Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Hay
veces en que la noticias no basta con escuchar o leer las noticias para entender
el sentido de lo que ocurre. Un gesto puede explicar toda una forma de hacer
política y una forma de ser tras ella. Para entender quién es Vladimir Putin, su
mirada dice más que sus palabras. Euronews nos ofreció un documento que
retrata, tras sus declaraciones, cómo entiende la política.
La
noticia venía dada por las protestas en las calles de los comunistas rusos ante
lo que consideraban una traición: permitir el paso de la OTAN camino de
Afganistán, a través de Rusia, con una parada en la base militar de Ulyanovsk.
Putin explicó ante las cámaras, con un puñado de militares presentes, su estrategia.
Euronews lo contaba así:
En la región del Volga, el presidente ruso se
desplazaba ayer hasta Ulyanovsk, precisamente, para una visita a la unidad de
tropas aerotransportadas y desde allí afirmaba que aunque Rusia evitará
participar en operaciones de combate, sí ayudará a la OTAN a imponer orden en
Afganistán.
“Estamos interesados en que reine la
tranquilidad en nuestras fronteras sur. Los dirigentes afganos ahora mismo
están pasando por dificultades. Ahora en el país está presente un contingente
permanente de la OTAN. Nosotros podemos ayudarles, sin participar en los
combates. Dejemos que estén allí y que luchen”.*
"Dejemos que estén allí y luchen" (V. Putin) |
La risa
semicontenida con la que Putin cerró sus frases fueron contagiadas a los
militares. A Rusia le hacen gratis la labor de limpieza de sus fronteras.
"Dejemos que estén ahí y que luchen" es convertir a las tropas de la
OTAN en la carne de cañón rusa, los que harán el desgaste: realizarán el gasto
y sufrirán las bajas. Mientras, Rusia puede descansar tranquila porque la OTAN
le guarda las puertas del sur. Como estrategia puede ser brillante y
maquiavélica, pero es el descaro y el sarcasmo lo que llama la atención. Ese es
Putin.
Y es
ese mismo Putin el que ha montando el circo jurídico con el que ha demostrado
que, efectivamente, había motivos fundados para rezar por su salida de Rusia.
El problema de las Pussy Riot es que
tenían razón en su denuncia: la connivencia instrumental del Kremlin respecto a
la jerarquía de Iglesia Ortodoxa que avanza posiciones en la sociedad gracias
al apoyo mutuo. Putin se ha convertido en el camello del "opio del
pueblo", valga la ironía.
Tener a
Putin de aliado es casi tan peligroso como tenerlo de enemigo, porque será
siempre él quien se aproveche más y mejor de la situación. Y eso vale lo mismo para
la OTAN que para la Iglesia Ortodoxa rusa. Putin está jugando la baza del paneslavismo,
dentro y fuera de sus fronteras, y la religión es una pieza importante [ver entrada] para sus fines.
La
sentencia de dos años contra las Pussy
Riot es desproporcionada y muestra, una vez más, el manejo que Putin hace de
las instituciones y la forma de aplastar cualquier voz que muestre su
disidencia o la oposición a su voluntad.
El
sistema de perpetuación en el poder, donde ya no sabemos muy bien quién es
Primer Ministro y quién el Presidente —solo tenemos seguro que manda él—, es una forma autoritaria y personalista de
entender el gobierno del que no se ve salida porque nada se mueve en Rusia sin
que él lo consienta.
La idea
de que ir contra Putin se considere "vandalismo" y "odio
religioso" nos muestra en qué alto grado se tiene, pues —ironías aparte—,
es pasarle el muerto a la Iglesia de la misma forma que se lo pasa a la OTAN.
De esa forma evita, piensa él, que pueda considerarse que es la forma que tiene
de eliminar del mapa a sus opositores. En las iglesias rusas se estará rezando
últimamente dando gracias por tener, después de décadas de ateísmo militante y
persecución religiosa, un dirigente tan piadoso, un nuevo cruzado. A la momia
de Lenin le ha entrado temblor en un párpado.
Puede
que las integrantes del grupo Pussy Riot
no consiguieran que sus plegarias fuesen atendidas, pero sí han conseguido algo
también importante: dejar al descubierto una faceta más de Vladimir Putin y su
forma de entender la "democracia": el "santo estalinismo",
lo peor de la "santa Rusia" y de la "Unión Soviética".
Estos días —y me imagino que durante mucho tiempo— muchos ciudadanos rusos han comenzado a
poner pasamontañas de colores a las estatuas de los principales ciudadanos
rusos, incluida la del gran poeta Pushkin, el padre de la poesía moderna rusa.
Músicos, científicos, poetas, héroes, soldados y otras figuras, de bronce o piedra, aparecen todos
ellos recubiertos con sus capuchones estridentes en una protesta real y simbólica,
de la historia y del presente. Madre de Dios, héroes de la Patria, ilustres artistas y científicos... ¡libradnos de Putin!
Las Pussy Riot han llevado su canción al primer
puesto en las listas musicales de la disidencia en todo el mundo. Han convertido
los pasamontañas de colores en un signo nacional (e internacional) de rebeldía.
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