Joaquín
Mª Aguirre (UCM)
¿Recuerdan
aquella historia del hombre que se encontró un botón y se acabó haciendo un
traje a juego? En ocasiones parece que se trata de la historia del euro, que
nos encontramos una moneda y nos tuvimos que fabricar una identidad a
juego para justificarla.
Hay una
gran diferencia entre las ideas de "Europa" y de "Unión
europea", La primera representa un ideal, la segunda un proyecto que se ha
de concretar en medidas aunando intereses. Pero el proyecto se queda vacío si
no hay "ideal" detrás. Desde hace mucho tiempo lo que define a Europa
son sus problemas y eso es malo para el futuro. Es como un matrimonio que solo
discutiera. Parece que lo que une a los europeos no es una idea de progreso
común sino una moneda, algo que debería hacernos reflexionar pues las monedas,
al igual que unen, separan, como está ocurriendo.
En toda
esta crisis, lo que realmente se está pisoteando es la idea de Europa. Es algo
más que palabras. La idea de Europa es utópica y por eso resulta atractiva; es
un reto, un desafío. Hace mucho tiempo que no se profundiza en ella por motivos
fácilmente entendibles: muchos no creen ya en ella. No me refiero a los euroescépticos, claro está, que esos sí
que tienen muchas ideas sobre Europa, sino a los "euroblandos", a los
que no están a la altura de la idea, a los que les viene grande. Lo peor que le puede
pasar a una idea es convertirse en tópico, en lugar común. Los tópicos ni
crecen ni dejan crecer; solo se consolidan anulando la reflexión. El tópico tan
solo se repite. Europa. Punto.
La
necesidad de dar sentido a la idea de Europa forma parte esencial de sus
posibilidades de crecimiento, y no me refiero al crecimiento económico, sino al
ideológico. De otra forma, Europa solo será un conjunto de países creciendo
unos a costa de otros. El crecimiento económico no necesita del conocimiento
mutuo, de ideales comunes, sino del ideal librecambista, que es al final con el
que se ha confundido a Europa, convertida en "gran superficie".
Sin
voluntad de reequilibrio difícilmente podrá haber una Europa consolidada que no
se convierta en una colonia de los más fuertes económicamente y convierta a los
débiles en franquicias de los más fuertes. No puede haber una Europa de
caballeros y escuderos, porque lo que se generará así serán nuevos odios y desprecios.
Pensar
que en unas décadas se pueden corregir los desequilibrios de siglos es
ilusorio. La apariencia de progreso no es más que el espejismo del consumo,
mecanismo mediante el cual los países ricos crecen por vender a los pobres; la
inflación hace el resto. Hay mucho terreno por el que hay que avanzar y no se avanza con humillaciones y egoísmo. El euro tiene dos caras, una común, en la otra la marca de cada país, que no se olvida de sí mismo.
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