrillo era un bien en constante crecimiento se ha desmoronado y con él todo lo que había surgido a su alrededor. Lo que queda es el gigantesco agujero en las economías domésticas y las cuentas de los bancos.
La
prioridad para resolver esos tres problemas es invertir en nuevos sectores que
limiten los efectos, que el dinero fluya a donde debe, al tejido industrial que
absorba mano de obra para permitir reducir las deudas. Nuestro gran pecado es
no haber sabido frenar el cáncer social del desempleo, provocado por la
absorción del dinero por parte de la construcción, que se ha tragado ahorro y
recursos. La irresponsabilidad de no haber tomado las medidas políticas para
frenar el endeudamiento y, al contrario, fomentarlo a través de medidas
fiscales disfrazadas de populismo —como ocurrió con la burbuja inmobiliaria
norteamericana— cae sobre nuestra clase política al completo, nacional,
autonómica y local. En el mejor de los casos, fueron incapaces de prever sus
resultados; en el peor, han sido cómplices de este despropósito históricos que
ha hecho ricos a unos pocos y ha empobrecido a millones para el resto de su
vida.
Las otras dos medidas de Pisani-Ferry afectan a los bancos (el "culturismo") y a los políticos (la solidaridad). Fortalecer el sistema bancario es alejarlo de sus tentaciones mediante la regulaciones de las actividades financieras, por un lado, pero también separar su riesgo del de los Estados, lo que llama él "federalismo bancario". Escribe: "Los bancos estarían así protegidos de los Estados y los Estados de los bancos" (136)*. La tercera medida pasa por la idea de unos "eurobonos" limitados, que permitan la deuda común sin arrastrar las economías; solo un porcentaje de la deuda de cada Estado en "eurobonos" avalados por el conjunto.
La idea
de que algunos países no podrán permanecer en el euro está de fondo en ambas
obras. La del alemán Max Otte, es mucho menos eufemística que la del francés:
[...] yo abogo desde hace tiempo por separar
a Grecia, Irlanda, Portugal y España de la eurozona. Naturalmente no será una
empresa sencilla, después de la quita de la deuda, introducir de nuevo el
dracma, el escudo, la peseta y la libra irlandesa. Pero es posible. En los
últimos años ya ha ocurrido con frecuencia que unas monedas se separaran de
otras, como en el derrumbe de la Unión Soviética y de Checoslovaquia. La vuelta
de países individuales de la UE a las propias monedas no inicia de ningún modo
la disolución de la Unión Europea, sino que promete, al contrario, su sanación.
Los Estados en crisis seguirán siendo miembros de pleno valor de la UE y
podrían aprovecharse de sus ventajas, igual que lo hacen esos diez países
europeos que desde el principio se decidieron en contra del euro y conservaron
sus monedas nacionales. Pero al mismo tiempo esos estados podrían practicar de
nuevo su propia política económica; a través de la desvalorización de sus
monedas podrían volver a ser competitivos, y los gobiernos democráticamente
elegidos ya no serían extorsionados por la oligarquía financiera. (44)**
Max Otte es
directo, como puede verse. Habla de un "euro nuclear duro", frente a la
situación de un euro repartido débil, lastrado por las economías de segunda o
tercera. Lo que decíamos del argumento de Pisani-Ferry se puede aplicar al de
Otte: no es lo mismo tener una moneda propia que volver a la moneda antigua.
Los que dejaron sus monedas fue porque eran fuertes
y querían tener su libertad financiera, como el caso de la libra británica. La
monedas más débiles, como la peseta, el escudo, etc. permitirían la venta a
precio de saldo de estos países, que pasarían a ser comprados en "euros
fuertes", al mantenerse los flujos libres de capitales.
Max Otte |
La Europa fuerte tendría sus nuevos vecinos débiles que además de tener que competir con ellos, lo harían desde una moneda débil, eso sí, competitiva. Nuestro problema es que una moneda débil con poco que exportar, servirá de muy poco y será lento. ¿Nos dejarían crecer o se invertiría de nuevo en suelo y turismo haciéndose, como ya ocurre, con pueblos enteros a precios de saldo? Es lo que ha dicho Donald Trump al hablar del "país con fiebre" al referirse a España. ¿Quién habló de refundar el capitalismo?
