Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Euronews
se hacía eco de las declaraciones de Mario Draghi y de su solución para la
crisis italiana por el COVID-19 y sus efectos de maremoto sobre la economía: el
turismo. Draghi pide que se implante el pasaporte verde para que la gente pueda
viajar a Italia. La pregunta es ¿son los mismos turistas que deberían venir a
España a salvarnos? ¿Los mismos que deben salvar a Grecia, a Egipto, a Croacia...?
¿Es posible que la salvación de medio mundo sea dar vacaciones pagadas de
cuatro o cinco meses a todos para que podamos recuperarnos? No es una broma.
Si
todos los países aspiramos a que la gente viaje, no sé si va a haber viajes
para todos. Plazas seguro que sí, pero ¿habrá tiempo para tantas vacaciones?
Hace
unos días volvía a plantearse el problema de los "viajeros
atrapados", esta vez en Marruecos. Ya ocurrió anteriormente. Cuando
empezaron a cerrarse los países dejando dentro a los arriesgados turistas que
se habían adentrado en ellos principalmente por dos motivos a) le motiva el
morbo del peligro; y b) les motivan los precios baratísimos que se encuentran
cuando todo está casi parado. Puede que los haya movidos por los mismos
intereses.
Curiosamente,
de estos casos no suele hablarse mucho. Solo se nos muestran sus lamentos por
haber quedado atrapados sin avisos o
haberse tenido que pagar vuelos alternativos con itinerarios más caros, tanto
por imprevistos como por su alta demanda. Lo barato sale caro. ¿Para qué va a
ir la gente a Benidorm si le sale más barato irse a Marruecos o a Ecuador, otro
caso muy comentado en su momento?
La
famosa dicotomía entre economía y salud ha sido falsa, solo una engañifa para
mantenerse en el lado bueno a los ojos de los demás. La llegada de los turistas
franceses porque en Madrid se puede "hacer lo que se quiera" es el
resultado de una escandalosa y, a la vez, sinuosa campaña del boca a boca.
El
escándalo de que la gente no pudiera salir de su provincia, pero pudieran llegar
de cualquier lugar del mundo, ha sido comentado hasta por la propia Unión
Europea que ha visto que el descaro avanza hasta hacerse institucional. A hacer
un cierre perimetral autonómico le ha seguido campañas de promoción del turismo
local. En vez de quedarse en casa, hay que fomentar el movimiento por los
espacios gestionados por cada autonomía. Han tenido que salir a la luz casos
como el del futbolista Marcelo, con sus fotos familiares en la playa alicantina,
toda la familia sin mascarilla para la foto, para que nos diéramos cuenta que
no hay Policía para tanto cierre perimetral o que puede que lo haya para salir, pero no para entrar.
¿Recordamos
aquel "¡vienen los de de Madrid!" negativo, atrincherado, con los vecinos
insultando, amenazando, denunciando a los apestados capitalinos? ¡Cómo ha
cambiado el panorama cuando el bolsillo se reduce y la economía aprieta!
La
hipocresía del gobierno de la Comunidad de Madrid consiste en usar Barajas como
puerta de entrada y después quejarse de que los controles no son eficaces allí
y echarle la culpa al gobierno, que tiene que lidiar con autonomías de todos
los colores. El escándalo del turismo de exceso (antes y ahora con la pandemia)
se ha visto incentivado con los intereses que se han conciliado: de los dueños
de pisos turísticos, chalets, etc. alquilados para las juergas, a las rondas
callejeras bebidos, algo que hemos podido ver con claridad y constancia,
repetido un fin de semana y otro también. Ahora lo llaman "libertad",
así que encantados de recibir a los "exiliados".
Mucha
gente se ha sentido humillada por la filmación de las salidas de pasajeros
turistas llegando a España con una normalidad
anormal que no se tiene aquí. Oficialmente se hicieron operaciones
policiales para evitar la salida masiva de los espacios autonómicos perimetrales.
La gente, sencillamente, salía el día antes y volvía un día después, como nos
mostraban las largas colas para entrar y salir, teóricamente inexistentes.
Hay
mucha gente que ha cumplido. He visto en el parque de mi pueblo a familias
"de vacaciones" con un placebo consistente en tiendas de campaña.
Vivían con imaginación y paciencia unos destinos imposibles. Unos estarían en
el Yukón, otros en el Sahara, otros en la Isla Misteriosa de Verne, pero todos
se ajustaron a los que se les pedía, no salir. Otros en cambio, pobrecitos, se
quedaron atrapados en Marruecos, disfrutando de ofertas que les salieron caras.
La
solución Draghi no es válida para todos. Proviene de países cuyo sector
turístico está pensado para tiempos de paz y bonanza. Y no es eso lo que nos
muestra el mundo en el día a día o para el futuro. No va a haber vacaciones
para tantos lugares que los necesitan. La recuperación de los sectores
afectados dependerá de la capacidad de reestructurarlos para ajustarlos a las
dimensiones necesarias.
Hace
unos días, un titular —creo que de La Vanguardia— nos decía que "a lo
mejor había que "reciclar" camareros y pasarlos al sector digital.
