lunes, 19 de abril de 2021

¿Por qué nos tienen que importar personajes que no importan a nadie?

 Joaquín Mª Aguirre (UCM)



La crisis de la pandemia es la crisis de muchas otras cosas, unas importantes —el empleo, sectores enteros paralizados, muertes...— pero también lo es de los medios, aburridos de tanta mascarilla y suspensión, de tanto pinchazo en el hombro y bastoncillo en las narices, de expertos que nos regañan y vacunas que unos días llegan y otros se quedan Dios sabe dónde, de trombos de unas y otras.

Ante este exceso de uniformidad, caída de la tarta publicitaria por la crisis de muchas empresas y el parón del consumo, algunos medios dan otra vuelta de tuerca. Piden a sus profesionales que le saquen más partido a lo que tienen, que generen más ruido y que atraigan la atención como sea.

Este "como sea" tienen muchas fórmulas que van de resaltar los exabruptos de la campaña electoral madrileña, llevándolos a primera plana, por un lado, a buscarse la vida debajo de los felpudos y rebuscando en las bolsas de basura. En este segundo caso incluyó a lo que se está haciendo aireando la miseria y desvaríos de un Miguel Bose.



El caso plantea muchos interrogantes, pero da igual. Es un filón dosificado para poder posteriormente crucificarlo públicamente, una carroña que se echa a los buitres y cuervos.

No tengo el más mínimo interés en escuchar sus tonterías por diversos motivos. El primero y más evidente es que es pura bazofia en un momento en el que la información sobre la pandemia exige claridad y buena comunicación. Esto no es periodismo; es simplemente una exhibición controlada de un desvarío para beneficio de gente con pocos escrúpulos. Los medios titulan hoy llamándolo "negacionista" —"abiertamente negacionista"— y resaltando que se niega a enfrentarse a un científico. Es una forma repulsiva de intentar apagar el fuego después de haberlo prendido. ¿Qué científico con escrúpulos se atrevería a "debatir" con tan patético interlocutor? ¿Es una broma?

Me dan pena los buenos profesionales que se ven obligados a reproducir en sus cadenas el "filón" informativo para llevar a la audiencia hacía ese mundo decrépito y oportunista que se nos ofrece como primicia.



Desde hace ya unas cuantas décadas, el mundo audiovisual español empezó una competencia cutre y amoral, creando un universo paralelo de figuras de cartón piedra, para el consumo social. Coincidió con la fragmentación del público y la entrada de la competencia entre cadenas por conseguir sobrevivir. Tenemos muchas más televisiones de las que podemos mantener. La buena televisión es cara, son muchas horas y, especialmente en el caso de la información, cuesta mantener una estructura sólida.



De una televisión única, con dos cadenas, se pasó a una estructura autonómica a la que se superponen las cadenas abiertas privadas y los  canales de pago, con una amplia oferta, de casi todo. Los canales internacionales nos ofrecen información, de la CNN a Al-Jazeera, de la BBC a France24, simplemente con desplazarnos por el dial. Toda una serie de dispositivos, del teléfono al ordenador, nos ofrecen competencia informativa y de entretenimiento que hacen que la TV se convierta en un espacio problemático para su supervivencia.

Frente a esto, la respuesta española fue fabricar programas baratos creando un espacio prolongado basado en la atención morbosa por las vidas pintorescas de toreros, tonadilleras, cantantes, ex futbolistas, concursantes y una productiva figura, los "hijosde", categoría que permitía a las familias hablar unos de otros, pelearse en público, declarar sobre sus amores, odios, desacuerdos y trifulcas. Todo esto ocupaba mañana enteras, tardes enteras; se convirtió en un Olimpo a la española en el que estos personajes mostraban a un público embrutecido sus vergüenzas, si las tuvieran. Te pagan bien y a las televisiones les sale barato teniendo en cuenta las horas que le sacan al día.

Cuando se denuncian estas circunstancias, hacen de la polémica su propia publicidad. Criticarlos conlleva darles más espacio, pues se vive de las polémicas, ya sean internas o exteriores. El problema actual es que están ampliando sus horizontes hacia temas más serios de lo que es habitual. Es un nuevo peligro que sale a la escena cuando se trata de ver el mundo y sus problemas a través de sus mirada. Ver la pandemia a través de Bosé es una línea roja en una situación crítica que, por supuesto, será sobrepasada con nuevos protagonistas. La crisis es fuerte y ellos tienen su público.



Con estos personajillos se creó otra casta, la de sus Homeros. Ser experto en seres huecos, marionetas mediáticas, que se pelean para nuestro solaz, que se reconcilian para que derramemos lágrimas por ellos, ha creado un cierto caché. Algunos de estos gacetilleros —me resisto a llamarlos "periodistas"— llevan viviendo décadas de los que han dicho unos y respondido otros, de mentiras y desmentidos, de fuentes fiables y difamadoras. Son ya unos clásicos, que se resisten a ser reemplazados después de tantos años.

En otros países, las fórmulas fueron del tipo las Kardashian, que han llegado a ser ricas rentabilizando sus shows y creando un imperio en ciertos campos, de la ropa al maquillaje. Pero nuestros cutres protagonistas no dan tanto de sí. Son una creación de los medios y se limitan a la exhibición de ellos mismos porque solo hay eso, lo que se ve.

Pero la aventura con Bosé va más lejos en su osadía y en su excusa. Los muertos por la pandemia, los profesionales que luchan cada día contra ella, no se merecen este monumento mediático a la ignorancia osada. No se merece ni el hueco para desmentirlo pues su opinión no debería haber salido del salón de su casa. Nadie debería haberse eco de ella porque es irrelevante y peligrosa.



Pero un país embrutecido por el efecto de este tipo de programación piramidal, del que han desaparecido los programas sobre libros y cultural, del que ha desaparecido el teatro, la Ciencia... y se nos ha llenado de cotilleo, deportes, gastronomía, visitas turísticas y programas chistoso-informativos, programas donde uno o varios se dedican a sus demostraciones de ingenio, reídas por el público presente y suponemos que por el ausente... ya no discrimina lo valioso de lo aparente, la inteligencia de lo ocurrente.

El problema es que llevamos muchos años así y los efectos sobre las generaciones nuevas son reales. Sus efectos han salido de los espacios habituales en estas prácticas y se han ido contagiando a otros espacios en los que es importante que existan otros comportamientos, que se pueda ver clara la diferencia. Pero la degradación cultural es un hecho por lo que es posible que todo esto se expanda.

La crisis cultural es un hecho y todo esto son síntomas por más que los ignoremos o, peor, les saquemos provecho. La atracción de lo intrascendente, la elevación a los altares de la frivolidad y la ignorancia son un mal síntoma. ¿Por qué nos deben importar estos personajillos? Quizá porque son el material básico de una industria que sigue devorando la realidad y fabricándola a la medida de su rentabilidad. El medio es el mensaje; el beneficio de unos y en entontecimiento de otros, el resultado.



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