Tanto
Otte como Pisani-Ferry insisten en la regulación financiera, el volver a los
bancos a su función financiadora del tejido social mediante la inversión en
industria y no tragarse los recursos con la especulación financiera. Escribe
Otte:
La regulación de los mercados de capital va
en interés de toda Europa. Alemania, Francia y otros muchos países de la Europa
continental laten al mismo ritmo en este sentido. En la Europa continental —a
diferencia de lo que ocurre en los países anglosajones— se parte, de hecho, de
la base de que existe algo como el bien común y de que el Estado debe
defenderlo.
El tándem alemán-francés debe, pues, a pesar
de todas las dificultades, ponerse de acuerdo y desempeñar un papel central en
una regulación razonable del de los mercados de capital. España y los Estados
del sur de Europa, en los que los efectos catastróficos del capitalismo
financiero desenfrenado ya han quedado claros a estas alturas, son aliado
importantes. (59)**
Ambos
economistas contemplan las dificultades de la situación actual y, desde
perspectivas diferentes —cada país pide sentido histórico de la responsabilidad
al otro— abogan por diferentes soluciones. Coinciden en la necesidad de regular
el sistema financiero que, liberado de reglas, es una bomba de relojería para
los países. Ambos consideran que hay una cuestión política de fondo:
profundizar en la Unión Europea. La voluntad política es fundamental, más allá
de la confianza de los mercados, para la confianza de los europeos en algo que
pueda ser llamado por todos "Europa".
Alemania y Francia ven el mundo desde sus perspectivas diferentes. La nuestra también debería serlo y, sin embargo, no parece que exista para nuestra clase política, que sigue anclada en debates barriobajeros y discusiones de parvulario tratando de erosionarse la imagen los unos a los otros. ¡Como si eso fuera difícil!
Una y
otra vez: el debate debe ir hacia el compromiso del cambio de modelo económico.
Para ello tiene que haber alguna línea de acción que no esté condicionada por
los intereses de aquellos que siguen interesados en que las cosas no cambien.
Hay que atacar de una vez por todas el problema del paro, verdadera lacra y
lastre, para que los servicios sociales no se tengan que mantener sobre más
endeudamiento y el dinero circule.
Hay que invertir en las empresas —en empresas jóvenes y de jóvenes— y elegir muy cuidadosamente los sectores en los que se debe hacer. Ese es el objetivo prioritario que debería llevarnos a un gran pacto político, empresarial y sindical. No me refiero a fotos en la puerta de La Moncloa, sino a pactos reales. Apoyo y mejor financiación para las empresas que realmente logren equilibrar producción y empleo. La idea de que la solución a la productividad pasa por la reducción del empleo tiene que resolverse de otra manera. Tenemos que dejar de ser el país que le viene bien a algunos, de dentro y fuera, y ponernos a pensar en qué país queremos ser y los medios para conseguirlo.
Hay que invertir en las empresas —en empresas jóvenes y de jóvenes— y elegir muy cuidadosamente los sectores en los que se debe hacer. Ese es el objetivo prioritario que debería llevarnos a un gran pacto político, empresarial y sindical. No me refiero a fotos en la puerta de La Moncloa, sino a pactos reales. Apoyo y mejor financiación para las empresas que realmente logren equilibrar producción y empleo. La idea de que la solución a la productividad pasa por la reducción del empleo tiene que resolverse de otra manera. Tenemos que dejar de ser el país que le viene bien a algunos, de dentro y fuera, y ponernos a pensar en qué país queremos ser y los medios para conseguirlo.
No se trata solo de reinventar el euro, sino de reinventar nuestra economía dentro del euro, dentro de Europa. Tras las monedas están sus países y la crisis del euro es la crisis de la eurozona, pero también de de las personas que se ven afectadas; y es la crisis de la idea de Europa, que saldrá tocada o fortalecida en función de las soluciones que se den.
Europa tiene reinventarse para poder demostrar que es viable. Pero España tiene que reinventarse urgentemente; no solo por Europa, sino por nosotros mismos. Para recortar hacen falta tijeras; para crecer, imaginación.
* Jean Pisani-Ferry (2012):El despertar de los demonios. la crisis del euro y cómo salir de ella.
Antoni Bosch Editor, Barcelona.
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