Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Hay dos
problemas que ocupan hoy las portadas norteamericanas. Son el racismo y las
armas, caras esta vez de una misma moneda en uno de los casos que se nos
muestra en los titulares, la muerte de un hombre negro, de 20 años, porque la
oficial de Policía que le detuvo "se equivocó" de arma. Le disparó
con el arma de fuego en vez de con el táser, un arma eléctrica.
Lo insólito esta vez en el caso es la excusa misma, el error, algo que ha hecho a The New York Times preguntarse sobre ello desde varios de sus titulares hoy, como "The weapons look and feel different, and most forces have standard precautions and protocols to prevent the sort of mix-up that can be deadly." Esto parece claro y razonable. Así sería si no leyéramos un poco más abajo la siguiente información: "While not common, instances of police officers mistaking pistols for Tasers are not entirely unusual, either". ¿Es posible confundirlos? ¿Es mejor ser culpable de estupidez? Sus abogados le dirán, sin dudar, que sí.
En un país que está siguiendo a través de sus cadenas de televisión el juicio contra el agente que puso la rodilla sobre el cuello de George Floyd, este tipo de noticias levantan ira y, de nuevo, más violencia en una espiral que pudiera parecer imprevisible, pero que —por el contrario— siempre acaba de la misma manera.
Recordemos que el caso Floyd comienza por la llamada del dueño de una tienda porque dice que Floyd le ha dado un billete falso, creo que de 20 dólares. Cómo un caso de este tipo acaba en tragedia es el gran drama de los Estados Unidos.
La cadena de equívocos comienza: muertes de detenidos y casi siempre negros. Unos días se equivocan creyendo que el sospechoso lleva un arma, otros se equivocan presionando el cuello más tiempo del que deben, otros, finalmente, sacando el arma equivocada... pero acertando siempre. La mayor parte de estos casos levantan la ira de muchos por su reducción a la estupidez policial como excusa, justificación o atenuante.
Desde que hace dos décadas en que los teléfonos móviles empezaron a ser cámaras fotográficas y de vídeo, los testimonios gráficos de todo tipo de atropellos se acumulan, convirtiéndose en detonante que hace estallar ante los evidentes casos de abuso de autoridad.
Pero ¿si la autoridad no abusa, qué clase de autoridad es?, se preguntan los que están arriba y no quieren dejar de estarlo. El que más y el que menos tiene un amigo que ha leído a Orwell.
Muchos echarán de menos los tiempos del "tu palabra contra la mía", los del testimonio de cuatro o cinco agentes frente a algún acompañante que afirmaba lo contrario. Pero desde que las cosas quedan grabadas y existen las redes sociales como medios de difusión, el panorama ha cambiado bastante. Se les obligó, incluso, a llevar mini cámaras en los coches policiales y en los propios uniformes, creando una nueva narración realista en primera persona que también nos ha dejado espectáculos bochornosos.
Las imágenes de la muerte de George Floyd han dejado huella. Todo tipo de expertos testimonian sobre el exceso, el abuso de la fuerza. De los oficiales instructores a los paramédicos que llegaron, todos dan cuenta de cómo se saltaron todos los protocolos sobre lo que se debe hacer, dejando una certeza: lo de Floyd fue una ejecución sumarísima, un linchamiento en todo orden. Más allá de la muerte es la indiferencia brutal del agente lo que lleva a unos la reflexión y a otros los saca a la calle. ¿También se equivocó o más bien le importaba un bledo la vida del que estaba bajo su rodilla? Es la tranquilidad que da el "protocolo". O eso pensaba.
Ahora toca sostener que la agente que mató al joven se equivocó de arma. No sé hasta dónde llegará ese argumento, pero seguro que sus abogados le han dicho que no será fácil entrar en su mente para descubrirlo. Es el argumento de la estupidez, del nuevo error que todos deben aceptar en quien debería estar entrenado para no cometer errores. Dicen que la agente lleva 26 años en el cuerpo de Policía.
Lo que más sorprende de estos casos es la desproporción, el poco valor de la vida humana. Un billete falso puede acabar con tu vida; un control rutinario de tráfico, igualmente. Es comprensible el nerviosismo de cualquier ciudadano detenido en las calles por cualquier problema, real o aparente. No sabe si saldrá vivo de un simple control de tráfico, de un permiso caducado.
Joe Biden va a intentar, dice, poner freno al vicio armamentístico norteamericano. Causa más muertes que cualquiera de las guerras en las que se han visto envueltos. Pero tras la posesión de las armas está el deseo de las armas. Dicen que para burlar controles, las venden ahora por piezas y luego las montas en casa. Hace unos años eran las impresoras 3D las que se utilizaban para fabricar armas no registradas. Ninguna legislación puede controlar el deseo de las armas, la violencia tras ellas o el miedo agresivo. La teorías conspiratorias y apocalípticas siembran el miedo y sirven para vender armas. Veíamos la "teoría del reemplazo" hace unos días, difundida por el presentador estrella de la Fox News con el beneplácito de la cadena.
Cada nuevo incidente armado sirve para que aumenten las compras de armas por parte de los que piensan que el mundo es inseguro y por parte de los que ven armarse a sus vecinos y sienten más inseguridad.
A todo este conjunto de miedos y deseos malsanos, algunos lo llaman "libertad", concepto que está bajo mínimos. Debe ser angustiosa la inquietud de no saber si tus hijos volverán del colegio o instituto, de tener un permiso de conducir caducado, de pasar un billete falso o cualquier otra circunstancia que te convierta en el centro de un tiroteo o de la brutalidad y del error policial.
Al muerto no se le dan muchas opciones: morir bajo las balas de un loco o a causa del error de quien confunde el arma o simplemente aplica a su manera las técnicas protocolarias de reducción de los detenidos.
Estados Unidos es víctima de sí mismo. La conjunción de armas, teorías conspiratorias, miedo y violencia social es muy peligrosa, como se demuestra cada día. ¿Tiene arreglo? Las protestas se acaban convirtiendo en rutina.
Sostener que existen estas cadenas de errores para disculpar al sistema o a los individuos es ocultarse la realidad dolorosa del tejido social desgarrado, del enfrentamiento constante, del racismo sin resolver y una serie de problemas que no encuentran solución de conjunto.
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