Joaquín Mª Aguirre (UCM)
El
lanzamiento de un bote o botella con líquido inflamable contra la sede de
Podemos en Cartagena debe ser condenado.
Sin duda y sin matices. Pero eso no significa eludir que es el resultado de un clima cada vez
más revuelto en el que participan prácticamente todos los partidos. ¿Condenas?
Todas las que quieran. ¿Responsabilidades? De todos los que contribuyen desde
hace años a hacer de la política un lugar inhabitable para cualquier persona
que tenga un mínimo de sentido de la vida pública y un modelo sensato de lo que debe
ser la convivencia ciudadana en un país democrático.
Desde
que llegó la "nueva política" por los extremos, la convivencia se ha
hecho más difícil, pues se ha basado en un principio: el sangrado de votos a la
moderación por parte de un radicalismo ambidiestro que arrastra a los partidos
hacia un lenguaje de beligerancia permanente. El episodio de las pintadas en
los cristales y el lanzamiento del artefacto incendiario contra la sede es un
incidente que revela que se ha llegado a un tope, que, desgraciadamente, puede
ser sobrepasado en cualquier momento. Significa el paso del insulto al que no se concede importancia a las
acciones violentas. Ya había habido algunas anteriormente, pero está ocurre en
el peor ambiente, el de precampaña, el más enrarecido desde el principio de la democracia
española.
A esto
han contribuido, sin duda, los recién llegados por los extremos políticos, que
han hecho de la violencia verbal, del insulto permanente su sello
identificador. Los políticos que quieren atraer la atención tensan su discurso y,
en muchos casos, son deliberadamente agresivos.
Esto
que decimos, para cualquiera que siga estos escritos con mediana asiduidad, lo
hemos repetidos estos años una y otra vez. La política española se ha hecho agresiva, un espectáculo barriobajero,
obsceno y cada vez más desconectado de la realidad y sus problemas. No existe
más objetivo que la denigración del contrario, para lo que se buscan fórmulas
cada vez más populistas, que son los que han marcado el modelo.
La Comunidad de Madrid es un ejemplo perfecto de esta condición: a mayor agresividad mostrada, mayor popularidad alcanzada. El descenso ahora de Pablo Iglesias a la arena madrileña es una señal del nivel de enfrentamiento esperado en la "batalla de Madrid". Algunos ya han advertido que no participarán de esta escalada y veremos si lo pueden mantener o si solo se repartirán papeles trasladando el rol agresivo a personajes secundarios. No son ajenos los propios medios de información, muchos de los cuales se han convertido al rentable partidismo, por lo que participan del calentamiento político global en el que vivimos. Vivimos en la "sociedad del espectáculo" político, donde la mediación es esencial para llegar al otro y la retórica es la maestra del lenguaje eficaz asistida por todo tipo de disciplinas complementarias.
Lo hemos repetido hasta el aburrimiento: la democracia es algo más que conseguir el poder. Implica dos cosas: unas maneras y un impulso de convivencia porque las personas, aunque opinen de forma distinta, forman parte del mismo sistema. Sin embargo, a lo que estamos asistiendo es a lo contrario: el discurso se centra en la negación del otro, en su deshumanización, algo que caracteriza a los discursos totalitarios. Ya se apoyen en una idea o en otra, el otro debe ser extinguido, debe desaparecer del mapa porque es un mal irrecuperable.
El
universo mediático en que vivimos permite la intensificación de los discursos
precisamente por su sobreproducción. La atención se logra en el exceso y en la
diferencia. Del vestido al vocabulario pasando por el pelo, el "líder"
necesita crearse una imagen uniendo diversas piezas que serán unidas por sus
electores, receptores constantes de todo aquello que la maquinaria de sus
partidos cuando no la propia les ha diseñado.
Vivimos
en un creciente clima de agresividad. Lo podemos ver en pequeños detalles
callejeros, en determinados comportamientos o en las sesiones del Parlamento. Los políticos
no le ponen freno sino que lo utilizan en su favor, desviándose los unos hacia
los otros la propia responsabilidad.
El
lanzamiento de una botella con líquido inflamable es un signo malo, muy malo. Se debe
buscar a su responsable, pero resistamos la tentación de interpretarlo de forma
simplista y con victimismo. Cualquier acto de violencia es contra la
convivencia y, por ello, contra la sociedad en su conjunto.
Reflexionen
todos los responsables sobre lo que implica dar el salto de la violencia verbal
a la física. Reflexionen todos sobre lo que contribuye cada uno con sus
palabras diarias, con sus descalificaciones, a que esto sea así, a que se llegue
a estos extremos.
Tenemos ejemplos próximos. Recordemos la violencia callejera extrema que vivimos en
España hace unas pocas semanas y cómo algunos encontraron justificación y
pedían, incluso, no fijarse solo en los hechos y hacer "lecturas más
amplias". La vez anterior que vimos el uso de líquido inflamable fue
intentando quemar una furgoneta policial con un agente dentro. La violencia se está
haciendo demasiado presente para la intranquilidad de muchos. Enfréntese todos a los hechos, sin hipocresías.
Si no
queremos ver los malos ejemplos españoles, veamos lo que ha ocurrido en los
Estados Unidos. Los ciudadanos que asaltaron el Capitolio norteamericano era
"buenas personas, buenos americanos, respetuosos de la ley", según
señaló Trump, que dijo "amarlos".
En unos
días comenzará la campaña electoral madrileña. Mucho me temo que va a ser
ocasión de violencia si los que participan en ella no se dan cuenta de a dónde
nos arrastran. Ya antes de que comenzara la campaña, la violencia verbal, los insultos
y descalificaciones, la afirmaciones apocalípticas sobre el
"comunismo", sobre "la Plaza de Colón", etc. Lo malo es que
esta estrategia vende, capta la
atención de una sociedad en plena crisis económica y sanitaria, cuya violencia es azuzada desde muchos puntos.
Pero, no nos engañemos, la crisis de nuestra democracia viene de antes. Si los políticos mismos no respetan la democracia ni sus instituciones, el ejemplo no es bueno para la sociedad y esto se irá agravando en el futuro. La crisis de la democracia comienza en el comportamiento de los políticos. Nos estamos acostumbrando demasiado a lo inaceptable y luego nos extrañamos de lo que ocurre.
¿Condena? Sí. ¿Reflexión? Más de la que hay sobre la mesa.
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