Joaquín Mª Aguirre (UCM)
Ayer
visité con Julie la casa de Jean Cocteau, tal como hace unos días lo hice con
la de Zola o con las cuevas donde François Rabelais tenía su especial relación
con el vino y la comida. ¡Ah, qué interesante recorrido! Con Julie Andrieu
recorro Francia, región a región, viendo como personas normales, aficionadas a
la cultura, reproducen la gastronomía de sus lugares o platos que aparecen en
diarios de los escritores o en sus obras más conocidas.
Puede
que algunos piensen que no les interesa saber cuál era el plato favorito del
querido Émile Zola. ¡Ah, pero para eso tienen, en el mismo horario, las
noticias, los informativos televisivos, algún concurso y una colección de celebridades
ingeniosas dispuestas a sacarle punta a todo, que no se pierda un chascarrillo!
Julie
Andrieu es mi refugio transcurridos los dos o tres minutos primeros de los
noticiario, en los que he visto que se sigue pinchando (aunque cada día con una
vacuna y a una edad) o esperando vacunas, que los políticos siguen discutiendo, insultándose entre
ellos (y a la inteligencia del que lo ve), el tiempo que hará (y que nos
repetirán al final)... y poco más.
Julie
es inteligente, culta y muy buena comunicadora. Es la mejor embajadora
audiovisual de Francia. Su programa (uno de ellos) Las recetas de Julie te
gusta aunque no te guste cocinar, aunque no encuentres en tu mercado muchos de
los productos de la tierra que, lógicamente, son de las tierras de Francia.
Vemos
decenas de programas de gastronomía cada día en las múltiples cadenas que mi
aparato me suministra. Las más variadas propuestas: de competencia generacional
(un joven y una señora madura compitiendo), uno que se autolimita con
cronómetro a realizar su plato, otro que lo hace por menos de una cantidad...
Luego están los modelos competitivos a lo Master Chef de todas las edades y
circunstancias...
Pero
nada de todo esto es comparable al programa de Julie. Sentados virtualmente
junto a ella en su coche rojo, llamado familiarmente "Michelín", un
personaje más, vamos de un sitio a otro viendo personas y platos, visitamos
castillos y granjas. Allí se encuentra con el agricultor que saca de la tierra
su producto y nos enseña a prepararlo; visitamos los mercados de la zona, donde
se consiguen los productos más destacados que servirán después para esa comida
final en la que se reúnen para llevar cada uno su plato, la comida final En ella
se han materializado los platos previos, que van llegando en las manos de sus
autores. Es un escenario real —la casa de Zola o Cocteau—, nada de plató
televisivo.
Julie
es mi alternativa elegante al mal gusto y estilo de la vida política española, a la agresividad zafia con que se nos inunda cada día, a los pseudo artistas, a los mal hablados.
Julie Andrieu y sus recetas me sumergen en un ambiente cultural y social. La
gente es amable porque no tiene motivos para dejar de serlo. Son educados porque
consideran que la mala educación es mala educación y no falso democratismo
populista. Tendrán sus rencillas, porque son humanos, pero su educación —del sencillo
campesino a la presidenta del Club de fans de Jean Cocteau— no consiste en ir
por la vida dándose pote, sino sabiendo estar en cada lugar de la mejor forma
posible. Vivir es convivir; hablar es dialogar.
Julie
recomienda viajar, visitar los lugares vinculados a los genios de la cultura
francesa, lo hace porque hay amantes de la obra de Cocteau, Zola, Rabelais,
etc. que viven un turismo gastronómico y cultural. No recomienda un restaurante
especial, sino visitar las zonas, consumir los productos —a ser posible
franceses, como suele decir— y leer, leer a esos autores a los que promociona
sin beneficio editorial alguno. Es amor al país, amor a las letras, amor a la
comida y amor al amor a como se cuida la comida, un espacio de encuentro en el
que disfrutar de sabores y conversación, de espacios y recuerdos.
