Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
Una vez
más, una oportunidad perdida. Otra más. De nuevo, la alternancia política
supone el relevo de los profesionales de la información, los tuyos y los míos.
Este país ni aprende ni escarmienta en muchos terrenos y, lo que es peor, no
tiene intención de hacerlo porque así les va bien a muchos.
Creo
que no ocurre en ningún otro sector profesional. Si existe una profesión que
necesita de la independencia para poder trabajar, es el Periodismo. La visión
externa del profesional de la información como alguien que va a hablar mal de mí crea una patología del
nombramiento producida por los fantasmas del miedo. Poseídos por una soberbia
especial, los políticos no tienen miedo a hacerlo mal, sino a que otros los
cuenten. Esa es su auténtica obsesión.
La
seguridad de lo inevitable que tratan de transmitirnos los políticos —solo hay una
manera de hacer las cosas, la mía— se viene abajo cuando se crean las
condiciones que posibiliten la más mínima duda o crítica. Para el político
—todos los políticos—, la información es propaganda y relaciones públicas, una herramienta eficaz de
comunicación que potencia sus puntos fuertes y repara sus debilidades. También un peligro si está en contra.
Hoy no
existe una política al margen de los medios y eso es su perdición, pues las maniobras
por el control de los medios públicos y la presión sobre los que están fuera es
brutal y descarnada. La política es comunicación en sí misma y ve a los
profesionales como piezas a su servicio y así los juzga y valora. La capacidad
de creación de opinión pública es lo que determina las posibilidades de
supervivencia del político, del partido y del gobierno y oposición. Todos pasan por los medios de una manera u otra.
Por más
que los profesionales puedan sentirse poderosos porque los políticos los
necesitan, no deben engañarse. El político no deja de verlos como instrumentos
necesarios pero peligrosos en el momento en que manifiestan su crítica o se
cuestiona la "verdad oficial". La asociación del profesional con el político
siempre es antinatural. El profesional que se acerca al poder falla a su
público, que deja de recibir información fiable. El político que se acerca al
informador busca convencerle de la bondad de sus acciones y explicaciones y
alejar la crítica. La política parasita siempre la información. La necesita
para sobrevivir y le quita su vitalidad. Es así.
La
distorsión permanente que supone el control político del sector lo ha debilitado.
La profesión se debilita como pérdida de independencia y, por ende, como pérdida
de credibilidad, su pilar fundamental. Se promociona a los profesionales más
sumisos y no a los más capaces: genera autocensura como miedo permanente a
decir lo que se piensa, pues se sabe que será observado con lupa por jefes
directos y por interesados remotos que siempre tendrán el teléfono a mano para
manifestar su indignación. La debilita al volverla profesión cainita, enfrentando
siempre a unos con otros, y de esta carencia de unidad se benefician algunos pero perjudica a todos. Todo esto contribuye a su deterioro, a la pérdida de fe en
sí misma y de los demás en ella.
La
condena de la profesión al sectarismo es frustrante y un debilitamiento
de las condiciones generales para que una democracia funcione correctamente. Una
democracia mal informada queda tarada, es de baja calidad. El sectarismo no es exclusivo de los medios públicos,
pues también están haciendo gala de esto los medios privados que ven en el
alineamiento político una forma de ganar con el descontento o con el
oficialismo, según les favorezca a sus propietarios, ejerciendo sobre sus
profesionales las mismas presiones que se puedan realizar en los medios
públicos.
En la
guerra del sectarismo mediático siempre pierde el público —aunque no sea consciente—, pues se le escamotea
la posibilidad de recibir una información honesta e independiente. Muchas de
las voces que claman por la "independencia" de los medios públicos
presionan vergonzosamente a sus profesionales en los medios privados para
hacerles asumir los planteamientos y enfoques que han establecido como
estrategia del grupo informativo. La idea de que los medios públicos deben ser
"independientes" mientras que los privados pueden venderse al mejor postor
es de un gran retorcimiento y convierte a los profesionales en marionetas de
los intereses económicos y políticos de
las empresas que los sostienen. A quien se desprecia en este planteamiento es
al profesional y al público. El primero pasa a ser una herramienta; el segundo
un segmento del mercado al que se trata de captar mediante unos medios
monológicos. El público pasa a ser "target group", el "mercado" o "grupo objetivo". Primero se le atrae y luego se le da su ración diaria de lo que espera.
El
resultado es la asfixia del profesional y la radicalización de los públicos, a
los que es necesario estimular intensamente en la línea adecuada. En cualquier
caso, el profesional independiente que trata de realizar su trabajo con honestidad
es siempre el enemigo, una persona peligrosa, pues nunca se sabe cómo va a
resultar o por dónde va a salir. Negado por los poderes, que le temen; acusado de tibio por un público que quiere sangre informativa porque se le ha educado en ello, como en el Coliseo romano, pocos valoran el difícil ejercicio de la honestidad independiente y de la independencia honesta.
Es la
clase política en su conjunto la responsable de este proceso, pues lo reproduce
allí donde toma el poder. Parasita la información como lo hace con los otros
poderes del Estado, que pierden su credibilidad al perder su independencia. La política tiende a segar cualquier síntoma
sospechoso al extender su concepción sectaria a todos los campos. Para los
políticos, el mundo siempre se divide en dos.
El "cuarto
poder" ha quedado reducido a un anexo. El espectáculo debe continuar en el Coliseo.
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