Gran parte de nuestro abandono escolar y universitario proviene de la baja
calidad de nuestro empleo, de la falta de necesidad de preparación. Nos decía
otro titular hace días que el 70% de los ciclistas repartidores eran
universitarios. Nuestro tejido empresarial se basa en el autoempleo y en las
microempresas, que es como decir que se busca cada uno la vida. Las películas
norteamericanas siempre nos han mostrados niños repartiendo periódicos; aquí
muchos se jubilarán repartiendo lo que les digan. El sector del reparto ya no
tiene edad, solo herramientas, bicis, moto, coche o furgoneta. Cada edad tiene
la suya.
Las
quejas constantes de los sectores turísticos y de la restauración esconden
otros lamentos de sectores afectados, pero también muchas experiencias de
adaptación y salida de la crisis con ingenio, esfuerzo y éxito final. Pero no
ocupan los espacios visibles, quizá porque vende más el descontento y la
frustración.
El
teletrabajo ha hecho avanzar en el sector digital y de las comunicaciones. Los
canales digitales de ventas han conseguido crear estructuras que van de la
promoción online a los repartos. La falta de movilidad ha potenciado comercios
próximos, por lo que muchos han conseguido mantenerse. Prolifera el sector del
"coaching" con finalidades distintas. Otros sectores se han adaptado
al uso online. Podrían ponerse muchos ejemplos, de la educación a la asesoría en
muchos campos.
Son las
crisis las que nos obligan a cambiar, pero eso no parece que se aplique a los
grandes sectores que, a su vez, se tragaron a otros de los que no se acuerda
nadie más que cuando son necesarios. España abandonó su avance industrial por
la conversión turística. Este desequilibrio lo estamos pagando ahora, junto al
sur de Europa y norte de África. El turismo es una industria receptora que
necesita del movimiento de otros; no dependen de nuestra voluntad. Lo único que
se puede hacer es lo que tenemos por delante: competir a la baja con los demás
países del Mediterráneo por atraer esos millones de turista necesarios para
sobrevivir.
El
turismo nos está llegando no solo por nuestro empeño. Una parte importante de
ese turismo llega gracias a las grandes empresas del sector, las que compraron
a buen precio el sector turístico español, de las urbanizaciones a las agencias
de viaje, de los hoteles a las líneas aéreas. Los "corredores
seguros" se han hecho más por presión del sector de movilización turística
alemán y británico que por lo que nosotros estamos haciendo, que es en la
mayoría de los casos, atenderlos. Nuestras empresas turísticas, en cambio, se
dedican a comprar barato en países como Cuba o allí donde no quieran ir otros.
En Canarias hay pueblos británicos enteros. En Levante hay urbanizaciones
británicas que los traen del aeropuerto y una semana después pasan a
recogerlos. El problema del Brexit en España era para las decenas de miles de
británicos que tienen negocios en Málaga, Baleares, Alicante o Canarias. Otros
muchos se habían comprado sus apartamentos y chalets para su soleada
jubilación. Ellos eran los perjudicados y en ellos han pensado más que en
nosotros.
Si no
aprovechamos esta crisis para potenciar otro modelo de desarrollo español,
anclado en los 60, pero con pérdida del sector industrial, convertido ahora en
país barato de producción de las grandes empresas a las que hay que dar las
gracias para que estén contentas y no se vayan a países más baratos a producir. Nuestro empleo es precario y estacional, como resultado de contratos y despidos continuos en el sector turístico y otros que están vinculados al mayor o menor flujo turístico.
Pero, desgraciadamente, el
tejido político español carece de miras y de voluntad de liderazgo. Es
continuista del modelo y cortoplacista. No se crean líneas de futuro. A ello
contribuye un modelo autonómico que, como vemos, se convierte en una guerra de
guerrillas entre ellos y el gobierno central. La sensatez queda por detrás del
efectismo y la retórica brava y retorcida.
Necesitamos
menos conflictos diarios y un día a día constructivo y solidario, aparcar de
una vez nuestra permanente vocación por la gresca que solo sirve para encubrir
la ineptitud y falta de recursos para otra cosa de muchos que llegan a los puestos
de responsabilidad.
Lo
único que se escucha es la voluntad de una España vaciada por recibir también turistas
y a la España sin turistas quejándose porque no le llegan los esperados. Hay
pueblos que buscan sobrevivir a base de ingenio más que de inteligencia. Se
trata de tener abiertos bares y hoteles y recibir a los que vengan a
celebrar cualquier fiesta, nueva o tradicional, inventada o histórica. El mismo
modelo repetido una y otra vez para hacer llegar ese maná en forma de bebedor,
comedor, huésped. Playa, campo, monumentos, sol.
No estoy en contra del desarrollo turístico; sí de que sea el centro de nuestro presente y futuro, que no se busque más allá, que se desperdicien tantas cosas y se infravaloren sectores que son minoritarios porque no se les deja crecer.
Draghi,
que ganó su prestigio con soluciones para el euro, ha dicho que hay que recibir
turistas... como España, Grecia... No sabemos si las empobrecidas economías tienen turistas generosos para tantos. Habrá que repartir, a ver cuántos tocamos este
verano.
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