Julie
es un oasis francés; es un cinco tenedores de la mente, un estado del alma que
pasa por la vista, el oído y el estómago virtual. Julie es el anti divismo que
se pone el delantal y echa una mano en la cocina. No intenta quedar por encima
de nadie. Una sencilla señora de uno de sus últimos programas le decía a la
vendedora de su mercado cuando compraba los ingredientes: "¡Son para cocinar
para el programa de Julie!" Y Julie sabe que para entrar en tantos hogares como visita hay que ser discreta, sencilla y educada. Ahora recorre Francia, pero ha recorrido el mundo y se ha agachado a recoger arroz en Vietnam o ha conversado junto a un cerdo sobre su alimentación con la misma naturalidad con que se mueve por la casa de Cezanne.
En
algún momento del día, de la mañana a la noche, habrá tiempo de informarse,
concepto que ha pasado a ser de una enorme ambigüedad. Peleas, conflictos,
desgracias, nuevas olas, inquietantes subidas de las cifras de los contagios,
palabras tranquilizadoras en donde la cuarta ola es menor que la esperada, una
"olita" (como he llegado a escuchar); allí espera el fútbol que se
queja, el turismo que se queja, la cultura que se queja, la gastronomía que se queja, la poliédrica oposición que se queja, el gobierno que tranquiliza; unos
que afirman, otros que desmienten, otros que dicen no entender a unos y otros.
Julie
recorre la geografía francesa. Allí no hay elecciones madrileñas, no hay
trifulcas ni rifirrafes. Es un mundo real e ideal. Pero hasta para hacer ese
mundo hay que tener buen gusto, cierto sentido de la convivencia y de la
colaboración, que es lo que representa esa comida final donde cada uno lleva un
plato y los disfrutan todos. Yo, recién salido de nuestras noticias, no puede
dejar de emocionarme. ¡La gente se sienta alrededor de una mesa y disfruta!
No es
un tópico la educación francesa. Aunque haya una sola Julie Andrieu, todos los
demás salen de los pueblos y veo con cierta envidia el contraste y lo que ha
hecho nuestra consagración de la mala educación como virtud democrática desde
los años ochenta, manifiesta en casi todo, confundida con el populismo, con el
cultivo de la brutalidad desnuda, del verbo ofensivo constante, de la
incapacidad de muchos de expresarse sin parecer barriobajeros. La cultura y su
valor tratan de eso, de saber convivir educadamente, no de pasar exámenes y
olvidar después lo aprendido o de no necesitarlo nunca por inútil. ¡Ay!,
tenemos que sentarnos a hablar de "cultura", de la de verdad, antes
que sea demasiado tarde.
Pese a
algún que otro meritorio intento en algún canal, lo cierto es que vivimos
rodeados de zafiedad. Es polución grave, cambio climático de la mente por el
que no se preocupa nadie. Apenas circula cultura por nuestras arterias
nacionales. Y a lo que llamamos "cultura", desde hace muchos años,
tiene muy poco que ver con la verdadera cultura. Necesitamos más visión de
conjunto, un pensamiento más amplio que nos aleje de esto, pero no aparece en
el horizonte de los llamados "responsables".
Así que
cuando mi capacidad de resistir se desborda, abandono a los otros y me fugo al
mundo de Julie, viajo con ella por la Francia de los fogones y castillos, de
las coles, las berzas, y los guisos; la veo amasar, pelar, hervir, sazonar,
oler las hierbas aromáticas que le traen. La veo compartir con desconocidos lo
que cada uno ha aportado alrededor de esa mesa cambiante, de casa en casa,
programa tras programa. Considero que mi exposición heroica a la realidad o
ficción mediática española ha sido suficiente y me dejo llevar en su
descapotable rojo por los caminos de Francia, los de Balzac, Baudelaire, Moliere, Zola, Cocteau, Rabelais... mostrados por personas que los mantienen vivos a través de la gastronomía, de sus platos favoritos, humanizados. No sé si Dios está entre los fogones, pero sí sé que la cultura habita también entre ellos cuando está en las mentes y corazones, más allá de los libros de texto. En Francia, país republicano, la llaman en las portadas "la reina" de la cocina, pero es algo más.
Siempre
nos quedará Julie, un pequeño oasis.
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